Nunca se ha estudiado como es debido el efecto que produce una serie de frases sonoras en la conducta humana
—THURMAN W. ARNOLD
Sin embargo, se equivoca el profano al creer que su falta de precisión y decisión se debe a los abogados. La verdad es que la idea popular de las posibilidades de la exactitud legal se basa en un concepto erróneo. La ley siempre ha sido, es y será vaga y variable en grado sumo. ¿Cómo puede ser de otra manera? La ley se refiere a las relaciones humanas en sus aspectos más complicados. Todo el cambiante vértigo confuso de la vida desfila ante ella, y en nuestra edad caleidoscópica, más confuso que nunca.
—JEROME FRANK
La relación más interesante, y acaso la menos comprendida, entre nuestras palabras y el mundo exterior, es la que existe entre ellas y los hechos futuros. Cuando decimos, por ejemplo: “¡Ven acá!”, no estamos describiendo el mundo extensional que nos rodea ni expresando sólo sentimientos: estamos tratando de hacer que suceda algo. Las “órdenes”, “súplicas”, “ruegos” y “mandatos”, como los llamamos, son las formas más sencillas con que podemos hacer que ocurran las cosas por medio de palabras.
Pero hay otras formas más perifrásticas. Cuando decimos, por ejemplo, “nuestro candidato es un gran patriota”, estamos haciendo un elogio entusiasta de él, pero también influyendo en los demás para que voten a su favor. Y cuando afirmamos: “la guerra que libramos contra el enemigo es una guerra de Dios. Dios quiere que triunfemos”, decimos algo que, aunque no puede comprobarse, arenga a los demás a seguir peleando. Aun limitándonos simplemente a decir, “la leche contiene vitaminas”, podemos inducir a los demás a que la tomen.
Fijémonos en esta frase: “Mañana me veré contigo a las dos frente al Teatro de la Opera”. Obsérvese que esta declaración sobre hechos futuros sólo puede caber en un sistema en que los símbolos son independientes de las cosas simbolizadas. El futuro es una dimensión específicamente humana, lo mismo que el pasado recordado. A un perro no le dice nada la expresión de “una hamburguesa mañana”; nos mirará con ojos esperanzados, interpretando el significado extensional de la palabra “hamburguesa” para ahora. Las ardillas, es cierto, almacenan alimentos para el próximo invierno, pero el hecho de que lo hagan sin saber si tienen sus necesidades ya cubiertas demuestra que su proceder (llamado casi siempre “instintivo”) no obedece a símbolos ni a otros estímulos interpretados. Los seres humanos son los únicos que pueden reaccionar cuerdamente a expresiones como “el sábado que viene”, “el primer aniversario de nuestra boda”, “veinte años después”, “algún día, acaso dentro de quinientos años”, etc. Es decir: pueden crearse mapas, aunque los territorios representados por ellos no sean todavía entidades reales. Orientándonos por estos mapas del futuro, podemos imponer cierto carácter previsible a hechos por venir.
Por tanto, podemos influir considerablemente en el control de los hechos futuros con nuestras palabras. Por eso escriben los escritores, predican los predicadores, reprenden los maestros, los padres y los patronos; publican noticias los propagandistas y pronuncian discursos los políticos. Todos tratan de influir de maneras diversas en nuestra conducta, a veces para nuestro bien, a veces para el suyo. Estos intentos de controlar, dirigir o influir en las acciones futuras de los seres humanos por medio de las palabras pueden llamarse usos directivos del lenguaje.
Ahora bien; si el lenguaje directivo va a dirigir de verdad, no puede ser aburrido ni cansado. Para influir en nuestra conducta deberá echar mano de todos los elementos afectivos del estilo: entonaciones dramáticas distintas, cadencia y ritmo, halago y reprensión, fuertes connotaciones afectivas, repeticiones machaconas. Si el auditorio reacciona a sonidos o fonemas sin contenido, hay que emitirlos; si a los hechos, habrá que darle hechos; si a los ideales nobles, tendremos que presentarle propuestas nobles; si sólo responden al miedo, tendremos que amedrentar a nuestros oyentes.
