4. LOS CONTEXTOS

[Contestación de un individuo a quien pidieron que definiese el jazz de Nueva Orleáns]: Hombre, si tiene usted que preguntar qué es, no lo va a saber nunca.

LOUIS ARMSTRONG

Las definiciones de diccionario frecuentemente dan substitutos verbales de una palabra desconocida, que no son sino maneras de disimular la ignorancia. Así, quien busque en el diccionario [inglés-castellano] la traducción de la palabra “bullfinch”, se quedará tan satisfecho [al leer “pinzón real”] sin tener idea de cómo es esta ave. La comprensión no se logra con el manejo de las palabras nada más, sino penetrando su significado. Las definiciones del diccionario nos permiten ocultarnos a nosotros mismos y a los demás nuestra ignorancia.

H. R. HUSE (The Illiteracy of the Literate, 1933).

Cómo se hacen los diccionarios

La gente cree que todas las palabras tienen un significado exacto, el cual conocemos principalmente a través de los maestros y gramáticos (aunque casi siempre nos sale por una friolera, y nos contentamos con un castellano ramplón), y que los diccionarios y las gramáticas son la autoridad suprema en cuestiones de significado y empleo de los vocablos. Pocos se preguntan en qué se basan quienes redactan diccionarios y gramáticas. El autor de estas líneas discutió una vez con una inglesa sobre la pronunciación de cierta palabra y le propuso consultar al diccionario. A lo que ella contestó: “¿Por qué? Yo soy inglesa, nací y me crié en Inglaterra. Lo que hablo es inglés”. Esta seguridad autoritaria no es rara entre los ingleses. En cambio, el norteamericano que lleva la contraria al diccionario es tenido por loco o por un bicho raro.

Veamos cómo se hacen los diccionarios y sus definiciones. Lo que decimos sólo se aplica, claro está, a las oficinas donde se elaboran, a base de investigación directa, los diccionarios originales, no a los copiados de ellos. En primer lugar, hay que leer enorme cantidad de literatura sobre el período o tema a que se refiere el diccionario. Al mismo tiempo, se van haciendo fichas de cada palabra extraña o interesante, del empleo peculiar de un vocablo común, de sus numerosos empleos corrientes y de frases en que aparece. O sea, se toma nota del contexto de cada palabra, no sólo de la palabra aislada. Para redactar un diccionario verdaderamente detallado, como el de la Academia Española (o un buen Diccionario Enciclopédico, debidamente documentado), se necesitan millones de fichas, y la tarea de componerlo dura decenios (y está en constante actividad). Las fichas se clasifican por orden, alfabético. Terminada la clasificación, para cada palabra podrá haber dos, tres o varios centenares de ejemplos y citas, cada uno en ficha aparte.

Así, pues, para definir una palabra se estudia el conjunto de fichas sobre ella; cada una representa el empleo de la palabra en cuestión por un autor de algún prestigio en el campo de la literatura o de la historia. Se leen las fichas cuidadosamente, se descartan algunas de ellas, vuelven a leerse las que quedan y se clasifican según las diversas acepciones de la palabra. Finalmente, se redacta la definición a base de la regla rigurosa de respetar el significado que se deduce de las citas diversas. No puede el autor del diccionario, ni sus diversos colaboradores, dejarse influir por lo que él cree que deberían significar las palabras. Tiene que atenerse a las fichas o abandonar la tarea.

Por tanto, la preparación de un diccionario no consiste en formular declaraciones autorizadas sobre “el verdadero significado” de las palabras, sino en tomar nota de lo que han significado para los escritores antiguos y modernos. El autor de un diccionario es un historiador, no un legislador. Si, por ejemplo, escribiésemos un diccionario en 1890, y hasta 1919, podríamos decir que la palabra “radiar” significaba “despedir o arrojar rayos de luz o calor”, no estaríamos en condiciones de decretar que, a partir del año 1921, ese verbo iba a significar la transmisión de mensajes o música por radio. Así, pues, la autoridad del diccionario no consiste en imposibles carismas proféticos. Al elegir las palabras que hablamos o escribimos, nos orienta históricamente el diccionario, pero no estamos esclavizados a él, porque las nuevas situaciones, experiencias, inventos e ideas nos obligan a dar nuevos sentidos a las antiguas y a crear constantemente nuevas palabras[1].

