Los que han pasado por la universidad, dijo el estudiante, saben más y, por tanto, son mejores jueces del pueblo. ¿Pero no está usted dando por supuesto, le pregunté, que la universidad no sólo enseña lo que solemos llamar “saber”, sino además lo que entendemos por “discreción” o “prudencia”? Oh, replicó, usted cree que de nada vale estudiar en un centro universitario.
—FRANGÍS P. CHISHOLM
En cuanto atribuimos a otro grupo categoría de enemigo, ya sabemos que no puede uno fiarse de él… que quienes lo integran son la maldad personificada. Y tergiversamos cuanto dicen para hacerlo encajar en nuestra idea.
—JEROME D. FRANK
Cuando decimos: “Hay que escuchar a las dos partes”, suponemos, sin más, que en toda cuestión hay dos partes, y sólo dos. Tendemos a pensar en plan de términos opuestos: lo que no es bueno tiene que ser forzosamente malo, y lo que no es malo es bueno. De niños, siempre preguntábamos si el rey tal o cual era bueno o malo. Las masas políticas consideran al mundo dividido entre buenos y malos, como en las películas del Oeste; entre derechistas o izquierdistas, rojos o conservadores. Otro tanto ocurre con los que no quieren creer en las naciones “neutralistas”: a la fuerza han de estar con nosotros o con los rusos. A esta propensión simplista a repartir el mundo en dos mitades opuestas, sin posición inedia alguna, la llamamos orientación dilemática.
En una situación de lucha física, esta orientación es inevitable y necesaria: todo se reduce, en el ardor del combate, a dos objetos: yo y el enemigo. Ayuda a esta actitud a rajatabla del mundo, la hipertensión cardiaca, la aceleración de la circulación sanguínea, la mayor tensión muscular y la descarga de hormonas de las glándulas suprarrenales en nuestra sangre, contrayendo nuestras arterias y haciendo más lento el fluir de la corriente sanguínea en caso de daño corporal. Esta capacidad para movilizar todos los recursos mentales y físicos individuales ante el peligro —que el fisiólogo Walter B. Cannon llamó mecanismo de lucha o huida— ha sido necesaria para la supervivencia de la raza humana a lo largo de la mayor parte de su historia, y probablemente sigue siéndolo.
Sin embargo, no valen para la vida en un alto nivel de desarrollo cultural los recursos primitivos del temor, del odio y de la ira. Aunque alguna vez sintamos deseos de arremeter contra nuestros contrincantes, y hasta de matarlos, casi siempre tenemos que contentarnos con ataques verbales: ponerles motes, criticarlos, acusarlos al jefe, elevar quejas y hasta, en casos raros, entablarles pleitos legales. Los insultos no quebrantan huesos ni hacen brotar la sangre por sí solos, por brutales que sean. De aquí que algunos individuos —sobre todos quienes pierden fácilmente los estribos y tardan en recuperar su temple y serenidad—, están sometidos a un estímulo excesivo casi constante, bajo la influencia de una concentración exagerada de adrenalina en su organismo. Para estos individuos, la orientación dilemática viene a constituir un modo de vida.
En el sistema político bipartidista norteamericano, como ha observado personalmente el autor de este libro, no se da ni un adarme de razón al adversario: el republicano no deja caer ni por descuido una alabanza para el demócrata, y viceversa. Se lo hice saber, extrañado, en cierta ocasión, a un candidato, el cual me contestó: “Entre nosotros, las delicadezas salen sobrando”.
Pero cuando las tradiciones (o falta de tradiciones) de una nación permiten a un partido político creerse tan bueno que no debe haber ningún otro, y ese partido llega al poder, declara que su filosofía es la manera oficial de pensar de toda la nación y que representa los intereses del pueblo en su totalidad. “El enemigo del partido nacional-socialista es enemigo de Alemania”, decían los nazis. Aunque sintiese uno gran afecto por Alemania, era perseguido si no estaba de acuerdo con el nacional-socialismo. En el sistema de partido único, la orientación dilemática se convierte en la actitud oficial nacional, en su forma más primitiva.
Como los nazis la hacían llegar a extremos de ridiculez y de barbarie, vale la pena estudiar desde nuestro punto de vista semántico algunas de las técnicas que desplegaron. Ante todo, la idea dilemática y exclusivista se repetía explícitamente una y mil veces:
Tiene que cesar absolutamente la discusión de los asuntos que afectan a nuestra existencia y a la de la nación. El que ose poner en tela de juicio la legalidad del nacional-socialismo será considerado traidor.