Como se comprenderá, el tipo de medios afectivos que debemos utilizar en el lenguaje directivo está condicionado por la índole de nuestros fines. Si tratamos de que la gente sea mejor entre sí, no podremos provocar sentimientos de crueldad o de odio. Si queremos que piense y obre más inteligentemente, no deberemos tocar fibras animales. Si nuestro fin es que el pueblo viva mejor, deberemos excitar sus emociones más nobles. Por eso, muchas de las obras literarias más gloriosas del mundo se basan en enseñanzas y consejos, como las escrituras cristianas y budistas, las obras de Confucio, la Aeropagítica de Milton, las pláticas de Don Quijote con Sancho y el discurso de Lincoln en Gettysburg.
Pero hay ocasiones en que no se cree que baste el lenguaje afectivo para producir los resultados que se desean, y lo suplementamos con gestos y ademanes no verbales. Al decir “¡Ven!”, hacemos una señal con la mano. Los anunciadores no se contentan con decir verbalmente maravillas de sus productos, sino que se sirven además de colores y dibujos. Los periódicos no se contentan con afirmar que el comunismo es un peligro, sino que publican chistes políticos, en los cuales se describe a los comunistas como orates criminales que dinamitan magníficos edificios representativos del “modo norteamericano de vida”. Al valor afectivo de los sermones y arengas religiosas, se añaden los ornamentos litúrgicos, el incienso, las procesiones, los coros musicales y las campanas. Un candidato político no se fía sólo de su verborrea electoral, sino que apela a charangas, banderolas, desfiles, merendolas y puros a diestro y siniestro[1]. Hasta la aparición en público de su esposa puede influir considerablemente en el elector.
Pero, aunque queramos que la gente haga algo por el motivo que sea, no hay por qué excluir los factores afectivos. Algunos candidatos políticos quieren que votemos por ellos, cualesquiera que sean nuestros motivos. Por eso, si aborrecemos a los ricos, arremeterán contra ellos; si no nos gustan los huelguistas, tronarán contra ellos; si ven que lo que nos gusta es la música, pasarán por alto los problemas del Gobierno y nos recrearán los oídos con bandas sonoras. Lo mismo pasa con muchas firmas industriales, que lo único que quieren es que les compremos sus productos, sin importarles en absoluto nuestros motivos: nos prometerán el oro y el moro si ven que eso nos convence; nos dirán que con su producto atraeremos al otro sexo; nos presentarán beldades en bikini, para que las asociemos con lo maravilloso de sus productos, lo mismo si se trata de una crema de afeitar que de un automóvil, de un seguro de vida, de una marca de pintura o de lina herramienta de trabajo. Si no fuera porque se lo prohíbe la ley, exhibirían sin bikini a sus beldades anunciadoras. A juzgar por lo que vemos en muchas revistas, los anunciadores no pararían mientes en vendernos lo que fuera.
Casi todas las expresiones de carácter “directivo” dicen algo del futuro: son mapas, explícitos o implícitos, de territorios por venir. Nos meten por los ojos determinadas cosas, con la promesa explícita o implícita de que, si las hacemos, lograremos determinados resultados: “Si vota usted por mí, yo haré que le reduzcan los impuestos”; “Vive de acuerdo con estos principios religiosos y tendrás paz de espíritu”; “Lea esta revísta y estará al tanto de lo que ocurre en el mundo”; “Tome estas píldoras milagrosas y sabrá lo que es salud y alegría”. Claro está, algunas de estas promesas se cumplen, pero otras son completamente imposibles de garantizar.
No hay por qué meterse con los anuncios y la propaganda política, porque se basan en “motivos emocionales”. Si el lenguaje directivo no tiene virtualidad afectiva, no vale para nada. No nos oponemos a las campañas, contra la pobreza, en que se nos diga: “Contribuya con su óbolo a remediar la miseria de los niños depauperados”. Y, sin embargo, es una campaña emocional. Ni nos parece mal que se nos recuerde el amor al hogar, a nuestros amigos y a la patria en una soflama patriótica. Lo que debe uno preguntarse cuando escucha cualquier manifestación directiva, es: “¿Se cumplirán esas promesas si hago lo que me dicen? ¿Lograré la paz de espíritu aceptando su filosofía? ¿Se reducirán los impuestos si voto por él?”
