No sé lo que percibí primero: los ladridos del perro, que corrió junto a la criatura inconsciente como si le conociera desde hacía mucho, la voz horrorizada de Danilo llamándome… o el grito de Simeón. Una luz acarició la cruz de la tumba y rozó el cuerpo inmóvil.
—¿Qué le has hecho? —gritó Simeón y corrió hacía él, dejándome a un lado.
Nema, deshecha en lágrimas, seguía a Simeón y me lanzó una terrible mirada. Fue ella quien se inclinó sobre el desmayado. Su cabello le cubrió como si fuera un abanico gris.
«¡Llora por un monstruo!», pensé, y tiritando, me abracé a mí misma. Todo estaba al revés. Ellos tenían que haber ahuyentado al muerto viviente o haberle destruido, pero sin embargo lo cuidaban como si se tratara de un humano herido.
Nema giró cuidadosamente al hombre boca arriba y, con un cariño que nunca antes había visto en ella, le apartó el cabello de la cara.
—Por suerte no está herido, pero está otra vez ardiendo de fiebre —murmuró Simeón preocupado—. ¿Le has dejado salir de la alcoba?
Nema movió la cabeza negativamente e hizo algunos gestos que yo no comprendí. Aturdida, di un paso atrás, me di la vuelta y quise salir corriendo de vuelta a mi torre o con Viento…, lejos de allí. Pero choqué contra Danilo. Por un segundo nos mantuvimos inertes uno frente al otro… y luego me sorprendió cuando simplemente me tomó en sus brazos y me apretó contra él. Como si quisiera protegerme. Esta vez no me asusté de él echándome atrás, sino que más bien me agarré a él enterrando mi cara en su hombro. Mis dientes castañeaban y todo mi cuerpo temblaba. De buena gana no habría vuelto a abrir los ojos nunca más. Pero por mucho que apretara los párpados, no conseguía ahuyentar la imagen del muerto viviente.
—No te hará nada —me susurró Danilo—. Te lo prometo.
—¡Pero es un vampiro!
—Sí… —contestó, y con una voz ronca bajo el peso de ese secreto, añadió—: Pero no va a hacerte daño.
—¿Danilo? —le llamó Simeón—. ¡Ven aquí, yo no puedo llevarle todo el camino solo!
Danilo me soltó con tanto titubeo como si lo que debía hacer le repulsara desde lo más profundo de su alma. Fue hacia el monstruo y lo levantó del suelo. Con una mirada me indicó que le siguiera.
No sé por qué no me marché corriendo en aquel momento. ¿Aunque adónde hubiera podido huir?
Ya no me habría sentido segura ni siquiera en la iglesia. Mi capacidad de racionamiento y lógica se había desprendido de mí y lo único a lo que todavía podía agarrarme era a la promesa de Danilo de que no iba a pasarme nada. Así que caminé paso a paso colina abajo como en un sueño…, aturdida e incapaz de emprender otro camino.
El brazo izquierdo del vampiro colgaba y se movía en vaivén como si me estuviera llamando y me animara a seguir esa procesión fantasmal. Nos dirigíamos a la torre negra, hacia la parte trasera del edificio principal. De pronto nos detuvimos; era un edificio principal. De pronto nos detuvimos; era un lugar visible sólo desde la torre negra. Precisamente hacía unos cuantos meses una de nuestras cabras se había enganchado en los matorrales espinosos que crecían allí y yo había ido a liberarla, pero por aquel entonces estaba tan ocupada teniendo miedo de la torre negra que siempre miraba arriba, nunca hacia abajo…
En el suelo había una trampilla, casi invisible por la vegetación que crecía sobre ella, similar a la del sótano de la despensa, pero bien camuflada con sarmientos y ramas. Simeón la levantó; si Nema no hubiera ahuyentado de inmediato a Sívac, este se habría colado por el túnel.