—HERR SAUCKEL, gobernador nazi de Turingia, 20 de junio de 1933
Todos son en Alemania nacional-socialistas: los pocos que no pertenecen al partido están locos o son idiotas.
—ADOLFO HITLER, en Klagenfurt, Austria, 4 de abril de 1938 (Citado por el Times, New York, 5 de abril de 1938).
Quien no emplee el saludo “Heil Hitler”, o lo emplee rara vez y de mala gana, es enemigo del Führer… El único saludo del pueblo alemán es “Heil Hitler”. Al que no lo emplee se le considerará extraño a la comunidad de la nación alemana.
—Los jefes del Frente del Trabajo en Sajonia, 5 de diciembre de 1937
Los nacional-socialistas dicen: Legalidad es lo que beneficia al pueblo alemán; ilegalidad es lo que le perjudica.
—DR. FRICK, Ministro del Interior
El que se oponía a Hitler era un judío, un degenerado, un decadente, o un “no ario”, el colmo de los insultos. En cambio el “ario” era por definición noble, virtuoso, heroico y glorioso. El valor, la disciplina, el honor, todo lo grande, era ario. Cuando encarecía algo a la gente, era para “responder a su tradición o patrimonio ario”.
A esta orientación dilemática se sometían las artes, los libros, el pueblo, la calistenia, las matemáticas, la física, los perros y los gatos, la arquitectura, la moral, la culinaria, la religión. Lo que Hitler aprobaba era ario; lo que reprobaba era enemigo de la raza aria y estaba dominado por los judíos.
Encarecemos que cada gallina ponga de 130 a 140 huevos al año. Este aumento no podrá conseguirse con las gallinas bastardas (no arias) que pueblan actualmente los corrales alemanes. Maten a estas indeseables y substitúyanlas…
—Agencia Informativa del Partido Nazi, 3 de abril de 1937
Podemos asegurar que el conejo no es un animal alemán, aunque sólo sea por su ridicula timidez. Es un inmigrante que goza de los privilegios de un huésped. En cambio, se observan indiscutiblemente en el león características fundamentales alemanas. Por eso, puede considerársele como un alemán en el extranjero.
—GENERAL LUDENDORFF, en Am Quell Deutscher Kraft
Respirar bien contribuye a adquirir mentalidad nacional heroica. Antiguamente el arte de respirar fue típico del verdadero arianismo, y conocido de todos los líderes arios… Pues que el pueblo vuelva a practicar la vieja sabiduría aria.
—WELTPOLITISCHE RUNDSCHAU, de Berlín, citado en La Nación
Las vacas o el ganado comprado directa o indirectamente a los judíos no deben pastar con el toro de la comunidad.
—El alcalde de la Comunidad de Koenigsdorf, Baviera Tegernseerzeitung, órgano del partido nazi, 1 de octubre de 1935
Heinrich Heme no puede entrar en ninguna colección de obras de poetas alemanes… Si rechazamos a Heine, no es porque creamos malos todos sus versos. El factor decisivo es que era judío. Por eso, no hay lugar para él en la literatura alemana.
—Schwarze Korps
Como los japoneses fueron amigos de la Alemania de Hitler antes y durante la segunda Guerra Mundial, se los clasificó como arios. Cuando Alemania esperaba, en determinada etapa de la guerra, que México se aliase con ella, el embajador alemán en esta nación anunció que los mexicanos pertenecían a la raza nórdica, que habían emigrado por el estrecho de Bering y avanzado hacia el Sur. Pero el mayor error de los nazis en cuestiones de clasificación fue el calificar de “no arias” ciertas teorías físicas de Albert Einstein, y confiscar a éste su propiedad, quitándole además su puesto y su ciudadanía. Bien lejos estaba Hitler de sospechar que esas teorías iban a tener consecuencias militares que rebasaban sus sueños más frenéticos.
La relación entre la orientación dilemática y la lucha se observa claramente en la historia del nazismo. Desde que Hitler subió al poder, estuvo diciendo al pueblo alemán que se hallaba rodeado de enemigos. Mucho antes de la segunda Guerra Mundial, arengó al pueblo alemán a proceder como si estuviese en guerra. Todos, hasta las mujeres y los niños, fueron obligados a prestar servicios de guerra de uno u otro tipo.
