16. SINFONOLAS HUMANAS

La costumbre de hablar a todas horas sin ton ni son es indicio de deficiencia mental.

—WALTER BAGEHOT

La lengua es la estructura más móvil del cuerpo humano.

—WENDELL JOHNSON

Más de un conferenciante y clérigo práctico ha descubierto el principio de que, cuando alguna persona del auditorio le hace una pregunta que no sabe cómo contestar, lo mejor es empezar a soltar una sarta de fonemas y locuciones sin sentido, porque son pocos los que caen en la cuenta de que la pregunta sigue sin contestar. Unas veces adrede, y otras sin querer, las palabras sirven de cortinas de humo para disimular la ignorancia.

Cuando, hace tiempo, el gobernador de Wisconsin obligó a dimitir al entonces rector de la Universidad del estado, todos los periódicos discutieron acaloradamente el caso. El autor de estas lineas daba entonces clases en dicho centro docente, y la gente conocida y desconocida le preguntaba: “Pero, doctor, ¿qué pasa en Madison? Todo es politiquería, ¿no?” Nunca logré averiguar eso de “politiquería”, pero contestaba evasivamente: “Sí, así lo creo”. Casi siempre el curioso se quedaba tan satisfecho, comentando: “Ya decía yo…” En una palabra: “politiquería” era un vocablo que venía como anillo al dedo en aquella situación, sin que nadie preguntase si el gobernador había abusado de sus poderes políticos o se había extralimitado.

La orientación intencional

En capítulos anteriores hemos analizado ciertos tipos de valoración equivocada, que podemos sintetizar aquí con la expresión de orientación intencional, o sea, el hábito de guiarnos únicamente por las palabras, no por los hechos a que debieran conducirnos las palabras. Sin querer, damos por supuesto que cuando hay profesores, escritores, políticos u otros individuos indudablemente responsables que abren la boca, es para decir algo interesante. Y cuando somos nosotros quienes la abrimos, lo damos más por supuesto todavía. Como dice Wendell Johnson: “Cada uno es su oyente más interesado y apasionado”. Consecuencia de este no distinguir entre expresiones con sentido y sin sentido, es que van acumulándose los “mapas” sin “territorio” al que correspondan. Y a lo largo de nuestra vida, podemos archivar sistemas enteros de sonidos sin significado, muy ajenos y sin relación alguna con la realidad.

Bajo el título de “orientación intencional” pueden cobijarse multitud de errores concretos, ya indicados: la ignorancia de los contextos, la tendencia a las reacciones automáticas, la confusión de los niveles de abstracción (tomando por realidad la idea que tenemos en la cabeza), advertir las semejanzas y no las diferencias, explicar las palabras con definiciones, o sea, con más palabras. Cuando nuestra orientación es intencional, “capitalistas”, “burócratas” y “líderes obreristas” son lo que decimos que son. La gente de los países comunistas tiene que ser desgraciada porque está gobernada por comunistas, y los comunistas intencionales piensan lo mismo de los que viven en países capitalistas. Los ateos son forzosamente individuos inmorales, porque sin Dios no hay motivo para proceder bien, y los políticos son todos politicastros; es decir: viven de sucios juegos políticos.

La verborrea

La gente llama “beaturrón” al que reza mucho y va mucho a la iglesia. Sin embargo, intencionalmente esta palabra significa una cosa muy distinta de sus connotaciones extensionales. Quiere decir hombre que reza mucho y es aficionado a ir a la iglesia, pero no indica que sean un buen cristiano, que cumpla con los deberes de fidelidad a su esposa y a su hogar, siendo bueno con sus hijos, honrado en los negocios, sobrio en su vida, etc. En cambio, si por “beaturrón” entendemos “buen cristiano”, hablamos dilemáticamente: los que no lo sean no tendrán estas cualidades.

Por tanto, podemos crear verbalmente con nuestras orientaciones intencionales todo un sistema de valores, clasificando a los hombres en ovejas y cabritos, según la parábola de Jesús, unos a la derecha y otros a la izquierda. Es decir: de connotación en connotación podemos seguir hasta el infinito. Como el mapa es independiente de todo territorio, podemos añadirle montañas y más montañas, ríos y más ríos, enhebrando sermones, prédicas, ensayos, libros y hasta sistemas filosóficos en torno a una sola palabra.