En ese momento el vampiro, en brazos de Danilo, volvió en sí. Empezó a gemir y a toser sin parar, y me dio la impresión de que olfateaba como un perro. También Simeón inspiro con energía y enseguida levantó asustado la mano.
—¡Dios bendito, apestas a ajo! —increpó a Danilo—. ¿Es que quieres matarle?
Danilo se mordió el labio inferior como si le hubiera pillado en falta y yo me di cuenta de que se le había impregnado el olor al abrazarme.
—¡Venga, vete, ya lo sujeto yo! —ordenó Simeón, y sin mirarme, añadió en voz más contenida—: ¡Marchaos los dos!
Con la sensación de estar viendo un sacrilegio, observé cómo Danilo dejaba recaer el peso del cuerpo inmóvil, con sumo cuidado, en los brazos de Simeón; luego apoyó la cabeza del hombre sobre el hombro del aquel. En ese gesto había respeto, pero no amor.
Después de que la puerta se tragara a Nema, a Simeón y al muerto viviente, un silencio se posó sobre la finca iluminada por la luna. Sentí la sangre de caballo derramada pegada en mis medias. Había refrescado y el viento aullaba en el tejado de la torre. El frío me devolvió a la realidad y me enfrontó a lo incomprensible.
—¿Permitís que mate a la gente del pueblo sin inmutaros? —susurré llena de horror.
Mis dientes empezaron de nuevo a castañear y me dolían las articulaciones, atravesadas por un gélido fuego.
—Él no ha matado a nadie —murmuró Danilo.
—¿Y qué hay de Stana y los demás? Anoche murió uno de nuestros sirvientes que creyó haber visto a Jovan, ¡pero fue a ese monstruo!
Danilo movió la cabeza negativamente.
—¡Sea lo que sea lo que está pasando en el pueblo, mi hermano no ha sido!
Hermano… Esa palabra sonaba errónea y asustaba, igual que pensar que era hijo de Jovan.
—Desde el funeral, Nema ha pasado todas las noches con él —continuó Danilo—, y si no estaba ella, hacíamos guardia Simeón o yo. Tú misma has visto lo débil que está. Aunque hubiera podido ir al pueblo, él no puede invocar ninguna tormenta de granizo y preferiría morir antes de hacer daño a una persona.
—Pero si es un…
Danilo asintió y dejó caer la cabeza como alguien que se da por vencido.
—Sí, lo es. Por eso no lleva un nombre cristiano, sino que se le nombró por lo que es: Vampiro. A pesar de que no se ha levantado de ninguna tumba. Eso es lo más cruel de esta maldición: que no nos alcanza cuando hemos muerto. Mi hermano está vivo en un cuerpo que se desintegra. Y sólo Dios sabe lo que será de él cuando muera. Tal vez entonces se convierta definitivamente en un monstruo y pierda hasta su alma —Danilo carraspeó e hizo una prolongada pausa, antes de añadir con voz afectada—: A veces pienso que sería mejor acabar con su vida para proporcionarle paz. Pero me siento responsable de él, es mi hermano y mi padre le amaba más que a mí.
Se me puso la piel de gallina y se me erizó el vello de los brazos.
—¡Sois… de verdad una familia de vampiros! —susurré.
—Ese es nuestro destino —dijo Danilo—. Aunque mi hermano es el que más lo sufre. Le ocultamos desde su nacimiento. Tampoco tú deberías haberle visto. Le ordenamos que se mantuviera alejado de ti. Por eso Nema le contó que tú eras una bruja, para que se quedara en el sótano de la torre. Pero no sirvió de nada. Y desde que padre murió, está como loco de dolor e intenta continuamente salir de la torre para ir a su tumba. Cuando anoche salió en mitad de la granizada, tuve que hacerle volver a la fuerza.
Disimuladamente miré el arañazo de su frente. De modo que no había sido un caballo el que le había empujado contra la puerta.
—Simeón y yo atrancamos las puertas —siguió contando—, pero Nema no soportaba encerrarle como si fuera un perro.
