Por la mañana, cuando Laila salía de su casa, se sorprendió al encontrar a Alí que en ese momento se disponía a llamar.
—Buenos días.
—¿Está tu hermano?
—Sí, pero no sé si se ha levantado; espera que llamo a mi madre.
Laila volvió a entrar con paso rápido buscando a su madre en la cocina.
—Ali está en la puerta. Viene a buscar a Mohamed.
—¿A estas horas?
—Sí, avísale.
—No me gusta…
—A mí tampoco, madre, pero no podemos hacer nada. Mi hermano es un hombre y es él quien debe decidir su destino.
—No, aún no es un hombre, es un niño.
La mujer miró a su hija con preocupación y luego salió de la cocina para avisar a su hijo. La angustia le atenazaba la boca del estómago.
Ali aguardaba a Mohamed en la sala. Estaba nervioso por la tardanza de su amigo. Las instrucciones de Omar eran precisas y no admitían demora. Cuando por fin apareció Mohamed, le conminó a seguirle sin más explicaciones.
—Me has hecho esperar —le reprochó.
—Estaba dormido, pero me he dado prisa, apenas he estado un minuto en la ducha, y ni siquiera he tomado café.
Bajaron con paso rápido por las angostas callejuelas del Albaicín; a pesar de la insistencia de Mohamed para que Ali le dijera dónde iban, éste guardaba silencio.
Ya en el centro de Granada, Ali le condujo por la ribera del río, mientras miraba continuamente hacia atrás.
—Pero ¿qué miras? —le preguntó Mohamed, irritado.
No hubo respuesta porque en ese momento un coche todo-terreno se paró junto a ellos y Ali empujó a su amigo al interior. Al volante iba un hombre de mediana edad, de cabello negro y bigote recortado que ni siquiera les saludó. Ali tampoco dijo nada, de manera que Mohamed decidió hacer lo mismo.
Dejaron atrás la ciudad dirigiéndose a la autopista que conecta Granada con la costa. El hombre conducía con pericia y rapidez. No habían pasado dos horas cuando llegaron a la verja de una finca, que se abrió y dio paso a un camino de tierra al final del cual se veía un inmenso chalet de arquitectura moderna.
Dos hombres se acercaron al coche esperando que bajaran los visitantes. Uno de ellos abrazó a Ali con afecto; luego les condujo al interior de la casa.
La sala era grande, con una mesa baja en el centro, alrededor de la cual se hallaban dispuestos tres divanes y varias sillas.
—Esperad aquí —les dijo el hombre.
Ali y Mohamed se quedaron en pie, sin atreverse a tomar asiento.
—¿Ésta es la casa de Omar? —preguntó Mohamed con apenas un hilo de voz.
—Así es, es mi casa.
Mohamed se sobresaltó. No había visto entrar al hombre que acababa de responderle y ni siquiera sabía cómo había podido escucharle.
—Bienvenido seas, Mohamed, que Alá esté contigo.
—Gracias —respondió azorado.
—Te has retrasado, Ali —dijo Omar con tono de reproche. Ali no intentó justificarse sino que bajó los ojos avergonzado.
—Bueno, supongo que no habéis podido llegar antes. Bien, sentaos, no tengo mucho tiempo.
Los dos jóvenes obedecieron a aquel hombre de edad indefinida: lo mismo podía tener cuarenta que cincuenta años. Alto, con porte señorial, el cabello negro salpicado de canas y los ojos más negros que la noche.
Se le notaba que estaba acostumbrado a mandar sin que nadie le llevara la contraria.
Una mujer ya anciana, con chilaba y el hiyab cubriéndole el cabello, entró en la sala con una bandeja en la que había tres tazas de café y un plato de dulces.
Ornar esperó a que la anciana volviera a salir para continuar hablando.
—Quiero que forméis parte de un grupo para llevar a cabo una misión que dará el golpe definitivo a los infieles. Después de ella nos pedirán clemencia y el poder del mundo estará para siempre en manos de los creyentes. Tu primo Yusuf se iba a encargar de ejecutar esta misión. ¿Te habló de ella?
