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El domingo por la mañana me levanté temprano. No podía dormir. No era solo que temiera el momento de encararme con Lynn. También experimentaba la sensación de que algo terrible iba a suceder. Tomé una rápida taza de café, me vestí con pantalones cómodos y un jersey poco grueso, y me fui a la catedral. La misa de ocho estaba a punto de empezar y me deslicé en un banco.

Recé por todas las personas que habían perdido la vida debido a que Ned Cooper había invertido en Gen-stone. Recé por todas las personas que iban a morir porque habían saboteado la vacuna contra el cáncer de Nick Spencer. Recé por Jack Spencer, cuyo padre le había querido tanto, y recé por mi hijito, Patrick. Ahora es un ángel.

No eran ni las nueve cuando los fieles desfilaron hacia la salida. Como aún me sentía inquieta, me acerqué a Central Park. Era una mañana de abril perfecta, y prometía un día lleno de sol y árboles recién florecidos. La gente ya estaba paseando, patinando y pedaleando por el parque. Otros estaban estirados sobre mantas en la hierba, se preparaban para tomar el sol o desayunar.

Pensé en las personas, como las de Greenwood Lake, que la semana pasada estaban vivas y ahora ya no. ¿Tuvieron alguna premonición de que su tiempo se estaba acabando? Mi padre sí. Volvió y besó a mi madre antes de salir a dar su habitual paseo matutino. Nunca lo había hecho.

¿Por qué estaba pensando de esta manera?, me pregunté.

Tenía ganas de que el día pasara como una exhalación, de que el tiempo se disipara hasta la noche, cuando estaría con Casey. Estábamos bien juntos. Los dos lo sabíamos. Entonces, ¿por qué me embargaba esta tremenda tristeza cuando pensaba en él, como si fuéramos en direcciones diferentes, como si nuestros caminos se separaran de nuevo?

Volví a casa, y paré a tomar un café y un bagel. Eso me animó un poco, y cuando vi que Casey había llamado ya dos veces, mis ánimos se elevaron todavía más. Había ido a un partido de los Yankees anoche con un amigo que tenía un palco, de modo que no habíamos hablado.

Le llamé.

—Ya me estaba preocupando —dijo—. Carley, ese tal Cooper sigue suelto, y es peligroso. No olvides que se ha puesto en contacto contigo tres veces.

—Bien, no te preocupes. Estoy alerta. No estará en Bedford, y dudo que esté en Greenwich.

—Estoy de acuerdo. No creo que esté en Bedford. Es más probable que ande buscando a Lynn Spencer en Nueva York. La policía de Greenwich está vigilando la casa de los Barlowe. Si culpa a Nick Spencer del fracaso de la vacuna, quizá esté lo bastante loco para ir a por el hijo de Nick.

La vacuna contra el cáncer no es un fracaso, tuve ganas de decir a Casey, pero no podía, sobre todo por teléfono, en este momento.

—He estado pensando, Carley. Podría acompañarte en coche a Bedford esta tarde y esperarte.

—No —me apresuré a contestar—. No sé cuánto tiempo estaré con Lynn, y deberías llegar a tiempo a la fiesta. Me reuniré contigo allí. Ahora no entraré en detalles, Casey, pero ayer descubrí algunas cosas que derivarán en acusaciones de asesinato, y solo rezo para que Lynn no esté implicada. Si sabe o sospecha algo, es el momento de que hable. He de convencerla de eso.

—Ve con cuidado. —Después, repitió las palabras que había oído de sus labios por primera vez la otra noche—. Te quiero, Carley.

—Yo también —susurré.

Me duché, me lavé el pelo y presté más atención de lo acostumbrado a mi maquillaje. Saqué del ropero un traje pantalón verde claro. Era uno de esos conjuntos con los que siempre me sentía a gusto, y la gente también decía que me quedaba bien. Decidí guardar en el bolso el collar y los pendientes que solía llevar con aquel atuendo. Me parecieron demasiado festivos para la conversación que iba a sostener con mi hermanastra. Los cambié por unos sencillos pendientes de oro.

A las dos menos cuarto subí al coche y me dirigí a Bedford. A las tres menos diez toqué el timbre, y Lynn abrió la cancela. Como había hecho la semana pasada cuando me entrevisté con los caseros, rodeé los restos de la mansión y aparqué delante de la casa de invitados.

Bajé del coche, caminé hacia la puerta y toqué el timbre. Lynn me abrió.

—Pasa, Carley —dijo—. Te estaba esperando.