Al día siguiente, impusieron a Basini la tutela.
Lo hicieron no sin cierta solemnidad. Aprovecharon una hora de la mañana, mientras hacían ejercicios al aire libre, en el césped del gran parque, para apartarse algún tanto.
Reiting pronunció una especie de perorata. No precisamente breve. Hizo notar a Basini que había arruinado su propia existencia, que en verdad habría correspondido denunciarlo, y que sólo a una merced especialísima debía que, por el momento, no sufriera la vergüenza de verse castigado y expulsado del instituto.
Luego le comunicó las condiciones. Reiting se hacía cargo de la vigilancia.
Durante toda la escena, Basini había estado muy pálido; sin embargo, no replicó palabra y por la expresión del rostro, nadie hubiera podido medir lo que le ocurría por dentro.
A Törless el incidente le pareció a medias de pésimo gusto y a pesar de todo cargado de significación.
Beineberg había prestado más atención a Reiting que a Basini.