No hay manera de detener el proceso, porque una palabra tira de la otra en verborrea interminable. Así es como muchos oradores, periodistas, charlatanes, políticos y sacamuelas de secundaria son capaces de hilvanar una perorata sobre cualquier tema en un santiamén. Muchos cursos sobre “desarrollo de la personalidad” o “venta dinámica comercial”, y algunos sobre castellano y redacción, no son sino didáctica barata de esta técnica de charlar y charlar por los codos en tono solemne, sin tener nada que decir.

Esta manera de hablar, producto de la orientación intencional, puede llamarse circular, porque, como todas las conclusiones posibles están ya contenidas en las connotaciones de la palabra, hay que volver al punto de partida por muchas vueltas que le demos. En realidad, ni siquiera nos hemos alejado del punto de partida. Claro está, en cuanto nos enfrentamos con un hecho tenemos que callar o poner otro disco. Por eso es de tan mal gusto sacar a relucir datos concretos en las reuniones y conversaciones: se echa a perder la fiesta[1].

Ahora bien; supongamos que los beaturrones 1, 2, 3, etc., son gente irreprochable, pero que el 17 resulta ser infiel a su mujer y amante de lo ajeno. Algunas personas no le entienden y se desorientan: ¿cómo puede un rezador ser al mismo tiempo un bribón? Incapaces de separar los valores intencionales de los extensionales cuando se pronuncia la palabra “beaturrón” o “rezador”, tienen que aceptar una de estas tres absurdas conclusiones:

  1. “Este es un caso excepcional”. Con lo cual quiere decirse que no por eso debe cambiarse la idea que uno tenga de los que rezan mucho, los cuales seguirán siendo buenas personas, por muchas excepciones que haya.
  2. “Bueno, no es un hombre tan perverso. ¡No puede serlo!” Es decir: se niegan los hechos para no tener que admitir sus consecuencias.
  3. “Ya no se puede creer en nada. ¡ No voy a fiarme más en mi vida de ningún beaturrón!”

Quizá la consecuencia más grave de la orientación intencional sea una complacencia infundada, a la que puede seguir fácilmente el desengaño. Y, como hemos visto, todos tenemos orientaciones intencionales respecto de algo. En el decenio de 1930, el Gobierno federal norteamericano creó, para remediar el paro, la llamada Works Progress Administration, organismo que contrataba a hombres y mujeres, cuyos servicios se empleaban en proyectos y obras públicas. Estos empleos eran vistos con desprecio por los enemigos de dicho organismo, quienes creían que las “obras verdaderas” eran las de la industria privada, que entonces estaba en crisis. Y acabaron por decir en tono tolerante que “los trabajadores de la WPA no trabajaban realmente”. A tal grado llega la autointoxicación verbal que muchos de los que así se expresaban pasaban diariamente ante brigadas enteras de obreros de la WPA, bregando afanosamente en la construcción de puentes y carreteras, y seguían afirmando con toda sinceridad: “Todavía no he visto que trabaje decentemente un obrero de la WPA”. Otro ejemplo de esta ceguera inducida por las palabras, es la opinión que se tiene de las mujeres conductoras de vehículos. Hay centenares y millares de coches manejados impecablemente por mujeres, lo cual no es obstáculo para que muchos hombres aseguren completamente convencidos: “No he visto en mi vida una mujer que sepa llevar un coche”. Por definición, conducir es cosa de hombres, y las mujeres son tímidas, nerviosas, asustadizas, por lo cual no valen para el volante. Si quienes así hablan conocen a mujeres que vienen conduciendo sus autos desde hace muchos años sin percance alguno, dicen que es casualidad, o que no “manejan” como mujeres[2].

Lo que queremos hacer resaltar en estos ejemplos es que las actitudes descritas no son producto de la ignorancia, porque la ignorancia genuina no adopta actitudes, sino de un falso conocimiento, al cual contribuimos en parte con nuestra confusión de niveles de abstracción y con otros errores de valoración, a los cuales nos hemos referido en capítulos anteriores. Pero gran parte de ello se debe sencillamente a nuestro hábito universal de hablar demasiado.

