52

Lynn es una mujer muy guapa. Por lo general llevaba el pelo recogido en un moño en la nuca, pero hoy se había permitido que delgados mechones cayeran alrededor de su cara, pinceladas de rubio dorado que suavizaban la frialdad de sus ojos azul cobalto. Vestía pantalones de seda de color blanco a medida y una blusa de seda blanca. No compartía mi preocupación por exhibir un aspecto demasiado festivo para nuestra seria conversación de hoy. Sus joyas incluían un collar de oro delgado salpicado de diamantes, pendientes de oro y diamantes, y el solitario de diamantes que había llamado mi atención en la asamblea de accionistas.

La felicité por su apariencia, y dijo algo acerca de que más tarde iba a tomar unas copas a casa de un vecino. La seguí hasta la sala de estar. Había estado en esta habitación la semana pasada, pero no tenía la intención de revelarlo. Estaba segura de que mi visita a Manuel y Rosa Gómez no le sentaría bien.

Se sentó en el sofá, se reclinó lo justo para sugerir que esto iba a ser un relajado intercambio social, lo cual me informaba de que yo lo iba a pasar mal. No deseaba beber nada, ni siquiera agua, pero el fracaso de su hospitalidad era, pensé, mi mensaje: solo deseaba soltar mi discurso y largarme.

Tu turno, pensé, y respiré hondo.

—Lynn, esto no va a ser fácil, y con franqueza, el único motivo de que haya venido para intentar ayudarte es que mi madre está casada con tu padre.

Sus ojos se clavaron en mí, y asintió. Estamos de acuerdo, pensé, y continué.

—Sé que no nos caemos muy bien, y lo asumo, pero utilizaste nuestra relación familiar, si se puede llamar así, para convertirme en tu portavoz. Eras la desconsolada viuda que no tenía ni idea de lo que su marido estaba tramando, eras la madrastra que anhelaba el cariño de tu hijastro. No tenías trabajo, ni amigos, estabas destrozada. Todo era mentira, ¿verdad?

—¿Sí, Carley? —preguntó cortésmente.

—Creo que sí. Te importaba un bledo Nick Spencer. Lo único sincero que dijiste fue que se casó contigo porque te parecías a su primera mujer. Creo que eso es cierto. Pero he venido a advertirte, Lynn. Habrá una investigación sobre por qué la vacuna empezó de repente a tener problemas. Sé que la vacuna funciona. Ayer vi la prueba viviente. Vi a un hombre que, hace tres meses, se hallaba a las puertas de la muerte y ahora está curado de su cáncer al cien por cien.

—Estás mintiendo —replicó con brusquedad.

—No, pero no he venido a hablar de ese hombre. He venido para decirte que sabemos que Vivian Powers fue secuestrada, y que probablemente le administraron una droga que altera la mente.

—¡Eso es ridículo!

—No, no lo es, ni tampoco el hecho de que robaran las notas del padre de Nick al doctor Broderick, que las guardaba para Nick. Estoy muy segura de saber quién las cogió. Ayer encontré su foto en la sede central de Garner Pharmaceuticals. Fue Lowell Drexel.

—¿Lowell?

Su voz adquirió un tono nervioso.

—El doctor Broderick dijo que un hombre de pelo castaño rojizo robó los expedientes. Supongo que se lo tiñó tan bien que no se dio cuenta. La foto fue tomada el año pasado, antes de que Drexel dejara de teñírselo. Tengo la intención de llamar a los investigadores y hablarles de ello. El doctor Broderick fue atropellado por alguien que se dio a la fuga, y puede que no fuera un accidente. Yo, al menos, creo que no. Se está recuperando, y le enseñarán esa foto. Si identifica a Drexel, o mejor aún, cuando le identifique, lo siguiente que harán los investigadores será empezar a husmear en el accidente de avión. Te oyeron discutir con Nick en la cafetería del aeropuerto justo antes de que despegara. La camarera le oyó preguntarte por qué habías cambiado de idea en el último momento y no le acompañabas en el vuelo. Será mejor que tengas algunas respuestas preparadas cuando la policía vaya a verte.

Lynn ya estaba visiblemente nerviosa.