Nos molestan, y con razón, los anuncios que prometen maravillas sin cumplir luego la promesa, y los políticos que se olvidan de las que hicieron, aunque, en este caso, dicho sea en honor de la verdad, a veces no pueden cumplirlas por circunstancias ajenas a su voluntad. La incertidumbre que caracteriza nuestra vida no nos permite asegurar nada para lo futuro, así que debemos estar preparados. Se nos indica cómo podemos lograr determinados objetivos y evitar consecuencias indeseables. Si podemos fiarnos de la perspectiva que nos presentan para lo futuro, se reducen las incertidumbres de la vida. Pero nos abate el desaliento cuando las cosas no ocurren tal como nos anunciaron, no se llena de paz nuestro espíritu ni bajan los impuestos. Este desaliento puede ser superficial o profundo; pero son tan frecuentes las frustraciones y desencantos de este tipo, que ya ni siquiera hacemos caso de muchos de ellos. Sin embargo, todos tienen consecuencias de importancia, todos contribuyen más o menos a minar la confianza mutua que hace posible la cooperación y coaduna a la gente en una sociedad.
Por eso, cuantos tengan que utilizar un lenguaje directivo, acompañado de promesas explícitas o implícitas, tienen la obligación moral de cerciorarse moralmente —no hay certidumbre absoluta— de que no están creando falsas ilusiones. Los políticos prometen acabar de raíz con la pobreza, los anunciantes de determinado jabón nos aseguran que la felicidad volverá a nuestro matrimonio gracias al lavado inmaculado de las prendas familiares, los periódicos nos atemorizan con el desplome de la nación entera si no votamos por su candidato político… Todos estos disparates son, por las razones dichas, algo más que eso: constituyen verdaderas amenazas para el orden social. Tanto da que se hable así por ignorancia o por error, o con el propósito malévolo de engañar conscientemente: la desilusión que produce no deja de ser destructiva de la confianza recíproca entre los seres humanos.
Pero la propaganda, por persuasiva que sea, no es la que forja la sociedad. Podemos desdeñar sus recomendaciones. Ahora vamos a ocuparnos del lenguaje directivo que no podemos despreciar si queremos continuar organizados en grupos sociales.
Lo que llamamos sociedad es una vasta red de convenios mutuos. Nos comprometemos a no asesinar a nuestros conciudadanos, y ellos hacen otro tanto; a llevar la derecha en la carretera, a entregar determinados artículos, que los otros se comprometen a pagar u observar los reglamentos de una organización, que, a su vez, se compromete a dispensarnos sus privilegios. Esta red de pactos, en que entra hasta el último detalle de nuestra vida y en que basamos nuestras expectaciones, consiste esencialmente en afirmaciones sobre hechos futuros que debemos realizar con nuestros propios esfuerzos. Sin estos convenios no habría sociedad; nos guareceríamos en cavernas miserables y solitarias, sin atrevemos a fiarnos de nadie. En virtud de estos convenios, y contando con el propósito de cumplirlos por parte de la inmensa mayoría del pueblo, la conducta empieza a clasificarse en tipos relativamente previsibles y seguros; es posible la cooperación; se consolida la paz y la libertad.
Por eso, para poder seguir viviendo como seres humanos, tenemos que imponernos recíprocamente determinadas normas de conducta. Los ciudadanos tienen que aceptar las costumbres sociales y cívicas, los maridos tienen que ser fieles a sus esposas, los soldados valientes, los jueces justos, los sacerdotes piadosos y los maestros celosos del bienestar de sus alumnos. En las etapas primitivas de la cultura, los medios principales para imponer las normas a seguir de la conducta se reducían, claro está, a la coerción física, pero también podían imponerse por medio de palabras, es decir, del lenguaje directivo, como sin duda descubrieron los seres humanos en los orígenes mismos de la historia. Por tanto, las directrices relativas a asuntos que la sociedad considera esenciales para su seguridad se presentan con caracteres particularmente poderosos, con objeto de que nadie deje de experimentar la conciencia de sus obligaciones. Para cerciorarse, la sociedad apoya además esas directrices con la seguridad del castigo, el cual puede llegar al encarcelamiento y a la ejecución de quienes no las acaten.
