Pero al día siguiente el perro no acude para llevarse el pan, ni tampoco al tercer día. Era lo que Defendente esperaba. Muerto Silvestro, toda ilusión de poder disfrutar de su amistad había desaparecido. En cuanto al perro, era mejor que se quedara donde estaba. No obstante, cuando el panadero volvía a ver en el galponcito desierto el pan que esperaba tan solito, sentía cierta decepción.
Peor fue cuando volvió a ver a Galeone, y ya habían pasado tres días más. El perro pasaba, aparentemente fastidiado por el frío helado de la plaza, y ya no parecía el mismo que habían visto por la vidriera del café. Ahora se sostenía bien derecho sobre las patas, no se bamboleaba más y aunque todavía estaba flaco tenía el pelo menos hirsuto, las orejas erguidas, la cola bien alzada. ¿Quién lo había alimentado? Sapori miró en torno. La gente pasaba con indiferencia, como si el animal ni siquiera existiera. Antes de mediodía el panadero colocó un nuevo pan fresco, con una tajada de queso, bajo el banco habitual. El can no dio señales de vida.
Día tras día Galeone parecía más floreciente; el pelo le caía lustroso y abundante como el pelo de los perros de los ricos. Alguien por lo tanto se ocupaba de él; y tal vez varios, al mismo tiempo, cada uno a escondidas del otro, con fines recónditos. Quizás temían a ese animal que había visto demasiadas cosas, quizás esperaban comprar barato la gracia de Dios, sin arriesgarse a las burlas de sus conciudadanos. O quizá todo el pueblo de Tis había tenido el mismo pensamiento: Y cada casa, cuando anochecía, trataba en la oscuridad de atraer al animal para congraciárselo con suculentos bocados.
Tal vez por eso Galeone no había ido a buscar el pan; probablemente ahora comía cosas mejores. Pero nadie hablaba nunca de él; si por casualidad se tocaba el tema del ermitaño, se lo abandonaba inmediatamente. Y cuando el perro aparecía en la calle, las miradas se desviaban, como si fuera uno de los tantos perros vagabundos que pululan en todas las poblaciones del mundo. Y en silencio, Sapori se amargaba con aquello, que habiendo tenido primero una idea genial, advierte que otros, más audaces que él, se la han apoderado clandestinamente y se preparan a obtener de ella ventajas indebidas.