David rebuscó por la biblioteca y, al final, descubrió en un libro de botánica una descripción detallada de la selandria. Esta planta fue traída de Egipto hacia mediados del siglo XVIII por un discípulo de Linneo. Eso ya lo sabía él. Después seguía una descripción del aspecto exterior de la planta. Las flores, naturalmente, él no las había visto nunca. Pero eran descritas de la siguiente manera: «Las hojas del cáliz, de un suave azul claro, ofrecen un bello contraste con los oscuros estambres de fuertes colores».
Más abajo decía que era una planta extraña: «A menudo crece desmesuradamente y, sin embargo, otras veces muere de manera inexplicable».
Que era extraordinariamente sensible, ya lo había notado. Parecía reaccionar de diferente forma ante las distintas personas. Pero ¿de qué dependía eso?
David también encontró un libro sobre insectos, en el que el escarabajo pelotero era descrito de forma tal que le dio mucho que pensar.
«El escarabajo pelotero pertenece a la misma familia que el escarabajo egipcio: la familia de los escarabeidos. En el antiguo Egipto se consideraba al escarabajo como animal sagrado. Linneo recogió ese detalle al darle su nombre latino: scarabeus sacer: escarabajo sagrado.
»Ningún animal ha desempeñado un papel tan importante en la cultura humana como el escarabajo sagrado entre los antiguos egipcios. Se le encuentra con frecuencia momificado en las antiguas tumbas, e incluso en las mismas momias, colocado sobre el corazón. Los antiguos egipcios creían que el escarabajo ayudaba a los hombres a llegar al dios Sol, pues decían que el escarabajo estaba formado por la misma sustancia que el dios Sol, principio de toda vida. ¡Y nuestro vulgar pelotero es pariente del escarabajo sagrado!».
Realmente parecía como si todo se concentrara en Egipto. Primero, la selandria egyptica, que había señalado con sus hojas la habitación de verano. Después, el escarabajo pelotero que desapareció por la rendija del suelo. Al buscarlo encontraron el estuche con las cartas. En la primera carta se mencionaba una estatuilla funerario egipcia… ¡Muy extraño tanta coincidencia!
Todo ello entusiasmaba a Jonás. ¿Debía David contarle esto? ¿O no se dedicaría entonces nada más a buscar la estatua egipcia? David tenía el presentimiento de que la estatua no era lo más importante. Antes estaban, por supuesto, los pensamientos de Andreas, confiados por Emilie a la posteridad y, por tanto, también de ellos.
La responsabilidad que tenían los tres muchachos era demasiado grande. ¿Cómo iban ellos a decidir si el mundo estaba lo suficientemente maduro para recibir el mensaje de Andreas? David no sabía ni si él mismo lo entendería. Y se preguntaba hasta qué punto habría entendido Emilie los pensamientos de Andreas.
Por aquel entonces, Andreas le había escrito una serie de cartas sobre la vida, desarrollando su teoría de que entre todo lo viviente existe una profunda interdependencia. ¿Qué había contestado Emilie a todo eso? Desgraciadamente, no lo sabremos jamás. Seguramente no se conservaron las cartas de Emilie. Lo único que se podía saber sobre Emilie era lo que dejaban traslucir las cartas que le escribían; aparte, naturalmente, la carta que ella misma dirigió a la posteridad.
Llamaría a Annika y le preguntaría como iba su trabajo.
Mi queridísima Emilie.
Annika estaba sentada junto al magnetofón y copiaba las cartas. Escuchaba atentamente la voz de David en la cinta. Parecía como si el mismo David hubiera escrito esas cartas; y Annika deseaba que… No, no sabía lo que deseaba… Desconectó el magnetofón y escribió a máquina lo que acababa de oír:
Ya que ahora terminaré mis estudios en Växjö, quisiera pasar la mitad del verano próximo junto a ti, en Ringaryd, antes de irme en otro a Upsala, a la Universidad. Espero poder asistir a las conferencias del gran Carlos Linneo sobre botánica…
En ese momento llamó David.
—¿Cómo va tu trabajo de copiar las cartas? —le preguntó.
—Estupendo. ¡Son fantásticas estas cartas!
—¿Hasta dónde has llegado?
—Estoy terminando las cartas de juventud, las que Andreas escribió desde el colegio en Växjö. ¡Fíjate, él sólo tenía dieciséis años y ella catorce, y sin embargo, ya estaban muy enamorados el uno del otro! Parece como si ya entonces se hubieran comprometido para toda la vida. Todas las cartas terminan con «Tuyo por siempre, Andreas».