Este lenguaje directivo, refrendado por la sanción colectiva cuyo objeto es imponer determinadas normas de conducta al individuo en beneficio del grupo entero, está entre los hechos lingüísticos más interesantes. No sólo suele ir acompañado de determinado ritual, sino que suele constituir el objeto principal del mismo. Quizá no haya directriz que tomemos más en serio, que afecte más profundamente a nuestra vida, que celemos más apasionadamente. De esta índole son las constituciones nacionales, los reglamentos de las organizaciones, los contratos legales y los juramentos de fidelidad a nuestro cargo; los votos matrimoniales, los ejercicios de confirmación, las ceremonias de admisión y las iniciaciones son su factor esencial. Esas intrincadas y aterradoras selvas verbales, llamadas leyes, no son sino directrices acumuladas, codificadas y sistematizadas a lo largo de los siglos. La sociedad desarrolla con sus leyes el esfuerzo colectivo más poderoso por imponer normas de conducta a los ciudadanos.
Las expresiones de carácter directivo, apoyadas por la sanción colectiva, pueden manifestar alguno de los elementos siguientes, o todos ellos:
Todas estas actividades que acompañan al lenguaje directivo, así como sus elementos afectivos, producen un efecto profundo en la memoria. Se emplea cuanto pueda impresionar a los sentidos, desde la tortura de los ritos de la iniciación hasta los placeres de la mesa, de la música, de las vistosas indumentarias y ornamentos suntuosos; se provoca cuanta emoción se puede, desde el miedo al castigo divino hasta el orgullo de ser blanco de la atención pública. Así, el que entra a formar parte de la sociedad —o sea, el que elabora el mapa de un territorio todavía no existente— jamás olvidará que ese territorio cobrará vida algún día.
Por eso tiene caracteres indelebles el recuerdo del día en que el cadete jura la bandera, el adolescente judío recibe su barmitzvah, el sacerdote es ordenado, el policía condecorado, un extranjero admitido a la ciudadanía de otro país, o un Presidente aceptado en su alta magistratura, previo juramento. Aun cuando después el interesado no cumpla sus promesas, lo perseguirá la conciencia de que no debería haberlo hecho. Todos utilizamos estas directrices rituales y reaccionamos a ellas. Las frases y discursos que escuchamos revelan nuestras más profundas convicciones religiosas, patrióticas, sociales, profesionales y políticas, más que los documentos o credenciales que llevamos en el bolsillo, o las condecoraciones que prendemos en nuestras solapas. Quien abandona su religión después de llegar a la edad adulta suele sentir el deseo de volver a ella al escuchar los ritos que oyera en su niñez. Por tanto, esto quiere decir que los seres humanos influyen en el porvenir con sus palabras y controlan con ellas la conducta de los demás.
Debe advertirse que muchas de nuestras directrices sociales y el ceremonial que las acompañan son anticuadas y hasta insultantes para las mentes adultas. Los rituales de los tiempos del terror ya no son necesarios para estimular a la buena conducta a quienes tienen sentido de responsabilidad social. Así, por ejemplo, una ceremonia matrimonial de cinco minutos en un juzgado puede decir más a una pareja madura y responsable que la pompa eclesiástica a otra pareja juvenil. A pesar de que la virtualidad de las directrices sociales depende naturalmente de la buena voluntad, madurez e inteligencia de aquellos a quienes van dirigidas, hay todavía gran tendencia a atenerse a las ceremonias como eficaces de por sí. Es que la gente sigue creyendo en la magia de las palabras, en que repitiéndolas en forma ritual puede conjurarse el porvenir y obligar a las cosas a que respondan a nuestros deseos. Ejemplo interesante de esta actitud supersticiosa hacia las palabras y los ritos es educar a los niños en la democracia a base de saludos ceremoniales a banderas cada vez más grandes y vistosas, y a multiplicar las ocasiones para cantar a voz en cuello “God Bless America”.