Y para mantener su espíritu belicoso sin enemigos exteriores, mantuvieron una constante lucha interior principalmente contra los judíos, pero también contra todos los desafectos al régimen nazi. La educación se puso al servicio de la guerra:
No existe el saber por el saber. La ciencia sólo puede ser el adiestramiento militar de nuestra mente en servicio de la nación. La universidad tiene que ser el campo de batalla para la organización del intelecto. ¡ Heil Adolfo Hitler y su Reich eterno!
—El rector de la Universidad de Jena
La misión de las universidades no es enseñar la ciencia objetiva, sino la militante, la belicosa, la heroica.
——DR DRIECK, director de las escuelas públicas de Mannheim[1]
La orientación oficial nacional-socialista profesó siempre la convicción dilemática de que o se es muy bueno o se es muy malo, sin términos medios: “El que no está con nosotros está contra nosotros”.
Las crueldades nazis con los judíos y otros “enemigos”, las ejecuciones en masa, las cámaras de gas, los experimentos científicos, las muertes por hambre y la vivisección practicada en los presos políticos, han parecido muchas veces increíbles al mundo; todavía son consideradas por muchos como patrañas antinazis.
Pero son creíbles para los que estudian las orientaciones dilemáticas. Si lo bueno es absolutamente bueno, y lo malo absolutamente malo, según la lógica primitiva de la posición dilemática, hay que exterminar al mal por todos los medios posibles: en consecuencia, es un deber moral asesinar sistemáticamente y a conciencia a los judíos. A juzgar por los hechos que se revelaron en los procesos de Nuremberg y por el de Eichmann, así fue como lo hicieron los nazis: sin ira ni espíritu de crueldad, como cuestión de deber nada más. Aldous Huxley ha dicho que la propaganda logra realizar a sangre fría lo que de otra manera habría que hacer con ferocidad. Y así ocurre, particularmente con la propaganda dilemática.
Para los rusos, el mundo está dividido en “socialistas materialistas, que aman la paz, son progresistas y científicos”, como ellos, es decir, los comunistas, y “burgueses reaccionarios, capitalistas imperialistas, ávidos de sangre y guerra”, como nosotros o cuantos no estén de acuerdo con ellos. Pero no suelen hablar como los nazis, de sangre, instinto y alma, sino que su ideología prefiere referirse a la “lucha de clases”, “realidad objetiva”, “necesidad histórica”, y a la “naturaleza de la explotación y del colonialismo capitalista”. En la Alemania nazi, la orientación dilemática se manifiesta a través de la oratoria mitinesca popular; pero en la Rusia comunista son los teorizantes, los filósofos y los intelectuales quienes más adoptan esta orientación.
Lenin hizo una arma política de la ideología de Carlos Marx, y el ardor combativo de su revolución ha sido desde entonces uno de los factores principales de la oratoria y programación comunista. Como ha dicho Anatol Rapoport, Lenin “tenía una intensa inclinación a considerar irreconciliables las diferencias de opiniones”.
Si alguien a quien él tuviese por enemigo expresaba un punto de vista aceptable para él, se empeñaba en demostrar que o era una veleta o tenía la cabeza a pájaros o estaba mintiendo (su explicación favorita). Si algún partidario suyo declaraba algo inaceptable para él, lo acusaba igualmente de poco seso, o bien decía que con el tiempo pasaría a la posición del enemigo. Como escribió Lenin: “Enreda una sola garra al pájaro y lo habrás atrapado… No puede eliminarse una idea fundamental, una parte importante de esta filosofía del marxismo (que es como un bloque de acero), sin abandonar la verdad objetiva, sin caer en la falsedad burguesa y reaccionaria[2]”.
En una palabra: o se acepta completamente a Lenin (o a quien lleve las riendas del partido) o es uno un proscrito.