—Confiaba en arreglar nuestro matrimonio, por eso dije que iría con él al principio. Se lo dije a Nick, y le pedí que se llevara a Jack en otro viaje. Accedió, pero de mala gana. Después, se mostró brusco conmigo todo el viernes, de modo que cuando salimos hacia el aeropuerto, decidí dejar mi maleta en casa. Esperé a subir al coche para decírselo, y por eso estalló. No se me ocurrió que habría podido ir a buscar a Jack en el último minuto para llevárselo.

—Una historia muy poco convincente —dije—. Estoy intentando ayudarte, pero me lo pones difícil. ¿Sabes qué será lo próximo con lo que empezarán a especular? Yo te lo diré. Empezarán a preguntarse si añadiste algo a la bebida de Nick en la cafetería. Yo también empiezo a preguntármelo.

—¡Eso es ridículo!

—En ese caso, empieza a pensar en la gravedad de tu situación. Los investigadores se han estado concentrando en Nick, y hasta el momento has tenido la buena suerte de que no hayan encontrado su cadáver. En cuanto corra la voz sobre la vacuna y cambien el curso de la investigación, no te arriendo la ganancia. Por lo tanto, si sabes algo sobre lo que estaba pasando en el laboratorio, o si te advirtieron de que no subieras a ese avión con Nick, será mejor que hables ya y llegues a un trato con el fiscal.

—Yo quería mucho a mi marido, Carley. Quería arreglar nuestro matrimonio. Te estás inventando todo esto.

—No. Ese lunático de Ned Cooper, que acaba de matar a toda esa gente, fue quien ocasionó el incendio de aquí. Estoy segura. Vio a alguien salir de la casa aquella noche. Me envió correos electrónicos sobre eso, que he entregado a la policía. Creo que estás liada con Wallingford, y que cuando eso se sepa, tu coartada no valdrá nada.

—¿Crees que estoy liada con Charles? —Se puso a reír, un sonido nervioso, estridente, carente de alegría—. Pensaba que eras más sagaz, Carley. Charles no es nada más que un estafador de poca monta que roba a su propia empresa. Ya lo hizo antes, por eso sus hijos no le dirigen la palabra, y empezó a hacerlo en Gen-stone cuando se dio cuenta de que Nick estaba pidiendo préstamos con la garantía de sus acciones. Decidió echarse una mano a base de saquear la división de suministros médicos.

La miré fijamente.

—¡Dejabais robar a Wallingford! ¿Sabíais que robaba y no hicisteis nada?

—No era problema de ella, Carley —dijo una profunda voz masculina.

La voz sonó detrás de mí. Lancé una exclamación ahogada y pegué un bote. Lowell Drexel había aparecido en el umbral. Empuñaba una pistola.

—Siéntate, Carley.

Su voz era serena, desprovista de la menor emoción.

Mis rodillas flaquearon de repente cuando me hundí en la butaca y miré a Lynn en busca de alguna explicación.

—Confiaba en que no llegaríamos tan lejos, Carley —dijo Lynn—. Lo siento mucho, pero…

De pronto, miró hacia el fondo de la sala, y la expresión desdeñosa de un momento antes se transformó en otra de puro horror.

Volví la cabeza al instante. Ned Cooper se hallaba en el comedor, con el pelo revuelto, la cara cubierta de una barba de varios días, las ropas manchadas y arrugadas, los ojos desorbitados y las pupilas dilatadas. Sostenía un rifle, y mientras yo miraba, lo alzó y apretó el gatillo.

El sonido penetrante, el olor acre del humo, el grito aterrorizado de Lynn y el golpe sordo del cuerpo de Drexel cuando cayó al suelo hirieron mis sentidos. ¡Tres! Solo podía pensar en eso. Tres en Greenwood Lake; tres en esta habitación. ¡Voy a morir!

—Por favor —estaba gimiendo Lynn—. Por favor.

—No. ¿Por qué ha de vivir? —preguntó Ned—. He estado escuchando. Está sucia.

Apuntó el rifle otra vez. Sepulté la cara entre las manos.

—Por f…

Oí la explosión de nuevo, olí el humo y supe que Lynn estaba muerta. Había llegado mi turno. Ahora va a matarme, me dije, y esperé el impacto de la bala.

—Levántate. —Estaba sacudiendo mi hombro—. Venga. Vamos a subir a tu coche. Eres una chica afortunada. Vas a vivir otra media hora o así.

Me puse en pie, tambaleante. Fui incapaz de mirar al sofá. No quería ver el cadáver de Lynn.