Annika se quedó callada, un poco azorada; el aparato permaneció en silencio. Hasta que David dijo:
—Bueno, ésa era la manera de expresarse entonces. Por las cartas de Andreas no se sabe nada de Emilie.
—Sin embargo, yo creo que si se pueden conocer muchas cosas de ella. Cuando se leen las cartas de Andreas, se puede adivinar lo que Emilie escribía, admiraba y preguntaba. Por lo menos hasta ahora, pues Andreas no teorizaba tanto al principio. La mayor parte de las cartas hablan de los dos, de sus esperanzas e ilusiones…
—Si, ya lo sé; es después cuando se hace más interesante.
Annika enmudeció de nuevo. ¡Pues si que era fino David!
—No sé —replicó ella—. Esta parte también es muy interesante. Se ve que Andreas no era la persona adecuada para Emilie. El padre de la chica era muy rico, y el de Andreas era el campanero y sacristán de la iglesia.
—El padre de Andreas fue Petrus Wiik. ¡Él era quien tenía que enterrar a Emilie en tierra sin bendecir, junto a Andreas! Me gustaría saber cómo acaba todo eso. ¿Has hablado con Lindroth?
—Si —contestó Annika—. Estuvo muy amable y me prometió buscar los datos que queremos saber; por ejemplo, quién vivía en aquel tiempo en la quinta Selanderschen. Eso no será problema, pues hay registros muy antiguos en el archivo de la iglesia.
—¡No le habrás contado nada de las cartas…!
—Claro que no. Le he hecho creer que estoy interesada en la historia de la quinta Selanderschen por ser la casa más antigua de la iglesia.
No, Lindroth no había sospechado nada… Le había contado a Annika que la familia Selander tenía su panteón familiar en la iglesia, en una cripta subterránea, pero que nadie sabía dónde estaba enterrado Andreas Wiik.
—Espera un momento, David, viene alguien.
Annika retiró el teléfono del oído y escuchó atentamente. Se oía cerca de la voz de Jonás. Sonaba extraña. Se notaba que intentaba reproducir la voz que usaba en sus reportajes.
—¡Atención! ¡Atención! Aquí Jonás Berglund, el hombre de las dos caras. ¡Uáaaa…!
Intentaba meter miedo. Pero ¿de dónde venía la voz? ¿Dónde se escondía? La voz venía de abajo.
—Perdona un momento —le dijo Annika—. Jonás está en el pasillo. Voy a abrirle.
Pero David le contestó que Jonás estaba fuera, delante de la ventana, no en el pasillo.
Annika dejó el auricular y fue hacia la ventana para asegurarse. Oía la voz de Jonás, pero no lo veía por ningún sitio.
—¡Jonás deja ya de hacer tonterías, haz el favor de venir!
Lo llamó con la ventana abierta. De repente descubrió la presencia de un objeto raro que estaba fuertemente atado a un clavo de la ventana.
—¡Estoy aquí! ¡Uáaaaa! —la voz de Jonás salía de aquel objeto.
—¡Ah, granuja!
Annika fue al teléfono y cogió otra vez el auricular. También en él sonaba la voz de Jonás. Y sonaba estremecedora, igual que la de un fantasma. Finalmente oyó también a David, riéndose en el teléfono.
—David, ¿qué pasa? ¿Qué estáis tramando? —y le contó lo del extraño objeto que había fuera, en la ventana, y del que salía la voz de Jonás.
—Sí, lo sé —le dijo David—. Jonás está aquí conmigo y tiene un walkie-talkie.
—¿De dónde lo ha sacado?
—Uno, que tiene amigos… —dijo Jonás, ya con su voz normal—. Me lo prestó Elg Jane. Lo necesitamos para tener mayor movilidad y permanecer en contacto con el cuartel general, en el cuarto de verano.
Jonás estaba entusiasmado. Quería enseñarles inmediatamente cómo funcionaba y hacer una demostración. David y Annika se trasladaron a la quinta Selanderschen, subieron al cuarto de verano y esperaron. Mientras Jonás andaba de un lado a otro, por las cercanías, Annika se colocó con el walkie-talkie en la ventana, a la espera.
De repente sonó la voz de Jonás:
—Jonás Berglund llamando a Annika Berglund. Corto.
—Si, aquí Annika Berglund.