—Todas estas noches que no estuviste… y tantos días…, no estabas con…
Danilo sonrió con tristeza.
—¿Pensabas que todo ese tiempo había estado con Anica? No, desde su boda me he mantenido alejado de ella. Sólo nos volvimos a ver hace unas semanas y quedé con ella… El resto del tiempo lo pasaba con él. No puede estar mucho tiempo solo. Constantemente roza el umbral de la muerte y sufre como un torturado bajo el inmensurable miedo de que eso ocurra.
Aquella red de mentiras y secretos iba calando cada vez más en mí y sentí que me iba enredando más y más en ella.
Recordé las veces en que notaba a todas tan preocupados y por qué el velo de dolor cubría siempre las torres. Ahora comprendía cuánto había temido Jovan por la muerte de su hijo. «La muerte llama cada vez con más fuerza a nuestra puerta», le escuché decir. Y también comprendí por fin la consternación de Simeón por la venta de los corceles. «Con cinco tendremos suficiente», había dicho Danilo. ¿Cuántas veces necesitaba el vampiro sangre fresca? Todo el tiempo había estado hablando de él en mi presencia…
—Entonces, cuando se encuentra cerca de la muerte, ¿le ayuda la sangre? ¿Igual que a Marja? —le pregunté.
Danilo asintió.
—Sí, Jasna, él es un monstruo. Dios sabe lo que es. Pero reza.
—¿Cuánto tiempo pensabais ocultármelo?
—El tiempo que fuera necesario, hasta que muriera. O hasta que se hubiera vuelto humano. Mi padre creía en ello. Un nieto que soportara la luz del sol sin quemarse habría sido la señal divina de que habíamos sido perdonados. Estaba convencido de que la maldición también liberaría a Vampiro.
—¡Pero si tú soportas la luz!
Danilo tragó y jadeó casi desesperadamente.
—¿Ah, sí? ¿Y por cuánto tiempo más? Me despierto cada mañana temiendo la salida del sol. Tantas veces deseé que fuera verdad eso de que no soy hijo de mi padre —ahora su voz temblaba, no sabría decir si de dolor o de ira—. Cuanto más amaba a mi hermano desde que nació, más me odiaba a mí por no ser yo el que sufriera en su lugar. Y a mi madre también la odiaba por mostrarle en su desgracia lo que nos deparaba a todos tarde o temprano. Fue él quien la confinó en la torre. Ella vivía tras ventanas tapiadas, en el sótano. A veces Simeón me llevaba con ella. Apenas puedo recordarla. Estaba todo tan oscuro que no podía ni ver su cara, pero escuchaba su voz y su risa. Ella me abrazaba y me cantaba.
La voz de Danilo se había suavizado al pronunciar aquellas palabras, como si hubiera regresado al pasado. Pero en mí hervía una ira desenfrenada. Me estaba clavando las uñas en la palma de las manos.
—Y tú has asumido que a mí me alcanzará el mismo destino que a tu madre, ¿verdad? —dije apretando los dientes—. ¡Todos vosotros lo habéis hecho!
—Jasna, por favor, escucha… —Danilo intento echarme el brazo encima, pero yo salté hacia atrás y le aparté la mano con todas mis fuerzas.
—¡No vuelvas a tocarme jamás! —le grité—. Puede que para ti mi vida no valga nada, pero yo no os voy a permitir que me otorguéis ese destino. ¡Yo no tengo nada que ver con eso!
—¡Escúchame…! —dijo Danilo intentando calmarme.
—Pues sí que tenías una buena razón para no casarte con Anica —le bufé de nuevo—. ¡A ella sí quisiste protegerla! Posiblemente hasta estuviste de acuerdo con que se casara con Luka. Así tenías una razón para no cortejarla.
Danilo intentó no perder la compostura.
