El punto esencial en el estudio de la conducta del lenguaje es la relación entre éste y la realidad, entre palabras y no palabras. Si no comprendemos esta relación, corremos el grave peligro de sacar de quicio la delicada conexión que debe existir entre las palabras y los hechos, desorbitar el sentido de aquéllas y crearnos una serie de fantasmagorías y espejismos.
—WENDELL JOHNSON
El universo está en perpetuo movimiento. Las estrellas crecen, se enfrían, explotan constantemente. La Tierra está sometida al mismo proceso: erosiónanse las montañas, desvíase el cauce de los ríos, hácense más hondos los valles. Toda la vida cambia a través de sus fases de nacimiento, crecimiento, decadencia y muerte. Hasta lo que llamamos materia inerte —las sillas, las mesas, las piedras—, vista submicroscópicamente, es un vórtice de electrones. Si la mesa parece como era ayer, o como fue hace cien años, no es que no haya cambiado, sino que sus cambios son demasiado minúsculos para nuestra tosca percepción. La. ciencia moderna no reconoce materia sólida. A nosotros nos lo parece, porque el movimiento de sus elementos es muy rápido y microscópico para ser percibido. Tiene tanto de solidez como de blancura un disco giratorio con todos los colores, o como de inmovilidad una peonza en rotación. Nuestros sentidos son sumamente limitados, por lo cual usamos constantemente microscopios, telescopios, velocímetros, estetoscopios y sismógrafos, entre otros muchos instrumentos, para captar lo que nuestros sentidos no son capaces de percibir directamente. La forma en que vemos y sentimos las cosas es resultado del funcionamiento peculiar de nuestro sistema nervioso. Hay objetos visibles que no podemos ver y sonidos que no podemos oír. Por tanto, es absurdo creer que percibimos algo tal como es.
Pero aunque nuestros sentidos son limitados, nos revelan muchas cosas con la ayuda de los instrumentos. Los microorganismos descubiertos por el microscopio nos han permitido dominar la invasión de las bacterias; ni vemos ni oímos ni sentimos las ondas electromagnéticas, pero podemos producirlas y transformarlas a nuestro albedrío. La mayor parte de la conquista del mundo exterior por la ingeniería, la química y la mediciná, se debe a los artefactos mecánicos que incrementan la capacidad de nuestro sistema nervioso. En la vida moderna, nuestros sentidos se quedarían a mitad de camino si no tuviesen alguna ayuda para abrirnos caminos en el mundo. Sin ayudas mecánicas no podríamos obedecer las leyes de la velocidad ni llevar la cuenta del gas o electricidad gastada en nuestro hogar.
Pero volvamos a la relación entre palabras y significados, y supongamos que tenemos delante a una vaca llamada Palmira: es un organismo vivo, en constante cambio e ingestión de aire y alimento, que transforma, para segregarlo después. Circula su sangre; sus nervios transmiten mensajes. Vista microscópicamente, es una masa ingente de corpúsculos heterogéneos, células y organismos bacteriales; desde el ángulo de la física moderna, es una danza perpetua de electrones. No podemos saber lo que es en su integridad; aunque podamos asegurar qué fue en un momento concreto, ha cambiado tanto en el siguiente que ya nuestra descripción no es exacta. Es imposible afirmar qué es Palmira, ni nada: además, la vaca no es un objeto estático, sino un proceso dinámico.
Pero la Palmira que experimentamos es otra cosa. Sólo nos llega la experiencia de una fracción muy pequeña de la vaca total: las luces y sombras de su figura exterior, sus movimientos, su forma general, los ruidos que hace, las sensaciones que nos produce al tocarla. Y, debido a esta experiencia, observamos después semejanzas entre Palmira y otros animales, a los que aplicamos la palabra “vaca”.
Por tanto, el objeto de nuestra experiencia no es la cosa en sí misma, sino la interacción entre nuestro sistema nervioso (con todas sus imperfecciones) y algo extrínseco a él. Palmira es algo único; no hay en el mundo nada exactamente igual a ella. Pero nosotros abstraemos o seleccionamos automáticamente de ella los elementos en que se parece a otros animales, como forma, funciones y hábitos, y la clasificamos como vaca.