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Al señor Mason, ayudante del Astrónomo Real

Greenwich

Estimado señor:

Puesto que tengo el honor de haber sido nombrado su segundo en la proyectada expedición a Sumatra, cuyo fin es observar el tránsito de Venus, confío en no errar al presentarme a usted de esta guisa. A pesar de las garantías que le hayan dado los señores Bird y Emerson, y espero que también otros, sobre mi idoneidad, dado que es usted adjunto del Primer Astrónomo del reino, sería extraño, con esto no quiero decir disparatado, claro está, sino más bien insólito, que no abrigara usted una duda de carácter profesional, e incluso dos, acerca de mis capacidades.

Si bien es cierto que en mi trabajo recurro con mucha más frecuencia a la aguja magnética que a las estrellas, espero contrarrestar mi falta de experiencia en los asuntos del firmamento con la diligencia y una rápida comprensión, virtudes que me caracterizan. Dado que a todas luces no puedo pretender, señor, que alcanzo el nivel de su arte, seguiría gustosamente, al tiempo que me beneficiaría de ellas, cualesquiera indicaciones que pudiera usted dirigirme a fin de mejorar mi propio nivel.

En este particular, como en todos los demás…

su seguro servidor,

Jeremiah Dixon

Al cabo de unos meses, cuando ya no es necesario que los dos hagan el paripé tanto como en un principio imaginaban, Dixon revela que, mientras escribía esta carta, se abstuvo prudentemente de la bebida.

—La corregí unas veinte veces, siempre soñando con la jarra de cerveza que me aguardaba en El Minero Alegre. Luego, con la segunda jarra, y con las que seguirían, más y más deseadas a cada frase emocionada, ¿comprende lo que quiero decir?

Mason le confiesa a su vez que estuvo a punto de romper la carta al ver que procedía del condado de Durham, y supuso que se trataba de otra de esas peticiones de provincias cuya lectura y respuesta, en nombre del Astrónomo Real, constituía una de sus tareas.

—No obstante, había en ella tal sinceridad… Al instante me sentí avergonzado, indigno de aquella honrada alma rústica que me creía un sabio. ¡Aaah! Amarga decepción…

Al señor Jeremiah Dixon

Bishop Auckland, Condado de Durham

Señor:

He recibido la suya del pasado día 26 y le estoy muy agradecido por la amable opinión que en ella expresa. Me temo, sin embargo, que es más bien usted quien debería abrigar dudas, pues jamás he enseñado nada a nadie, sobre ningún tema, ni poseo grandes dotes como docente. Pese a todo, le ruego que no vacile en preguntarme lo que guste, pues siempre intentaré responderle del modo más correcto, aunque probablemente no in toto.

Cada uno de nosotros llevará un telescopio gemelo, invención del señor Dollond, dotado con la más reciente de sus lentes acromáticas; un reloj, obra del señor Ellicot, y, naturalmente, el sector[3] del señor Bird. ¡Todos ellos, debo decir, los mejores instrumentos para este grupo científico!

Deseándole un viaje al sur tan bueno como lo permitan los extraordinarios caminos del Señor, aguardo su llegada con un ánimo felizmente rescatado —por la fama de usted, en todas partes conocida— de los duendes del recelo, una excepción que no podría ser más grata en la vida por lo común desasosegada de

su seguro servidor,

Charles Mason