Faith llegó temprano a la escuela dominical y se sentó en el banco de su clase antes de que viniera nadie. Por lo tanto, la terrible verdad no fue evidente para nadie hasta que, después de la clase, Faith se dirigió al banco de la rectoría. La iglesia estaba ya medio llena y todos los que estaban sentados cerca del pasillo vieron que la hija del pastor tenía puestas las botas pero ¡iba sin medias!
El nuevo vestido marrón de Faith, que la tía Martha había hecho con un patrón viejo, era absurdamente largo para ella, pero incluso así no le llegaba al borde de las botas. Se veían claramente cinco centímetros de blanca pierna.
Faith y Carl se sentaron solos en el banco de la rectoría. Jerry estaba en la galería con un compañero y las chicas Blythe se habían llevado a Una. A los niños Meredith les gustaba sentarse por toda la iglesia y a mucha gente eso le parecía impropio, sobre todo la galería, donde se juntaban los muchachos irresponsables que susurraban y, según se sospechaba, mascaban tabaco durante el servicio; no era lugar para un hijo de la rectoría. Pero Jerry odiaba el banco de la rectoría, en la primera fila de la iglesia, bajo los ojos del vicario Clow y su familia. Se escapaba siempre que podía. Carl, absorto en la observación de una araña que tejía su tela en la ventana, no se fijó en las piernas de su hermana. Después de la iglesia, Faith se fue caminando a casa con su padre, que en ningún momento se dio cuenta tampoco. Faith se puso las odiadas medias antes de que llegaran Jerry y Una, de modo que por el momento ninguno de los ocupantes de la rectoría supo lo que había hecho. Pero nadie más de Glen St. Mary lo ignoraba. No hubo otro tema de conversación en el camino de regreso a casa después de la iglesia. La señora Davis dijo que era de esperar y que pronto se vería a algunos de esos niños yendo a la iglesia sin nada de ropa. La presidenta de la Asociación de Damas de Beneficencia decidió que llevaría el tema a la siguiente reunión de la Asociación y sugeriría que fueran en conjunto a presentar su protesta al pastor. La señorita Cornelia dijo que ella, por su parte, se rendía. Ya no tenía sentido preocuparse por los chicos de la rectoría. Hasta la esposa del doctor Blythe se impresionó, aunque atribuyó el suceso a un olvido de Faith. Susan no pudo ponerse de inmediato a tejerle un par de medias porque era domingo, pero tuvo un par listo a la mañana siguiente, antes de que se hubiera levantado nadie.
—No me diga que no ha sido culpa de la vieja Martha, mi querida señora —le dijo a Ana—. Supongo que esa pobre niñita no tenía ningún par decente de medias para ponerse. Supongo que todas las medias que tiene están llenas de agujeros, como usted bien sabe que están. Y pienso, mi querida señora, que la Asociación de Damas de Beneficencia haría mejor en tejerles algunos pares antes que pelear por la nueva alfombra para la plataforma del púlpito. No pertenezco a la Asociación, pero le voy a tejer a Faith dos pares de medias con esa preciosa lana negra con toda la rapidez que me den los dedos, y eso se lo aseguro. Jamás olvidaré lo que sentí, mi querida señora, al ver a la hija de un pastor caminando por el pasillo de nuestra iglesia sin medias. De verdad que no supe ni para dónde mirar.
—Y además ayer, que la iglesia estaba llena de metodistas —gimió la señorita Cornelia, que había ido a Glen a hacer algunas compras y corrió a Ingleside a hablar del asunto—. Yo no sé cómo funciona, pero basta que esos chicos de la rectoría hagan algo especialmente espantoso para que la iglesia esté llena de metodistas. Creí que a la esposa del diácono Hazard se le iban a salir los ojos de las órbitas. Cuando salió de la iglesia dijo: «Bueno, esa exhibición fue casi una indecencia. Realmente, los presbiterianos me dan pena». Y nosotros tuvimos que tragárnoslo. No podíamos decir nada.
—Hay algo que yo podría haberle dicho, mi querida señora, si la hubiera oído —dijo Susan sombríamente—. Le habría dicho, por ejemplo, que en mi opinión las piernas desnudas son tan decentes como los agujeros. Y le habría dicho, por ejemplo, que los presbiterianos no necesitan de tanta lástima ya que tienen un pastor que sabe predicar, mientras que los metodistas no. Habría hecho callar a la esposa del diácono Hazard, mi querida señora, de eso puede estar segura.
—Yo desearía que el señor Meredith no predicara tan bien pero cuidara un poco más a su familia —respondió la señorita Cornelia—. Al menos podría dirigir una mirada a sus hijos antes de salir para la iglesia y ver si están apropiadamente vestidos. Estoy cansada de pedir excusas por él, ¡pueden creerme!
