En suma: los distintos sonidos del habla humana tienen significados diferentes. Estudiar esta coordinación de determinados sonidos con determinado significado es estudiar el lenguaje. Dicha coordinación permite al hombre “interaccionar” con gran precisión. Así, cuando, por ejemplo, decimos a alguien la dirección de una casa que no ha visto, estamos haciendo algo que ningún animal puede hacer.
LEONARD BLOOMFIELD
Las formas vagas e insignificantes de hablar y el mal uso del lenguaje han pasado desde hace tanto tiempo por misterios de la ciencia, y las palabras duras o mal aplicadas, sin apenas sentido alguno, tienen, por prescripción, tal derecho a que se las tome por saber profundo y talento especulativo, que no va a ser fácil convencer ni a los que las pronuncian ni a quienes las escuchan, de que sólo son tapaderas de la ignorancia y estorbos para el verdadero saber.
JOHN LOCKE
El acto simbólico fundamental del intercambio de información, es la relación de lo que hemos visto, oído o sentido: “Hay una cuneta a cada lado de la carretera”. “No puede conseguirse esa herramienta en la ferretería de fulano por $8.75.” “No hay pesca por ese lado de la laguna, pero sí por éste”. También existen informes de informes: “Las cataratas más largas del mundo son las de Victoria, en Rhodesia”. “La Batalla de Hastings se libró el año 1066”. “Según los periódicos, hubo un choque en la carretera de tal o cual localidad”. Los informes deben atenerse a las siguientes reglas: primera, deben ser comprobables; segunda, deben excluir, en lo posible, las deducciones y los juicios. (Explicaremos más tarde estas dos palabras).
Los informes deben ser comprobables. Quizá no siempre podamos comprobarlos personalmente, porque no podemos estudiar las pruebas de cada detalle referido ni podemos ir a la carretera en cuestión antes de que levanten los vehículos que han chocado. Pero, si convenimos más o menos en el significado de las palabras, en qué es un metro, un kilo o una fanega, etc., y en la medida del tiempo, es poco el peligro de que no nos entendamos. Aun en el mundo de nuestros días, en que todos discuten con todos, nos fiamos considerablemente de los informes recíprocos. Preguntamos por dónde se va a tal sitio a gente totalmente desconocida. Seguimos las direcciones y señales de la carretera sin sospechar quiénes las pusieron allí. Leemos libros de ciencias, matemáticas, automovilismo, viajes, geografía, la historia del vestido y temas por el estilo, y siempre suponemos que el autor se ha tomado la molestia de informamos lo mejor que pueda. Y la mayor parte de las veces, no nos equivocamos. Dado el interés que ponemos en discutir la intención partidista de periódicos, propagandistas y, en general, de tantas comunicaciones como recibimos, tendemos a olvidar que todavía nos queda una enorme cantidad de información fidedigna, y que las noticias deliberadamente falsas son, menos en tiempo de guerra, más bien excepción que regla. El deseo de defenderse, que impulsó a los hombres a establecer un intercambio de información, también los lleva a considerar merecedora de reproche la información falsa.
En su nivel más alto, el lenguaje de los informes es el de la ciencia. Queremos significar con “el nivel más alto” la mayor utilidad general. Presbiterianos y católicos, obreros y capitalistas, alemanes del Este y del Oeste están de acuerdo en el significado de símbolos como 2x2 = 4, 100° C., H2O, 3:35 A. M., 1940 a. de J. C., 1000 kilowatts, quercus agrifolia, etc. Pero se preguntará: ¿cómo puede haber acuerdo entre individuos de ideas distintas, sobre filosofía política, creencias religiosas, ética y la supervivencia de mi negocio versus la supervivencia del suyo? Es que las circunstancias obligan a los hombres a ponerse de acuerdo, les guste o no les guste. Si, por ejemplo, hubiese en los Estados Unidos doce sectas religiosas, cada una de las cuales se empeñase en marcar de manera diferente la hora del día y los días del año, se haría imposible la vida al tener que elaborar doce calendarios distintos, doce tipos de relojes y doce horarios para los negocios, los trenes y los programas de televisión, eso sin referimos al esfuerzo que se necesitaría para explicar las diversas nomenclaturas[1].