Realmente, son muchos los que se mueven eternamente dentro de un círculo vicioso. Con su orientación intencional, charlan por los codos, y esta misma verborrea intensifica su orientación intencional. Funcionan automáticamente, como las sinfonolas: se les pone una moneda en la ranura, y ya está: rompen a charlar. No es extraño que haya tanta gente que eche la lengua a pacer, como dice el viejo refrán, no sólo contra las mujeres al volante, los judíos, los capitalistas, los banqueros, los comunistas y los sindicalistas, sino a propósito también de sus problemas personales, de su madre, de sus parientes, dinero, éxito, fracaso, simpatía… y, sobre todo, de “amor” y “sexo”.

La publicidad y la orientación intencional

Entre las fuerzas de nuestra cultura que contribuyen a la orientación intencional, la publicidad es una de las más importantes. Su principal objeto, anunciar productos, precios, nuevos inventos o ventas especiales, tiene que lograrse a base de información concreta sobre ellos, cosa que nos parece muy bien. Pero es el caso que, en los anuncios de carácter nacional dirigidos al consumidor, rara vez son informativas las técnicas de la persuasión. Cómo dijimos en el capítulo anterior, lo que se proponen por encima de todo es poetizar los objetos que quieren vender, con nombres sugestivos o epítetos pictóricos de connotaciones afectivas, en las cuales vayan sugerencias relativas a la salud, riqueza, atractivo para el otro sexo, prestigio social, ventura familiar, moda, elegancia, etc. Así se van creando orientaciones intencionales hacia nombres sugestivos:

Si quiere usted ser amada apasionadamente, pruebe este exquisito perfume… ¡Es irresistible! ¡Es femenino! ¡Es fascinador!… No hay efluvios tan finos como los de este aroma enervante… Es la fragancia que adoran los hombres. Frótese el cuerpo suavemente todos los días con este etéreo perfume… ¡Todos sus sentidos se estremecerán de delicia a su contacto! ¡Irá usted irradiando por todas partes un aura celeste!

Además, los anunciadores estimulan los hábitos mentales intencionales con superlativos abundantes y partículas hiperbólicas, como “súper”, “extra”, etc., sin escatimar apreciaciones lexicológicamente discutibles, cursis o delicuescentes.

Otra manera hábil de estimular con los anuncios los hábitos intencionales, es multiplicar frases hechas sobre cualquier cosa, aunque puedan aplicarse lo mismo a cualquier otro producto de la competencia: “Nuestros envases son de cristal” (como los de cualquier otra cerveza), “purifica la dentadura” (como cualquier otro dentífrico), “acaba con el mal olor” (como cualquier otro desodorante[3]).

Cuando el hipnotismo verbal de los anuncios provoca estas orientaciones intencionales, lavarse con determinado jabón o limpiarse la dentadura con determinado dentífrico se convierte en nuestra mente en una experiencia refrescante y venusina. Los cigarrillos de tal o cual marca dejan sabores de néctar en nuestro paladar y hasta la aspirina es una manera de gozar los deleites de la vida. Se nos venden paraísos de ensueño en cada, frasco de aceite de ricino y gustos de elegancia suprema en cada escoba para el suelo.

Como se ve, la publicidad se ha convertido principalmente en el arte de saturarnos con connotaciones afectivas agradables. Cuando el consumidor solicita que, para no dejarse arrastrar por la sugestión de las marcas, ciertos productos lleven etiquetas informativas y el marbete clasificador del Gobierno, la industria de la publicidad pone el grito en el cielo por “la interferencia gubernamental en los negocios[4]”. Y, sin embargo, las firmas mercantiles, tanto al por mayor como al por menor, se guían en sus compras por las normas establecidas gubernamentalniente.