Entretanto, el alma de Faith estaba siendo atormentada en el Valle del Arco Iris. Mary Vanee estaba allí y, como siempre, con ánimo sermoneador. Le dio a entender que había llenado de vergüenza, a ella y a su padre, más allá de toda redención posible, y que ella, Mary Vanee, había terminado sus relaciones con ella. «Todo el mundo» estaba hablando y «todo el mundo» decía lo mismo.
—Sencillamente siento que ya no puedo juntarme contigo —finalizó.
—Pues nos juntaremos nosotros —exclamó Nan Blythe. Secretamente, Nan pensaba que Faith había hecho algo muy malo, pero no iba a permitir que Mary Vanee manejara las cosas con semejante altanería—. Y si no vas a juntarte con ella, no tienes por qué volver más al Valle del Arco Iris, señorita Vanee.
Nan y Di pasaron el brazo a Faith por la cintura y miraron a Mary desafiantes. Ésta súbitamente se amilanó, se sentó sobre un tronco y se puso a llorar.
—No es que no quiera —gimió—. Pero si sigo juntándome con Faith la gente va a decir que yo la instigo a hacer esas cosas. Algunos ya lo están diciendo, por mi vida. No puedo permitir que se digan esas cosas de mí ahora que estoy en un lugar respetable y que trato de ser una señorita. Y yo no he ido nunca a la iglesia con las piernas desnudas, ni en mis peores épocas. Nunca se me hubiera ocurrido hacer semejante cosa. Pero esa odiosa Kitty Alee dice que Faith no ha vuelto a ser la misma de antes desde que yo estuve viviendo en la rectoría. Dice que Cornelia Elliott va a ver el día en que se arrepienta de haberme recibido. Hiere mis sentimientos. Pero es por el señor Meredith por quien yo me preocupo.
—Yo creo que no tienes por qué preocuparte por él —dijo Di con desdén—. No es necesario. Vamos, Faith querida, deja de llorar y cuéntanos por qué lo hiciste.
Faith lo explicó entre lágrimas. Las niñas Blythe la comprendieron y hasta Mary Vanee dijo que era una posición muy difícil. Pero Jerry, para quien todo el asunto fue como un rayo, se negaba a dejarse tranquilizar. ¡De modo que era eso a lo que se referían algunas misteriosas indirectas que le habían hecho ese día en la escuela! Se llevó a Una y a Faith a casa sin ninguna ceremonia y el Club de la Buena Conducta celebró una reunión urgente en el cementerio para juzgar el caso de Faith.
—Yo no veo qué mal hubo —se defendió Faith, desafiante—. No se me veía casi nada de pierna. No fue nada malo y no le hizo daño a nadie.
—Le hará daño a papá. Lo sabes. Sabes que la gente le echará la culpa cada vez que hagamos algo raro.
—No lo pensé —murmuró Faith.
—Ése es precisamente el problema. No lo pensaste y tendrías que haberlo pensado. Para eso es nuestro club, para educarnos y hacernos pensar. Prometimos que siempre nos detendríamos a pensar antes de hacer algo. Tú no lo hiciste y tienes que ser castigada, Faith, y severamente. Como castigo irás a la escuela una semana entera con las medias de rayas.
—Ay, Jerry, ¿no alcanza con uno o dos días? ¡Una semana entera no!
—Sí, una semana entera —dijo el inexorable Jerry—. Es justo, pregúntale a Jem Blythe si no le parece justo.
Faith sintió que prefería rendirse a preguntarle semejante cosa a Jem Blythe. Comenzaba a tomar conciencia de que su ofensa había sido vergonzosa.
—Entonces lo haré —balbuceó, algo enfurruñada.
—Te ha salido barato —comentó Jerry con severidad—. Y no importa cómo te castiguemos; eso no ayudará a papá. La gente siempre pensará que lo hiciste por hacer una travesura y responsabilizarán a papá por no habértelo impedido. Nunca podremos explicárselo a todo el mundo.
Ese aspecto del caso quedó rondando la cabeza de Faith. Podía soportar su propia condena, pero la atormentaba que culparan a su padre. Si la gente supiera los hechos reales del caso, no lo culparían a él. Pero ¿cómo podría hacérselo saber a todo el mundo? Ponerse de pie en la iglesia, como hizo una vez, y explicar el asunto estaba fuera de consideración. Se había enterado por Mary Vanee de lo que había opinado la congregación de aquello y se dio cuenta de que no debía repetirlo. Se preocupó media semana por el problema. Entonces tuvo una inspiración, y de inmediato actuó en consecuencia. Se pasó un atardecer en la buhardilla, con una lámpara y un cuaderno de ejercicios, escribiendo sin parar, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes. ¡Era exactamente eso! ¡Qué inteligente de su parte que se le hubiera ocurrido! Arreglaría todo y lo explicaría sin provocar ningún escándalo. Eran las once de la noche cuando terminó y bajó a la cama, terriblemente cansada pero absolutamente feliz y satisfecha.