Por tanto, el lenguaje de los informes, incluso el más exacto de los informes científicos, es un lenguaje de “mapa”, el cual, al presentamos descripciones bastante precisas del “territorio”, nos proporciona un buen conocimiento. Quizá sea un lenguaje soso y sin interés a veces: no suelen leerse las tablas de logaritmos y los directorios telefónicos por diversión, pero nos son imprescindibles. Muchas veces tenemos que decir las cosas en nuestra conversación y nuestros escritos corrientes, de manera que todos lo entiendan bien y estén de acuerdo con lo que decimos.
El lector comprenderá que escribiendo informes puede aumentar rápidamente su saber lingüístico. Es un ejercicio que le proporcionará ejemplos, los suyos propios, de los principios del lenguaje y de la interpretación que estamos estudiando. Esos informes deben versar sobre experiencias directas, escenas que el lector ha visto con sus propios ojos, reuniones y sucesos sociales en que ha tomado parte, personas a las que conoce bien. Tienen que poder ser comprobados y aceptados. No podrán entrar en el ejercicio las deducciones y los comentarios.
No es que no sean importantes (porque no sólo en la vida diaria, sino en la ciencia, tomamos como informes las deducciones así); en algunos campos del pensamiento y la investigación, como la geología, la paleontología y la física nuclear, los informes son la base, pero las deducciones (y las deducciones de las deducciones) constituyen el cuerpo principal de la ciencia. Deducción, en el sentido en que utilizamos nosotros la palabra, es una afirmación sobre lo desconocido a base de lo conocido (que más bien debería llamarse inducción, según la nomenclatura dialéctica). Podemos deducir cuál es la fortuna o posición social de una mujer a juzgar por el género y el corte de su vestido; de la forma de las ruinas y su estado, podemos deducir el origen del fuego que destruyó el edificio; de las manos callosas de un hombre, el tipo de su ocupación o actividad; de la votación de un senador a favor o en contra de un proyecto de ley sobre armamentos, su actitud hacia Rusia; de la estructura geológica de la Tierra, el paso de un glaciar prehistórico; del halo de una placa fotográfica sin exponer, que ha estado junto a materiales radiactivos; del ruido que hace una máquina, el estado de sus bielas. Las deducciones pueden ser burdas o certeras. Pueden hacerse a base de una copiosa experiencia anterior, o sin la menor experiencia previa. Así, las deducciones de un buen mecánico sobre el estado interior de un motor pueden fundarse en que ha escuchado atentamente sus ruidos, en tanto que las de un aficionado obedecerán a detalles fútiles. Pero la característica común a las deducciones es que se refieren a cosas no conocidas directamente y a base de lo que se ha observado.
La eliminación de deducciones en el ejercicio que indicamos de redacción de informes significa que no deben hacerse conjeturas sobre lo que piensan otras personas. Cuando decimos: “Estaba enfadado”, no informamos, sino que hacemos una deducción de hechos observables como el puñetazo que dio en la mesa, la interjección que soltó y el directorio telefónico que tiró a la mecanógrafa. En este caso concreto, la deducción parece certera; pero debe tenerse presente, especialmente a efectos de irse acostumbrando y adiestrando, qué es una deducción. Expresiones como “pensaba mucho en sí mismo”, “tenía miedo a las mujeres”, “era víctima de un complejo de inferioridad”, formuladas a base de observación social, son tan considerablemente deductivas como las basadas en la lectura de los periódicos, por ejemplo, “lo que verdaderamente quiere Rusia es implantar una dictadura comunista mundial”. Debemos pensar en su carácter deductivo o inferencial, y substituir esas frases en los ejercicios que estamos indicando, por otras como: “rara vez hablaba con los subordinados de su fábrica”, “lo vi en una reunión social, y sólo bailó cuando se lo pidió una muchacha”. “Nunca solicitó una beca, aunque la habría conseguido fácilmente”, y “la delegación rusa en la ONU ha solicitado A, B y C. El año pasado votaron contra M y N, y a favor de X y Y. Ante hechos como éstos, el periódico que suelo leer deduce que lo que Rusia quiere realmente es implantar una dictadura comunista en el mundo entero. Estoy de acuerdo”.
A pesar de ejercitarnos en evitar las deducciones para sólo declarar lo que hemos visto y experimentado, todos propendemos a equivocarnos, porque el proceso de sacar consecuencias es rápido y casi automático. Cuando vemos un coche que va en zigzag por una carretera, decimos sin querer: “Mira ese conductor borracho”, aunque lo que vemos son únicamente los movimientos extraños del coche. El que esto escribe vio una vez a un hombre dejar una propina de un dólar en el mostrador de una cafetería y marcharse inmediatamente. Mientras pensaba en lo raro de una propina tan generosa en establecimiento tan modesto, llegó la camarera, cogió el dólar, registró en la caja noventa centavos y se metió los otros diez en el bolso. Resultaba que me había equivocado; no se trataba de la propina, sino de la cuenta entera.
