A las dos, Ned estaba apostado detrás de los árboles cercanos a la casa de invitados. A las dos y cuarto, un hombre al que nunca había visto subió andando por el camino de entrada que corría hasta la puerta de servicio. No parecía un policía. Sus ropas eran demasiado caras. Vestía una chaqueta azul oscuro y unos pantalones color tostado, con una camisa sin corbata. Andaba como si creyera que el mundo le pertenecía.
Si estás aquí dentro de una hora, ya no serás dueño de nada, pensó Ned. Se preguntó si era el mismo sujeto que había venido anoche, no el novio, el otro. Podría ser, decidió. Eran más o menos del mismo tamaño.
Hoy, Ned podía ver a Annie otra vez cerca de él. Ella extendió la mano en su dirección. Sabía que pronto estarían juntos para siempre.
—No tardaré mucho, Annie —susurró—. Concédeme un par de horas, ¿de acuerdo?
Le dolía el corazón, en parte porque había terminado la botella de whisky, pero también por la preocupación de que aún no había pensado en cómo iba a llegar al cementerio. No podía conducir el Toyota. La policía lo andaba buscando por todas partes. Y el coche de Lynn Spencer era demasiado llamativo. La gente se fijaría.
Vio que el tipo subía a la casa y llamaba a la puerta. Lynn Spencer la abrió. Ned decidió que debía de ser un vecino que se había acercado a verla. Fuera lo que fuese, o conocía el código de la puerta de servicio, o ella le había abierto desde la casa.
Treinta y cinco minutos después, a las tres menos diez, un coche subió por el camino de entrada y aparcó delante de la casa de invitados.
Ned vio que una joven bajaba del coche. La reconoció al instante: era Carley DeCarlo. Había llegado con puntualidad, tal vez incluso un poco temprano. Todo estaba sucediendo tal como había planeado.
Solo que el tipo nuevo estaba dentro. Mala suerte.
DeCarlo iba vestida como para una fiesta, pensó Ned. Llevaba un traje bonito, del tipo que le habría gustado comprar a Annie.
DeCarlo podía permitirse ropa como esa. Pero era una de ellos, por supuesto, los estafadores que se quedaban con el dinero de todo el mundo, partían el corazón de Annie y luego decían al mundo: «Yo no tuve nada que ver con eso. Yo también soy una víctima».
¡Pues claro que sí! Por eso te presentas con un Acura verde oscuro de aspecto deportivo, y vestida con un traje que debe costar un ojo de la cara.
Annie siempre había dicho que, si pudiera comprarse un coche nuevo, lo querría verde oscuro.
—Piénsalo, Ned. Negro es un poco siniestro, y muchos coches azul oscuro parecen negros, así que ¿dónde está la diferencia? Pero verde oscuro… Tiene clase, y al mismo tiempo fuerza. Cuando ganes la lotería, Ned, sal a comprarme un coche verde oscuro.
—Annie, cariño, nunca te compré uno, pero hoy iré a reunirme contigo en un coche verde oscuro —dijo Ned—. ¿De acuerdo?
—Oh, Ned.
La oyó reír. Estaba muy cerca. Sintió su beso. Sintió que le masajeaba la nuca, como hacía cuando estaba tenso por algo, como pelearse con alguien en el trabajo.
Había dejado el rifle apoyado contra un árbol. Lo recuperó y empezó a calcular la mejor manera de proceder. Quería entrar en la casa. Así, habría menos posibilidades de que los disparos se oyeran desde la carretera.
Se puso a cuatro patas y gateó junto a los árboles hasta llegar a la parte lateral de la casa, bajo la ventana de la sala de televisión. La puerta que conducía a la sala de estar estaba casi cerrada, así que no podía ver el interior. Pero vio al tipo que acababa de llegar. Estaba en la sala de la televisión, de pie detrás de la puerta.
—No creo que Carley DeCarlo sepa que está aquí —dijo Annie—. Me pregunto por qué.
—¿Por qué no lo averiguamos? —sugirió Ned—. Tengo la llave de la puerta de la cocina. Vamos a entrar.