Hay una curiosa preocupación por las etiquetas y los títulos en las polémicas marxistas; necesitan calificar con un epíteto la posición ideológica de un individuo o de una escuela. Para analizar la idea de un autor, una tendencia filosófica o una teoría científica, la crítica marxista tiene que decidir ante todo “qué es”. ¿Idealismo o materialismo? ¿Agnosticismo, charlatanismo burgués, fideísmo, formalismo, inmanentismo o revisionismo? ¿Será trotskismo, kautskismo, machismo, kantismo o berkeleianismo?… Algunos de estos ismos son buenos; otros, malos. Cuando los polemistas marxistas tildan a una doctrina de mala, arremeten furiosamente contra ella. Así, B. Bykhovsky aseveró en 1947 que “la filosofía semántica no era sino… neonominalismo”, que trataba de implantar otra vez el desacreditado “idealismo subjetivo”. Y aquí viene la andanada:
La chaladura semántica de la filosofía anglo-norteamericana es una de las pruebas de la descomposición y degeneración características de la filosofía idealista del imperialismo… Las muecas de los oscurantistas semánticos, es decir, la Noche de Walpurgis, se celebra en las tinieblas que invaden la vida espiritual de la burguesía moderna… Como todas las corrientes de la moderna filosofía idealista, el idealismo semántico es una arma espiritual del imperialismo en su lucha con las ideas progresistas de nuestro tiempo. Al envenenar la conciencia de los intelectuales con la ponzoña del escepticismo, del nihilismo y del agnosticismo científico, moral y político, los semánticos son los enemigos más malévolos de las ideas progresistas[3].
Ejemplo irónico del carácter dilemático del pensamiento soviético es la carrera de Stalin. Después de haber sido unido y de haber personificado la fuerza, la sabiduría y la virtud comunista, a su muerte fue acusado de crímenes innumerables, entre ellos de haber inventado el “culto a la personalidad” para engrandecerse y asegurar su poder personal. Las calles y las ciudades que recibieron su nombre lo perdieron para adquirir otro, y su cadáver fue retirado de su glorioso panteón para ser enterrado en la obscuridad. Por lo visto, la ideología oficial no encontró término medio entre el héroe glorioso y el villano.
La actual generación soviética no está consagrada, como la anterior, a crear un nuevo orden social. Triunfante la revolución, ya está de más el espíritu revolucionario, hasta el punto de que uno de los problemas de los directivos soviéticos es la apatía del público respecto a los lemas belicosos y las polémicas enardecidas de otros tiempos. Para galvanizarla, provocan crisis que unan al pueblo en la campaña contra las amenazas a la paz, técnica practicada también en otras partes del mundo. Hay indicios de que cada día es mayor el número de jóvenes que en lugar de reaccionar con fervor patriótico a esta propaganda, se aburren y asquean de ella.
Pero la ideología oficial continúa en plan tan dilemático como siempre. Maurice Hindus, que estudió durante muchos años el desarrollo de la Unión Soviética, da cuenta de esta entrevista con un profesor soviético de filosofía:
—¿Y si algún estudiante —le pregunté— pone en duda el valor del materialismo dialéctico?
—Debe tenerse presente —le contestó el profesor— que durante sus cinco años de universidad, nuestro estudiante recibe clases de materialismo dialéctico y otros temas relacionados con él. Además, el estudio de todas nuestras disciplinas está impregnado de esta filosofía. No hay posibilidad de que el estudiante la ponga en tela de juicio.
—¿Y si no está de acuerdo con el profesor en que no hay más verdad que la del materialismo dialéctico? En los Estados Unidos, los estudiantes pueden disentir de sus profesores.
—Entonces traemos a cuentas al estudiante. Al terminar la clase, se dedican diez o quince minutos a preguntas, y el estudiante puede presentar cuantas objeciones se le ocurran. El profesor contesta una por una a todas ellas y demuestra su falsedad…
—Einstein —le dije— fue uno de los mayores sabios de todos los tiempos y, que yo sepa, nunca aceptó la filosofía del materialismo dialéctico.
—Hemos traducido el libro que Eistein escribió con Enfield [Infeld], Estudiamos el libro porque sus autores son grandes científicos. Pero rechazamos sus doctrinas idealistas.
—¿Y si el estudiante las encuentra aceptables?
—Lo disuadimos.
—¿Y si no logran convencerlo?
—Imposible. Tenemos el tiempo para preguntas y los seminarios, y terminamos por derrotar a nuestros enemigos ideológicos.
—Pero ¿si el estudiante insiste en llevar la contraria al profesor?
—Eso no ocurre nunca. No puede ocurrir. Nuestros argumentos son irrefutables.
—¿Y si no lo fuesen?
Esta vez el profesor replicó en tono solemne:
—Entonces, el estudiante se colocaría fuera de nuestra sociedad soviética[4].