¿Cuál es el significado extensional del adjetivo “mío” en expresiones como “el libro mío”, “mi finca”, “mi automóvil”? No describe las características del objeto. Primero era tuyo, ahora pasa a ser mío, sin que cambie en ninguna otra cosa. ¿Qué es lo que se ha alterado? Nuestros convenios sociales respecto a la conducta que tenemos que observar con el automóvil. Cuando era tuyo, podías hacer de él lo que te diese la gana, pero yo no. Ahora es mío, y las cosas se han vuelto del revés. El significado de “tuyo” y “mío” no radica en el mundo exterior, sino en cómo pensamos proceder. Y cuando la sociedad reconoce mi “derecho de propiedad” (al extenderme, por ejemplo, un certificado o una escritura), se compromete a protegerme en mis planes de usar el automóvil y a oponerse a quienes quieran usarlo sin mi permiso, si es preciso, mediante la policía. La sociedad conviene esto conmigo a cambio de que obedezca sus leyes y contribuya con mis impuestos a los gastos gubernamentales.
¿No son, pues, todos los títulos y declaraciones de propiedad, y de derechos, directrices? ¿No podría decirse en lugar de “esto es mío”, “voy a usar este objeto, no lo toque”? ¿No podría expresarse la frase, “todo niño tiene derecho a recibir una educación”, en esta otra manera: “proporciónese educación a todos los niños”? Y ¿no es la diferencia entre “derechos morales” y “derechos legales”, la misma que entre los acuerdos que la gente cree que deberían realizarse, y los que se han realizado con una sanción colectiva y legislativa?
Debemos hacer unas cuantas advertencias antes de abandonar el tema del lenguaje directivo. En primer lugar, hay que tener presente que como las palabras no pueden decirlo todo, las promesas implícitas en el lenguaje directivo nunca son más que “mapas generales” de “territorios no existentes todavía”. El porvenir irá cubriendo esos mapas, muchas veces de forma inesperada. Quizá no tenga el futuro relación alguna con nuestros mapas, pese a todos los esfuerzos por provocar los hechos esperados. Siempre juramos ser buenos ciudadanos, cumplir con nuestro deber, etc., pero ni lo somos ni lo cumplimos en todos los momentos de nuestra vida. Comprendiendo que las directrices no pueden imponer absolutamente el futuro, nos evitamos ilusiones imposibles y, por tanto, desengaños innecesarios.
En segundo lugar, debe distinguirse entre lenguaje directivo e informativo, que frecuentemente se parecen. Afirmar que un deportista es caballeroso y valiente, o que los policías son defensores de los débiles, es establecer metas, no siempre describir la situación presente. Esto es sumamente importante, porque la gente suele tomar estas declaraciones como descriptivas, y se desencantan cuando ven a un deportista brutal o a un policía prevaricador. Entonces deciden no tener nunca que ver con deportistas ni policías, lo cual es un disparate. Lo que ha pasado es que han tomado por declaración informativa lo que no es sino una directriz muy genérica.
Otro motivo de desencanto por no entender debidamente el lenguaje directivo, es encontrar en él promesas que no hay. En este error suelen incurrir quienes, al leer anuncios médicos de antisépticos, creen que prometen la cura radical o que evitan los catarros. Quienes pergeñan esos anuncios soslayan cuidadosamente toda afirmación de que sus medicinas evitan o curan nada, por lo menos en los Estados Unidos, porque lo prohíbe la Comisión Federal de Comercio. Se contentan con afirmar que “alivia la gravedad de una infección”, “remedian los síntomas del catarro” o “contribuyen a suprimir los estornudos y otras molestias”. Si, al leer estos anuncios, los toma usted por promesas seguras de cura o prevención total, está cometiendo la equivocación que ellos intentaban. Otra cosa es cuando compra usted el producto distinguiendo perfectamente lo que le prometieron y lo que no le prometieron.
