11. EL HOMBRECILLO INEXISTENTE

Al subir por la escalera,

vi un hombre, que no era tal.

Ojalá el hombre se juera:

hoy tampoco estaba allá.

—HUGHES MEARNS

Todo el mundo sabe que el hombre ordinario no ve las cosas tal como son, sino sólo ciertos tipos fijos… El señor Walter Sickert suele repetir a sus discípulos que no son capaces de dibujar un brazo concreto, porgue lo consideran como un brazo; y como lo consideran así, se imaginan saber cómo tiene que ser.

—T. E. HULMK

Cómo no debe ponerse en marcha un automóvil

Publico el siguiente suelto periodístico con la esperanza de que el lector lo encuentre tan instructivo (y deprimente) como el autor:

Más de un conductor ha deseado para sus adentros hacer lo que Samuel Ríos, de 30 años, acusado de lo siguiente: Ayer, a las 12:30 de la noche, al pasar por Williamsburg, dio un encontronazo accidental a otro coche estacionado a la vuelta de una esquina, frente al número 141 de la calle Hopkins. Furioso, según dice la policía, detuvo su vehículo, agarró la manivela de la cajuela y la emprendió a golpes con el obstáculo que se puso en su camino, haciendo añicos desde el parabrisas hasta los faros de estacionamiento.

Post, de Nueva York

Estudiemos el mecanismo de la reacción de este hombre. Se enfadó con el coche estacionado, como pudiera haberse irritado contra una persona, un caballo o una mula que se hubiesen desmandado. Por eso, decidió dar una lección al vehículo. Aunque la reacción fue irreflexiva y automática, tuvo su complejidad, porque supuso una abstracción respecto al coche (que le pareció dotado de malas intenciones), y entonces él reaccionó a esta su abstracción más bien que al vehículo molesto.

Los individuos de las sociedades primitivas suelen proceder de manera parecida. Cuando viene una mala cosecha o los elementos se abaten sobre ella, hacen un trato —o sea, ofrecen sacrificios— con los espíritus del campo o de los elementos, para que en adelante los traten mejor. También nosotros tenemos algunas reacciones por el estilo: a veces, al tropezar con una silla, le sacudimos un puntapié y la insultamos; hay personas que se enojan con el cartero porque no reciben carta. Estamos confundiendo la abstracción que se desarrolla dentro de nuestra cabeza, con lo que hay fuera, y obramos como si la abstracción fuese el mundo exterior. Creamos una silla imaginaria que se pone en nuestro camino y castigamos a la silla extensional que no tiene la culpa de nada; creamos un cartero imaginario y nos metemos con el real, porque “nos está reteniendo el correo”, siendo así que tendría mucho gusto en traernos la carta esperada.

En función de esta idea, Sigmund Freud trató de explicar el origen de la religión: nuestros antepasados primitivos, atemorizados por fenómenos naturales que no podían comprender, proyectaban sus temores y zozobras sobre el mundo, las personalizaban en un Ser maléfico y luego trataban de aplacarlo con sacrificios de diversos tipos. Tomaban sus abstracciones por realidad.

Confusión de los niveles de abstracción

Pero, en un sentido más amplio, estamos constantemente confundiendo los niveles de abstracción, tomando lo que está dentro de nuestra cabeza por lo que hay fuera. Por ejemplo, hablamos del color amarillo de nuestro lápiz como si fuese una propiedad suya, y no un producto de la interacción, como hemos visto, de algo extrínseco a nuestro cuerpo con nuestro sistema nervioso. Es decir, confundimos los dos niveles inferiores de la escala de abstracción, cuya gráfica va en el capítulo anterior, y los tratamos como si fuesen uno solo. Hablando con propiedad, no deberíamos decir “el lápiz es amarillo”, lo cual constituye una declaración que atribuye el color amarillo al lápiz, sino algo por el estilo de esto: “Lo que produce en mí el efecto de inducirme a decir ‘lápiz’ igualmente produce en mí el efecto de inducirme a decir ‘amarillo’.” Claro está que no precisa tanta minuciosidad para nuestro lenguaje corriente, pero en la última expresión se toma en cuenta la parte que desempeña nuestro sistema nervioso en la creación de nuestras imágenes de la realidad, cosa que no ocurre con la primera frase.