La expresión “orientación dilemática” se debe a Alfred Korzybski, a quien principalmente interesaban las orientaciones que determinan la cordura o el trastorno mental de las reacciones semánticas humanas. Aunque afirmó que la orientación dilemática era característica de un intelecto primitivo p emocionalmente trastornado, no se pronunció contra la lógica dilemática. La lógica corriente, por ejemplo, la que empleamos en aritmética, es rigurosamente dilemática. En el plano de la aritmética ordinaria, dos más dos son cuatro. Esta es la verdad, y cualquiera otra fórmula está equivocada. Muchas demostraciones geométricas se basan en la llamada “prueba indirecta”; es decir: para demostrar algo, se supone lo contrario, hasta que, en el desarrollo del teorema, se advierte una contradicción evidente: ésta resulta falsa, con lo cual se considera verdadera la proposición original. Aquí también se aplica la lógica dilemática. Korzybski no se metía con la aritmética ni con la geometría; tampoco el autor de este libro.
La lógica es un conjunto de normas que regulan la armonía o el acuerdo en el uso del lenguaje. Cuando hablamos lógicamente, nuestras frases están de acuerdo y en armonía entre sí; serán mapas exactos o no de territorios reales, pero esto cae fuera del campo de la lógica. La lógica es el lenguaje sobre el lenguaje, no sobre las cosas o los hechos. Dos v dos son cuatro, aunque se trate de cosas distintas, porque lo único que se dice con esa proporción es que “cuatro” es el nombre de “la suma de dos más dos”. Sobre ella, puede preguntarse dilemáticamente: “¿Es verdadera o falsa?” Es decir: “¿Está o no en armonía con el resto de nuestro sistema? Si decimos que sí, ¿no llegará un momento en que nos contradigamos?” La lógica dilemática, conjunto de reglas para establecer el raciocinio, es uno de los instrumentos que pueden poner en orden el caos lingüístico. Es indispensable, naturalmente, en la mayor parte de las matemáticas.
Al tratar de ciertos temas con algunos grupos especiales de gente, puede “pulirse” el lenguaje, es decir, disciplinar las locuciones para que tengan la claridad tan necesaria en las matemáticas. En esos casos, puede acordarse llamar “gatos” a determinados animales, “democracia” a ciertas formas de gobierno, y “helio” a un gas. También habría que determinar claramente qué no eran estas tres cosas. La regla dilemática de la lógica tradicional (aristotélica): “Esto es un gato o no lo es”, y su “ley de identidad”, a saber: “Un gato es un gato”, prestan un gran servicio cuando entendemos estos principios como medios para crear y mantener el orden en el vocabulario. Podrían interpretarse así: “Para entendernos, tenemos que acordar si vamos a llamar o no gato a este animal”. Y “una vez acordado esto, mantengámonos fieles a ello”.
Desde luego, estos acuerdos no solucionan del todo el problema de qué nombres deben ponerse a las cosas, ni garantizan la certeza de las declaraciones lógicamente deducidas. En otras palabras, como se dijo en el Capítulo 10: las definiciones no describen las cosas, sino los hábitos lingüísticos, y muchas veces los prescriben. Por tanto, aun con los acuerdos más estrictos respecto a qué animales llamar gatos, las deducciones lógicas que saquemos acerca de los gatos pueden no ser verdaderas al examinar extensionalmente al Gato1, …2 y …3.
Por ejemplo:
Los gatos son animales que mayan;
es así que A1, A2, y A3 son gatos,
luego mayan.
Pero ¿si A3 está ronco y no puede mayar? El gato pensado no es el gato real. Cada gato es distinto, es un proceso en cambio constante, como la vaca Palmira. Por tanto, la única manera de garantizar la verdad de las deducciones lógicas es hablar del gato intencional, no de los gatos extensionales: los primeros siempre mayan.
Este principio se entiende perfectamente en matemáticas. El punto matemático —que no ocupa espacio alguno— y el círculo matemático —figura cerrada, en que todos los puntos equidistan del centro— sólo existen en su definición; cualquier punto real ocupa espacio, y cualquier círculo real carece de circularidad. De aquí que, según dice Einstein, “las leyes matemáticas no son ciertas en cuanto se refieren a la realidad; y en lo que son ciertas, no se refieren a ella”. Por eso, hasta en la química, cuyo vocabulario es estricto y está perfectamente “disciplinado”, las deducciones lógicas deben comprobarse con la observación extensional. Este es otro motivo de la importancia que tiene la regla de la orientación extensional: A1 no es A2. Por mucho cuidado que se ponga en la definición de la palabra “gato”, y por muy lógicamente que se razone, habrá que examinar a los gatos extensionales.
