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Lo cierto es que, después de siglos de negligencia, la iglesia parroquial empezó a poblarse. El domingo, en misa, las viejas amigas se encontraban. Cada una tenía su excusa preparada: «¿Sabe lo que pasa? Que con este frío el único lugar donde se está bien abrigado es en la iglesia. Tiene paredes tan gruesas, esa es la explicación… el calor que almacenan en verano, lo despiden ahora». Y la otra: «Este cura nuestro, don Tabiá, es un santo… Me ha prometido las semillas de esa planta japonesa, ¿comprende, señora Erminia? Quiero tener un entredós como ese de allí, en el altar del Sagrado Corazón. Llevármelo a casa para copiarlo, no puedo… Tengo que venir aquí para estudiarlo… ¡Ah, no es nada fácil!». Sonriendo, escuchaba las explicaciones de sus amigas; sólo les importa que la suya parezca suficientemente plausible. Y luego susurran como niñas en la escuela, concentrándose en el libro de misa:

—¡Cuidado, don Tabiá nos está mirando!

Ni una venía sin una excusa. La señora Ermelinda, por ejemplo, no había encontrado nada mejor que el organista de la iglesia para maestro de canto de su hija, tan apasionada por la música; y ahora venía a la iglesia para oírla en el Magnificat. La planchadora daba cita en la iglesia a su madre, ya que su marido no quería verla en su casa. Hasta la mujer del médico: justamente en la plaza, unos minutos antes, había dado un mal paso y se había torcido el pie; de modo que había entrado para sentarse un rato. En el fondo de las naves laterales, cerca de los confesionarios grises de polvo, donde la sombra es más densa, se veía algún hombre, rígido. Desde el púlpito, don Tabiá miraba en torno, desconcertado, luchando por encontrar las palabras.

Mientras tanto Galeone descansaba tendido al sol frente al atrio; parecía tomarse un merecido reposo. A la salida de misa miraba de reojo a toda esa gente, sin mover un pelo: las mujeres salían rápidamente, alejándose cada una por su lado. Ninguna se dignaba echarle una mirada; pero hasta desaparecer en la esquina sentían sobre la espalda sus miradas, como dos puntas de hierro.