Esta costumbre de confundir lo que ocurre dentro de nosotros con lo que pasa fuera es esencialmente una reliquia de nuestro pensamiento precientífico. Cuanto más avanza la civilización, más conscientes tenemos que ser de que nuestro sistema nervioso prescinde automáticamente de algunas características de los hechos. Si no lo entendemos así, si no comprendemos el proceso de la abstracción, confundimos el ver con el creer. Si confunde usted, por ejemplo, la serpiente cascabel número veintidós que ha visto en su vida con la abstracción que se ha formado de las veintiuna anteriores, no irá muy lejos en sus reacciones. Pero la vida civilizada plantea a nuestro sistema nervioso problemas más complicados que estos reptiles.

Korzybski cita, en Science and Sanity, el caso de un hombre que contraía la fiebre del heno en cuanto llevaban rosas a su habitación. En plan de experimento, se le presentó de sopetón un ramillete de rosas, e inmediatamente hubo un ataque violento de ese tipo de fiebre, aunque las rosas eran de papel. Es decir, creer y ver era lo mismo para su sistema nervioso.

Pero las palabras, como hemos visto en la escala de la abstracción, están a un nivel superior al de los objetos reales. Cuantas más palabras tengamos en los altos niveles de abstracción, más conscientes seremos de este proceso abstractivo. Por ejemplo, la palabra “serpiente cascabel” omite todos los factores importantes de este reptil. Pero, si se recuerda vividamente la palabra como parte de todo un complejo de experiencias aterradoras con una de estas culebras, la palabra puede provocar las mismas sensaciones que una real. Por eso, hay quienes palidecen al oír esta palabra.

Es interesante la anécdota que refiere el profesor Leo Hamalian sobre los soldados de Marina a quienes se dijo que terminarían su trabajo de a bordo al día siguiente, cuando estuviesen en alta mar. Muchos de ellos vomitaron y mostraron todos los síntomas del mareo. Pero el barco no se había movido del puerto al día siguiente.

Este es, pues, el origen de la mágica verbal. Se toma la palabra “serpiente cascabel” por el reptil en sí, y provoca las mismas reacciones. Esto parece un disparate, claro está, y lo es. Pero desde el punto de vista de la lógica precientífica se explica. Como dice Lévy-Bruhl en How Natives Think (1926), la lógica primitiva se basa en eso: como la palabra y el objeto nos asustan, son una sola cosa, o por lo menos, hay una “relación mística” o misteriosa entre las dos. Este sentimiento de relación misteriosa es el que explicamos en el Capítulo 2 al tratar de las actitudes ingenuas respecto a los símbolos; lo llamamos “conexión necesaria”. En consecuencia, se atribuye “poder misterioso” a las palabras que son “terribles, prohibidas, impronunciables”, y se apropian así las características de los objetos que representan. Antaño se llamó “gramático” al individuo que poseía poderes mágicos, es decir, versado en el “grimorio”, que, por tanto, podía manipular el poder místico de las palabras.

La idea de que la repetición de las palabras de la fórmula produce los efectos deseados sigue en boga, pese al orgullo de nuestra cultura científica. Durante el decenio de 1930, políticos, industriales y periódicos repetían, como un encantamiento, las palabras “¡La prosperidad nos espera!” Los fanáticos del fútbol vociferan interminablemente el nombre de su equipo, como si tuviera poder mágico, etc. Con estos y otros vítores por el estilo, repetidos, los espectadores quieren empujar el balón hacia la red contraria.

Los judíos

Pero pongamos un ejemplo, lleno de prejuicios para mucha gente: “El señor Toledano es judío”. Al oír este gentilicio, algunos cristianos reaccionan en el acto hostilmente, poniéndose en guardia contra sus tramposos manejos financieros, reales o supuestos. Este “cristiano” confunde sus altos niveles de abstracción sobre la palabra “judío” con el Toledano extensional, con el cual se comporta como si fuese idéntico a su abstracción. La de judío es una de las muchísimas abstracciones que pudieran aplicarse al señor Toledano, como, por ejemplo, “padre”, “zurdo”, “jugador de golf”, “maestro de historia”, etc. Pero el hombre lleno de prejuicios se concentra en sólo una abstracción, “judío”, que acaso sea la menos importante de todas.