Contextos verbales y físicos

El proceso de redacción de un diccionario viene a ser el mismo que seguimos al aprender los significados de las palabras desde niños, y que continúa durante toda la vida. Supongamos, por ejemplo, que no hemos oído nunca la palabra oboe, y que escuchamos la siguiente conversación:

Era el mejor tocador de oboe de la ciudad… Cuando llegaba al solo de oboe del tercer movimiento, solía ponerse muy nervioso… Un día lo vi comprando, una lengüeta nueva para su oboe en una tienda de música… No le gustaba el clarinete desde que empezó a tocar el oboe… porque, según decía, le resultaba demasiado fácil.

Aunque uno no conozca la palabra, va entendiendo lo que significa al oírla en una conversación. A la primera frase, sabemos que el oboe es algo que se toca, por lo que deducimos que se trata de un instrumento musical. A cada frase va limitándose el margen de probabilidades, hasta llegar a una idea más o menos clara de lo que quiere decir la palabra oboe. Así es como aprendemos merced al contexto verbal.

Pero también aprendemos a través del contexto físico y social. El que vaya a los toros por primera vez, se encontrará con una nomenclatura extraña de “revoleras”, “molinetes”, “gaoneras”, “verónicas”, “manoletinas”, “mogón del derecho”, “berrendo en negro”, etc. Pero cuando ve al público aplaudir frenéticamente una faena, mientras uno o varios espectadores gritan “olé por esa manoletina” o así “se pasa de pecho”, o “es una faenaza de poder a poder”, al segundo toro tendrá ya alguna idea, al tercero podrá juzgar por su propia cuenta, y quizá, cuando se lidie el sexto toro, estará en condiciones de discutir (cosa muy taurina, por cierto), alguna supuesta hazaña del torero.

Este ejemplo de contexto físico y social puede aplicarse a cualquier actividad deportiva, como el golf, el fútbol, etc., y a muchos otros terrenos de la vida. Aprendemos prácticamente los significados de todas nuestras palabras (que no son, recuérdese, más que sonidos complejos), no en los diccionarios ni en las definiciones, sino en su asociación a situaciones reales de la vida, por lo cual nos habituamos a relacionarlos con determinabas situaciones. Hasta los perros aprenden el significado de las palabras, al asociarlas con determinadas golosinas o castigos; lo mismo hacemos los hombres: interpretamos el lenguaje, al caer en la cuenta de lo que ocurre cuando la gente emite determinados sonidos verbales; en una palabra: aprendemos por los contextos.

Las definiciones que los niños dan en la escuela muestran claramente cómo asocian las palabras a las situaciones; casi siempre sus definiciones son a base de contextos físicos y sociales: “Castigo… castigo es cuando uno ha sido malo y lo encierran en un closet sin cenar”. “Los periódicos son los que trae el ‘voceador’ por la mañana, que luego sirven para envolver la basura”. He aquí dos buenas definiciones. No pueden ponerse en los diccionarios principalmente porque son demasiado concretas; sería imposible hacer una lista de las innumerables situaciones en que se emplea cada palabra. Por eso, las definiciones de los diccionarios son muy abstractas; es decir: se descartan, en aras a la confusión, detalles concretos. (En el Capítulo 10 se explica detalladamente lo que es un alto nivel de abstracción). Por eso, es otra gran equivocación creer que el diccionario nos dice en una definición cuanto hay sobre determinada palabra.

Significado extensional e intencional

Los diccionarios versan sobre el mundo de significados intencionales, pero hay otro mundo que ignoran por su misma naturaleza: el de los significados extensionales. Significado extensional de una palabra es el que señala en el mundo extensional (o físico), de que hablamos en el Capítulo 2. Es decir: no puede expresarse con palabras, porque es lo que éstas representan. Se comprenderá fácilmente, poniéndose la mano en la boca y señalando con el dedo cuando se le pida a uno algún significado extensional.