Se cree sin motivo que la lógica reducirá considerablemente la incomprensión, aunque todos sabemos que con quienes es más difícil convivir es con los que se jactan de su lógica. Esta sólo puede conciliar a la gente cuando hay acuerdos previos y severos sobre lo que significan las palabras, como en las matemáticas o en las ciencias. Pero sólo existen vagos acuerdos lingüísticos entre católicos y protestantes, entre científicos y místicos, entre deportistas y gente a quien sólo interesa el dinero. Por eso, tenemos que aprender en la conversación corriente con las personas, su vocabulario: eso es lo que hacen sin querer cuantos tienen sensibilidad y tacto.
Por tanto, no es de recomendar, excepto en matemáticas y en los campos en que haya claros acuerdos lingüísticos, la lógica dilemática tradicional[5], porque no tardará en convertirse en orientación dilemática, cuyos resultados ya nos son conocidos.
Rara vez interesó a Korzybski el contenido concreto de las ideas de la gente, religiosa o irreligiosa, liberal o conservadora. Le interesó más bien cómo sostenían sus creencias y convicciones, a base de una orientación dilemática (“yo tengo razón y todos los demás están equivocados”) o a base de una orientación polifacética o multilateral (“no sé… veamos”). Korzybski atribuía la orientación dilemática a la “internalización” de las leyes de la lógica aristotélica:
A es A (ley de identidad);
Todo es A o no A (ley del “medio excluido”);
Nada es A y no A (ley de no contradicción).
Él consideraba su propio sistema como internalización de la lógica moderna multilateral y de infinitos valores. Por eso, llamaba a la semántica general “sistema no aristotélico”. Esto ha hecho pensar a algunos que se pronunciaba contra Aristóteles, pero no era así. Sólo se pronunciaba contra la locura individual y nacional. Aristóteles fue, sin duda, uno de los hombres más cuerdos de su tiempo; pero el que se limite, en los nuestros, al saber y al pensamiento de Aristóteles, difícilmente se conducirá con cordura.
Es evidente que con orientaciones dilemáticas no se logran los fines propuestos. Las turbas que durante la primera Guerra Mundial obligaban a besar la bandera a los pacifistas o a los grupos religiosos disidentes, no servían a la causa nacional, sino que la debilitaban con los resentimientos enconados que creaban. Los linchamientos del sur de los Estados Unidos no solucionaron el problema negro, sino lo intensificaron. Los criminales se empecinan más en el crimen ante la manera como los trata la sociedad y la policía dilemáticas. En una palabra: esta orientación de sí o no reactiva la agresividad, pero reduce considerablemente la capacidad para valorar al mundo. Cuando se utiliza para efectos distintos de la lucha, casi siempre se obtienen resultados contraproducentes.
Sin embargo, algunos oradores y editorialistas se dejan arrastrar con extraordinaria frecuencia por rudas actitudes dilemáticas, aunque dicen que es en aras de la paz, de la prosperidad, del buen gobierno, etc. ¿Es que no conocen otro estilo? ¿O tan bajo concepto tienen de su público, que creen que “sale sobrando la delicadeza”? Acaso se deba a que son sinceros, o a que su furor dilemático contribuye a distraer la atención pública de otros problemas urgentes y prácticos, lo cual es una explicación poco agradable, pero sumamente probable en muchos casos. Al levantar una polvareda sobre el “ateísmo en la universidad”, “los comunistas que se infiltran en el gobierno”, o “la guerra en el sudeste Asiático”, impiden que la gente se fije en la desmoralización administrativa o en las terribles desigualdades sociales.
Es muy importante distinguir entre frases dilemáticas y orientación dilemática. Casi todos pronunciamos las primeras en algún momento:
“Si no voy en avión, no voy”. Pero ¿cuándo podemos decir que la orientación es dilemática? ¿Ha incurrido en ella el autor de este libro al hacer alguna declaración? Repase la obra y vea en cuántos casos ha ocurrido esto. ¿Puede decirse, en consecuencia, que hay orientación dilemática?
Redacte un trabajo de 500 palabras, haciendo un esbozo de la mentalidad dilemática que encuentre usted en su vida diaria.
