Para hacer bien las cosas, Defendente se colocó al acecho del otro lado de la calle, bajo un pórtico, con la bicicleta y la escopeta; la bicicleta para seguir al animal, la escopeta para matarlo si comprobaba que no había ningún dueño a quien se pudiera pedir una indemnización. Sólo le dolía pensar que esa mañana la cesta se vaciaría para beneficio exclusivo de los pobres.
¿De qué lado y de qué manera apareció el perro? Todo un misterio. El panadero, que no obstante tenía los ojos bien abiertos, no llegó a verlo. Lo advirtió más tarde, cuando salía, plácido, con el pan entre los dientes. Desde el patio llegaban los ecos de grandes carcajadas. Defendente esperó que el animal se alejara un poco, para no alarmarlo. Luego montó la bicicleta y lo siguió.
Como primera hipótesis, el panadero esperaba que el perro se detuviera poco después de devorar el pan. El perro no se detuvo. También había imaginado que, después de un breve trecho, se metería por la puerta de una casa. En cambio, nada. Con su pan entre los dientes, el animal trotaba siguiendo los muros, con paso regular, y no se detenía nunca para olfatear, o regar árboles, o curiosear como es costumbre de los perros. ¿Adonde iría entonces? Sapori miraba el cielo gris. No habría sido nada raro que empezara a llover.
Pasaron la placita de Santa Inés, pasaron las escuelas primarias, la estación, el lavatorio público. Ya llegaban a las afueras del pueblo. Finalmente dejaron atrás el campo de deportes y penetraron en el campo. Desde su salida del patio, el perro no había vuelto una sola vez la cabeza. Tal vez ignoraba que lo seguían.
Había que abandonar la esperanza de que el perro tuviera un dueño capaz de responder por él. Era realmente un perro vagabundo, uno de esos animalotes que son la plaga de las eras de los campesinos, que roban los pollos, muerden los terneros, asustan a las viejas y por fin terminan difundiendo inmundas enfermedades en la ciudad.
Quizá lo mejor fuera dispararle un tiro. Pero para eso había que detenerse y bajarse de la bicicleta, sacarse la escopeta de la espalda. Bastaban estos preparativos para que el perro, aun sin acelerar el paso, se colocase fuera de tiro. Sapori continúo la persecución.