Además, da la casualidad de que la palabra “judío” es la más difícil de situar en la escala de la abstracción. ¿Se refiere a una raza, a una religión, a una nacionalidad, a un tipo físico, a un estado mental o a una casta? Si no entra en ninguna de estas clasificaciones, ¿cuál es la que le corresponde? En muchas conferencias y congresos de judíos norteamericanos, celebrados últimamente, ha habido sesiones para dilucidar qué quiere decir ser judío. El primer ministro de Israel y la mayor parte de los miembros de su gabinete no ponen el pie en una sinagoga más que en contadas ocasiones de tipo político o patriótico. ¿Son judíos? ¿Qué decir de la fanática secta de Jerusalén, Neturai Karta, que además de tres servicios religiosos diarios recita una plegaria de medianoche y celebra una vigilia por la venida del Mesías, y se niega a reconocer al Estado judío y empuñar las armas por él? El Gobierno de Israel, ante la inundación de refugiados “judíos” de muchas partes de Europa, Oriente Medio y Asia, desistió hace mucho tiempo de definir el adjetivo “judío”; hoy, la regla general es que quien se llame así lo es, definición operativa difícil de mejorar.

Pero esta palabra tiene poderosas connotaciones afectivas en la cultura cristiana por los numerosos accidentes históricos que han asociado a los judíos con el dinero. Así, lleva una connotación peyorativa: “Tiene uñas de judío”, “es más tacaño que un judío”, “eso se lo habrá vendido a usted cualquier judío”, “eso es una judiada”… En algunas comarcas campesinas norteamericanas, rondadas en otros tiempos por chamarileros y buhoneros judíos, las madres metían miedo a sus hijos traviesos con esta amenaza: “¡Voy a venderte al viejo judío!”

Pero volvamos al señor Toledano. Para quien confunda habitualmente la idea que tiene en la cabeza con la realidad exterior, el ser judío significa que el señor Toledano no es de fiar. Si le va bien en los negocios, es que los judíos son listos. Si le va mal, ya tendrá colocado dinero en otra parte. Si tiene costumbres de extranjero, es que los judíos son duros de asimilar; pero si es igual que los demás conterráneos, es que “trata de pasar por uno de nosotros”. No da limosna, porque los judíos son miserables; la da, y es que trata de sobornar a la gente para entrar en la sociedad. ¿Que vive el señor Toledano en el barrio judío de la ciudad? Ah, es que los judíos se cubren y protegen unos a otros. ¿Que se traslada a una localidad donde no hay paisanos suyos? Es que esa gente hace su nido en cualquier parte. En síntesis: El pobre Toledano está condenado haga lo que haga, automáticamente.

Pero él puede ser lo mismo rico que pobre, santo que réprobo, coleccionista de sellos, violinista, jardinero, físico, pulidor de lentes o director de orquesta. Si, guiados de nuestras reacciones automáticas, retiramos nuestro dinero al conocer al señor Toledano, acaso ofendamos a un hombre que nos podría haber sido sumamente útil moral, espiritual o hasta financieramente si se quiere, es decir, habremos cometido un grave error. Él no está identificado con nuestra ideíca personal del judío, sea cual fuere esa ideíca.

Decir que la gente está cegada por los prejuicios es algo más que una metáfora. Ralph Ellison llama “hombre invisible” al negro protagonista de su novela titulada así: “The Invisible Man”. La mayor parte de los blancos que se encuentran con un negro no ven en él más que la abstracción que tienen de él en la mollera; obcecados por dar con “el hombrecillo inexistente”, el que no estaba en la escalera, no se fijan en el negro que tienen delante.

