Se podía intuir el alba a través de las nubes cargadas de lluvia cuando llegaron al campamento. En la oscuridad de su tienda aún rezumaban los rescoldos del brasero. Cansado, se dispuso a dormir antes de que le sorprendiera el amanecer.
—¿De dónde venís?
La voz rotunda de Fernando le sobresaltó.
—¡Por Dios, me habéis asustado!
—No tanto como me he asustado yo al venir aquí y no encontraros. Os he buscado por todo el campamento sin que nadie me haya sabido dar razón sobre vos.
—¡Estáis loco! ¿Qué habéis hecho? —se lamentó Julián.
—Vamos, no os asustéis y decidme de dónde venís.
—No os lo creeríais.
—Mi querido hermano, la vida me ha enseñado que lo increíble forma parte de la realidad.
—Nada más iros recibí un mensaje.
Fernando miraba a Julián con curiosidad y pena viendo el sufrimiento que se reflejaba en su rostro sudoroso y cansado.
—¿Y ese mensaje os ha hecho abandonar vuestra tienda en mitad de la noche aún estando enfermo como estáis?
—Era de doña María —admitió Julián bajando la voz.
—Mi madre… bueno, era de esperar que tarde o temprano se pusiera en contacto con vos. ¿Es el primer mensaje que recibís de ella?
—¡Por Dios, Fernando, parecéis no darle importancia a lo que os digo! Vuestra madre es una perfecta, una iniciada consagrada a la virtud, quizá la mujer más influyente de Montségur.
—No exageréis, aunque, conociéndola, seguro que pocos se atreven a desobedecerla. Bien, decidme qué os decía en el mensaje.
—Me pedía que abandonara el campamento y me reuniera con ella.
Fernando rió con ganas asombrado por la osadía de su madre. Poco después, dando un golpe cariñoso en la espalda de Julián, se sentó a su lado dispuesto a escucharle.
—Contadme toda la verdad.
—¿La verdad…? Ya no sé cuál es la verdad. La señora ha sabido de vuestra presencia aquí y me ha invitado a llevaros ante ella.
—Poco a poco, Julián. ¿Era la primera vez que la veíais? ¿Y cómo ha sabido de mi presencia en el campamento si apenas hace unas horas que he llegado?
—Debéis saber que Pèire Rotger de Mirapoix es uno de los jefes militares de la plaza, además de encargarse de que en Montségur no falten alimentos. El señor De Mirapoix es pariente de Raimon de Perelha.
—Ya lo sé, ya lo sé, no hace falta que me expliquéis a quiénes nos enfrentamos. Son hombres valientes y decididos.
—¿Cómo os atrevéis a hablar así de vuestros enemigos?
—Pero, Julián, os sobresaltáis por todo. ¿Por qué no hemos de reconocer virtudes en los hombres contra los que luchamos? Ellos tienen su causa, nosotros la nuestra.
—Y Dios ¿con quién está?
Fernando se quedó pensando en silencio. Luego clavó su mirada en la de Julián y se levantó incómodo, caminando a zancadas por la tienda.
—¡Basta de charla! Sois vos quien tenéis que responder a mis preguntas.
El fraile bajó la cabeza resignado. Fernando le conocía bien. Le resultaría difícil engañarle, por más que doña María le había pedido que no le dijera toda la verdad; aun así, decidió seguir las instrucciones de su señora.
—Vuestra madre envió a un hombre que me guió a través de las sombras. Anduvimos durante mucho tiempo, no sé si dos o tres horas, estoy agotado. Luego doña María apareció de entre las rocas encargándome que os llevara ante ella al cabo de tres días. Eso es todo.
—¿Eso es todo? Poco me parece tratándose de mi madre —respondió con desconfianza Fernando.
—Bueno, también me dijo que quiere enviar una carta a vuestro padre para que se la hagáis llegar.
Fernando observó pensativo a Julián preguntándose si su hermano conservaría algo de salud para el día de la cita con su madre. El rostro del fraile parecía la máscara de un muerto. O Armand, su compañero templario, encontraba el mal que aquejaba a Julián o éste, pensó Fernando, no seguiría con vida por mucho tiempo.
—Ahora quiero que me obedezcáis —le dijo a Julián—. Os acostaréis, y no os moveréis del lecho hasta que yo no regrese entrada la mañana. Vendré con mi compañero Armand; ya os he dicho que es un físico excelente, él os aliviará vuestro mal. ¡Ah!, y no se os ocurra decir a nadie lo que ha pasado. Os mandarían ahorcar.
Julián sufrió un espasmo ante la advertencia de Fernando, quien salió de la tienda con aire preocupado.