En otras palabras: muchos anunciadores prefieren que sigamos automáticamente nuestras reacciones a las marcas, sin fijarnos en los méritos de sus productos. Eso se debe en buena parte a la mecánica moderna de la distribución al por menor. Por ejemplo: los comestibles suelen comprarse en supermercados, donde el ama de casa tiene que escoger entre enormes cantidades de artículos envasados, sin que ningún empleado le explique las ventajas de cada marca. Así que ya tiene hecha la elección antes de salir de compras, influida por la repetición machacona por radio y televisión de los títulos comerciales, sin pensar más.

Lo último que desean la mayor parte de los comerciantes es que se hagan las compras pensando, porque, una vez que el comprador tiene metida determinada marca en la cabeza, es pan comido para ellos, quienes pueden hacerlo víctima de trucos como disminuir legalmente el peso de la mercancía, el cual, desde luego, consta en letras microscópicas en alguna parte diminuta del envase[5].

En los últimos años, la publicidad ha alcanzado un alto nivel de abstracción, porque ya no se anuncian sólo productos concretos, sino que se hace publicidad del anuncio en sí, cada día más. Se da por supuesto que cuando se nos mete en la cabeza una marca, el producto tiene que ser bueno. No puede imaginarse una más equivocada.

A veces parecen incompaginables los fines que se proponen el anunciante y el pedagogo. Cuando éste dice: “Sepa lo que compra”, se refiere a que hay que comprar para satisfacer las propias necesidades y después de enterarse bien de los méritos del producto. Pero cuando lo dice el anunciador, significa: “¡Compre nuestro producto, aunque no lo necesite y a ciegas, porque le valdrá para todo!” El primero quiere que pensemos; el segundo, que compremos al buen tuntún.

Sin embargo, creemos que este conflicto entre ambos puede arreglarse. Cuando la publicidad es informativa, ingeniosa, educativa y con imaginación, puede desempeñar su función comercial y contribuir a nuestra satisfacción en la vida, sin hacemos esclavos de la tiranía de las palabras afectivas. Pero si, por lo contrario, quieren venderse los productos a base de connotaciones afectivas, el anuncio intensifica más las orientaciones intencionales, ya de por sí profundas, que predominan en la masa del público. El esquizofrénico atribuye más realidad a las palabras, a las fantasías, al soñar despierto y a los “mundos privados”, que a los valores objetivos que lo rodean. Creemos que es posible una publicidad eficaz sin agravar más todavía nuestra verbomanía habitual. ¿No les parece?

Enseñanza superior, jerga culta y garrulería científica

La cultura mal entendida contribuye también tremendamente a nuestras orientaciones intencionales. Hay gente que cree que la cultura consiste principalmente en dominar un vocabulario interesante (al cual pertenecería también la expresión “orientación intencional”), sin que se les dé un ardite lo que ese vocabulario significa.

Para aprender, los estudiantes tienen que leer muchos libros difíciles, algunos de ellos particularmente confusos por su terminología extraordinariamente complicada. Y se preguntan si no sería posible escribir libros más claros.

Se puede contestar a esto con dos razones. La primera es que la dificultad de algunas obras, de química o economía, por ejemplo, radica en lo abstruso de sus ideas, que requieren determinada formación teórica en el lector. Pero hay otro motivo de la dificultad de algunos libros: su vocabulario.

El léxico culto tiene la función de dar expresión a las ideas por difíciles que sean, y además, la función social de dar importancia y prestigio al que lo emplea. (“¡ Cuánto debe de saber este individuo! No le entiendo ni palabra”). Puede asegurarse en general que, cuando la función social del léxico culto se impone a la comunicativa, o sea, a la de dar expresión a las ideas, la comunicación se deteriora y la jerigonza o germanía verbal aumenta. Así lo confirma el pasaje siguiente de uno de los últimos números del American Journal of Sociology:

Los objetivos de toda organización formal, reflejados en el sistema de diferenciación funcional, dan por resultado un tipo distintivo de la diferenciación de actividades. Y, a su vez, la diferenciación de actividades, lo mismo si se consideran jerárquica que horizontalmente, conduce al “pensar perspectivístico”, como dijera Mannheim; o sea: el pertenecer a una categoría particular induce un conjunto peculiar de percepciones, actitudes y valores. En cualquier organización, como en la sociedad en general, los miembros de determinada categoría tienden a dedicarse a metas y tareas subordinadas, dedicación que pudiera ser “disfuncional” desde el punto de vista de los objetivos generales de la organización. En otras palabras: “el pensar perspectivístico” puede obstaculizar la coordinación de los esfuerzos conducentes a la realización de los objetivos generales de la organización, produciendo así presiones orgánicas para garantizar niveles adecuados de eficiencia.