Claro está, no siempre podemos indicar los significados extensionales de las palabras que usamos. Por tanto, al hablar de significados, llamaremos denotación de un vocablo a aquello que se habla. Por ejemplo: la denotación de la palabra “Winnipeg” es la ciudad rodeada de prados del sur de Manitoba que lleva ese nombre; la denotación de la palabra “perro” es una especie animal, en la que entra el perro1 (Nig), perro2 (Dumbo), perro3 (Mora)… perron.

El significado intencional de una palabra o expresión es, en cambio, lo que indica (o connota) en la idea de quien la pronuncia. Hablando en términos generales, cuando expresamos el significado de las palabras pronunciando otras, estamos dándoles sentidos intencionales, o sea, connotaciones. Para entenderlo, tápese los ojos y deje que las palabras le den vueltas en la cabeza.

Los vocablos y expresiones pueden tener, naturalmente, significado extensional e intencional. Si no tienen este último, es decir, si no inspiran ideas aunque les demos vueltas en la cabeza, son sonidos sin sentido, como las palabras de un idioma desconocido. Al contrario, puede haber expresiones que no tengan significado extensional, aunque puedan despertarnos ideas. La frase, “los ángeles velan mi sueño por la noche”, tiene sentido intencional, pero no extensional. Eso no quiere decir que no me velen. Con esto significamos que no los podemos ver, tocar, retratar ni descubrir científicamente su presencia. Por eso, si surge la discusión de si los ángeles me velan o no, es imposible dejar satisfechos a quienes la entablan, cristianos y no cristianos, creyentes y agnósticos, místicos y científicos. Así, pues, creamos o no creamos en los ángeles, lo mejor será que no nos enzarcemos en una polémica sobre el tema.

En cambio, cuando se trata de afirmaciones extensionales, por ejemplo, “esta habitación tiene cinco metros de largo”, las discusiones pueden terminar convincentemente, porque, sean cuales fueren las conjeturas sobre sus dimensiones, el asunto se termina en cuanto uno saca un metro. Esta es, pues, la diferencia principal entre significado extensional e intencional: las discusiones sobre algo extensional pueden terminarse a satisfacción; pero si versan sobre algo intencional exclusivamente, la diferencia de opiniones puede durar eternidades y acabar en conflicto: quizá lleguen a romperse las amistades y, en sociedad, provocan la ruptura de las organizaciones en grupos enconados. En el campo internacional, pueden agravar hasta tal punto las tensiones, que constituyan verdaderos obstáculos para el arreglo pacífico de las disputas.

Este tipo de discusiones carece de sentido, porque de sus palabras no puede deducirse sentido alguno. Que ponga el lector algunos ejemplos de pleitos así. Hasta el ejemplo de los ángeles puede ofender a alguien, aunque ni se niega ni se afirma su existencia. Pueden imaginarse las protestas a que daría lugar la serie de ejemplos que pudieran exponerse de teología, política, derecho, economía, crítica literaria y otros ramos del saber, en que no suele distinguirse entre lo absurdo y lo que hace sentido.

El error de un solo significado para cada palabra

Quienquiera que se haya puesto a pensar sobre el significado de las palabras habrá notado que están cambiando constantemente de sentido. La gente suele creer que esto es una desgracia, porque le vuelve a uno “tarumba”, y se presta a “confusiones mentales”. Para poner remedio a esto, acaso pretendan que todos nos pongamos de acuerdo sobre el significado único que debe tener cada palabra, y emplearla sólo en esa acepción. Luego verán que no es posible hacer coincidir a la gente, aunque nombrásemos a un dictador de mano de hierro, rodeado de una legión de lexicógrafos, que designasen censores en todas las redacciones periodísticas y en todos los micrófonos domésticos. Por tanto, hay que desistir de la empresa.