Algo parecido pasa en Occidente con los árabes. Mucha gente se quedaría de una pieza al saber que no todos los árabes son musulmanes (hay millares y millares de cristianos en Líbano y Siria), que los árabes de Siria aborrecen a los de Egipto, y que los del Líbano no hacen buenas migas con los de Siria y los de Irak y que no es raro que los árabes sean altos, rubios y de ojos azules. El occidental ignorante o lleno de prejuicios considera algunas veces al árabe como hermano del judío. Esto no quiere decir que haya que prescindir de la palabra “árabe”, sino que hay que usarla con mayor precisión. Según Edward Atiyah, especialista en el mundo árabe, esta palabra puede tener tres significados: el pueblo nómada que mora en los desiertos de Jordania, Arabia, Siria y Africa septentrional, llamado beduino; el pueblo de la península arábiga (llamado comúnmente “árabe”), tanto el nómada como el que vive en las ciudades, en cuyo sentido denota un grupo étnico, los actuales sauditas, yemenitas, kuwaitas y otros descendientes de la tierra árabe primitiva; y finalmente, un grupo cultural, un bloque de comunidades de habla árabe que ocupan desde el golfo Pérsico al Este hasta el Atlántico al Oeste. En este vasto territorio, es muy reducido el porcentaje de nómadas; la mayoría son fellahin (labradores) y habitantes de las antiguas y célebres ciudades Aleppo, Damasco, Beirut, Latakia, El Cairo, Alejandría, Bagdad, Jerusalén, Túnez y Argel, en otro tiempo focos de la civilización mundial. Por eso, si queremos hablar con precisión y sin ofender a un grupo humano cuya importancia en el mundo crece de día en día, debemos distinguir por lo menos entre estas distintas abstracciones, y no emplear la palabra “árabe” como si sólo significase la idea estereotipada que las películas de aventuras nos han comunicado de la Legión Extranjera.

X. X., el “Criminal”

He aquí otro ejemplo de confusión abstractiva. Supongamos que nos presentan a X. X. como “individuo que acaba de salir de la cárcel donde ha estado tres años”. Ya de por sí, esto pertenece a un nivel bastante elevado de abstracción, pero es un informe… Sin embargo, mucha gente pasa inmediata e inconscientemente a niveles más altos de abstracción: “Si es un licenciado de presidio, ¡es un criminal!” Ahora bien, la palabra “criminal” no sólo está mucho más alta en la escala abstractiva que “el hombre que pasó tres años en la cárcel”, sino que, como vimos en el Capítulo 3, constituye un juicio, en el cual va implícita la deducción: “Ha cometido un crimen antes, pues cometerá más después”. En consecuencia, si X. X. solicita un empleo y tiene que declarar que ha pasado tres años en la cárcel, sus futuros jefes, confundiendo automáticamente los niveles abstractivos, acaso digan, sin molestarse en hacer más averiguaciones: “¡ Cómo voy a dar trabajo a criminales!”

Y el caso es que, a lo mejor, el hombre estuvo en la cárcel por una injusticia o, si fue justa su sentencia, ha podido reformarse. Inútil. Al no encontrar trabajo, acaso se diga, desesperado: “Puesto que todos me tratan como a un criminal, voy a hacerme un criminal de verdad”, y se entrega al robo y a la delincuencia. La culpa no ha sido totalmente suya.

Todos conocemos cómo corren los rumores, exagerándose cada vez más, al ascender en la escala de la abstracción —de deducciones a juicio— y al confundir, por si esto fuera poco, los niveles. He aquí cómo suele razonarse en estos casos:

Informe. “María López no volvió a casa hasta las tres de la madrugada del sábado”.

Deducción. “Habrá andado por ahí en malos pasos, vaya usted a saber”.

Juicio. “Es una perdida. Nunca me gustó su facha. Me dio mala espina desde que la vi por primera vez”.

Si nos dejamos arrastrar por estos juicios temerarios, de abstracción tan precipitada, muchas veces haremos desdichada la vida de los demás y la nuestra.

Para terminar con un ejemplo de este tipo de confusión, obsérvese la diferencia entre estas dos frases: “He fracasado tres veces”, y “¡Soy un fracaso!”

Mundos engañosos

El hábito de la abstracción nos pone en guardia respecto a las cosas que parecen iguales y no lo son, a las que llevan el mismo nombre, pero no son lo mismo, y a los juicios basados en informes, pero que no son estos informes. En una palabra: nos impide hacer el tonto. Sin el hábito de abstraer, o mejor dicho, de frenar nuestras reacciones, que es la consecuencia de no confundir el ver con el creer, estamos completamente impreparados para distinguir las rosas auténticas de las de papel, el judío apriorístico del Toledano extensional, el supuesto criminal del X. X. concreto.

