PRÓLOGO

Pensar con mayor claridad, hablar y escribir con mayor exactitud, escuchar y leer con mayor penetración: he aquí los objetivos del estudio del lenguaje desde los tiempos del trivium medieval hasta la secundaria, el bachillerato y los centros universitarios de nuestros días. En este libro se intentan realizar estos objetivos tradicionales según los métodos de la semántica moderna, es decir, por medio de la comprensión biológica y funcional de la misión que cumple el lenguaje en la vida humana, y del entendimiento de los distintos usos del mismo: el lenguaje para persuadir y para dirigir la conducta, el lenguaje propio para transmitir informaciones y noticias, para crear y expresar la cohesión social, y el lenguaje de la poesía y de la imaginación. Palabras que no proporcionan noticia alguna pueden poner en movimiento vagones de crema de afeitar o de pasteles, como vemos en los anuncios comerciales por televisión. Las palabras pueden poner en marcha a una multitud por las calles, y sublevar a otra para apedrear a los manifestantes. Palabras que no significan nada en prosa pueden tener mucha profundidad en poesía. Palabras sencillas y claras para unos pueden ser ambiguas y oscuras para otros. Con palabras disimulamos nuestros motivos más inconfesables y nuestra peor conducta, pero también con palabras expresamos nuestros ideales y aspiraciones más sublimes. Comprender cómo funciona el lenguaje, qué defectos oculta, cuáles son sus posibilidades, es entender la complicada esencia del negocio de vivir la vida de un ser humano. Ocuparse de la relación entre lenguaje y realidad, entre las palabras y lo que representan en los pensamientos y emociones de quien las pronuncia o las escucha, es enfocar el estudio del lenguaje, como disciplina intelectual y moral al mismo tiempo.

Acaso con un ejemplo expresemos mejor lo que queremos decir. ¿Qué debe hacer el maestro cuando oye decir a uno de sus alumnos en la clase: “Las cenorias no van a darse bien este año”? Tradicionalmente, los profesores de castellano y del arte de hablar han creído que su deber era corregir la gramática, pronunciación o dicción defectuosa del niño para educarlo lingüística y literariamente. Pero el maestro que entienda de semántica preferirá hacer otra cosa. Hará al pequeño preguntas como ésta: “¿A qué zanahorias te refieres? ¿A las zanahorias de la finca de tu padre, o en general a todas las del pueblo? ¿Cómo lo sabes? ¿Es observación personal tuya? ¿Se lo has oído a gente que entiende de esto?”. En una palabra: el maestro de semántica inculcará a sus estudiantes un positivo interés, ante todo, por la verdad, la exactitud y la objetividad de cualquier cosa que diga. Ocurre muchas veces que, cuando los alumnos que están ya aburridos de estudiar gramática y componer frases, se interesan por el contenido y los fines de la comunicación entre los hombres, se acaba su animosidad contra la instrucción lingüística, y se resuelven sus problemas de corrección gramatical y sintáctica.

Hoy la gente se hace cargo, quizá como nunca, del papel que desempeña la comunicación en los asuntos humanos. Esto se debe en gran parte a las tensiones apremiantes que existen por todas partes entre nación y nación, clase y clase, individuo e individuo, en este mundo en proceso de rápido cambio de reorganización. También se debe a los enormes poderes que laten en los grandes medios de difusión o comunicación —la prensa, el cine, la radio y la televisión— para bien y para mal, como hasta el hombre más superficial es capaz de comprender.

El tubo de vacío especialmente ha producido en el siglo XX una revolución en la comunicación, más profunda probablemente y de efectos más vastos que la imprenta, inventada en el Renacimiento. Las aspiraciones cada día mayores de los habitantes de la América Latina, de Asia y de Africa se deben a los adelantos de los transportes y comunicaciones: el avión, el jeep y el helicóptero, portadores de periódicos, revistas y películas, y especialmente la radio. Discípulos míos africanos me dicen que, en millares de aldeas remotas, la gente que antes no tenía más contactos culturales que el villorrio vecino, hoy anda por todas partes con sus radios de bolsillo, operadas por baterías, captando noticias de Londres, Nueva York, Tokio y Moscú, y empiezan a sentir deseos de convertirse en ciudadanos de un mundo mayor que el que han conocido hasta ahora.