—Jasna, te resulta siempre muy fácil juzgar sobre los demás, ¿eh? Pues puede que tengas razón: al principio lo pensé, lo reconozco. Mejor que le ocurra a otra, a una extraña que no significa nada para mí… Pero cuando te conocí, me di cuenta de que no podía ser cómplice de esto. Desde entonces no he vuelto a tocarte y tampoco lo haré en el futuro. No tendré ningún hijo. Y algún día, cuando yo sea el último Vukovic en morir, la maldición por fin habrá llegado a su fin.
—¿Y Anica? ¡Te has acostado con ella! ¿Qué pasa si se queda embarazada? ¿Sabe ella lo que eres?
«Naturalmente que no», me contesté a mí misma. «De lo contrario ella no se preguntaría qué es lo que ata a Danilo a la finca».
—Amar a alguien a quien los demás llaman hombre-diablo es una cosa —contestó—, ¿pero y si el hombre-diablo lo es de verdad?
—De modo que eres demasiado cobarde para dejar que al menos la mujer que amas tome la decisión por sí misma —dije con frialdad.
Incluso en la oscuridad vi cómo las manos de Danilo se apretaban formando puños.
—¿Eres consciente de lo que significa aquí, en Las Tres Torres, ser valiente o cobarde? ¿Lo que significa tener ante tus ojos tu propia muerte a diario y tener miedo de cada nuevo día? Lávate para quitarte el ajo y te enseño de qué imagen estoy preservando a Anica. Y luego dime si de verdad tiene elección entre amarme o maldecirme.
* * *
El pasadizo que conducía bajo tierra hasta el sótano de la torre era estrecho y largo, un pozo que terminaba en un túnel de la altura de un hombre.
«En esta cripta es donde pasa Nema todos los días», pensé y me estremecí mientras bajaba peldaño a peldaño. Olía a humedad, a piedra, a lluvia y a polvo viejo. La luz de mi lámpara titilaba sobre paredes irregulares. Los pasos de Danilo me seguían como un eco.
—¿Estamos ahora bajo la torre? —mi voz sonó hueca y profunda.
—Sí —contestó Danilo—. El pasadizo data de la época de los turcos. ¡Y ahora ven! ¿O es que no quieres acabar el vía crucis de la familia Vukovic?
El pasadizo terminaba en una pesada puerta. Estaba un poco abierta y por la rendija salía luz. Danilo me adelantó y abrió la puerta.
—Jasna está aquí —dijo al interior de la habitación—. Quiere verle.
Escuché los gemidos aterrados de Nema.
—¿Por qué la traes aquí? —protestó Simeón—. Ella no debería verle, ella… —pero entonces escuchó el crujido tras la puerta y se calló de inmediato.
Realmente podía sentir su terror cuando entré con la mirada gacha. Una alfombra de color marrón oscuro con dibujos entrelazados se tragó mis pasos. «¡Mirale!», me ordené.
Levanté la cabeza… e inspiré para coger aire. ¡Me esperaba de todo, menos aquello! ¡El brillo del oro de los iconos! Docenas de rostros de santos que me miraban desde las paredes. Luz de velas tras velos que atenuaban la iluminación y daba a la bóveda del sótano un aire de iglesia. En la pared frente a mí había una especie de estante sobre el que había colocados más iconos. Sobre él había colocada una cruz tan grande como mi antebrazo. Estaba negra del hollín, únicamente los adornos de las puntas brillaban. Al oír un gemido ahogado me sobresalté. Una cortina me tapaba la vista, pero en ese mismo momento la corrieron a un lado.
—Está ahí tendido —dijo Danilo dejando libre el paso.
En aquella iglesia subterránea, la cama, con sus mantas bordadas y relucientes, parecía un altar. Sólo pude reconocer cabello negro alborotado y un tembloroso hombro. Nema estaba sentada junto a la cama. En sus ojos se reflejaban todos los temores y miedos que seguramente le estaban pasando por la cabeza. Simeón estaba sentado a su lado con los labios apretados y pálidos de ira.