Pero todo esto puede evitarse, partiendo de un principio totalmente nuevo, en el que se basan las modernas ideas lingüísticas a saber: que no hay palabra que tenga dos veces el mismo significado exacto. Podemos demostrarlo de distintas maneras. Primero, si aceptamos que el contexto de una expresión determina su significado, como no hay dos contextos exactamente iguales, tampoco podrá haber dos significados exactamente iguales. Ni siquiera podemos “fijar el significado” de la expresión “creer en” cuando la utilizamos en frases como esta:

Creo en ti (tengo confianza en ti).

Creo en la democracia (estoy convencido de sus principios).

Creo en Santa Claus (me inclino a pensar que existe).

Segundo, pongamos por ejemplo una palabra de significado sencillo: la palabra “vaso”. Al oírla, Juan piensa en las características comunes a todos los vasos que recuerda, y Pedro lo mismo. Ahora bien; por pequeñas y hasta insignificantes que sean las diferencias de connotación para uno y para otro, siempre piensan en algo distinto cuando oyen o pronuncian la palabra “vaso”.

Finalmente, analicemos algunas expresiones de sentido extensional. Cuando Juan, Pedro, Gonzalo y Paco dicen “mi máquina de escribir”, tendremos que fijarnos en cuatro instrumentos distintos, cada uno de los cuales tiene su sentido extensional: para Juan, una Olivetti; para Pedro, una Remington; para Gonzalo, una Smith-Corona portátil, y para Paco, una que todavía no puede describirse, porque está pensando en comprarla: “La máquina que voy a comprar es eléctrica”. También ocurre que la máquina a que se refiere Juan hoy no será la misma de mañana; la palabra tendrá un significado extensional distinto en cada caso, porque al día siguiente (y hasta al minuto siguiente) ya habrá cambiado en virtud de procesos lentos de desgaste constante y deterioro. Por eso, aunque las diferencias sean mínimas, no podemos decir que la máquina sea exactamente la misma entre este minuto y el siguiente.

Insistir apodícticamente en que una palabra significa determinada cosa antes de ser pronunciada, es un disparate. Sólo podemos saberlo aproximadamente. Después de pronunciada, interpretamos lo dicho en función de sus contextos verbales y físicos, y obramos de conformidad. El estudio del contexto verbal y de la misma expresión nos lleva a sus significados intencionales; el del contexto físico nos indica sus sentidos extensionales. Cuando Juan dice a Pedro: “¿Quieres darme ese libro?”, Pedro mira en dirección adonde apunta Juan (contexto físico), recuerda lo que hablaron anteriormente (contexto verbal) y deduce a qué libro se refiere.

Por tanto, la interpretación debe basarse en la totalidad de contextos. De otra manera, no podríamos contar con que la gente nos entendiese si dejamos de utilizar la palabra precisa en algunas ocasiones. Por ejemplo:

A: ¡Caray, mira cómo corre ese liebre!

B: (mirando hacia allá): Querrás decir ese galgo.

A: Hombre, claro, eso es lo que quiero decir.

A: ¡Qué mal pinta este lápiz!

B: ¿Te refieres a la estilográfica que tienes en la mano?

A: Es verdad… ¿dije “lápiz”?

Los contextos indican muchas veces qué es lo que queremos decir, que no hagan falta explicaciones para entendernos.