—No —afirmó Mohamed—, Yusuf era discreto; pero yo sabía que se traía algo entre manos. Se pasaba el día estudiando papeles, alguna vez le llamaban por teléfono y evitaba que escucháramos la conversación. Se iba de viaje sin decir adónde… pero nunca dijo nada, ni a mí ni al resto del comando.
—Yusut contaba con toda mi confianza y con la de Hasan. Bien, ahora seréis vosotros quienes llevaréis adelante la misión. No será fácil, y en caso de que os detengan deberéis sacrificar vuestra vida para no hablar; los hombres que van a participar junto a vosotros ya se han comprometido a ello.
Ali y Mohamed juraron a Omar que estaban dispuestos a entregar su vida, y que para ellos no habría mayor alegría que encontrarse con Alá en el Paraíso.
—Si caéis en manos de los infieles es mejor que os quitéis la vida por vuestra propia mano, porque si salís indemnes os la quitaremos nosotros y no habrá honor para vosotros ni para vuestras familias. Deberéis llevar una pastilla permanentemente.
—¿Una pastilla? —preguntó sorprendido Mohamed.
—Sí, una pastilla. El último recurso, por si no podéis morir luchando como guerreros.
—En Frankfurt teníamos cinturones cargados de explosivos para hacernos volar en caso de que la policía intentara detenernos. Eso es lo que Yusuf y los compañeros hicieron, lo que yo debía haber hecho si mi primo no me hubiera ordenado destruir los papeles.
—No te disculpes más por no haber muerto en Frankfurt. Alá había dispuesto que debías vivir. Puede que mueras en esta misión o puede que no. Los cinturones de explosivos son una posibilidad que siempre tenemos a mano, pero esta misión es especial. Habrá momentos en que actuaréis al descubierto, momentos peligrosos en los que no podréis ir con los cinturones de explosivos. Sé que morir con una pastilla os puede parecer poco heroico, pero no podemos correr riesgos.
Mohamed y Ali asintieron sin ocultar su decepción. Los valientes, pensaban, no mueren con una pastilla, pero no podían contradecir a Omar, que sabía más que ellos.
—Ahora os contaré los pormenores de la misión. Escuchad. Durante dos horas largas les explicó lo que esperaba de ellos. Mohamed y Ali atendían extasiados.
—Les golpearemos donde más les duele: en tres de sus santuarios más venerables. Se trata de destruir la más sagrada de las reliquias de los cristianos: la cruz donde dicen que Jesucristo fue crucificado. Existen cientos de pedazos de esa cruz. Nosotros destruiremos el santuario donde se encuentra el trozo más grande del madero, en Santo Toribio, en Cantabria. Santo Toribio es uno de esos lugares en que los cristianos celebran el Año Santo. Sólo Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela comparten ese privilegio. Y nosotros tenemos la suerte de que éste sea Año Santo allí, de manera que habrá miles de peregrinos de todo el mundo adorando ese trozo de madera. También destruiremos la reliquia que está en la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma, y destruiremos el Santo Sepulcro de Jerusalén.
»No podrán bajar la cabeza ante esta afrenta; los periódicos, las radios, las televisiones, cuando den la noticia, despertarán la conciencia dormida de los cristianos; aun los que se dicen laicos, agnósticos o ateos, no podrán ignorar la afrenta. Su tragedia es que no sabrán qué hacer, y no harán nada. Enseguida se alzarán voces llamando a la calma, al entendimiento entre musulmanes y cristianos, dirán que es obra de locos y de fanáticos, pero lo importante es que bajarán la cabeza y no se enfrentarán a nosotros porque nos tienen miedo, mucho miedo.
Los ojos de Omar brillaban con emoción. Saboreaba por adelantado el momento en que las reliquias saltaran hechas pedazos. Bebió un sorbo de agua antes de continuar.
—Hace siglos nos diezmaron con la cruz como estandarte, ahora nosotros destruiremos parte de esa cruz. Después de esto, Europa será nuestra; sólo será cuestión de tiempo.
No, no podían fallar. Sí todo salía bien, Occidente quedaría herido de muerte para siempre, y caería como una fruta madura.
