Este libro no existiría sin la pasión, atención y sinceridad de Antonio Sellerio, que aprobó la trama cuando se la conté y me sugirió ambientarla en Toscana, no en Inglaterra, como quise en un primer momento.
Del mismo modo, este libro nunca se me habría ocurrido si, cuando era estudiante universitario, no hubiera perdido el tiempo, en vez de estudiar, leyendo el hilarante Resurgimiento de Il libro Cuore (Forse), de Federico Maria Sardelli, y el docto pero siempre para mearse de risa Novissimo Borzacchini Universale, de Ettore Borzacchini. Estoy en deuda con ambos autores, y en el libro hay dos homenajes explícitos a su genial humorismo.
Doy las gracias a Piergiorgio, Pierino, Ciccio y Valeria por regalarme, cuando me fui a vivir solo, La ciencia en la cocina y el arte de comer bien, y a Pino y Leonora Rossi por enseñarme a apreciar el contenido culinario y literario de este libro. Doy las gracias a Maurizio Vento por prestarme la autobiografía de Pellegrino Artusi: algún día se la devolveré, aunque no será pronto.
Doy las gracias a Laura Caponi, Cinzia Chiappe, Christian Pomelli, Mimmo Tripoli y a la madre de mi mujer, Liana, por impedirme cometer errores garrafales.
Doy las gracias a mis amigos, que leyeron, examinaron, criticaron y exhortaron: Virgilio, Serena, Letizia, Rino, así como a mis conciudadanos de Olmo Marmorito (con mención de honor y medalla de aire para Sara, la única en mandarme sus comentarios a tiempo) y a todos aquellos de los que me he olvidado.
Por último, si tras un año de silencio pude ponerme a escribir de nuevo fue gracias a la paciencia de Liana, Gianna, Salvina, Giovanna, Gino y Tina, que cuidaron del pequeño Leonardo y lo hicieron engordar; y gracias a Samantha, que, además de mimar al pequeño varón de la casa, cuidó también del grande y de su manuscrito. Sin ella, ninguno de los dos habría ido a ninguna parte.
Vecchiano, 18 de noviembre de 2010