A los pocos días, el pequeño semanario publicado en Glen con el nombre The Journal salió como de costumbre, y Glen tuvo otra noticia sensacional. Una carta firmada «Faith Meredith» ocupaba un lugar prominente en la primera página y decía lo siguiente:
A QUIEN CORRESPONDA:
Quiero explicarles a todos por qué fui a la iglesia sin medias, para que todos sepan que papá no tuvo ninguna culpa y las chismosas no digan que la tuvo, porque no es cierto. Le di mi único par de medias negras a Lida Marsh porque ella no tenía y tenía los piececitos helados y a mí me dio mucha lástima. Ningún niño tendría que andar sin medias y zapatos en una comunidad cristiana antes de que se haya ido toda la nieve y yo creo que la Asociación de Beneficencia y la WFMS tendrían que haberle dado medias. Yo sé, claro, que están mandando cosas a los niñitos paganos y eso está muy bien y es bueno. Pero los niñitos paganos tienen muchos más meses de calor que nosotros y pienso que las señoras de nuestra iglesia tendrían que cuidar a Lida y no dejar todo en mis manos. Cuando le di mis medias me olvidé de que eran el único par negro que tenía sin agujeros, pero me alegro de habérselas dado, porque me habría remordido la conciencia si no lo hubiera hecho. Cuando ella ya se había ido, tan orgullosa y feliz, pobrecita, me acordé de que lo único que podía usar eran unas espantosas medias rojas y azules que la tía Martha me tejió el invierno pasado con una lana que nos envió la señora Burr de Upper Glen. Era una lana muy ordinaria, llena de nudos, y yo nunca vi a ninguno de los niños de la señora Burr con cosas hechas con esa lana. Pero Mary Vanee dice que la señora Burr le da al pastor lo que ella no puede utilizar ni comer y piensa que eso tiene que considerarse como parte del salario que su esposo se ha comprometido a pagar pero nunca paga. Yo no podía ponerme esas medias tan horribles. Eran feas, ásperas y picaban. Todo el mundo se habría reído de mí. Al principio pensé hacerme la enferma para no ir a la iglesia al día siguiente, pero decidí que no podía hacer eso porque sería mentir y papá nos dijo después de la muerte de mamá que eso era algo que no debíamos hacer. Mentir es malo, aunque yo conozco a algunas personas de aquí, de Glen mismo, que las dicen y parece que nunca sienten remordimientos. No voy a dar ningún nombre, pero yo sé quiénes son y papá también. Después hice lo posible por resfriarme y caer enferma de verdad, y para eso me puse sobre la nieve en el cementerio metodista, descalza, hasta que Jerry me sacó. Pero no me hizo nada y no me salvé de ir a la iglesia. Entonces decidí ponerme las botas e irme así. No veo por qué fue algo tan malo; tuve mucho cuidado de lavarme las piernas y dejarlas tan limpitas como la cara, pero el asunto es que papá no tuvo nada que ver. Él estaba en el estudio pensando en su sermón y otras cosas celestiales y yo lo evité hasta que fui a la escuela dominical. Papá no mira las piernas a las personas en la iglesia y por eso no se fijó en las mías, pero los chismosos sí, y hablaron. Por eso escribo esta carta al Journal, para dar una explicación. Supongo que hice algo muy malo, ya que todo el mundo lo dice, y lo lamento. Estoy poniéndome esas medias tan horribles para castigarme, aunque papá me compró dos preciosos pares negros nuevos apenas abrió la tienda del señor Flagg el lunes. Pero fue todo culpa mía y los que le echen la culpa a mi padre después de leer esto no son cristianos, así que no me importa lo que digan. Hay otra cosa que quiero explicar antes de terminar. Mary Vanee me dijo que el señor Even Boyd echa la culpa a los hijos de Lew Baxter de haberle robado patatas de su campo el otoño pasado. Los Baxter son muy pobres, pero son honestos. Fuimos nosotros: Jerry, Carl y yo. Una no estuvo con nosotros ese día. No se nos ocurrió que fuera robar. Sólo queríamos unas patatas para cocinarlas con la trucha frita en una fogata en el Valle del Arco Iris. El campo del señor Boyd era el más cercano, justo entre el valle y el pueblo, así que saltamos el cerco y cogimos unas cuantas patatas. Eran muy pequeñas, porque el señor Boyd no les había puesto suficiente fertilizante, y tuvimos que arrancar muchas, que no eran más grandes que bolitas. Walter y Di Blythe comieron con nosotros, pero vinieron cuando ya las teníamos cocinadas y no sabían de dónde las habíamos sacado, así que no tienen ninguna culpa. No tuvimos intención de hacer ningún daño, pero si fue robo, lo lamentamos mucho y se las pagaremos al señor Boyd si puede esperar a que seamos grandes. Ahora no tenemos dinero porque no somos grandes como para ganarnos la vida y la tía Martha dice que mantener esta casa se lleva cada centavo del pobre salario de papá, incluso cuando es pagado con regularidad —lo cual no ocurre a menudo—. Pero el señor Boyd no debe echar la culpa a los hijos de Lew Baxter, que son inocentes, y hacerles un mal nombre. Sin otro particular.