Mohamed sonreía para sus adentros, orgulloso de haber sucedido a su admirado primo Yusuf al frente del comando que debía realizar la misión.
—Tú guiarás la acción, pero será Salín al-Bashir el que coordine los detalles, que organice el grupo, la infraestructura, las vías de escape… Deberás pedirle a él los medios que necesites. Todos seréis uno, él será la cabeza y vosotros los miembros. Contamos con una ventaja: tenemos conocimiento de algunas cosas que los cristianos pueden descubrir de nosotros.
—¿Cómo? —preguntó A1i con curiosidad.
—Eso, amigo mío, no te lo puedo decir ni tú me lo debes preguntar.
—Pero ¿no será peligroso que el mismo comando lleve a cabo los tres atentados?
—Eso es una cuestión que concierne a Salim al-Bashir.
—¿Cuándo le conoceremos? —quiso saber Mohamed.
—Pronto. Vendrá a España, pero ahora está preparando algunos pormenores de la misión. Él se pondrá en contacto con vosotros; debéis estar dispuestos a salir de inmediato. En cuanto a vuestras familias, sabéis que son nuestras familias y que las protegeremos si os pasa algo. Por cierto, Mohamed, sé que tienes problemas con tu hermana…
Mohamed bajó la cabeza asustado. Se había olvidado de Laila, entusiasmado como estaba por asumir buena parte de la responsabilidad en la misión. Ahora no tenía más remedio que encarar ese problema.
—Mi hermana es muy joven. Está llena de buenas intenciones; pero no te preocupes, arreglaré el problema.
—Sé que para ti ha supuesto un gran disgusto encontrarte con tu hermana descarriada, pero debes comprender que no podemos hacer excepciones. O se comporta correctamente o de lo contrario adoptaremos una decisión que sirva como ejemplo a otras mujeres.
—Ella es española… —balbuceó Mohamed.
—Yo también —respondió secamente Omar—, pero para nosotros no hay más ley que el Sagrado Corán. No te pediré que la castigues si no te sientes capaz de hacerlo, pero si no lo haces… bueno, puede que me esté equivocando contigo y que no seas el hombre para la misión más importante que el Círculo va a llevar a cabo. Para esta misión necesito hombres cuya única lealtad sea para con nosotros, para con nadie más.
—No hace falta que intervengas, yo lo arreglaré —aseguró Mohamed.
—Que así sea. Ahora, empezad a trabajar. Os presentaré a Hakim, que también formará parte del comando. Tiene experiencia, como Salim, en este tipo de acciones. Hakim ha combatido en Bosnia y ha estado unos meses en Irak. Antes participó en la voladura del autobús de París, y también formó parte del comando que colocó la bomba en el consulado danés en Viena. Es un experto en explosivos, le enseñaron bien en Afganistán. Es un buen tipo, frío, con nervios de acero. Su único problema es que no habla del todo bien inglés. En eso les llevas ventaja a todos, Mohamed; sé que tu alemán es casi perfecto, y que dominas el inglés. Ali sólo habla árabe y español, pero será suficiente.
—¿Y Salim?
—Salim es extraordinario. Profesor de una prestigiosa universidad en Reino Unido, es ciudadano británico. En realidad nació en Londres, aunque de origen sirio. Es un hombre fuera de toda sospecha. Sus artículos en la prensa llaman a la moderación y defiende que es posible el entendimiento entre comunidades. Tiene encantado a todo el mundo: a sus colegas de la universidad, a los periódicos, a los gobiernos europeos. Es un hombre impecable sin otro pasado que el estudio.
—Entonces, ¿nunca ha participado en una acción? —preguntó Mohamed.
—¡Al contrario! Ha participado en todas las que han tenido éxito porque él las ha preparado minuciosamente. Ya os he dicho que Salim es la cabeza, tenedlo presente. Vosotros estáis acostumbrados a la acción y él a pensar.
—¿No somos pocos dada la envergadura de la misión? —se atrevió a decir tímidamente Ali.