Esto no quiere decir que nunca debamos hacer deducciones. La incapacidad de hacerlas constituye un indicio de trastorno mental, Así, escribe Laura L. Lee, especialista en curar los trastornos del habla: “La adulta afásica a la que estaba tratando tenía gran dificultad, debido a su lesión cerebral, para hacer deducciones sobre la foto que le mostré. Me explicaba perfectamente lo que ocurría en la escena, pero no era capaz de decirme lo que podría haber ocurrido inmediatamente antes o después de tomarse la foto[2]. Por eso, no se trata de que no hagamos deducciones, sino de que comprendamos que son deducciones.
También deben excluirse los juicios del ejercicio que recomendamos. Entendemos por juicios, todas las expresiones de aprobación o desaprobación de los hechos, personas u objetos que describimos. Por ejemplo: en el informe escrito no podríamos decir: “era un coche estupendo”, sino algo por el estilo de esto: “lleva rodando 80,000 kilómetros y no ha necesitado una sola reparación”. Igualmente, las afirmaciones como “Pedro nos engañó” deben eliminarse y substituirse por algo que pueda comprobarse: “Pedro nos dijo que no tenía las llaves de su coche, pero, al sacar el pañuelo unos minutos después, se le cayeron unas cuantas”. Tampoco podría decirse en un informe: “El senador era testarudo, cerrado y sin ganas de cooperar”, o “fue valerosamente fiel a sus principios”; sino que debe declararse: “El voto del senador fue el único contrario al proyecto de ley”.
Mucha gente considera como afirmaciones de hecho las siguientes: “Pedro nos engañó”, “Juan es un ladrón”, “Gonzalo es inteligente”. Sin embargo, en el sentido corriente, eso de “nos engañó” supone, primero, una deducción (que deliberadamente nos expuso hechos falsos), y segundo, un juicio (que quien lo dice reprueba lo que hizo Pedro, según sus deducciones). En los otros dos ejemplos, podríamos cambiar las expresiones por éstas: “Juan fue condenado por robo a dos años de cárcel”, y “Gonzalo toca el violín, es el primero de su clase, y capitán del equipo de debates”. Repárese en que decir que alguien es un ladrón es declarar una realidad: “Ha robado y volverá a robar”, lo cual tiene más de predicción que de informe. Hasta “ha robado” constituye una deducción (y al mismo tiempo, un juicio) sobre algo discutible, inclusive para quienes estudiaron las pruebas del cargo. En cambio, decir que “fue condenado por robo” es formular una declaración comprobable en los archivos del tribunal y de la cárcel.
La posibilidad científica de comprobar algo estriba en la observación externa de los hechos, no en la emisión de juicio. Si alguien dice: “Mario es un gandul”, y otro replica: “Así lo creo yo también”, la afirmación no ha sido comprobada. En los tribunales suele haber enormes confusiones creadas por los testigos que no distinguen sus juicios personales de los hechos objetivos en que se basan. Hay repreguntas por el estilo de:
TESTIGO: Ese cochino sinvergüenza me engañó.
ABOGADO DE LA DEFENSA: ¡Protesto, Señoría!
JUEZ: Se admite la protesta. (La frase del testigo se elimina del acta). Ahora, cuente al tribunal exactamente lo que ocurrió.
TESTIGO: ¡Me engañó ese cochino embustero!
ABOGADO DE LA DEFENSA: ¡ Protesto, Señoría!
JUEZ: Se admite la protesta. (De nuevo se elimina el comentario del testigo del acta). Aténgase el testigo a los hechos escuetos.
TESTIGO: Pero si le estoy diciendo los hechos, Señoría. Ese me engañó.
Y sería el cuento de nunca acabar si el abogado que le repregunta no se diese maña para hacerle atenerse a los hechos, omitiendo opiniones personales. Para el testigo es un hecho que lo engañaron. A veces se necesita un interrogatorio paciente para llegar a los motivos objeto de sus opiniones.