—¿Has terminado de hablar? Corto.
—¿Qué quieres decir?
—¡Que si quieres decir algo más! Corto.
—¿Qué quieres que diga? ¿Por qué dices siempre, al final, que cortas?
—Digo «corto» para que sepas que he terminado de hablar. Lo tienes que hacer tú también, cuando hayas terminado.
—¡Ah, bueno! Entonces, ¡corto!
—Me encuentro a unos doscientos metros de la quinta Selanderschen y la calidad del sonido es buena ¿Me oyes bien? Corto.
—Se te oye bien. Corto.
—¿Sin novedad en el cuartel central? Corto.
—Si, todo va bien. Corto.
—De acuerdo, me pondré en comunicación desde otro lado, para una nueva prueba. ¡Final de Jonás Berglund!
La voz de Jonás desapareció y Annika apretó el botón de reproducir.
—Demasiado bromista este Jonás. De todas maneras llegará a ser un buen reportero —dijo a David.
—¿Jonás? Si, es un verdadero talento —dijo David, riéndose.
Annika tenía delante, sobre la mesa, el estuche y empezó a ojear las cartas.
—Empiezo a sentirme muy cerca de estas personas —dijo—. Casi tengo la sensación de conocerlas. No puedo creer que nos separen más de doscientos años. Esta mañana lo pensaba cuando copiaba la carta de David.
—Querrás decir la carta de Andreas…
—Si, claro —respondió Annika algo azorada.
—Pero has dicho de David —David la miró, pero esquivó rápidamente la mirada.
«Se había confundido —explicó—, porque había sido David el que había leído en la cinta la carta de Andreas».
—Me identifico con Andreas cuando las leo —dijo David.
—Y yo tengo la sensación de ser Emilie…
—¡Querrás decir, Magdalena! Son las cartas de Magdalena las que lees, no las de Emilie.
Pero Annika negaba con la cabeza. ¡Esta vez no se había confundido!
Por un momento reinó silencio en el cuarto de verano. Después explicó David que a él, lo que más le conmovían eran los pensamientos de Andreas.
—Ya me he dado cuenta —dijo Annika suspirando imperceptiblemente—. Créeme que lo he notado.
Miró al estuche. Suspiros que no se oyen se sienten a veces en el ambiente, pero David no notaba nada; o, en todo caso, lo disimulaba. Prosiguió:
—Andreas Wiik afirma en alguna parte que todas las plantas están en relación con un alma universal que todos los seres tienen en común.
—¿Se refiere a eso cuando dice que todos los seres vivos están muy relacionados entre sí?
—Sí. Y también opina que todos los vivientes pueden comunicarse a través de esa alma común que todos poseemos. Podrían entenderse entre sí las plantas y los hombres si fuéramos suficientemente sensibles. Tenemos que aprender a ver y oír con todos los sentidos. Seguramente tenemos más sentidos de los que conocemos. Sentidos que anteriormente estuvieron desarrollados, pero que con el paso del tiempo se han atrofiado, e incluso han desaparecido al no ser utilizados.
—¿Te refieres a un sexto sentido? —le preguntó Annika.
—Si, o a un séptimo, o como quieras llamarlo. Sentido del alma lo llama Andreas.
—Hermosos pensamientos —dijo Annika.
—Sí, hermosos pensamientos —repitió David—. Me gustaría saber si los tiempos que vivimos serán capaces de comprender tales pensamientos.
Annika creía que no, pero David le explicó que en algunos libros actuales había encontrado reflexiones parecidas.
—Pero, que los pensamientos estén en los libros y sean leídos no significa que el tiempo esté maduro ya para ellos —le dijo Annika. Y David estuvo de acuerdo.
En ese momento sonó de nuevo la entusiasta voz de Jonás a través del walkie-talkie:
—Aquí, Jonás Berglund llamando al cuartel general. Corto.
—¿Qué pasa? Corto —le contestó Annika.
—Permaneced a la escucha. ¿Funciona bien la conexión? Corto.
—Se te oye bien. Corto.
—Jonás Berglund, hablando desde su nuevo puesto de observación, al fondo de la quinta Selanderschen, junto a la carretera. ¡Escuchad atentamente! Venía yo tan tranquilo, a pie, por el fondo de la finca, cuando, de pronto, he visto un coche aparcado en el jardín. Es un Peugeot azul metalizado, diésel, modelo antiguo, matrícula CSL-trescientos veintinueve. El coche está con el motor en marcha. Corto.