—No estaréis solos. Habrá más miembros del Círculo ayudando cada vez que los necesitéis, pero no olvidéis que la clave para que esta operación salga bien es el silencio, que no haya ninguna filtración. Por eso es mejor que no haya demasiada gente en esto. En principio sois más que suficientes. Salim al-Bashir ha estudiado todos los pormenores, es él quien ha decidido. Es él quien tiene los contactos que nos están siendo tan útiles.
—Yo conozco a Hakim —afirmó Ali.
—Lo sé, os ayudó en la acción de Tánger.
—Es un hombre amable.
—Es eficaz —respondió Omar— y eso es lo que importa.
—Sé que es un buen hijo, siempre preocupado por su padre y hermanos, y que su esposa murió durante el parto de su primer hijo y nunca se ha vuelto a desposar —insistió Alí a pesar del ceño fruncido de Omar.
—Su vida privada no os concierne. Hakím cuenta con mi apoyo y confianza. Sé que es el hombre indicado para esta misión y eso es lo único que importa.
»¡Ah, se me olvidaba! Mohamed, antes te hablé de tu hermana y no te mencioné a Jalil. Sé que ella te ha llevado a conocerle, que participaste en una de sus reuniones. Aléjate de Jalil, no es de los nuestros; es un viejo ingenuo que cree que el mundo se arregla con buena voluntad y rezos.
Mohamed se sentía desnudo ante Omar, ¿cómo era posible que supiera de su estancia en casa de Jalil? De repente recordó a aquel joven situado frente al edificio donde estaba el despacho de Laila. Debía de ser un espía de Omar, y sintió un repentino ataque de pánico. Nada se escapaba al hombre que ahora tenía enfrente y supo que Laila corría verdadero peligro.
—Ese Jalil es un buen hombre. No creo que haga daño a nadie —respondió con temor.
—Es un incordio. Se empeña en predicar la paz olvidando que nuestro enemigo es fuerte y que debemos derrotarle, que sólo entonces podremos hablar de paz y ser magnánimos.
—No creo que Jalil suponga ningún peligro —se atrevió a replicar Mohamed.
—No lo es porque no permitiremos que lo sea, de manera que no le frecuentes. No es a su casa donde debes ir a rezar. En Granada encontrarás mezquitas para hacerlo e imames dispuestos a guiar tu espíritu y ayudarte a seguir en el camino elegido.
Ornar le miró fijamente y Mohamed supo que no le estaba dando un consejo sino una orden.
De repente una niña irrumpió en la estancia, perseguida por la anciana que les había servido el café.
—¡Papá! ¡Papá! ¿Verdad que me dejarás ir de excursión con el colegio? Mi madre dice que no, pero yo quiero ir, ¡por favor, esta vez sí!
—¡Rania! ¿Qué modales son éstos?
A pesar del tono de enfado en la voz de Omar, Mohamed pudo ver que a aquel hombre implacable se le había dulcificado la mirada. Estaba seguro de que si la niña se había atrevido a interrumpir a su padre era porque sabía que no la castigaría por ello. La niña no tendría más de diez años y llevaba el cabello cubierto con el hiyab. Vestía el uniforme del colegio, y la falda gris le llegaba casi hasta los pies.
—Lo siento, papá, lo siento.
Rania bajó la cabeza como si estuviera arrepentida por haber molestado a su padre, pero inmediatamente subió la barbilla y, sonriendo, le preguntó:
—¿Me dejarás? Es una excursión por la capital, iremos a la Alhambra.
—Pero tú ya conoces la Alhambra —respondió Omar.
—Ya, pero nunca he ido con mis amigas y lo pasaremos bien.
—Ya hablaremos. Ahora vete con tu madre.
La niña no insistió y salió seguida de la anciana, que iba reconviniéndole su comportamiento.
—Es mi hija pequeña, disculpadla.
Ni Ali ni Mohamed se atrevieron a decir nada. Habían asistido en silencio a la escena y se preguntaban si finalmente Omar permitiría ir de excursión a Rania.