Muchas palabras encierran al mismo tiempo un informe y un juicio sobre lo que se dice, naturalmente, pero de ello hablaremos detenidamente en otro capítulo. En el informe escrito de que nos ocupamos, deben evitarse estas palabras. En lugar de “se coló”, deberá decirse “entró sin hacer ruido”; “diputados” o “candidatos”, por “políticos”; “cesante”, en lugar de “vago”; “autoridad centralizada”, en lugar de “régimen dictatorial”; “disidente”, en lugar de “picapleitos”. Un reportero no podría decir: “Un tropel de pánfilos fue a escuchar ayer al candidato en ese rincón cursi que desfigura el barrio sur de la ciudad”. Sino que debería decir: “Unas setenta y cinco u ochenta personas escucharon su discurso en los jardines nuevos del barrio sur”.
Debemos tener muy presente que en este libro no estudiamos el lenguaje como fenómeno aislado, sino en acción, en el contexto de hechos no lingüísticos en que se desarrolla. Los ruidos hechos con los órganos bucales constituyen una actividad muscular, muchas veces involuntaria, como las demás actividades musculares. Nuestras reacciones a los estímulos poderosos, como a las cosas que nos irritan, son hechos musculares y fisiológicos: la contracción de los músculos para luchar, el aumento de la presión sanguínea, la alteración en la química del cuerpo, el mesarse los cabellos y la emisión de sonidos, como gruñidos o bufidos. Quizá no lleguemos a gruñir como perros, pero sí mascullamos palabrotas y barbotamos: “¡Cochino tramposo!”, “¡Marrano sinvergüenza!”, etc., entre ternos y maldiciones. Pero también cuando algo nos produce placer, exclamamos: “¡Es la nena más bonita del mundo entero!”, aunque no ronroneemos como un gafo ni meneemos la cola.
Estas expresiones de aprobación o reprobación directa son juicios en su forma más rudimentaria, y podrían considerarse como equivalentes humanos de los rugidos y arrullos. Que la nena es la más bonita del mundo no constituye una afirmación, sino un arrullo o un ronroneo. Esto parece de clavo pasado, pero, por extraño que parezca, tanto el que lo emite como el que lo escucha creen que algo se ha dicho sobre la muchacha en cuestión. Así ocurre principalmente con los gorgoritos de oradores y editorialistas, cuando se despachan contra los rojos, contra los insaciables monopolistas, Wall Street, los radicales, las ideologías extranjeras, etc., o se deshacen en repugnantes ditirambos acerca de “nuestro modo de vida”. A todas horas creemos haber oído un juicio sobre algo, arrastrados por la catarata impresionante de la verborrea, por lo sonoro de las frases y por los trucos retóricos y eruditos. Pero si nos detenemos un poco, veremos que lo único que encierran estas exclamaciones son ideas poco más o menos así: “Lo que yo odio —sean los rojos, Wall Street o lo que le dé a usted la gana— lo aborrezco a fondo”, y “cuando algo me gusta —nuestro modo de vida— me arrebata de contento”. Llamaremos a estas explosiones verbales, “palabras-gruñidos” y “palabras-arrullos”. No tienen nada de informes sobre lo que pasa en el mundo extensional.
El llamarlos así no quiere decir que no podamos formular este juicio en absoluto, sino darle su valor preciso. Por ejemplo: al decir “es la niña más bonita del mundo”, debemos dar a la frase el valor de que es un estado mental de quien la pronuncia, no una descripción real de la muchacha. Si las palabras “rojos” o “insaciables monopolistas” van acompañadas de informes comprobables (lo cual supondrá además que va sabemos a quiénes se refieren concretamente), estaría justificada nuestra indignación, lo mismo que la de quien habla así. Si las “palabras-arrullos” sobre la muchacha más bonita del mundo van acompañadas de datos comprobables sobre su aspecto, maneras y carácter, acaso también la admiremos nosotros. Pero, de no ser así, la única pregunta que provocarían esos “gruñidos” y esos “arrullos”, sería: “¿En qué se basa usted para afirmarlo?”
Generalmente no conduce a nada discutir si el Presidente tal o cual es un gran estadista o sólo un político mañoso. Lo mismo ocurre con cuestiones como éstas: “¿Es la música de Wagner la mejor de todos los tiempos, o se reduce a estridencias histéricas?”, “¿Qué deporte es mejor, el tenis o el béisbol?”, “¿Podría Joe Louis haber derrotado a Bob Fitzsimmons en sus mejores tiempos?” Pronunciarse por la afirmativa o la negativa de estos juicios es descender al nivel apasionado de los fanáticos. Pero preguntar a alguien por qué le gusta la política presidencial o Wagner, o el tenis o Joe Louis, vale para enterarse de los puntos de vista de los demás. Cuando ellos se hayan explicado, sabremos algo más y podremos opinar sobre ello mucho mejor que antes.