Vampiro gimió y giró la cabeza. Al verle a la luz, me sentí como si mi pecho y mis hombros se petrificaran. Fue mil veces peor que lo que había vislumbrado a la luz de la luna y comprendí que efectivamente no tenía ni idea de la carga que Danilo llevaba desde hacía tantos años. «Un cuerpo que se descompone…». La piel de Vampiro era blanca como la nieve, pero en algunas partes vi marcas de color negruzco, marrón y rojas como de quemaduras. Sus ojos yacían en profundas cavidades azuladas, los labios eran casi inexistentes, de manera que los dientes quedaban a la vista y eran increíblemente largos y de color rojo. La punta de la nariz y las orejas habían desaparecido y la mano que yacía sobre la manta tenía aspecto de zarpa, con manchas y uñas como garras.
Nema le subió la manta hasta el mentón, como si quisiera protegerle de mi horrorizada mirada. «Baja la lámpara», me indicó por señas. Pero yo de todos modos ya no era capaz de soportar aquella imagen más tiempo. Bajé la lámpara y me giré buscando ayuda en Danilo, que también se había vuelto de espaldas y estaba de pie junto a la puerta con los brazos cruzados.
—Fue ayer…, recibió la luz del día junto a la tumba —explicó Simeón— y su piel ha sufrido daños. Tardará varios días en recuperarse.
A pesar de que Simeón había hablado en voz baja, Vampiro se movió. Una persona normal habría abierto primero los ojos para ver lo que estaba pasando, pero esta criatura olfateaba como un perro. Por lo visto me percibía como algo extraño, porque abrió los ojos y se incorporó súbitamente, aunque Nema enseguida le cogió por los hombros.
—¡Dios mío que estás en los Cielos, protégenos!
Los balbuceos que salían de aquella boca deformada exacerbaron mi miedo. Retrocedí a trompicones hasta que choqué con un pilar de piedra de la bóveda.
—Tranquilo —le dijo Simeón a Vampiro—. Ella no es ninguna bruja, sino la esposa de Danilo. No te hará nada. Es buena y te protegerá, como todos nosotros.
Con esas palabras su mirada se desvió hacia mí y se volvió insistente como si esperara de mi una promesa. Luego, miró a Nema, que le tranquilizó con gestos cuyo significado seguramente sólo sabía interpretar él, porque su acelerada respiración se calmó un poco. Tosió, cerró los párpados y volvió a echarse debilitado hacia atrás.
A esas alturas yo también me sentía como si estuviera delirando.
—¿Por qué… tiene una cruz? —me escuché susurrar—. ¿No debería asustarse de ella?
Simeón movió la cabeza negativamente.
—No. La cruz lo protege. Al igual que a la Virgen María. Él ayuna y reza e implora a Dios que los libere a Danilo y a él de esta maldición. Es incapaz de hacerle daño a una mosca.
Nema sollozó y acarició su zarpa, y comprendí que ella amaba a Vampiro como si fuera su propio hijo. Tuve que mirar hacia otro lado. Mis dedos ardían del calor que emanaba de la lámpara así que la coloqué en un lateral sobre la estantería del icono. Un reflejo de la luz le dio un color rojizo y violeta a una telaraña. La luz provenía de una cajita rota, adornada con cristales de colores. Al estilo ornamental otomano…
Hasta entonces no me había fijado en los demás objetos que había sobre el estante: el peine de Marja, algunas sortijas, un broche y una cadena de plata envejecida y negra de la que colgaba un pequeño tulipán pintado con esmalte azul. Jovan un día me explicó que ese color se llamaba azul de Mahoma. Por un instante volví a ver el baile de Bela ante mis ojos, sus manos formando la flor de un tulipán. Y por fin comprendí lo que ella había querido decirme.
Al girarme abruptamente casi volqué la lámpara. Simeón y Nema me miraron fijamente como si yo no estuviera en mis cabales.