Moderar estas reacciones es señal de madurez. Pero, por nuestra mala educación o instrucción, por experiencias que nos asustaron en la niñez, por las creencias tradicionales, la propaganda y otros factores que influyen en nuestra vida, todos tenemos “áreas de insanidad” o, mejor quizá, “áreas de infantilismo”, en que estamos a merced de reacciones semánticas equivocadas y profundamente arraigadas en nosotros. Por algún susto que le dieron de niño, fulano se atemoriza irremediablemente al ver a un guardia, el que sea: el “policía” que lleva en la cabeza, “es” el guardia del mundo extensional exterior, quien, probablemente, es el hombre mejor del mundo. Algunos palidecen a la vista de una araña, del tipo que sea, aunque esté metida dentro de un frasco. Otros reaccionan automáticamente en plan hostil al oír las palabras “comunista”, “rojo”, “conservador”, “beaturrón”, etc.

El doctor G. Brock Chisholm, exdirector general de la Organización Mundial de la Salud (1948-1953) y presidente de la Federación Mundial para la Salud Mental, ha comentado con elocuencia la tiranía de las palabras preñadas de prejuicios:

El poder que estas palabras tienen… es pasmoso… Son cadenas que aherrojan al hombre a su pasado miserable y a su presente desalentador. Son las premisas que le cargaron… cuando era demasiado joven e impotente para defenderse usando su inteligencia. Vemos que pocas veces puede hablarse inteligentemente, sin los prejuicios arraigados que se nos imbuyeron en la niñez, de temas tan corrientes como la salud, la ropa, los negros, la política, el patriotismo, la conciencia, los judíos, las supersticiones, la guerra y la paz, el dinero, el sexo, la propiedad, el matrimonio, la religión, algunas enfermedades, la India, las escalas de sueldos, el socialismo, el comunismo, los sindicatos, los partidos políticos, etc., según una lista prolija que varía de lugar en lugar, de época en época y de familia en familia. Muy poca gente es capaz de pensar con claridad y honradez de estas cosas; y sin embargo ellas, y otras como ellas, son las que constituyen la vida del hombre y las que han producido la mayor parte del pavor y la miseria que hay en el mundo, por no ser comprendidas, por enfocarlas mal y por combatirlas[1].

Desde luego, el doctor Chisholm no quiere decir que no debamos aprender nada de nuestros mayores. Aprendemos dos cosas de nuestros maestros: un cuerpo de ideas y creencias, y la manera de sostenerlas y utilizarlas. Si las acompaña la conciencia abstractiva, pueden cambiarse cuando son inexactas o erróneas. En otro caso —o sea, si confundimos nuestros mapas mentales con el territorio objetivo— son prejuicios. Como maestros y padres, no podemos menos de transmitir algún error informativo a los pequeños, por mucho cuidado que pongamos. Pero, si les enseñamos además a ser habitualmente conscientes del proceso abstractivo, les daremos los medios para liberarse de cualquiera idea errónea que les hayamos sugerido. Por tanto, nuestros esfuerzos pedagógicos no los “aherrojarán a un pasado miserable”, sino los ayudarán a crecer al aumentar los años y la experiencia.

La imagen de la realidad que nos formarnos al faltamos la conciencia abstractiva no es mapa de territorio alguno existente. Es un mundo falaz. En esa tierra ilusoria, todos los judíos tratan de engañarle a uno, todos los capitalistas son obesos tiranos que fuman puros caros y enseñan los dientes a los sindicatos; todas las culebras son venenosas; los automóviles, punibles a golpes de barra, y los extranjeros, espías comunistas. Algunos de los que se pasan demasiado tiempo en estos mundos engañosos, terminan en el manicomio; pero, claro, “ni son todos los que están ni están todos los que son”.

¿Cómo reducir estas áreas mentales de infantilismo? En primer lugar, llegando a la convicción profunda de que no hay “relación necesaria” entre las palabras y lo que significan. Por este motivo, el estudio de un idioma extranjero siempre es útil, aparte de otras ventajas. Ya hemos indicado otros medios: conocer el proceso abstractivo y comprender de verdad que las palabras nunca dicen todo sobre las cosas. La escala de abstracción, adaptación de un diagrama de Alfred Korzybski para presentar gráficamente la relación entre palabras, objetos y hechos, tiene por objeto ayudarnos a entender y no olvidar jamás el proceso abstractivo.

APLICACIONES

Indicamos al fin del Capítulo 2 que debían recogerse ejemplos del lenguaje en un libro de recortes o en fichas. Ya hemos estudiado suficientes principios generales sobre la relación entre lenguaje y conducta para aumentar la colección. He aquí unos títulos orientadores:

Informes escuetos.