En este pintoresco pasaje, lo único que dice el autor es que, en toda organización formal, los miembros desarrollan distintas actividades; que a veces la gente se entrega tan exclusivamente a sus tareas especiales, que estorba la realización de los fines generales de la misma; y por tanto, que ésta tiene que frenarlos en aras de los fines generales. Lo único que está claro en este párrafo es que su autor es un pozo de ciencia tan hondo que ni le importa ser entendido. Y los pobres estudiantes tienen que hacer frente a lo abstruso de sus ideas y a la maraña de su exposición confusa.

Pero, por lo menos, puede descifrarse lo que intenta decir. En cambio, hay autores cuyos conceptos el estudiante casi no puede desentrañar, por lo menos con visos de acierto. Por ejemplo:

El ser que existe es el hombre. Sólo el hombre existe. Las piedras son, pero no existen. Los árboles son, pero no existen. Los caballos son, pero no existen. Los ángeles son, pero no existen. Dios es, pero no existe. La proposición, “sólo el hombre existe”, no quiere decir, ni mucho menos, que sea el único ser real y que todos los demás son irreales, y meras apariencias o ideas humanas. La proposición, “el hombre existe”, significa: el hombre es el ser cuyo Ser se distingue por el estar manifiesto, por el estar incluido en la inocultabilidad del Ser, desde el Ser, en el Ser. La naturaleza existencial del hombre es el motivo de que no pueda representar las cosas como tales, y de que pueda ser consciente de ellas. Toda conciencia presupone la existencia estáticamente entendida como essentia del hombre; y essentia significa aquello por lo cual el hombre está presente en tanto que hombre. Pero la conciencia no crea la apertura de los seres, ni es la que hace posible que el hombre esté abierto a los seres. ¿Adónde y de dónde y en qué dimensión libre podría moverse la intencionalidad de la conciencia, si, sobre todo, la existencia no constituyese la esencia del hombre[6]?

Hemos puesto dos ejemplos nada más entre los numerosos que podrían seleccionarse, del tipo de obras abstrusas que tiene que estudiar todos los días el alumno universitario, principalmente. A veces, el mismo profesor, quien suponemos está versado en las tareas que asigna a sus discípulos, habla en los mismos elevados planos de abstracción en sus clases, y el estudiante se queda a la luna de Valencia, aun después de terminado el curso. ¿Qué consecuencia saca en limpio? Pues, sin duda alguna, se queda con la impresión de que la sencillez y claridad de estilo no lo llevarán a ninguna parte en su vida intelectual, y que la idea más chabacana adquirirá bordoncillos académicos si se expresa en un galimatías verbal incomprensible.

Quizá el estudiante confunda los símbolos de la cultura o de la sabiduría, es decir, la terminología gárrula, con la sabiduría misma, incurriendo en el error que tanto hemos tratado de desarraigar en este libro. Y al no ser capaz de entender los libros que estudia, y echándose de ello la culpa, aprende de carretilla las tareas que se le asignan hasta familiarizarse con la jerga científica, porque, sin contenido, ya no puede llamarse vocabulario, y da gallarda muestra de su bachillería verborreica en el examen escrito final. Si el maestro no es muy avisado, a lo mejor se traga el anzuelo y aprueba al charlatán.