—¡Estas cosas son de Marja! —exclamé con contundencia—. Ella amaba los tulipanes y no provenían de Belgrado, ¡sino de territorio turco!
Nema se levantó de golpe. Su mentón temblaba y sus huesuda y rojas manos estaban apretadas. Pensé que iba a lanzarse sobre mí, pero salió corriendo. Danilo no la retuvo. La cortina se infló y después se cerró la puerta con un fuerte portazo. Simeón se pasó la mano sobre los ojos, como si tuviera que apartar el cansancio de muchos años.
—Es una historia muy larga —murmuró—, de la que ha resultado mucho sufrimiento.
—¡Cuéntamela! —insistí—. ¿Cuál era el verdadero nombre de Marja?
—Saniye —oí decir en voz baja a Danilo, que estaba detrás de mí.
Vampiro movió los labios.
—Yo estoy pagando por sus pecados —susurró con esa débil y ronroneante voz que tanto espeluznaba.
Saniye… Me sentí mareada y mis ojos ardían. En busca de sostén, me apoyé en el estante.
—¿Y Nema? —pregunté dirigiéndome nuevamente a Simeón—. Por favor, quiero saber toda la verdad.
El anciano parecía estar luchando consigo mismo, pero se levantó de repente y vino hacia mí. No pude retroceder más y de pronto estuvo tan cerca de mí que sentí su aliento y el olor a tabaco me subió por la nariz.
—Su nombre era Gizem —dijo en voz baja—. Era la criada de Saniye.
—¿Marja… tenía una criada?
Simeón asintió y bajó la voz, como si no quisiera que Vampiro lo escuchara.
—Era la hija de un otomano adinerado. Un comerciante. Fue en su palacio en Estambul donde estuvimos como invitados. Jovan jamás debería haberse encontrado con Saniye. Debes saber que entre los turcos las mujeres están separadas y que únicamente los hombres de sus familias pueden hablar con ellas. Pero a Jovan y a Saniye los juntó el destino. Estuvieron hablando y, en fin…, eran jóvenes y se enamoraron. Cada hora robada era una temeridad, a los dos les podía haber costado la vida, pero a veces es precisamente el peligro lo que hace tan valiosa una mirada, una y otra vez consiguieron encontrarse. Nema ayudó a su ama, pero un palacio tiene demasiados ojos y el ojos más tenaz era el de la mano derecha del señor de la casa.
—¿El… turco al que Jovan apuñaló?
Simeón asintió perdido en sus pensamientos.
—¡Su señor le dejaba mano libre y el turco se aprovechaba de su poder! Jovan intentó hacerse su amigo para evitar su desconfianza, pero ese hombre era un demonio. Todos sus sirvientes tenían heridas de sus maltratos. Una vez un cantante actuó durante la cena. Cuando este se equivocó en la entonación, aquel turco ordenó que sujetaran y ante nuestros ojos le clavó un puñal en el cuello cortándole las cuerdas vocales. Era un maestro haciendo que la gente hablara… o, si no lo conseguía, haciéndoles callar.
Inconscientemente me llevé la mano al cuello. No tuve que preguntarle quién más había enmudecido a sus manos. Cuando Nema no llevaba pañuelo en la cabeza saltaba a la vista una pequeña cicatriz en su cuello… justo en el lugar donde, en un hombre, se ve la nuez.
Simeón asintió como si hubiera oído mis pensamientos.
—Nema era la confidente y mensajera de Saniye —murmuró—. Creímos que ella nos delataría, pero mantuvo silencio incluso cuando el turco la torturo. Le costó su voz… Imploré a Jovan que nos marcháramos de inmediato. Y aunque accedió dijo que teníamos que esperar a la mañana siguiente. Sus sentimientos ardían ya con demasiado furor como para que la razón los hubiera podido apagar. Naturalmente aquella noche se vio por última vez con Saniye. Cuando lo descubrí le maldije por ello. Sin embargo, ¿qué iba a hacer, abandonarle? No, le busqué, pero el turco fue igual de rápido que yo. Lo que ocurrió después, ya lo sabes —trago con dificultad y bajó la cabeza.