Análogo error es el dar a las promesas un valor más concreto y específico que el que encierran. Si vota usted a favor de un candidato político que promete “ayudar al campesino”, y luego ve que, en efecto, ayuda al cultivador de algodón, pero no al de patatas, no puede acusarlo de haber quebrantado su promesa. O si ha prometido “proteger a los sindicatos” y luego se declara a favor de medidas que ponen furioso a los líderes del suyo (porque trata de proteger a los miembros sindicales de la política logrera de sus directivos), no puede acusarlo de quebrantamiento de promesa, sino al contrario. Todo el mundo conoce las ambigüedades de una campaña electoral.
Frecuentemente se echa en cara a los políticos que no cumplen sus promesas. Y así ocurre con muchos, sin duda alguna. Pero téngase presente que no suelen prometer tanto como interpretan sus electores. Los programas partidistas son casi siempre vagos y abstractos, aunque los votantes les dan sentido concreto y específico. Gomo dijo el cínico, “parecen prometer todo a todos”. El desencanto producido por las soflamas políticas hay que achacárselo algunas veces al político, pero otras, tiene la culpa el mismo votante, porque ha entendido el programa en un nivel distinto de abstracción. En capítulos posteriores explicaremos detenidamente lo que esto quiere decir.
Las siguientes frases constituyen directrices en el contexto en que suelen encontrarse. ¿Cuáles de ellas tienen sanción colectiva? ¿Qué recompensas se prometen a quienes las siguen, y qué castigos a quienes las desacatan? ¿O no se prometen premios ni castigos? ¿Qué probabilidades hay de que se cumplan esas promesas?
“Y recuerden, señoras y caballeros —suena la voz del locutor por la radio—, que cada vez que pidan a su abastecedor “Café Odalisca”, nos están dando las gracias”.
EJEMPLO DE ANÁLISIS: Este es lenguaje directivo, porque intenta influir en la conducta del oyente. Afortunadamente, podemos no hacerle caso, porque es en beneficio de una marca comercial y, por tanto, no tiene sanción colectiva. Hay la promesa implícita de que si el oyente expresa su agradecimiento comprando Café Odalisca, el productor seguirá mandándole programas como el que precede al anuncio. Si hay un número regular de gente que siga la directriz, lo probable es que se cumpla fielmente la promesa.
Las efímeras pueden desarrollarse aunque no se las atienda, pero dedicándoles un poco más de cuidado —plantándolas donde puedan recibir por lo menos cuatro horas diarias de sol, aplicándoles algún abono bien dosificado y regándolas más frecuentemente cuando empiezan a florecer—, se obtendrán efectos extraordinarios.
—Flower Grower: The Home Garden Magazine
Profesamos como verdades evidentes, que todos los hombres son criados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales están el de la vida, el de la libertad y el de la búsqueda de la felicidad.
—De la Declaración de Independencia
A unas rosas
Estas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.
Este matiz que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!
A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiraron;
que pasados los siglos, horas fueron.
—PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA
La Casa Francesa, bajo la dirección y el control del Departamento, brinda a quien quiera una buena oportunidad para adquirir facilidad de palabra. Los profesores franceses y bilingües viven en la Casa y ayudan a dirigir la conversación. Se permite en ella residir a las mujeres, y hombres y mujeres pueden ir allí a comer. Como no se explota con fines financieros ni de ganancia, los precios son lo más bajos posible.
El Departamento encarece con todo interés a los estudiantes de francés que tomen una habitación en la casa para aprovechar plenamente la extraordinaria oportunidad de hablar ese idioma en todos los momentos del día y oírlo en un ritmo normal de conversación.
Deben reservarse en seguida las habitaciones.
—Anuncio de la Universidad de Wisconsin
Aprended, flores, de mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui
y hoy sombra mía no soy.
La Aurora ayer me dio cuna,
la noche ataúd me dio;
sin luz muriera, sí no
me la prestara la Luna.
Pues de vosotras ninguna
deja de acabar así.
Aprended, flores, de mí… etc.
Consuelo dulce el clavel
es a la breve edad mía,
pues quien me concedió un día,
dos apenas le dio a él;
Efímeras del vergel,
yo cárdena, el carmesí.
Aprended, flores, de mí… etc.
Flor es el jazmín, si bella,
no de las más vividoras,
pues dura pocas más horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
la flor que retiene en sí.
Aprended, flores, de mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui
y hoy sombra mía no soy.