—Lo malo de vivir aquí es que tenernos que luchar continuamente contra la influencia de las costumbres cristianas, que vuelven locas a nuestras mujeres y a nuestras hijas. Algún día serán ellos los que vivan de acuerdo a nuestras normas, pero hasta ese momento… bien, continuemos. ¿De qué estábamos hablando? ¡Ah! Sí, de Jalil.
—No te preocupes, evitaré al anciano —asintió Mohamed.
—Así ha de ser. Bueno, ¿tenéis las cosas claras? Si es así, es hora de que veáis a Hakim.
—¿Está aquí? —preguntó Ali.
—No, aquí no, pero os llevarán a donde está. Vive en un pueblo en la montaña, un pueblo que es nuestro, hemos ido comprando todas las casas y ya no quedan cristianos. Hakim os espera para almorzar.
Ornar se levantó y despidió a los dos hombres. Mohamed no sabía por qué, pero de repente le notaba preocupado. Acaso la irrupción de la niña le había molestado más de lo que había dejado ver.
Se abrazaron y besaron en la puerta de la casa donde el todo-terreno les aguardaba para llevarles hasta casa de Hakím.
Llevaban casi una hora de viaje. Mohamed se dijo que cuando llegaran habría pasado la hora del almuerzo. Tenía hambre, pero no comentó nada con Ali porque su amigo permanecía en silencio, ensimismado, contemplando el paisaje. El chófer tampoco decía nada, de manera que entendió que lo que se esperaba de él era que mantuviera la boca cerrada.
El coche dejó la carretera principal y enfiló un camino sin asfaltar en el que a lo lejos se divisaba una montaña y en su falda, diseminadas, varias casas tan blancas como la cal. Tardaron casi otra media hora en llegar, y cuando lo hicieron a Mohamed le sorprendió encontrarse de repente con un pequeño vergel.
El pueblo era pequeño, no tendría más de cincuenta casas, y estaba rodeado de huertos de los que llegaba un olor intenso a frutas y azahar.
En el centro del pueblo, a la sombra de varias higueras, había un aljibe de considerable tamaño. No se veía un alma, lo que no era de extrañar dada la hora: pasaban las tres de la tarde.
El conductor paró el coche delante de una casa situada a las afueras. Mientras esperaban a que abrieran, Mohamed se fijó en que, en la parte de atrás, había un huerto que comunicaba con la casa.
Un hombre de mediana estatura y porte atlético les abrió la puerta. La barba le cubría buena parte del rostro, en el que destacaba una nariz ganchuda y unos ojos de color marrón oscuro.
—Bienvenidos, pasad, os esperaba.
El interior estaba en penumbra, pero el hombre, que se movía con agilidad, les condujo hasta una sala que comunicaba con un porche que se abría hacia el huerto. Frente al porche una pequeña fuente dejaba escapar varios chorros de agua produciendo una inmediata sensación de frescor.
—Sentaos, ahora nos traerán algo de comer.
Mohamed y Ali obedecieron y se acomodaron en el sofá, mientras que Hakim se sentaba a su lado en un sillón.
Entró un joven vestido con una larga chilaba. Llevaba barba al igual que Hakim y Mohamed creyó encontrarle cierto parecido con éste.
—Mi hermano Ahmed —dijo Hakim a modo de presentación. Ahmed llevaba una bandeja con una jarra con agua. La depositó en la mesa y salió sin decir nada.
—Es mi hermano pequeño. Ha estudiado en la Universidad de Granada y creo que conoce a tu hermana.
Mohamed se movió incómodo en el sofá; no le gustaba que le recordaran a Laila, de manera que no respondió a Hakim y concentró su atención en el vaso de agua que se disponía a beber.
—Ahmed ha encontrado el verdadero camino al igual que otros jóvenes. Antes no quería atender nuestras razones, estaba seguro de que para los cristianos era un igual. Defendía con vehemencia a sus amigos granadinos, le gustaba ir a la universidad, su ambiente de libertad, hasta que ha comprendido que nunca será uno de ellos, sólo un «moro» más, como nos llaman despectivamente.
Una mujer, también vestida con chilaba y el hiyab, entró en la sala seguida de Ahmed. Entre ambos llevaban dos bandejas con varios platos de ensalada, queso, humus, dátiles y naranjas. No dijeron ni una palabra: tan rápido como habían entrado, salieron de la estancia.