—Él maldijo a los dos amantes —susurré.
Simeón cerró los ojos.
—Sus almas y las de sus descendientes pertenecían al diablo —dijo con ruda voz—. En adelante estarían manchados de sangre, los fantasmas torturarían a Jovan y de sus entrañas sólo saldrían frutos muertos y demoníacos.
No fui capaz de mirar a Vampiro. Parecía haberse quedado dormido, ni siquiera su respiración silbaba ya.
—No tuvimos más remedio que huir, y Saniye y Gizem vinieron con nosotros. Nadie sabía de qué parte de Serbia procedíamos. Esa fue nuestra suerte. Saniye aprendió rápido las oraciones y lo suficiente del idioma como para poder pronunciar el Credo ante un sacerdote, que certificó su conversión a la fe ortodoxa y le dio un nuevo nombre.
—¿Cómo pronunció Nema el Credo? —le pregunté.
—El Señor escucha las palabras de los mudos —Simeón suspiró profundamente—. Milutin no tardó en darse cuenta de que Marja provenía del lado turco y puso al padre de Jovan en contra de su propio hijo. Naturalmente se desató una discusión. Intenté apaciguar a Petar, pero el anciano quiso echar a Marja. La insultaba llamándola «hereje turca» y le prohibió la entrada en la torre Jelena. Creo que murió de pena.
—Y Milutin… ¿sabe de su existencia? ¿Sabe de Vampiro?
—Nadie lo sabe. Si lo supieran, no tardaría en arder la siguiente torre.
Con la mirada perdida en el pasado, Simeón continuó contándome:
—Por Saniye, Nema perdió su voz, pero por Vampiro sería capaz de dar la vida. Si no hubiera sido por ella, él también habría parecido en la torre.
Curiosamente esa parte de la historia apenas me sorprendió. Únicamente añadió una nueva imagen: la de Nema, de joven con el cabello negro, trepando por la ventana de la torre, con un bulto a la espalda que pretendía salvar de las llamas.
—Jovan no creía que la maldición realmente los fuera a alcanzar —dijo Simeón cerrando la historia—. Ante los ojos de Dios, pensaba, no puede ser pecado salvar a un amigo y matar a un hereje… ¡Qué equivocado estaba!
Me aparté a un lado y puse algunos pasos de distancia entre el viejo y yo. Hacía rato que también le tenía miedo a él, a su fija mirada, a su dureza, que ahora sentía con claridad, y a su sufrimiento. Nuevamente me invadió la rabia.
—En esta finca hay tantas «verdades» como alcobas —dije con amargura—. Y todas son diferentes. ¿Es esta versión la verdadera? ¿La definitiva?
—La única válida para nosotros —contestó Simeón señalando a Vampiro—. Sólo cuando se acabe su sufrimiento podrá comenzar una nueva verdad.
Mi garganta estaba tan reseca que apenas podía tragar, y me dolía.
—¿Y eso cuándo será? —dije con incredulidad.
—Cuando tú y Danilo tengáis un hijo —contestó Simeón, como si fuera lo más normal, como si las leyes de esa familia valieran para mí como la palabra de Dios.
Me desconcertaba y me repugnaba.
Miré a Danilo. Seguía de pie junto a la puerta. Tenía que haber sido él quien le contestara a Simeón, pero en vez de decir algo se dio media vuelta y salió corriendo. Al parecer Sívac había estado esperando fuera a que se abriera la puerta. Velozmente se coló en el interior del sótano, me saludó con alegres jadeos y corrió escopetado hacía el lecho de Vampiro.
—¡No! —exclamé, pero era demasiado tarde.