Esta orientación existe acusada o débilmente, fina o violentamente, en los fragmentos que reproducimos a continuación. Analícelos con cuidado, reflexionando: “¿Hasta qué punto puedo fiarme del criterio del autor? ¿O no puedo fiarme en absoluto? ¿Es una orientación dilemática meramente literaria y estética?”
La generosa musa de Quevedo
desbordóse una vez como un torrente
y exclamó llena de viril denuedo:
“No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando los labios, ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo…
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”
***
Pero hoy ¿dónde mirar? Un golpe mismo
hiere al César y a Dios. Sorda carcoma
prepara el misterioso cataclismo,
y como en tiempo de la antigua Roma,
todo cruje, vacila y se desploma
en el ciclo, en la tierra, en el abismo.
***
¡ Libertad, libertad! No eres aquella
virgen, de blanca túnica ceñida,
que vi en mis sueños pudibunda y bella.
No eres, no, la deidad esclarecida
que alumbra con su luz, como una estrella,
los oscuros abismos de la vida.
***
No eres la vaga aparición que sigo
con hondo afán desde mi edad primera,
sin alcanzarla nunca… Mas ¿qué digo?
No eres la libertad, disfraces fuera,
¡licencia desgreñada, vil ramera
del motín, te conozco y te maldigo!
—GASPAR NÚÑEZ DE ARCE, “Estrofas”
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;
si con ansia sin igual
solicitáis, su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
***
Queréis con presunción necia
hallar a la que buscáis;
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro,
que el que falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no está claro?
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos si os tratan mal,
burlándoos si os quieren bien.
***
¿Pues para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis,
o hacedlas cual las buscáis.
—SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ, “Redondillas”
La política, la vacilación, la tensión eterna que hay tras la sagacidad, una mente “asombrosamente abierta”, como dijera H. G. Wells refiriéndose al Presidente [Franklin Roosevelt], abierta por ambos extremos, a través de la cual fluye todo tipo de ideas a medio fraguar, la afición a lo espectacular, la preocupación por los problemas de la guerra y los asuntos de Europa, con una borrosa percepción en cambio de los problemas profundos de la economía y de las finanzas, que dominan en nuestra escena, buenas intenciones mezcladas con confusos conceptos étnicos; son los factores que han llevado al Presidente al punto trágico en que lo único que puede salvar a su régimen es arrastrar al país al histerismo de la guerra.
Siete años después de haber tomado posesión, hay once millones de desocupados, está muerta la inversión privada, el problema agrario sigue donde
él lo encontró, exactamente. Introdujo algunas reformas sociales que estaba anhelando el país, pero ha habido que modificarlas casi completamente. En cuanto a la recuperación, el Presidente no tiene ningún plan. Todo esto ha costado veintidós mil millones de dólares, que aún no se han pagado.
Si todo ha ocurrido así, es porque Franklin D. Roosevelt es así.
—JOHN T. FLYNN, Country Squire in the White House
Nehru, primer ministro de la India, niega, con razones un poco forzadas, que su país sea neutral. Pero ¿quién de esta parte del mundo creyó que lo fuese?… Nehru asegura que el marbete de “neutral” refleja una mentalidad de guerra en quienes lo aplican a la India. Y trata de corroborar esta débil idea con otra igualmente inconsistente. Dice que la gente cree que todas las naciones deben tomar partido por uno de los dos grandes grupos de países que se suponen “ser más o menos enemigos”.
¿Qué tiene de malo este concepto? El bloque rojo y las naciones libres están divididos por un gran principio: el de la libertad, el de la dignidad de la humanidad… Y sin embargo, afirma que la India debería considerarse como “no comprometida” o, mejor, “independiente”. Si la actitud de la India es la idea de independencia de Nehru, ha limitado lamentablemente el sentido de esta palabra.
—Editorial del Democrat, de Arkansas
Repito: los conflictos sobre el capitalismo (y sobre cualquier cosa) proceden de los dos puntos de vista opuestos de la naturaleza humana. La cuestión fundamental es: ¿Están dotados todos los hombres por su Creador de libertad inalienable? ¿O están todas las personas dominadas, como el viento y el agua, por fuerzas exteriores?