—Es mi hermana mayor, viuda como yo, de manera que se encarga de mi casa. Tiene dos hijos pequeños que viven también aquí.
Ali y Mohamed escuchaban en silencio las explicaciones de Hakim sobre su situación familiar.
Hakim les conminó a comer y mientras lo hicieron charlaron de temas intrascendentes. Hasta que la hermana de Hakim les sirvió café éste no comenzó a hablar de la operación.
—¿Ornar os ha explicado con detalle en qué consiste la misión?
—Sí —respondieron al unísono Mohamed y Ali.
—¿Y estáis preparados? Es mejor que os lo penséis bien porque no será fácil. Es posible que alguno de nosotros pierda la vida en el empeño…
—Si muero espero estar en el Paraíso con Alá —aseguró con contundencia Ali.
—¿Qué importa morir? Lo importante es la misión —añadió lleno de entusiasmo Mohamed.
—Morir es un honor, pero muertos no serviremos de nada; lo importante es cumplir con la misión. De manera que procurad vivir al menos hasta el último día; luego da lo mismo. Bien, quiero que os preparéis a fondo, de manera que vendréis aquí todos los días. Os quiero en buena forma y además tenéis que aprender a manejar con soltura los explosivos. Os aseguro que no es fácil.
»El plan es éste: a las ocho en punto llegaréis a mi casa para el entrenamiento; también iremos perfeccionando los detalles, estudiaremos a fondo los lugares, Santo Toribio, la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma, la iglesia del Santo Sepulcro. Estos dos últimos atentados los llevarán a cabo en principio otros hermanos, pero debemos estar preparados por si nos corresponde a nosotros ese honor. Con la cruz nos combatieron, es su símbolo; pues bien, nosotros lo destruiremos para siempre. Esperaremos a que Salim al-Bashir nos comunique que ha llegado el momento.
—¿La gente del pueblo no se extrañará por nuestra presencia? —quiso saber Ali.
—El pueblo es nuestro y todos los que vivimos aquí pertenecemos al Círculo. La presencia de las mujeres y los niños da al pueblo aspecto de normalidad. Las autoridades no nos molestan: pagamos los impuestos y aquí no hay peleas ni broncas. Trabajamos y rezamos en la mezquita, somos ciudadanos ejemplares. En alguna ocasión la televisión ha hecho reportajes sobre este oasis, que ponen como ejemplo del arraigo de los musulmanes en España.
»Tú, Mohamed, di a tu familia que has encontrado trabajo aquí. Tenemos una cooperativa que comercializa los productos de nuestras huertas; diles que nos vas a echar una mano con los números. Tú, Ali, no tienes que dar explicaciones a nadie, tus padres están en Marruecos y tu hermano es uno de los nuestros.
—Yo confío en mi familia —terció Mohamed.
—Tu padre es un buen hombre y tu madre una mujer ejemplar, pero no pertenecen al Círculo —replicó Hakim.
—Mi padre sabe… bueno, sabe lo de Frankfurt.
—Ya sabe demasiado. No puedes decirle nada de esta misión. Tu esposa es la hermana de Hasan y sabe que no debe preguntarte nada y no lo hará. En cuanto a tu hermana… te habrán dicho que no nos fiamos de ella.
—Laila no hace nada malo —la defendió Mohamed.
—No es una buena musulmana. Cree que puede interpretar el Corán a su conveniencia y se apoya en el viejo Jalil para justificarse. No, Mohamed, no nos fiamos de Laila. En todo caso en el Círculo nada sabemos los unos de lo que hacen los otros y estamos obligados a guardar silencio.
Mohamed no quiso rebatir a Hakim; pensó que carecía de argumentos para hacerlo.
Había caído la tarde convirtiendo el cielo en penumbra cuando Mohamed y Ali dejaron atrás el pueblo de Hakim. El viaje de vuelta también lo hicieron en silencio ninguno de los dos se atrevió a comentar nada delante del conductor que les transportaba en el todoterreno rumbo a Granada.