No es casualidad

A veces, al leer un libro, nos preguntamos si el autor ha elegido un pormenor (un determinado nombre, un determinado año u otra cosa) por una razón muy concreta o si, sencillamente, ese detalle está ahí por casualidad.

Hay que admitir que reconocer en un detalle aparentemente casual un significado más profundo proporciona una sensación maravillosa; dicho de otro modo, nos complace. Nos hace sentir atentos, cultos y partícipes: en el fondo, hemos descifrado el código secreto del autor, algo que no todos consiguen.

Sin embargo, en ocasiones esa sensación es perturbada por un ruido de fondo: la posibilidad de que nos lo hayamos inventado todo. Quizá ese personaje se llama así porque al autor le sonaba bien y punto. Por eso, sin explicar más de lo necesario y dar a quien haya tenido oído para entender la satisfacción que se merece, me parece justo especificar qué detalles no han sido elegidos al azar.

Estamos en 1895, lo que no es casualidad. Es un año en que tiene lugar un cierto número de acontecimientos bastante significativos. El 8 de diciembre, Guglielmo Marconi consigue mandar su primera señal de radio superando una colina, y el disparo de fusil con que su mayordomo anuncia que se ha producido la transmisión será uno de los pocos casos en que un arma de fuego determina el curso de la historia sin matar a nadie. En el mismo año, el 28 de diciembre, los hermanos Lumière organizarán en París la primera demostración pública de una travesura llamada «cinematógrafo», Maria Montessori será la primera mujer en ser admitida en la Sociedad Lancisiana (que reúne a los médicos y profesores de medicina de Roma) y Pellegrino Artusi dará a la imprenta la segunda edición de su La ciencia en la cocina y el arte de comer bien, constituida por ciento nueve recetas que van del krapfen a los macarrones a la napolitana.

En otras palabras, el mundo está cambiando. Se está convirtiendo en un lugar más abierto en el que es posible comunicarse con facilidad y en el que ciertas discriminaciones comienzan a mostrar su insensatez gracias a la inspirada locura de algunos pioneros.

El noble protagonista de esta novela ostenta el título de barón, lo que tampoco es casualidad; sin extenderme demasiado, hoy en día este título se usa en un contexto muy concreto para referirse a un cierto tipo de personas y a su utilización de la cosa pública.

Los lectores más atentos y doctos habrán reconocido el libro que Cecilia lee a su abuela, esto es, La Cripta de los Capuchinos, de Joseph Roth; tampoco fue elegido al azar, aunque obligatoriamente comportase un cierto desprecio por la realidad histórica.

Por último, el rollo de carne que acompaña todo el libro es una receta gitana; como ya habréis intuido, tampoco esto es casualidad.