Una mañana Defendente Sapori distribuía los panes a los pobres, cuando entró un perro en el patio. Era un animal aparentemente vagabundo, bastante grande, de pelo hirsuto y cara mansa. Se deslizó entre los mendigos que esperaban, llegó a la cesta, tomó un pan y se fue lo más tranquilamente. No como un ladrón, sino como alguien que ha venido a buscar lo que le corresponde.
—¡Eh, Fido, ven aquí, perro asqueroso! —le grita Defendente, probando un nombre cualquiera.
Y se lanza a perseguirlo.
—¡Ya tenemos bastantes muertos de hambre, lo único que falta ahora es que vengan los perros!
Pero el can ya estaba fuera de alcance.
Al día siguiente la misma escena; el mismo perro, la misma maniobra. Esta vez el panadero sigue al animal hasta la calle, le arroja piedras, sin alcanzarlo.
Lo bueno es que el hurto se repite puntualmente todas las mañanas. Es maravillosa la astucia del perro, que escoge el momento exacto; tan exacto que ni siquiera necesita darse prisa. Ni los proyectiles que le lanzan dan jamás en el blanco. De la turba de indigentes se eleva un desvergonzado coro de carcajadas, y el panadero está enfurecido.
Fuera de sí, el día siguiente Defendente se aposta en la entrada del patio, escondido detrás de una columna, con un palo en la mano. Inútil. Tal vez mezclándose con la multitud de los pobres que gozan con la burla y por lo tanto no ven motivo para delatarlo, el perro entra y sale impunemente.
—¡Eh, también hoy te embromó! —le advierte algún mendigo estacionado en la calle.
—¿Dónde, dónde está? —pregunta Defendente, saltando fuera de su escondite.
—¡Mira, mira cómo se escapa! —señala riendo el miserable encantado con la ira del panadero.
En realidad el perro no se escapa, de ningún modo: sosteniendo el pan entre los dientes, se aleja con el paso cadencioso y sereno de los que tienen la conciencia tranquila.
¿Cerrar los ojos? No, Defendente no soporta estas bromas. Ya que no consigue encerrarlo en el patio, en la próxima ocasión favorable lo perseguirá por la calle. Podría también ocurrir que el perro no sea totalmente vagabundo, quizá tenga un refugio de carácter estable, quizás tenga un dueño a quien se pueda pedir una compensación. Así no se puede seguir, evidentemente. Por fijarse en esa bestia, desde hace algunos días Sapori ha tardado en bajar al sótano, y ha recuperado muchos menos panes que de costumbre; dinero perdido.
Tampoco dio resultado la tentativa de matar al animal con un pan envenenado, colocado en el suelo en la entrada del patio. El perro lo olió un instante, y en seguida siguió su camino hacia la canasta; por lo menos así lo contaron los testigos.