La televisión está también contribuyendo a cambiar el mundo. Así, por ejemplo, la televisión comercial norteamericana invita a todo el mundo a gozar de los beneficios de una cultura industrial y democrática, comprando dentífricos, detergentes y automóviles, interesándose por los asuntos nacionales e internacionales, y compartiendo las emociones, ilusiones, aspiraciones y valores descritos en sus entretenidos programas. Lo que la televisión dice a los blancos, va dirigido igualmente, acaso sin caer en la cuenta, a los negros, que constituyen una décima parte de la nación. No es extraño, por tanto, que los negros busquen cada día con más interés, no sólo mejores oportunidades de trabajo, sino la plenitud de sus derechos como consumidores de alimentos, bebidas y artículos de vestir, gozando de todo esto como cualquier otro norteamericano. Una revolución en los tipos y técnicas de comunicación siempre produce más consecuencias de lo que uno se imagina cuando se introducen las primeras innovaciones. La densidad creciente de los medios de comunicación en la nación y en el mundo entero, consecuencia de los progresos tecnológicos, representa un ritmo acelerado de cambio social, y por tanto, una necesidad mayor de preparación semántica para todos los hombres.

El contenido original de este libro, publicado en 1941 con el título de Language in Action (El lenguaje en acción), constituyó en muchos aspectos una reacción contra los peligros de la propaganda, evidenciados en el éxito que tuvo Adolfo Hitler para arrastrar a millones de seres humanos a sus ideas maniáticas y destructivas. Su autor estaba entonces convencido, y así sigue, de que todo el mundo debe adoptar una actitud habitualmente crítica respecto al lenguaje suyo y al de los demás, por su propio bien personal y para cumplir adecuadamente sus funciones de ciudadano. Ya Hitler desapareció; pero, si bien la mayoría de nuestros conciudadanos son más susceptibles a los lemas del miedo y del odio racial que a los de la convivencia pacífica y el respeto mutuo entre los seres humanos, nuestras libertades políticas están a merced de cualquier demagogo elocuente y sin escrúpulos.

La semántica es el estudio de la interacción humana a través de la comunicación. Esta lleva a veces a la cooperación, pero también al conflicto. El postulado ético de la semántica, análogo al médico de que la salud es mejor que la enfermedad, es que la cooperación es preferible al conflicto. Este postulado, implícito en Language in Action, quedó explícitamente propuesto como tema central y unificador en El lenguaje en el pensamiento y en la acción, ampliación de la obra anterior, publicada en 1949. Sigue siendo el tema central de la presente edición revisada.

Los cambios principales que se le han introducido son de dos clases. En primer lugar, se le ha añadido mucho original nuevo, con el título de “Aplicaciones”, al fin de cada capítulo. Un libro de semántica no es algo que se lee y luego se olvida. Sus principios deben ensayarse en el propio pensar, hablar, escribir y proceder, para que produzcan frutos; hay que comprobarlos con la propia experiencia y observación. Por eso, las “Aplicaciones” tienen un doble fin: ofrecen al lector un procedimiento para asimilar el punto de vista del semántico, emprendiendo investigaciones y ejercicios de semántica por su cuenta además de leer la teoría respectiva. Constituyen también un medio para que el lector no se atenga a la simple palabra del autor respecto a la verdad de cuanto se contiene en este libro. (Es de esperar además que las “Aplicaciones” resulten amenas para el lector. Tenemos la suerte de que el mundo esté lleno de individuos que dicen y escriben absurdos maravillosos para el cuaderno de apuntes del semántico).