La ignorancia de los contextos

Por tanto, es evidente que prescindir de los contextos en un acto interpretativo constituye, por lo menos, una estupidez, y puede llegar a ser una costumbre fatal. Ejemplo corriente de esto es el texto breve que se cita del discurso de un personaje público, separándolo de su contexto, con lo cual se le da una interpretación completamente falsa. Un profesor universitario norteamericano declaró el “Día de los Veteranos”, en una junta de profesores, que la célebre Alocución de Gettysburg fue “una poderosa pieza de propaganda”. Estaba bien claro que empleaba la palabra propaganda no en su significado popular, sino, como explicó él mismo, en el sentido de servir a “las finalidades morales de la guerra”. Luego se vio igualmente que era un gran admirador de Lincoln. Sin embargo, el periódico local, prescindiendo del contexto, expuso las cosas de tal manera que parecía como si el orador hubiera llamado embustero a Lincoln, y desencadenó una campaña contra el pobre maestro. A sus disculpas, replicó el director del periódico: “No me importa qué fue lo que dijo usted además. Usted afirmó que la alocución de Gettysburg era propaganda, ¿no?” Y esto significaba para él que Lincoln había sido denigrado y que el conferenciante debía ser destituido de su cargo universitario. Algo parecido ocurre en los anuncios. En las solapas de un libro puede decirse que “le falta poco para ser una obra extraordinaria”, pero alguien puede citarlo fragmentariamente y decir sólo “una obra extraordinaria”. Y no faltará quien salga en defensa de lo que pasó, diciendo: “Pero allí se emplean las palabras ‘una obra extraordinaria’, ¿no es verdad?”

En el decurso de una polémica suelen quejarse ambas partes de que las mismas palabras significan cosas distintas para diversas personas. En lugar de lamentarse, lo que deben hacer es aceptar esas diferencias. Si la palabra “justicia”, por ejemplo, significase lo mismo para todos los magistrados de la Suprema Corte, las sentencias serían siempre por unanimidad. Más extraño sería todavía que la palabra “justicia” significase lo mismo para Kennedy que para Krhushchev. Si nos metemos bien metido en la cabeza el principio de que una palabra no significa dos veces lo mismo, nos formaremos el hábito de estudiar automáticamente los contextos, con lo cual entenderemos mejor lo que dicen los demás. Sin embargo, propendemos a creer que entendemos algo, siempre que conozcamos las palabras; pero no lo entendemos. Estamos atribuyendo a alguien cosas que nunca quiso decir. Luego viene el derroche inútil de energías de acusar airadamente a la gente de “falta de honradez intelectual” o “abuso de palabras”, cuando lo único que han hecho es darles una acepción distinta de la que nosotros les reconocemos, cosa que es natural, sobre todo si su cultura y pasado son distintos de los nuestros. Claro que hay casos de falta de honradez intelectual y de abuso del lenguaje, pero no siempre ocurren donde la gente cree.

Los contextos tienen particular importancia para el estudio de la historia de las culturas. Que no hubiese agua corriente o electricidad en una casa inglesa del siglo XVI no tiene importancia alguna, pero seria una falta imperdonable en una vivienda de Chicago en 1963. Igualmente, para comprender la Constitución de los Estados Unidos no basta, como nos dicen nuestros historiadores, consultar las palabras en el diccionario y leer las interpretaciones escritas por los magistrados de la Suprema Corte. Hay que considerarla en su contexto histórico: en las condiciones de vida, el estado artístico, industrial y de las comunicaciones de aquel tiempo, las ideas imperantes entonces, etc., todo lo cual contribuirá a fijar el significado de las palabras de la Constitución. Después de todo, la misma expresión “Estados Unidos de América” era el nombre de una nación completamente distinta en volumen y cultura por el año 1790, de lo que es hoy. Cuando se trata de asuntos de grandes proporciones, el contexto que hay que examinar —verbal, social e histórico— puede ser también muy vasto.

Además, los que prescinden del contexto sicológico en las relaciones personales cometen frecuentemente el error de interpretar como insultos lo que no pretendía ser más que bromas.

La interacción de las palabras

Pero no queremos decir con todo esto que el lector pueda prescindir del diccionario porque tengan tanta importancia los contextos. Cualquier palabra de una frase, cualquier sentencia de un párrafo, cualquier párrafo de un capítulo, cuyo significado se capta por el contexto, constituye parte del contexto general. Por tanto, no siempre que se consulta el diccionario se aprecia sólo el significado de una palabra, sino el resto de la frase, párrafo, conversación o ensayo. Todas las palabras de un contexto determinado ejercen relación recíproca entre sí.