Artículos con deducciones e inferencias explícitas.

Artículos con deducciones que puedan tomarse por informes.

Reacciones a los juicios como si fuesen informes.

Cambios de sentido a consecuencia de cambios de contexto.

Palabras-gruñidos y palabras-arrullos tomadas por informes.

Indirectas,

Discusiones sobre temas absurdos.

Conversación social.

Reacciones excesivas a las connotaciones afectivas.

Directrices tomadas por informes.

Desencanto por directrices imperfectamente entendidas.

Abstracción en un nivel muerto.

Uso sin sentido de abstracciones de alto nivel.

Abstracciones de niveles superiores e inferiores bien relacionadas.

Ver y creer.

El hombrecillo inexistente.

Cuándo se lean los capítulos siguientes, surgirán nuevos títulos. En cualquier tiempo y lugar pueden estudiarse las relaciones entre lenguaje y conducta: en una oficina, en la escuela, en la iglesia, tras un mostrador comercial o delante de él, en las fiestas sociales, en las asambleas, en todo lo que se lee y en la vida íntima familiar o en las relaciones personales. Hasta una colección desordenada de ejemplos valdrá al lector para comprender lo que dice al autor en este libro y a qué viene lo que dice. Entonces, quizá quiera aquilatar, ampliar o corregir alguna de sus afirmaciones, con lo cual progresará en el estudio científico de las relaciones entre lenguaje y conducta. Invito a todas veras al lector a que coopere conmigo.

¿Es cierto que algunas personas castigan a los niños que sueltan palabrotas, haciéndoles lavarse la boca con jabón? Coméntense las reacciones semánticas o los procesos mentales de quienes quieren corregir así el lenguaje de sus hijos.

Los académicos de Lagado, en los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, hablan por el siguiente procedimiento, conscientes quizá de las deficiencias del lenguaje:

Como las palabras sólo son los nombres de las cosas, estiman conveniente que todos lleven consigo los objetos necesarios para expresar el asunto particular que quieren tratar… Varias veces he observado a dos de estos sabios, derrengados casi bajo el peso de sus bultos, como quincalleros de los nuestros; cuando se encuentran en la calle, dejan sus fardos, abren los sacos y se ponen a hablar… Otra gran ventaja que se proponían obtener con este invento, era que podía servir de lenguaje universal para todas las naciones civilizadas.

Antes de reírse de los filósofos de Lagado, piense en los casos en que resulta conveniente enseñar objetos en lugar de hablar, para comunicar algo. ¿Puede usted señalar, utilizando los niveles de abstracción expuestos en este y el anterior capítulo, qué es lo que está equivocado en él plan de dichos filósofos?

Publicamos un fragmento del ensayo de John Kenneth Galbraith, titulado “La Edad del Hecho Verbal” (The Age of the Wordfact). Redacte un comentario de 500 palabras sobre el “hecho verbal”, con ejemplos de su experiencia o lecturas personales.

En junio de 1960, volvió el presidente Eisenhower de un viaje al Pacífico que, superficialmente, parecía un desastre sin paralelo en este tipo de cosas. El Japón, objeto principal de la excursión presidencial, agitado por violentos alborotos provocados por la visita, hubo de decirle que no fuese. Pero, gracias a su secretario de prensa, el Presidente logró informar que el viaje había sido un éxito…

El hecho verbal sirve para que las palabras substituyan a la realidad, lo cual es una ventaja enorme. Significa que decir que algo existe equivale a su existencia, y que algo va a ocurrir; al hecho en sí…

Por si alguien cree que esto es exageración… recordemos algunos triunfos del hecho verbal durante los últimos años… Echando mano audazmente del hecho verbal, logramos convertir a los dictadores sudamericanos en baluartes del mundo libre… Aunque los campesinos están despoblando el campo a un ritmo sin precedente, el secretario de Agricultura ha explicado esto… en un libro que lleva el sugestivo título de Libertad para Labrar la Tierra (Freedom to Farm).., Durante los días que inmediatamente siguieron al último lanzamiento de los U-2, el hecho verbal, empleado profusamente, hizo cambiar todas las circunstancias. Los aviones que volaban sobre otras naciones se convirtieron en una especie de quinta libertad… Suspendiéronse después los vuelos, y esto se alabó como un acto de sabia moderación…

He aquí el servicio que presta el hecho verbal al transformar la desgracia en ventura.