Al afirmar que alguien es una buena persona, o que el servicio religioso fue solemne, o que la caza es un deporte sano, o que fulanita es muy aburrida, estamos asentando una conclusión a base de numerosos hechos observados. Quizá sepa el lector que los estudiantes suelen tener dificultad para dar a los temas escritos la longitud necesaria, porque se les acaban las ideas a los dos o tres párrafos. Es que van en ellos tantos juicios, que apenas les queda nada que decir después. Pero cuando se excluyen las conclusiones y se exponen objetivamente los hechos observados, los trabajos tendrán la longitud requerida y hasta tenderán a ser demasiado largos; porque, cuando se dice a un individuo sin experiencia que consigne por escrito los hechos, suele aportar más de los que se precisan, porque no distingue entre lo importante y lo secundario.
Otra consecuencia de los juicios emitidos al comenzar el ejercicio escrito, es que se cierra uno el camino para la exposición ulterior, lo cual ocurre también con los juicios precipitados que formulamos interiormente a cada momento. Si, por ejemplo, empezamos diciendo que fulano fue todo un ejecutivo de negocios, o que fulanita era una perfecta compañera, lo que escribamos después irá condicionado por estos juicios y no describirá ya al ejecutivo o a la amiga en cuestión, sino que, prescindiendo de los hechos observados, se ajustará sin querer a la idea que tenemos de un buen ejecutivo o de una magnífica compañera, a base de las historias que hayamos leído, las películas o fotos que hayamos visto, etc. Es decir: el juicio prematuro nos impide ver lo que tenemos delante, y nuestra descripción se llena de estereotipos. Por eso, aunque el escritor esté seguro al comenzar su informe de que el hombre, el escenario o la mujer a quien describe son de tal o cual manera, deberá descartar conscientemente esas opiniones, para no mermar objetividad a su exposición ni cerrarse a sí mismo los ojos. No debe calificar a nadie de “beatnik”, palabra que hoy está adquiriendo carta internacional de naturaleza y que, habiéndose aplicado originalmente a los bohemios literarios y artísticos, ha sido bastardeada por el periodismo sensacional y las películas, hasta crear un tipo casi completamente fantasmagórico y desconcertante. Si un escritor aplica esta u otras palabras por el estilo a cualquier ser viviente, tendrá que derrochar raudales de energía para explicar después lo que no quiso decir con eso, por lo que le recomendamos que no la emplee en absoluto.
Al escribir las experiencias personales, se nos escaparán algunos juicios, a pesar de todo el empeño que pongamos en eliminarlos. Así, por ejemplo, al describir a alguien, quizá quede así el texto: “Estaba claro que no se había afeitado desde hacía unos días, y tenía sucias las manos y la cara. Su calzado estaba destrozado, y tenía la chaqueta, demasiado pequeña para él, salpicada de cazcarrias resecas”. Pues bien; aunque no se ha formulado explícitamente ningún juicio, hay uno que se deja caer por su propio peso. Comparemos esta descripción con otra del mismo sujeto: “Aunque tenía la barba crecida y su apariencia era desaliñada, había claridad en sus ojos y miraba fijamente a lo lejos mientras descendía a paso rápido por el camino. Parecía muy alto; esta impresión acaso se debiese a que la chaqueta era demasiado pequeña para él. Llevaba un libro bajo el brazo izquierdo, y un gozquecillo corría pegado a sus talones”. En este ejemplo se da una descripción considerablemente distinta del mismo individuo, con sólo incluir nuevos detalles y pasar a un segundo plano los desfavorables. No hay juicios explícitos en el texto, pero sí implícitos.