En segundo lugar, esta edición se ha revisado a fondo para aprovechar las últimas obras y progresos en el campo de la semántica. El estudio de la “orientación dilemática” se ha aumentado y detallado de conformidad con las ideas actuales sobre el tema, especialmente en el campo de la sicología social. La exposición de “la orientación intencional” se ha vuelto a escribir en aras de una mayor claridad. La publicidad ha sido característica saliente del medio semántico norteamericano, pero ha cobrado aún mayor importancia con el desarrollo de la televisión, por lo cual cala más hondo que nunca en nuestra vida. Se ha añadido un nuevo capítulo sobre “Poesía y publicidad” para estimular el estudio, literario y sicológico, de la influencia exacta que ejerce sobre nosotros el anuncio publicitario.

Merece mi reconocimiento más profundo Alfred Korzybski, por su Semántica General (“sistema no aristotélico”). También he utilizado mucho las obras de otros autores y elaboradores del pensamiento semántico, especialmente C. K. Ogden y I. A. Richards, Thorstein Veblen, Edward Sapir, Leonard Bloomfield, Karl R. Popper, Thurman Arnold, Jerome Frank, Jean Piaget, Charles Morris, Wendell Johnson, Irving J. Lee, Ernst Cassirer, Anatol Rapoport, Stuart Chase. También estoy profundamente agradecido a numerosos sicólogos y siquiatras, que en uno u otro punto de vista importante se inspiraron en Sigmund Freud, entre los cuales cito a los siguientes: Karl Menninger, Trigant Burrow, Carl Rogers, Kurt Lewin, N. R. F. Maier, Jurgen Ruesch, Gregory Bateson, Rudoph Dreikurs, Milton Rokeach. También me han valido mucho las obras de antropólogos culturales como Benjamín Lee Whorf, Ruth Benedict, Clyde Kluckhohn, Leslie A. White, Margaret Mead, Weston La Barre.

La penetración en la conducta simbólica humana y en la interacción humana a través de mecanismos simbólicos, procede de diversas disciplinas: no sólo de la lingüística, filosofía, sicología y antropología cultural, sino de las investigaciones sobre las actitudes y la opinión pública, de las nuevas técnicas sicoterápicas, de la fisiología y neurología, de la biología matemática y de la cibernética. ¿Cómo se combinan y sintetizan todos estos puntos de vista heterogéneos? Esta es una tarea que no presumo haber realizado aquí, pero he estudiado el problema con el suficiente detenimiento para llegar a la conclusión de que no puede hacerse sin algún conjunto de principios amplios e informadores, como los de la Semántica General de Korzybski.

Como una relación, aun incompleta, de las fuentes haría interminables estas páginas, en lugar de una documentación detallada inserto al final de la obra una lista de libros que me han parecido particularmente útiles. Pero ninguno de los autores que he consultado es responsable de los errores o defectos de este libro ni de las libertades que me he tomado en la nueva explicación, aplicación y modificación de las teorías existentes.

Los profesores Leo Hamalian y Geoffrey Wagner, del Departamento de Inglés del City College de Nueva York, amigos y colaboradores míos en esta edición, han leído la preparación de cada una de estas páginas y aportado la mayor parte de las nuevas “Aplicaciones”. Sus sugerencias e ideas, basadas en muchos años de enseñanza académica de la semántica y en su vasta lectura y erudición, han enriquecido todo este volumen. Expreso también mi gratitud al fallecido profesor Basil H. Pillará, del Colegio de Antioquia, que me asesoró en la edición de 1949, de El lenguaje en el pensamiento y en la acción; muchas indicaciones y adiciones suyas forman todavía parte del contenido y la estructura de la edición presente. También estoy reconocido a muchos estudiosos; a numerosos colegas de mi profesión docente; a jefes de empresas, directores de adiestramiento y publicistas; a amigos del campo de la medicina, del derecho, de las relaciones laborales y del Gobierno (especialmente del servicio diplomático) cuyas críticas y observaciones me han ayudado a esclarecer y ampliar mis puntos de vista.

S. I. H.

San Francisco State College