—LUIS DE GÓNOORA Y ARCÓTE Letrilla sobre la brevedad de las cosas humanas
“Nobles, discretos varones
que gobernáis a Toledo:
en aquestos escalones,
desechad las aficiones,
codicias, amor y miedo.
Por los comunes provechos
dexad los particulares:
pues vos fizo Dios pilares
de tan altísimos techos,
estad firmes y derechos”.
—GÓMEZ MANRIQUE Inscripción en las Casas Consistoriales de Toledo
Confiera a su hijo mejores grados por Navidad. Que empiece este año escolar con una máquina portátil de escribir, marca X. Porque la mecanografía mejora los grados, como lo prueban las fichas de los alumnos. En cuanto empiezan a tomar a máquina sus apuntes y a escribir a máquina sus tareas, sube casi inmediatamente su calificación escolar. Los pedagogos lo saben y los exámenes de fin de curso lo han demostrado. No hay como una portátil marca X. ¡ Hace verdaderos milagros, es fácil de manejar y se aprende en seguida su funcionamiento!
—Anuncio periodístico
Estudie los siguientes párrafos, sentencias y versos según el contexto que describen. ¿Cuáles son las directrices que contienen? ¿Hay algunas en que apenas puede encontrarse lenguaje directivo?
Ese es un antinorteamericano.
EJEMPLO DE ANÁLISIS: Ordinariamente esta afirmación supone un juicio muy severo —una “palabra-gruñido”— que expresa reprobación de las ideas de una persona. Este juicio suele tener consecuencias graves directivas: “¡Que lo expulsen!” o “¡No voten por él!” En contextos especiales, en que el que habla y el que escucha han decidido dar un significado concreto y comprobable al adjetivo “antinorteamericano”, la afirmación puede ser un informe nada más. Pero estos contextos son raros.
El marqués y su mujer
contentos quedan los dos:
ella se fue a ver a Dios
y a él lo vino Dios a ver.
—Epigrama anónimo
El hombre nació libre, y por todas partes está encadenado.
—ROUSSEAU
El domingo de amor te hechiza;
mas mira cómo
llega el Miércoles de Ceniza;
memento, homo…
Por eso hacia el florido monte
las damas van,
y se explican Anacreonte
y Omar Kayam…
Y, no obstante, la vida es bella,
por poseer
la perla, la rosa, la estrella
y la mujer…
—RUBÉN DARÍO, Poema del Otoño
En cada puerto una mujer espera,
los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar…
—PABLO NERUDA, Farewell
El que ha fumado cigarrillo tras cigarrillo de marcas diferentes, y ha comparado su frescura, su suavidad y su aroma, ya no quiere más que los ‘Céfiros’.”
(Anuncio imaginario)
En el lenguaje humano, los distintos fonemas tienen distintos significados. Estudiar esta coordinación de sonidos y significados es estudiar el lenguaje. Gracias a esta coordinación, el hombre puede influir en los demás con gran precisión. Cuando, por ejemplo, decimos a alguien la dirección de una casa que no ha visto nunca, estamos haciendo algo que el animal no puede hacer.
—LEONARD BLOOMFIELD, Language
Ha muchos años que busco el yermo,
ha muchos años que vivo triste,
ha muchos años que estoy enfermo,
¡y es por el libro que tú escribiste!
¡Oh, Kempis!, antes de leerte, amaba
la luz, las vegas, el mar océano;
mas tú dijiste que todo acaba,
¡que todo muere, que todo es vano!…
—AMADO NERVO, “A Kempis”
Hacemos tantas tonterías por los falsos mapas que llevamos en la cabeza, que ya ni les damos importancia. Hay quienes tratan de protegerse contra los accidentes, llevando una pata de conejo. Otros no quieren dormir en el piso 13 de los hoteles.
—S. I. HAYAKAWA, Language in Thought and Action
Redacte el borrador de una campaña local para recaudar fondos con destino, por ejemplo, a la Cruz Roja o a alguna otra organización benéfica, a base de banquetes, comités designados especialmente para ese fin, etc. Procure tocar fibras que alteren verdaderamente la conducta de la gente, persuadiéndola para que contribuya a la causa. ¿Se puede exagerar un poco la cosa aun para fines tan loables? Si es así, ¿cuáles son los límites de nuestro lenguaje afectivo y directivo?