—Atlantic

Defínanse las siguientes palabras:

vampiro criminal obscenidad
platillo volador presión política jueves
radiactividad música popular semántica

Aplique a cada palabra uno o todos los tipos de definiciones que van a continuación. (Para mayor claridad, puede consultarse Science and the Goals of Man, de Anatol Rapoport, 1950, Gap. 7) :

  1. Definición por sinónimos: “Alcanzar significa conseguir.”
  2. Definición por clasificación y diferenciación (aristotélica): “Autocracia es una forma de gobierno en que la autoridad es ejercida por una sola persona.”
  3. Definición por enumeración de objetos contenidos en ella: “Especias son la canela, el clavo, el jengibre, la pimienta, etc.”
  4. Definición extensional: señalando o presentando lo que se define (véase el Capítulo 4).

Indíquense los términos anteriores que no son susceptibles de definición operativa.

En relación claro con este capítulo, está la lectura, discusión y redacción de trabajos sobre los prejuicios raciales y religiosos. La literatura antisemítica es abundante y lo ha sido durante siglos. En los Estados Unidos constituye un ejemplo curioso The Iron Curtain Over America (1951), de John Beaty, en el que no sólo se echa la culpa de todas las calamidades norteamericanas (las dos guerras mundiales y lo que ha venido después) a los judíos, sino que se los acusa de ocultar la verdad al público merced al control que ejercen sobre las casas editoras, los periódicos y otros medios de difusión. Adolfo Hitler arremetió furiosamente contra los judíos (Norman H. Baynes, rec., The Speeches of Adolf Hitler, 2 vols., 1942), lo mismo que sus colegas del Tercer Reich. El intento de Hitler de acabar totalmente con la raza judía constituirá un ejemplo eterno de vesania racial. Véase William Sliirer, The Rise and Fall of the Third Reich (1960), y Gerald Reitlinger, The Final Solution: The Attempt to Extermínate the Jews of Europe, 1939-1945 (1953).

Consideramos de especial interés para los estudiantes de semántica los siguientes libros, de los publicados sobre los prejuicios raciales:

Harold Isaacs, Scratches on Our Minds: American Images of China and India (1958). Este libro interesantísimo enseña cómo las películas, las historietas cómicas, las guías de viajes y los estereotipos ficcionales contribuyen a nuestras ideas sobre la gente de China e India. No estaría mal que fuésemos corrigiendo esas ideas equivocadas, en estos días de grandes cambios en las relaciones mundiales.

Morton Grodzins, Americans Betrayed: Politics and the Japanese Evacuation (1949). Este volumen tiene importancia especial porque descubre la contribución de los grupos de presión, de los líderes políticos y de la prensa a la atmósfera que terminó por llenar de japoneses-norteamericanos, unos ciudadanos y otros extranjeros, los campos de concentración de la costa occidental norteamericana, durante la segunda Guerra Mundial.

Harry y David Rosen, But Not Next Door (1962). Informe extraordinariamente extensional sobre lo que ocurrió en un fraccionamiento particular destinado a viviendas familiares en Deerfield, Illinois, cuando se supo que iban a habitar allí familias de negros. A base de entrevistas, reportazgos periodísticos y sentencias judiciales, describe el libro tres familias imaginarias para explicar los sentimientos y acciones de los pobladores de dicha localidad. Pese a sus protestas de que no tenían sentimientos antirraciales, no permitieron que el proyecto se convirtiese en realidad.

Julia Abrahamson, A Neighborhood Finds Itself (1959), y Herbert A. Thelen, The Dynamics of Groups at Work (1954). Ambos libros son reflejo en la experiencia de sus autores en un movimiento comunitario del distrito Hyde Park-Kenwood, de Chicago. Se combatió el mal estado del barrio y se inició su urbanización, al establecer, entre otras cosas, la comunicación entre vecinos, sobre todo, blancos y negros, lo cual contribuyó notablemente a limar asperezas y aliviar tiranteces. La señora Abrahamson expone más bien los hechos; el doctor Thelen explica, como indica el título de su obra, las consecuencias teóricas de la experiencia.