Teniendo en cuenta que el diccionario es una obra histórica, deberíamos entenderlo así: “La palabra madre ha sido principalmente empleada por el pueblo de habla inglesa para indicar el partícipe femenino de la procreación”. De ahí podemos deducir que, “si así se usó, probablemente es lo que significa en la frase que estoy leyendo”. Y así lo hacemos normalmente, claro; pero si al volver a leer el texto nos encontramos con la frase, “empezó a cuajar la madre del vinagre”, habrá que mirar un poco más detenidamente el diccionario.

Así, pues, la definición del diccionario es una guía de valor incalculable para la interpretación. Las palabras no tienen sólo una significación, sino que se aplican a grupos de situaciones análogas, que pudieran llamarse áreas de significado. Para determinar estas áreas es para lo que es útil el diccionario. Cada vez que se emplea una palabra, examinamos su contexto y las circunstancias extensionales, si es posible, para descubrir la verdadera acepción dentro del área de sus significados.

APLICACIONES

Suponga usted que está preparando un diccionario y que sólo tiene las siguientes citas en que figura la palabra “shrdlu”. ¿Qué definición redactaría de ella? No se contente con indicar un sinónimo, sino escriba una definición de diez a veinte palabras.

  1. Tenía extraordinaria habilidad con el shrdlu.
  2. Dice que necesita un shrdlu para alisar las vigas.
  3. Ayer compró Pedro un nuevo mango para su shrdlu.
  4. La cabeza del shrdlu de Pedro estaba muy mellada.
  5. No te hace falta una sierra ni una hacha; con un shrdlu harás el trabajo mejor y más aprisa.

Formule una definición del adjetivo “norteado”, que no figura en el diccionario de la Academia Española, en menos de veinte palabras, a base de las siguientes frases:

  1. Parece que está norteado a todas horas.
  2. Unos se sienten norteados a primeras horas de la mañana, pero yo sólo antes de cenar.
  3. Si quieres dejar de estar norteado, toma estas pastillas.
  4. Todos se sienten más o menos norteados en un día bochornoso.
  5. No estoy de mal humor, sino norteado.

Hemos introducido en este capítulo un neologismo, “extensional”, y hemos empleado un adjetivo, “intencional”, en un sentido que difiere un tanto del corriente, pero que se basa en la palabra “intención”, como de “extensión” hemos derivado el neologismo “extensional”. Preferimos hacerlo así a utilizar el adjetivo “extensivo”, que, según el diccionario, significa algo “que puede extenderse”.

Hay palabras que unas veces significan determinada acción, y otras, los resultados de la misma. Así ocurre con la palabra “construcción” en los siguientes ejemplos:

  1. La construcción del estadio duró tres años.
  2. Esta construcción del siglo XVI sigue en pie todavía.

En el primer caso, se trata de la acción de construir; en el segundo, de su efecto. Ahora, a base de las siguientes palabras, componga sentencias paralelas, en que el contexto indique significaciones distintas.

vela creación
cabo destrucción
pintura educación

Explique en qué contextos pueden surgir las cuestiones siguientes, y cuáles de ellas carecen de sentido. Explique por qué.

  1. ¿Ha fracasado la democracia?

    EJEMPLO DE ANÁLISIS: Si no se determina primero el sentido extensional de las palabras “democracia” y “fracasar”, la discusión probablemente no conduzca a nada. Podría subdividirse en otras cuestiones más pequeñas. Por ejemplo: “Suponiendo que la democracia triunfa si vota por lo menos 60% de los electores, ¿qué proporción de ellos votó en las elecciones presidenciales de 1956, 1960 y 1964?”. “Si se supone que ha triunfado la democracia cuando a los niños inteligentes, pero sin medios económicos, se les da oportunidad para terminar su instrucción, ¿qué porcentaje de alumnos de cuarto grado con C.I. de más de 125 terminaron la secundaria?”. Pero si hablamos en términos intencionales de las palabras “democracia” y “fracasar”, lo más probable es que la discusión cobre tonos molestos. En muchos contextos en que se planteó la discusión, resultó carente de sentido.

  2. ¿Escribió Lincoln la Alocución de Gettysburg?
  3. Apurar, cielos, pretendo,

    ya que me tratáis así,

    qué delito cometí

    contra vosotros, naciendo.