En este capítulo hemos definido la propiedad como un conjunto de convenios directivos, reconocidos por la sociedad, respecto al uso de ciertas cosas. Pero la libertad de usarlas y de gozar de lo que es “mío” depende del tipo de propiedad de que se trate; por ejemplo: sólo puedo conducir “mi” automóvil si está legalmente matriculado y tengo mi licencia. ¿Qué diferencias tienen los significados extensionales del adjetivo posesivo “mi” en las expresiones siguientes?
mi plancha eléctrica | mi casa |
mi lote de terreno | mi Rembrandt auténtico |
mis acciones de la Financiera | mi cuarto de hotel |
En uno de los capítulos anteriores dijimos que el escritor o autor de un diccionario es un historiador, no un legislador. Después de leer los siete capítulos que van del libro, probablemente ponga usted en duda muchas cosas, inclusive esta afirmación. Por ejemplo: ¿hasta qué punto es el historiador un hombre que dirige además nuestro pensamiento y acción futura con lo que relata? Porque puede no querer contarnos algunas cosas. Al seleccionar las que nos refiere, les concede una importancia particular. ¿No tendrá carácter directivo esta selección del material? Escriba quinientas palabras sobre el teína “La Historia como valor directivo”.
A continuación va una pequeña lista de libros sobre el tema tratado en este capítulo. Redacte una crítica de uno o más de ellos, fijándose especialmente en sus directrices explícitas e implícitas:
The Informed Heart (1960), de Bruno Bettelheim. Este eminente sicólogo deduce las normas para sobrevivir de sus experiencias en Dachau y Buchcnwald. Después de pasar revista a los métodos nazis empleados en estos campos de concentración, explica las condiciones que hicieron posible la vida y aplica las técnicas de resistencia a la existencia en nuestras sociedades de masas.
Law and the Modern Mind (1930), de Jerome Frank. Estudio interesantísimo de la semántica del derecho, realizado por un precursor de la aplicación de las ideas sicológicas y sicoanalíticas al estudio de las reacciones de abogados y jueces.
Survival Through Design (1954), de Richard Neutra, famoso arquitecto que considera el diseño como factor coordinador de la arquitectura y como la única defensa del hombre contra el ambiente hostil que le espera.
The Folklore of Capitalism (1938), de Thurman Arnold. Este ameno y célebre libro, escrito por el fiscal general auxiliar, jefe de la División Antimonopolística del Gobierno de Roosevelt, es un estudio clásico de cómo ciertas directrices políticas y económicas muy arraigadas impiden a las sociedades comprender y solucionar sus problemas.
La búsqueda contemporánea de soluciones prácticas al dilema de guerra o rendición ha cristalizado en una porción de libros que presentan ideas constructivas para una nueva política exterior y la interrupción de la carrera de armamentos. Entre ellos están: The Peace Race (1962), de Seymour Melman; In Place of Folly (1961), de Norman Cousins; May Man Prevail? (1961), de Erich Fromm; The Limits of Defense (1962), de Arthur Waskow; An Alternative to War or Surrender (1963), de Charles Osgood.
La propaganda es una de las directrices más poderosas; hay muchos libros sobre el “control del pensamiento”. El de Leonard Doob, Public Opinión and Propaganda (1949), es una exposición muy interesante de datos y hechos. Se estudian aspectos sociales del problema de la propaganda en The Strategy of Terror (1940), de Edmond Taylor; German Psychological Warfare (1942), rec. por Ladislas Farago; y más recientemente, Truth Is Our Weapon, de Edward Barrett (1953); Battle for the Mind, de William Sargeant (1957); The Rape of the Mind, de Joost Meerloo (1956); Why Men Confess, de C. John Rogge (1959); Thought Reform, de Robert J. Lifton (1961). Son excelentes estudios de los métodos anunciadores como propaganda, The Hidden Persuaders, de Vanee Packard (1957), y Madison Avenue, U. S. A., de Martin Mayer (1958).