Se quedaron callados y Annika oyó el ruido del motor en la lejanía.
—Si, oigo el motor. Corto.
—Yo, Jonás Berglund, estoy escondido dentro de un espeso arbusto, a unos diez metros del coche, y lo vigilo. Un hombre de aspecto misterioso está sentado dentro. Aguardo instrucciones. Corto.
—Espera un momento, Jonás —Annika se volvió hacia David—. Este Jonás ve en cada arbusto algo sospechoso. ¿Qué podemos hacer?
—Decirle que se venga, en vez de estar dando vueltas por ahí —le susurró.
—De acuerdo. Jonás, deja de vigilar a ese tío y ven ya. Corto.
Oyeron un bufido de protesta y después la voz del reportero:
—¡Me quedo a pesar de las instrucciones! Mantened la escucha. Corto.
—¡Entonces no digas que esperas instrucciones si después vas a hacer lo contrario! —le gritó Annika—. ¡Corto!
Pero Jonás ya no la escuchaba. Algo estaba sucediendo, e informaba con voz excitada:
—¡Atención! El tipo del coche ha cogido unos prismáticos y está mirando hacia la quinta Selanderschen. Tenéis que esconderos. ¡Si tenéis la luz encendida, apagadla inmediatamente! Repito: ¡César, Susana, Luis, tres, dos, nueve! ¡Fin!
Annika no sabía lo que debía contestar. Se quedó de pie. Se oyó un crujido. Seguramente, Jonás tomándose una pastilla de regaliz.
Por fin, Jonás se puso en comunicación otra vez e informó que el hombre llevaba sombrero. Después de esto se oyó un ruido de motor; luego, Jonás informó:
—Atención, ahora se va. Corto.
—¡De acuerdo! ¡Sube ahora mismo Jonás! ¡Corto!
—Jonás Berglund regresa al cuartel general tras las correspondientes instrucciones. Corto y cierro.
No pasó mucho tiempo antes de que oyeran a Jonás subir a gran velocidad las escaleras. Apenas respiraba, de lo excitado que venía.
—¡Supersospechoso! ¡Tenías que haberlo visto!
—¿Qué aspecto tenía?
—No sé. Bueno, sí, llevaba un sombrero.
—¿Y sólo con eso puedes asegurar que…?
Annika parecía indignada, pero Jonás no le hacía caso.
—¡Ese tipo…, el coche…, los prismáticos…, todo era sospechoso! ¿O acaso es normal y corriente que alguien mire por todas partes con unos prismáticos desde un coche? En fin…, bueno, ¿dónde tenéis el número de la matrícula del coche?
Annika y David se quedaron cortados: ¡no lo habían apuntado! Jonás les lanzó una mirada llena de indignación y gritó furioso:
—¿Así que ni lo habéis escrito? ¡Es increíble! ¡Yo, tirado por el suelo, con gran peligro de mi vida, y vosotros aquí, sentados, perdiendo el tiempo! ¿Acaso creéis que os di la matrícula del coche para divertiros? ¡Sois unos inútiles! ¡Yo tengo que hacerlo todo!
Jonás estaba abatido. ¡Qué ayudantes tenía…!
David y Annika no sabían qué decir. De repente, David se acordó:
—Oye, aparte de esto, Jonás, he hablado con Julia. Llamó y le pregunté si no sería posible que se hubiera confundido de número al marcar, cuando alguien le colgó el aparato. Pero dijo que estaba segura de que no. Fue una voz de hombre la que le contestó desde aquí, y en cuanto la oyó colgó el teléfono. Y cuando, a continuación, ella llamó otra vez, nadie le contestó.
Jonás se indignó de nuevo. ¡Era el colmo! ¡Una novedad tan importante, una novedad que tenían que habérsela comunicado inmediatamente, y no la habían mencionado hasta ahora! Aquello confirmaba las suposiciones de Jonás: a pesar de las apariencias, sus dos compañeros no entendían nada. ¡Pertenecían a ese tipo de débiles mentales que no saben ni apuntar una matrícula! ¡A pesar de haberla repetido él varias veces!
Lo peor era que no merecía la pena discutir con ellos. Sólo le quedaba tragarse su rabia. Sacó una pastilla de regaliz y se puso a masticarla encolerizado, lo que daba a entender claramente que las pequeñas células grises del cerebro de Jonás Berglund estaban trabajando activamente.