    CALDERÓN DE LA BARCA, La Vida es Sueño

  4. ¿Fue Eisenhower mejor general que Napoleón?
  5. ¿Gana más dinero Shirley MacLaine que Kim Novak?
  6. ¿Deben trabajar las mujeres después de casarse?
  7. ¿Por qué tuvo que ocurrirme esto?
  8. ¿Son los negros más inteligentes que los blancos?
  9. ¿Dónde se meten las moscas en invierno?
  10. ¿Soy yo la primera muchacha que besas?
  11. ¿Me son favorables las configuraciones estelares para iniciar un viaje el 29 de marzo, habiendo nacido el 6 de noviembre?
  12. ¿Se expande el universo?
  13. QUERIDA DOROTHY DIX: ¿Cómo puede saber una mujer si la quiere su marido? Llevo casada diez años y mi marido y yo discutimos a todas horas. Me pega y me llena de improperios, y luego viene a decirme que me ama, y se arrepiente de todo entre lágrimas. Quisiera dejarlo y volver con mi familia, pero no me deja. Dice que no puede vivir separado de mí. Por favor, aconséjeme qué debo hacer. ¿Cree usted que me quiere de verdad?

    —UNA ESPOSA DESVENTURADA, Surt-Times, de Chicago

  14. ¿Qué pasa a la juventud de hoy?
  15. ¿Es usted honrado?

Tome nota de alguna discusión que haya presenciado usted en Jas últimas veinticuatro horas, siguiendo estas preguntas:

En cualquier buen diccionario se definen las palabras en función de sus áreas de significado, y la mayor parte de las palabras tienen áreas de significado distintas. Trate de buscar áreas distintas de significado en las siguientes palabras:

marco abierto orden
golpe rojo consejo
corte punto interés

EJEMPLO: corte.

El leñador hizo un corte en el tronco.

El corte superior del libro está por pulir.

La Suprema Corte dictó su fallo.

El orador es elocuente; no creo que se corte.

Es un traje de buen corte.

Son cortesanos, nobles de la corte real.

Corte usted por donde quiera.

Siéntese en una silla y diga “mi silla”, apuntando a ella. Trasládese a otra silla, y repita las mismas palabras, apuntando a ella igualmente. ¿Es igual todavía el significado extensional de las palabras? ¿Sigue siendo el mismo su significado intencional?

Escriba en una hoja de papel su nombre media docena de veces. Ante usted tiene seis ejemplos del significado extensional de las palabras “mi firma”. Compárelos con cuidado. ¿Hay algún grupo de dos que sean exactamente iguales? ¿Son iguales sus significados extensionales? ¿Serían lo mismo si estuviesen impresas las firmas?

Saque de su funda de papel un pedazo de goma de mascar y examínelo con cuidado. Mastíquelo un poco y examínelo de nuevo. ¿Ha cambiado el significado intencional de “esta goma de mascar”? ¿Y su significado extensional?

A continuación van unas cuantas frases sencillas, cuyos contextos colocamos debajo de cada una, entre corchetes y cursiva. Antes de leer el contexto, escriba su reacción inmediata a la frase. Por ejemplo:

FRASE: Ni siquiera sabe cuántos son uno y uno.

REACCIÓN: ¡Se necesita ser tonto!

  1. No se ha lavado en un mes.

    ]solucíhev sol arap y rebeb arap auga le ranecamla y ravresnoc euq naínet otreised le ne nabaelep euq saport sal ,laidnuM arreuG adnuges al etnaruD[

  2. Me mira sin expresión cuando le hablo.

    ]óibicer eplog le rop etneicsnocni aívadot eugis euq oczuded lauc ol eD[

  3. Cómo no, hijo; te compraré un flamante coche deportivo por Navidad.

    ]otpigE ed sedimárip sal ed anu aleuba ut a y aicnarF ne ollitsac nu erdam ut a ,knim ed sogirba sod anamreh ut a érarpmoc ,sámeda y ,íS[