APLICACIONES

Como este capítulo se presta a interpretaciones erróneas, no estaría mal que el lector calificase las afirmaciones siguientes de “verdaderas’ o “falsas”, entendiendo por verdaderas las que deja asentadas el autor en este capítulo, y por falsas las que no están en este caso. (Ver [contestación])

  1. “Orientación intencional” quiere decir que el que habla está lleno de buenas intenciones.
  2. La población de los países comunistas no es feliz porque está gobernada por comunistas.
  3. Para ser simpático y hacer amigos, es muy importante saber conversar fácilmente sobre cualquier tema.
  4. Lo más seguro es comprar siempre productos y marcas bien conocidos.
  5. Los anuncios de marcas comerciales deberían ser prohibidos por la ley, y todas las mercancías deberían ser clasificadas por el Gobierno.
  6. No hay que fiarse de los que rezan mucho, si está de por medio la mujer o el dinero del prójimo.
  7. No son compatibles los propósitos de la publicidad y los de la educación.

En los anuncios modernos no suele haber ya los errores y exageraciones de bulto, característicos de la publicidad de otros tiempos. Pero es muy común la que pretende dar información sobre un producto, sin darla de hecho. Ejemplo de ello es la que pudiéramos llamar “comparación no comparativa”; es decir: sin “término de comparación”, como se decía en la retórica y en la filosofía clásica: “Coca-Cola grande refresca mejor”, “Mejor Mejora Mejoral”… Sí, pero ¿mejor que qué?

Lo mismo ocurre cuando, por ejemplo, se anuncia un remedio contra el catarro, que contiene “no uno, ni dos, ni tres, sino cuatro ingredientes tan preciosos para aliviar las molestias de un resfriado, que los médicos lo recetan a todas horas”. Hay camelos anunciadores, como el de determinado cosmético que “texturiza al limpiar”, o el cigarrillo “de sabor entero”, o la cerveza “de barril embotellada”… Tienen su chiste. Como el título del folleto sanitario de aquel charlatán que decía así: “Baños gratuitos a precios económicos”.

Redacte en lenguaje académico las siguientes sentencias:

  1. De tal palo tal astilla.

    EJEMPLO DE REDACCIÓN: Puede asegurarse más o menos que la descendencia se parece a los progenitores, o tiene tendencia a parecerse a ellos, en el aspecto exterior, en el sistema de actitudes, en la configuración caracteriológica, en las normas de conducta o en todas estas dimensiones de la estructura de la personalidad.

  2. Ve despacio, que tengo prisa.
  3. Va a la iglesia para lucir sus vestidos, nada más.
  4. Agua que no has de beber, déjala correr.

Algunos de los pasajes siguientes muestran una marcada orientación intencional (o sea, una tendencia a dejarse arrastrar por las palabras, propias o ajenas), y otros manifiestan una clara orientación extensional (o sea, preocupación por as cosas o hechos reales, representados por las palabras). Estúdielos y señale cuáles son principalmente intencionales y cuáles extensionales, alegando las razones de su distinción.

  1. Quizá el más glorioso discurso norteamericano de nuestro siglo sea el del general Douglas MacArthur ante el Congreso cuando volvió de Corea. Examine todos los demás, lea luego éste, y verá si tengo razón. Muchos hablan maravillosamente… pero un discurso verdaderamente grande requiere no sólo estilo grandilocuente, sino profunda sabiduría y verdad, un gran corazón, un gran hombre y un gran momento…

    El general MacArthur escribió esta alocución mientras volaba a bordo del “Bataan” de San Francisco a Washington… y de su puño y letra, como, según dicen, escribió Lincoln la Alocución de Gettysburg en un sobre a bordo del tren que lo llevaba hacia la inmortalidad. Pudo redactarlo porque entendía de qué hablaba. Expresaba la verdad porque la sabía… Este orador hizo un gran llamamiento a la libertad. Estaba rodeado de sucesos tristes y espantables. Este hombre recordó a sus paisanos algo que era menester tener presente: que todos los hombres que tomaron parte en esta guerra eran hombres nuestros, hombres que ennoblecen los enhiestos y escarpados murallones coreanos… y mueren allí todos los días.

    En sus palabras había una profecía tan reveladora como un fanal de luz… había esperanza: la de que íbamos a vivir en un mundo del que podemos sentimos orgullosos los norteamericanos… En estas palabras había historia que resonaba como una vieja campana solemne: la poderosa advertencia de que los poderosos Estados Unidos, una vez entregados a esta guerra trascendental, no deben dejarla estancarse…

    El discurso duró sólo 30 minutos. Contenía 3,074 palabras.