Mi perro ya había saltado a la cama del monstruo, movía contento el rabo y dejó oír un ladrido en señal de invitación. Vampiro parpadeó. Me sobrecogí al ver que la mano de zarpa se dirigió hacia Sívac. Y entonces ocurrió algo que me descolocó por completo: Vampiro sonrió y por un instante, a través de sus rasgos deformes, se transparentó la imagen de otro rostro…, los rasgos suaves y amables de un hombre joven. Eso definitivamente fue demasiado para mí.
—¡Yo no tengo nada que ver con vuestra maldición! —grité a Simeón.
Exclamó algo detrás de mí que no entendí, pero por lo menos no me siguió cuando salí corriendo al exterior.
* * *
La consternación no disminuyó mientras me cambié de ropa ya en mi torre y me lavé la sangre de caballo seca. Por oleadas sentía escalofríos y a la vez mis mejillas ardían. Estaba desorientada. En el exterior se anunciaba el amanecer. Las golondrinas cantaban, oía a las cabras y no podía creer que incluso ese día saliera el sol y la vida siguiera su curso, como si nada hubiera ocurrido.
No tenía mucho que llevarme: mi cruz y algunos vestidos; algo de pan, además de un poco de dinero. Cuando me encaminé hacia el establo, esperaba que Simeón intentara retenerme con la escopeta cargada. Iba concienciada de que prefería morir que pasar un solo día más en las torres. Sin embargo, el viejo no estaba allí y tampoco Nema se dejó ver. Con manos temblorosas ensillé a Viento y lo monté dentro del establo. Luego, conduje el caballo hacia el portón donde Danilo ya me estaba esperando.
—Nos abandonas —dijo.
No fue una pregunta.
—Esto ya no es asunto mío —respondí—. Ahora depende de ti que les expliques a Simeón y a Nema que no habrá nieto. ¡Y cuéntaselo a Anica, por Dios! O de lo contrario lo haré yo.
Me asusté cuando Danilo se acercó y agarró las riendas de Viento.
—¡No tienes derecho a hacer eso! —me bufó.
—¿Quién osa hablar aquí de mis derechos? —le lancé de vuelta—. ¿Un hombre que no sólo es un mentiroso, sino también un maldito y un mestizo turco?
Sabía lo hirientes que eran mis palabras, pero tenía hiel en la boca y ni un ápice de compasión en el corazón. Agarré el manojo de llaves que aún seguía llevando en mi cinto y se lo tiré a Danilo a los pies. Viento se asustó y quiso salir huyendo, pero Danilo lo agarraba con mano de hierro.
—¿Te vas al pueblo? —me preguntó—. ¿Dónde te vas a alojar? ¿En casa de esa vieja bruja acaso?
—¡Eso ya no te importa! —cualquier otro día habría tenido miedo del brillo furioso en los ojos de Danilo, pero ese día ya no tenía nada que perder—. ¿Qué vas a hacer, Vukovic? ¿Bajarme a la fuerza del caballo y encerrarme, igual que hizo Jovan con Saniye?
Cuando me contestó, la voz de Danilo sonó sorprendentemente tranquila:
—No tengo intención de retenerte, Jasna. Pero por mucho que me odies o nos desprecies a todos, tendrás que aceptar las consecuencias de lo que hagas: si le cuentas a alguien algo sobre Vampiro, verás arder la finca. Nos encerraremos juntos en la torre y esperaremos a que llegue nuestro fin —inspiró profundamente y luego soltó las riendas de mi caballo—. Y otra cosa, no puedo prometerte que no vayan a ir también a por Anica.
Tragué saliva. Aquella mañana reconocí que Danilo podía ser muchas cosas, pero no era un cobarde. Dejarme ir fue un acto de valentía, porque efectivamente la vida de su comunidad, de su núcleo familiar, dependía de mí. Siempre había creído que tener poder en tus manos sabría a triunfo y a victoria, pero ahora descubrí que su sabor era amargo e insípido.