¿Cómo podremos, entonces, redactar un informe imparcial? No conseguiremos imparcialidad completa empleando el lenguaje cotidiano. La tarea es a veces difícil, inclusive en el estilo altamente impersonal de la ciencia. Pero sí podemos, siempre que caigamos en la cuenta de la impresión favorable o desfavorable que algunas palabras y hechos pueden producir, lograr suficiente imparcialidad a efectos prácticos. El caer en la cuenta de esa impresión favorable o desfavorable nos hará equilibrar las palabras y expresiones. Para aprender a hacerlo, sería bueno que escribiésemos dos informes sobre el mismo tema, uno al lado del otro, ambos en un plan de estricta objetividad: el primero consignaría los hechos y detalles que probablemente producirían impresión favorable al lector, y el segundo los que pudieran producirle una impresión desfavorable. Por ejemplo:
A FAVOR | EN CONTRA |
---|---|
Tenía los dientes blancos. | Sus dientes eran desiguales. |
Tenía ojos azules, pelo rubio y abundante. | Rara vez miraba a uno directamente a los ojos. |
Llevaba una camisa blanca limpia. | Su camisa estaba tazada por los puños. |
Hablaba con finura. | Tenía voz chillona. |
Su jefe hablaba con encomio de él. | Su casero decía que se atrasaban el pago del alquiler. |
Le gustaban los perros. | Le molestaban los niños. |
La selección de detalles favorables o desfavorables al tema que se describe es deliberada e intencionada. No se formulan juicios explícitos, pero se da una impresión concreta y se provocan determinadas opiniones. Supongamos que alguien publica este suelto en la prensa: “Cuando N estuvo en Nueva York en noviembre, se le vio cenar con una estrella de cine…” Las deducciones a que pudiera dar lugar la noticia cambian considerablemente con las siguientes palabras: “… y con su marido y sus dos hijos”. Los enemigos de N podrían perjudicarle gravemente, si fuese casado, con la noticia a medias. Esta forma de expresarse, intencionada y maliciosa, tan a la orden del día en la chismorrería social, y también en los “reportazgos interpretativos” de los periódicos y revistas, bien podría llamarse mentira, aunque en realidad no haya ninguna en su texto.
Pero hay que andar con mucho cuidado en esto. Cuando, por ejemplo, un periódico publica cierta noticia en forma que nos desagrada, porque omite detalles importantes y deforma y altera otros, tendemos a exclamar: “¡Qué manera de cambiar las cosas!” Al decir esto, estamos haciendo una deducción, claro está, sobre el redactor de la noticia. Suponemos que lo que juzgamos nosotros importante lo es igualmente para él, por lo cual inferimos que dio un sesgo deliberadamente torcido al reportazgo. Pero ¿ocurre así siempre? ¿Puede el lector desde fuera asegurar que el redactor deformó deliberadamente la noticia, o vio éste los hechos así?
El caso es que, en virtud del proceso de selección y abstracción que nos imponen nuestras preferencias y nuestra situación, la experiencia siempre nos llega a todos, incluso a los reporteros, “con un prejuicio”. Si es usted obrerista, o católico ferviente, o fanático de las carreras, su idea de lo que es importante o no lo es variará forzosamente respecto a la de una persona indiferente a su causa. Por tanto, cuando algunos periódicos parecen ponerse del lado de la gran industria en cuanto a problemas de interés público, no se trata tanto de deformación deliberada como de algo natural por parte de la prensa, que, muchas veces, pertenece también a grandes empresas y suele estar asociada con otras industrias de envergadura en sus actividades y en su vida social. No obstante, los mejores periódicos, aunque sean propiedad de grandes hombres de empresa, tratan de informarnos lo mejor posible de lo que pasa en el mundo, porque están dirigidos por periodistas que cumplen con su deber profesional de presentar objetivamente los puntos de vista contrarios en cuestiones discutibles. Estos periodistas son verdaderos informadores.
Quien no tenga prejuicios evitará el estilo intencionado, salvo cuando trate de lograr efectos literarios especiales. Pero es algo más que mera imparcialidad y objetividad: se trata de algo más importante, de levantar buenos mapas del territorio de la experiencia. El individuo lleno de prejuicios no puede dibujar buenos mapas, porque sólo ve al enemigo como enemigo, o al amigo como amigo, y no de otra manera. En cambio, el escritor auténtico, el hombre de imaginación e intuición, puede enfocar el mismo asunto desde muchos puntos de vista. He aquí unos cuantos ejemplos de descripciones sólidas y logradas de este tipo:
Adán se volvió hacia él. Era casi como si lo viese por primera vez. Tenía ante sus ojos los fuertes y negros hombros bajo el calicó de cuadros rojos, los largos brazos colgando sobre las rodillas, las manos fuertes, nervudas y callosas, empuñando las riendas. Le miró a la cara. Su mandíbula se proyectaba poderosamente hacia adelante, pero sus labios eran gruesos y caídos, y en su comisura había una paja, sujeta a los dientes. Tenía los párpados péndulos, ligeramente abultados, y los ojos sanguinolentos. Adán sabía que aquellos ojos podían clavarse penetrantes y dominadores. Pero ahora, al contemplar aquella faz soñolienta y fláccida, apenas podía creerlo.