    HENRY J. TAYLOR, News, de San Francisco

  2. Pero ¿qué son las facultades? Hablamos de las facultades como si fuesen algo distinto y separable; como si el entendimiento, la imaginación, la fantasía, etc., se tuviesen igual que se tienen las manos, los pies y los brazos. Este es un error capital. También oímos hablar de las naturalezas “moral” e “intelectual” del hombre, como si fuesen divisibles y estuviesen separadas. Las necesidades del lenguaje no prescriben quizá esas formas de expresión; ya sé que tenemos que hablar así, si queremos hablar. Pero las palabras no deben adquirir para nosotros la dureza de las cosas. Creo que nuestra idea de esto está radicalmente falsificada en su mayor parte por eso. Debemos saber además, y no olvidarlo nunca, que estas divisiones no son en el fondo más que nombres; que la naturaleza espiritual del hombre, la fuerza vital que mora en él, es esencialmente una e indivisible; que lo que llamamos imaginación, fantasía, entendimiento, etc., no son sino figuras distintas del mismo poder de penetración, indisolublemente unidas entre sí y fisonómicamente relacionadas; que si conocemos una de ellas, podemos conocerlas todas.

    THOMAS CARLYLE., Heroes and Hero Worship

  3. Durante las dos horas de Clase se trató de llegar a un acuerdo sobre el significado genuino de la palabra “paz”. Al comenzar la clase, todos los asistentes creían saberlo; pero cuando terminó, ya nadie estaba seguro. ¿Es la paz únicamente la ausencia de todo conflicto armado? Entonces, la esclavitud sena paz. ¿Es la ausencia de conflicto “físico”? Entonces, ¿qué decir de la guerra sicológica, que subyuga a un pueblo sin disparar un solo tiro?

    ¿Puede haber paz sin justicia? ¿Sin gobierno? ¿Sin amor? ¿Sin religión? ¿Podrá haber paz entre naciones que no acatan una autoridad común, o será sólo una tregua precaria? ¿Está la selva virgen en paz cuando los animales no luchan, o siempre está en un estado de guerra potencial?…

    —SIDNEY J. HARRIS, Daily News, de Chicago

  4. He aquí una pregunta que se formuló para hombres solos: ¿Qué es lo que más le molesta, a usted de las mujeres al volante? Un cartero: Lo peor es que nunca sabe uno lo que van a hacer. Cuando saca una mujer la mano, de lo único que puede estar uno seguro es de que el cristal está bajado… Un camionero: La mayoría son demasiado nerviosas. Frenan demasiadas veces de repente. Apartan los ojos de la carretera. Si va otra mujer en el coche, es más importante charlar que conducir. Un empleado de cierta compañía de transportes: … Parece que siempre tiene prisa. Se pasa una hora acicalándose, y luego quiere romper la barrera del sonido para llegar adonde va… Un inversionista retirado: O no conocen los reglamentos, o son de lo más desconsiderado… Un almacenista: De una cosa puede usted estar seguro: de que en la marcha atrás se arman un lío. No sé por qué será, pero se vuelven tarumba al dar marcha atrás. Un empleado de oficina: Las mujeres son incapaces de adaptarse a una situación extraña. Se asustan a lo loco… Un ingeniero cafetalero: No ceden el carril a nadie. Se meten en él y es suyo exclusivamente… Creen que el espejo retrovisor es para atusarse el pelo.

    Chronicle, de San Francisco

  5. La educación supone enseñanza. La enseñanza supone saber. El saber es la verdad. La verdad es en todas partes la misma; por eso la educación debe serlo también.

    ROBERT M. HUTCHINS, The Higher Education in America

  6. Pregunté a los maestros que enseñan el significado de la vida qué es felicidad. Y consulté con directivos famosos, que gobiernan el trabajo de millares de hombres.

    Todos menearon la cabeza y me sonrieron, como si les estuviera jugando una broma.

    Hasta que, una tarde de domingo, paseando a la orilla del río Desplaines, vi a un grupo de húngaros bajo los árboles, con sus mujeres e hijos, con un barril de cerveza y un acordeón.

    —CARL SANDBURO