Si todo el mundo contestase positivamente a esto, y en ello basase todo su pensamiento lógicamente, no habría confusión, por lo menos, en los asuntos humanos. Las líneas divisorias estarían claramente trazadas, los enemigos formarían en ejércitos distintos y el problema quedaría decidido para siempre quizá…
Ahora bien; el punto de vista pagano de que los seres humanos no son individuos libres lleva directamente a algún tipo de esclavitud. Porque si los hombres no se controlan a sí mismos, algo deberá controlarlos, y este elemento tendría en la sociedad humana algún tipo de hombre: sería un dios viviente, como el Mikado; un autócrata, llámase emperador, rey, líder o dictador; o bien, algún grupo de personas, una clase gobernante, un partido, un parlamento o una mayoría…
En todos estos casos, la economía estaría controlada… y como nuestras necesidades primordiales son la comida, el vestido y la vivienda, la mayor parte de las actividades humanas serán la agricultura, la industria, el comercio… hoy, a eso lo llaman economía “planeada”. Pero una economía controlada es una tiranía, y una tiranía es una economía controlada… de diversas formas, que se llaman feudalismo, comunismo, fascismo, sindicalismo y socialismo nacional o internacional. En cualquier caso, la economía controlada es una forma de tiranía que esclaviza a cuantos dependen de ella.
—ROSE WILDER LAÑE, Courier, de Pittsburgh
La negativa insensata del hombre blanco a reconocer la importancia fundamental de la RAZA sólo puede conducir a su extinción. Está siendo explotado, y sus IMPUESTOS se destinan a apoyar y fomentar el BIENESTAR DE LOS NEGROS en beneficio de esta raza, que está multiplicándose rápidamente más que los BLANCOS principalmente a expensas suyas. El negro gasta el dinero en divertirse, paga unos impuestos mínimos y ni da de comer a sus mal nacidos hijos.
¡AYUDANOS!
Nuestra naturaleza norteamericana,
Nuestra tradición cristiana y nuestro modo
norteamericano de vida necesitan tu activa defensa.
USA Y DISTRIBUYE
sellos de
“GUERRA AL COMUNISMO”
200 por $ 1; 1,000 por $2
El uso de estos sellos es una forma fácil y barata de apoyarnos y ser tomados en cuenta. A nadie hace daño más que a… los comunistas, antianticomunistas, traidores, siervos de dos señores, compañeros de viaje, defensores de un mundo unificado, papanatas crédulos (entre ellos, los educadores y los eclesiásticos, varones y mujeres), “expertos” y contemporizadores por profesión…
SAQUEMOS A LOS EE. UU. DE LA ONU, Y A LA ONU DE LOS EE. UU.
—Octavilla del American Birthright Committee, Los Angeles, California
Misisipí sigue sin las palabras que fomentan el amor y la compasión de los hombres y la claridad de su pensamiento. Pero no tiene por qué ser así. Acabó la conspiración del silencio que imperara antaño en todo el sur. Los sureños se han pronunciado a millares contra la segregación, porque es un modo de vida intolerable e injurioso para negros y blancos. Millones más de sureños han dado un paso gigantesco hacia la realidad, aferrándose a la roca inconmovible de su lealtad principal: el país y sus leyes. O somos norteamericanos o no lo somos: no hay términos medios en que se acepten los privilegios y se pasen por alto las obligaciones.
—LILIAN SMITH, Life
Es inútil, señor, andarse con paños calientes. Gritarán los caballeros paz, paz, pero no hay paz. La guerra ya ha empezado. El próximo huracán que se desencadene desde el norte traerá a nuestros oídos el retumbar de las armas. Nuestros hermanos están ya en el campo de batalla. ¿ Por qué nos quedamos aquí de brazos cruzados? ¿Qué quieren los caballeros? ¿Qué desean? ¿Es tan dulce la vida o tan deliciosa la paz, que no importa comprarla a costa de cadenas y esclavitud? ¡ No lo permitas, Dios Todopoderoso! No sé lo que otros querrán, ¡ pero a mí, dame la libertad o dame la muerte!
—PATRICK HENRY, en la Segunda Convención Revolucionaria, Richmond, Virginia
Stuart Chase, versado en la semántica aristotélica y en la que no lo es, y siempre autor interesante y ameno, expone muchos ejemplos útiles y divertidos de errores cometidos en el proceso de pensar, en su obra Guides to Straight Thinking (1956). Otro libro útil es How to Think Straight, de Robert H. Thouless (1950), especialmente interesante a propósito del entimema, o silogismo de una premisa nada más. Véase también Richard D. Altick, Preface to Critical Reading (1951), y Harold F. Graves y Bernard S. Oldsey, From Fact to Judgment (1957).