—ROBERT PENN WARREN, Wilderness
Este que veis aquí de rostro aguileno, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva aunque bien proporcionada, las barbas de plata que no ha veinte años fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes no crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espalda y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha y del que hizo el Viaje del Parnaso, llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra; fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades; perdió en la batalla naval de Lepanto, la mano izquierda de un arcabuzazo; herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra Carlos V, de felice memoria.
—MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, Autorretrato
A continuación publicamos una serie de frases y descripciones, que el lector deberá clasificar como juicios, deducciones o informes. Como no siempre se distinguen claramente, con una sola palabra no bastará, y en algunos casos habrá informe y deducción o juicio a la vez. Recuérdese que no nos interesa su verdad o falsedad, sino la índole de las afirmaciones; así, por ejemplo, la proposición, “el agua se congela a los 10° centígrados”, aunque errónea, es un informe.
Sólo va a la iglesia para lucir sus vestidos.
EJEMPLO DE ANÁLISIS: En circunstancias corrientes, esto probablemente sería una deducción, porque la gente no suele admitir que vaya a la iglesia por ese motivo. También se acusa positivamente un juicio implícito, porque se da a entender que se debería ir a la iglesia por motivos mejores.
Licuadora de lujo. Base cromada. Vaso refractario graduado en tazas y en litros, con capacidad de uno y medio litros. Con asa de diseño anatómico incorporada. Nuevo diseño exclusivo de tapa. Dos velocidades. Precio: $ 795.
—Catálogo Philips
Hay en el campanario cuatro ventanas
y de ellas suspendidas cuatro campanas;
con voz alegre a veces y a veces suave,
cosas dicen que el labio decir no sabe.
—FEDERICO BALART, “Las Campanas”
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
—RUBÉN DARÍO, Sonatina
Tenía Adán ciento treinta años cuando engendró un hijo a su imagen y semejanza, y le llamó Seth. Y fueron los días de Adán después de engendrar a Seth, ochocientos años, y engendró hijos e hijas. Fueron todos los días de la vida de Adán novecientos treinta años, y murió.
—Génesis 5:3-5
“Los chocolates de esta casa no necesitan anunciarse. Se derriten en los labios de puro sabrosos, y el mejor anuncio serán los herretes de su bebé, que se relamerá de gusto”.
—Anuncio imaginario
William Jameson es un hombrecillo flacucho, contrahecho y tuberculoso, que no pesa 60 kilos y tiene poco más de metro y medio de estatura. Pero, hasta el último gramo y el último centímetro, es un criminal redomado, incorregible, peligroso.
—World-Telegram & Sun, Nueva York
Los investigadores han demostrado que, lavándose los dientes con el nuevo Ipana después de cada comida, se reducen las bacterias de la boca, incluso las de la caries y del mal aliento, en un 84%.
—Anuncio de dentífrico
C’est Magnifique! Une maison Ranch trés origínale avec 8 habitaciones, 2 baños y medio… garaje para 2 Cadillacs… 21.990 dólares. Los “veteranos” no tienen que pagar al contado.
—Anuncio de un fraccionamiento en Long Island
Nuestro vergonzoso sistema de jueces de paz permite a muchos ignorantes en cuestiones legales, más interesados en vaciarnos los bolsillos que en defender nuestros derechos, administrar justicia en los distritos rurales.
—Reader’s Digest
Pero los delegados no sabían a qué carta quedarse. “El Presidente pronunció un buen discurso”, dijo uno de ellos después, “pero los hechos son más elocuentes que las palabras. Nada de lo que dijo aquí esta mañana fue suficiente para que se olvidase lo que hizo contra la industria siderúrgica”. El mundo de los negocios tenía motivos para estar preocupado. El Presidente no se opone teóricamente a la industria del acero; probablemente crea que la está protegiendo. Pero el caso es que, como hijo de un millonario sin experiencia en otra cosa que la política, Kennedy ha estado protegido en su vida económica y no parece comprender muy bien a la industria ni a sus hombres de empresa.