—No te olvides de tu bolso —dijo con una calma estremecedora.

Estaba en el suelo, al lado de la butaca que yo había ocupado. Me agaché y lo recogí. Entonces, Cooper me agarró del brazo y me empujó en dirección a la cocina.

—Abre la puerta, Carley —me conminó.

La cerró a nuestras espaldas y me empujó hacia el asiento del conductor de mi coche.

—Sube. Tú conduces.

Daba la impresión de saber que no había cerrado el coche con llave. ¿Me habría estado esperando?, me pregunté. Oh, Dios, ¿por qué había venido? ¿Por qué no me había tomado en serio sus amenazas?

Dio la vuelta al coche, sin apartar los ojos de mí, el rifle a punto. Subió al asiento del copiloto.

—Abre tu bolso y saca las llaves.

Manoteé con el cierre. Tenía los dedos entumecidos. Todo mi cuerpo temblaba tanto que, cuando abrí el bolso y saqué las llaves, me costó mucho introducir la llave de contacto.

—Baja por este camino. El código de la puerta es 2808. Tecléalo cuando lleguemos. Cuando la puerta se abra, gira a la derecha. Si hay policías en los alrededores, no intentes nada.

—No lo haré —susurré. Apenas pude formar las palabras.

Se agachó para que su cabeza no se viera desde la calle, pero cuando la cancela se abrió y salí, no había coches en la carretera.

—Gira a la izquierda en la curva.

Cuando pasamos ante los restos carbonizados de la mansión, vi que un coche de la policía pasaba poco a poco por delante. Seguí con la vista clavada en el frente. Sabía que Ned Cooper hablaba en serio: si se acercaban a nosotros, les mataría a ellos y a mí.

Cooper seguía derrumbado en el asiento, con el rifle entre las piernas, y solo hablaba para guiar mis movimientos.

—Gira a la derecha. Gira a la izquierda aquí. —Después añadió, con un tono de voz muy diferente—: Se acabó, Annie. Ya voy. Supongo que estarás contenta, cariño.

«Annie». Su esposa muerta, pensé. Estaba hablando con ella como si estuviera en el coche. Tal vez si intentaba hablarle de ella, si se daba cuenta de que sentía pena por ambos, tendría una oportunidad. Quizá no me mataría. Quería vivir. Quería un futuro con Casey. Quería otro hijo.

—Gira a la izquierda aquí, y luego sigue recto un rato.

Estaba evitando las carreteras principales, los lugares donde era más probable que la policía le buscara.

—Muy bien, Ned —contesté. Mi voz temblaba tanto que tuve que morderme el labio para controlarla—. Ayer, en la televisión, salió gente que hablaba de Annie. Todo el mundo decía que la quería.

—No contestaste a su carta.

—Ned, si a veces muchas personas me hacen la misma pregunta, contesto a la carta, pero no utilizo un nombre concreto, porque eso no sería justo con las demás. Apuesto a que contesté a la pregunta de Annie aunque no utilizara su nombre.

—No lo sé.

—Ned, yo también compré acciones de Gen-stone y perdí dinero, como tú. Por eso estoy escribiendo un reportaje para la revista, para que todo el mundo se entere de que personas como nosotros fueron engañadas. Sé que tenías muchas ganas de comprarle una casa grande a Annie. El dinero que utilicé para comprar las acciones era el dinero que había estado ahorrando para un piso. Vivo en uno, de alquiler, muy pequeño, como el que ocupabas tú.

¿Me estaba escuchando?, me pregunté. No podía afirmarlo.

Mi móvil sonó. Estaba en el bolso, que todavía descansaba sobre mi regazo.

—¿Esperabas una llamada?

—Debe de ser mi novio. Me he citado con él.

—Contesta. Dile que llegarás tarde.

Era Casey.

—¿Todo bien, Carley?

—Sí. Ya te contaré.

—¿Cuánto tardarás en llegar?

—Unos veinte minutos.

—¿Veinte minutos?

—Acabo de empezar. —¿Cómo podía comunicarle que necesitaba ayuda?—. Dile a todo el mundo que voy hacia ahí. Me alegra la perspectiva de ver a Patrick pronto.

Cooper me arrebató el teléfono. Oprimió el botón de cerrar y lo tiró en el asiento.

—Pronto verás a Annie, no a Patrick.

—¿Adónde vamos, Ned?

—Al cementerio. Para estar con Annie.

—¿Dónde está el cementerio, Ned?

—En Yonkers.

Yonkers se encontraba a menos de diez minutos en coche de donde estábamos.

¿Habría comprendido Casey que le necesitaba?, me pregunté. ¿Llamaría a la policía y diría que buscaran mi coche? Pero aunque lo vieran y nos siguieran, solo significaría que algunos también morirían.

Ahora estaba segura de que Ned planeaba matarse en el cementerio, después de asesinarme. La única esperanza de sobrevivir era que decidiera perdonarme la vida. Para conseguirlo, tenía que despertar su compasión.

—Ned, creo que es una vergüenza todo lo que dijeron sobre ti ayer en la televisión. No era justo.

—¿Oyes eso, Annie? Ella también cree que no es justo. No saben qué significó para ti perder tu casa, todo porque yo me tragué sus mentiras. No saben qué significó para mí verte morir cuando el camión de la basura arrolló tu coche. No saben que esa gente con la que siempre eras tan amable no querían que supieras que yo les iba a vender la casa. No les caía bien, querían que los dos nos fuéramos.

—Me gustaría escribir sobre todo eso, Ned —dije. Intenté que no sonara como si estuviera suplicando. No fue fácil.

Cruzamos Yonkers. Había mucho tráfico, y Cooper se agachó en el asiento.

—Me gustaría escribir sobre los bonitos jardines de Annie, que plantaba uno nuevo cada año —continué.

—Sigue recto. Casi hemos llegado.

—Y contaré a todo el mundo que los pacientes del hospital la querían. Escribiré sobre lo mucho que ella te amaba.

El tráfico había disminuido. A la derecha, siguiendo la manzana, vi el cementerio.

—Lo titularé «Historia de Annie», Ned.

—Gira por esa carretera de tierra. Atraviesa el cementerio. Ya te avisaré cuando tengas que parar.

No percibí la menor emoción en su voz.

—Annie —dije—, sé que puedes oírme. ¿Por qué no le dices a Ned que es mejor que estéis juntos a solas, y que yo debería ir a casa y escribir sobre ti y contar a todo el mundo lo mucho que tú y Ned os queríais? No desearás tenerme en medio cuando por fin te abraces con Ned, ¿verdad?

Tuve la impresión de que él no me escuchaba.

—Para y sal del coche —ordenó.

Ned me obligó a caminar delante de él hasta la tumba de su mujer, que estaba recién excavada y aún cubierta de barro. La tierra había empezado a aposentarse, y se había formado una depresión en medio.

—Creo que la tumba de Annie debería tener una bonita losa, con flores talladas alrededor de su nombre —dije—. Lo haré en su memoria, Ned.

—Siéntate. Aquí —dijo, y señaló un espacio situado a unos dos metros del pie de la tumba.

Se sentó sobre la tumba, apuntándome con el rifle. Se quitó el zapato y el calcetín derechos con la mano izquierda.

—Date la vuelta —dijo.

—Ned, te prometo que Annie quiere estar a solas contigo.

—He dicho que te des la vuelta.

Iba a matarme. Intenté rezar, pero solo pude susurrar las palabras que Lynn había intentado pronunciar al morir.

—Por favor…

—¿Qué opinas, Annie? —preguntó Ned—. ¿Qué debo hacer? Dímelo tú.

—Por favor.

Estaba demasiado paralizada de terror para mover los labios. A lo lejos, oí el chillido de las sirenas que se acercaban por la carretera. Demasiado tarde, pensé. Demasiado tarde.

—De acuerdo, Annie. Lo haremos a tu manera.

Oí el chasquido del rifle y la oscuridad me rodeó.

Recuerdo a un policía diciendo: «Está en estado de shock», y haber visto el cadáver de Ned tendido sobre la tumba de Annie. Después, creo que perdí el sentido de nuevo.

Cuando desperté, estaba en el hospital. No me había disparado. Sabía que estaba, viva, que Annie había dicho a Ned que no me matara.

Yo diría que estaba muy sedada, porque me dormí de nuevo. Cuando desperté, oí decir a alguien: «Ella está aquí, doctor». Dos segundos después, estaba rodeada por los brazos de Casey, y fue entonces cuando comprendí que me encontraba por fin a salvo.