—Time
Además de los ejercicios indicados en este capítulo, excluyendo sus juicios y deducciones, el lector puede escribir: a) informes fuertemente intencionados contra personas u organizaciones de su preferencia, y b) a favor de personas u organizaciones que no le gusten. Por ejemplo: imagínese que su club es una organización subversiva, y relate sus actividades o hable de sus miembros en sentido que pudiera tomarse como desfavorable; o bien imagine que uno de sus vecinos más antipáticos ha recibido la oferta de un cargo a tres mil kilómetros, y escriba una carta objetiva de recomendación para que se lo den.
También resulta divertido e instructivo escribir parodias de artículos llenos de prejuicios, forzando tanto la nota que los ponga en ridículo. Un artículo lleno de prejuicios es el que está hecho a base de noticias deformadas y juicios sin fundamento. He aquí una cita de la revista Mad, en que se describe a los Boy Scouts tal como supuestamente los ve el diario comunista Pravda:
Después de tres años de servidumbre en los Cub Scouts, los muchachos, ahora adolescentes rufianes, son obligados a incorporarse al grado superior y más corrupto de los Boy Scouts. Son arrebatados a sus familias y llevados a selvas primitivas, donde tienen que vivir en tiendas sin calefacción.
El ritual más embustero es la vergonzosa “Corte de Honor”, en que se condecora a los jóvenes guerreros con las llamadas “medallas de mérito”. Aquí es donde reciben los premios por su comportamiento en deportes tan odiosos como “natación” (demolición y sabotaje bajo el agua), “química” (guerra de gérmenes y gases venenosos), “seguir rastros” (contraespionaje) y “actividades precursoras” (explotación de las naciones subdesarrolladas).
“A primeras horas de la mañana murieron un niño y un hombre maduro, y salieron gravemente heridos tres adolescentes, en dos accidentes automovilísticos”. Redáctese:
Analice cómo utiliza la deducción Sherlock Holmes en el siguiente párrafo de Conan Doyle. ¿Se parecen a las explicadas en este capítulo? Comente el valor y el carácter comprobable de las consecuencias a que llega Holmes.
Con aire resignado y sonrisa ligeramente fatigada, Holmes rogó a la bella visitante que tomase asiento y nos explicase qué le pasaba.
—Por lo menos, no se trata de su salud —le dijo el detective, clavándole los ojos—. Una ciclista tan entusiasta tiene que estar llena de energía.
Ella se miró sorprendida a los pies, y yo observé en la parte inferior de su calzado las ligeras raspaduras del pedal.
—Sí, monto mucho en bicicleta, señor Holmes…
Mi amigo levantó la mano sin guante de la joven y la examinó con la atención y objetividad de un científico.
—Perdóneme; estoy seguro de que me perdonará. Es mi profesión —le dijo, soltándole la mano—. Casi cometí la equivocación de creer que era usted mecanógrafa. Ahora veo claro que se dedica a la música. Watson, ¿ve usted estos dedos en forma de espátula, tan comunes en ambas profesiones? Sin embargo, hay en su cara una espiritualidad —añadió, volviéndosela ligeramente hacia la luz— que no es corriente en una mecanógrafa. Esta señorita es música.
—Sí, señor Holmes, soy profesora de música.
—En alguna localidad campesina, supongo, a juzgar por su color atezado.
—Sí, señor; cerca de Farnham, en las proximidades de Surrey.
“Harry Thompson visitó a Rusia en 1958”; “Rex Davis es millonario”; “Betty Armstrong no cree en Dios”; “el doctor Baxter no está de acuerdo con la política de la American Medical Association”. Dando por ciertos estos hechos, escriba un par de hojas de deducciones infundadas, y de deducciones de otras deducciones sobre ellos. Claro que no sabe usted quiénes son estos personajes, pero eso no importa; formule sus deducciones.
Este ejercicio es divertido e instructivo además para grupos de discusión, al turnarse los grupos para sacar consecuencias.
Elija un tema sobre el cual tenga poca información pero muchos prejuicios; por ejemplo: “La Integración Latinoamericana”, “Beneficios de la Alianza para el Progreso”, “Sistema Multilateral de pagos en el comercio de Hispanoamérica”, “Sindicalismo y cultura”, o “Industrialización y alfabetismo”, y escriba un ensayo de unas mil palabras, a base de grandes generalizaciones, juicios valoradores y deducciones sin fundamento. Emplee muchas palabras rimbombantes. Marque con cinco puntos (de un total posible de 100) cada hecho comprobable utilizado. Si llega a una puntuación de 95 en todos estos temas u otros por el estilo, y su gramática y ortografía son impecables, deje su empleo actual. O abandone la escuela. Porque tiene usted en la mano fama y fortuna.