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Cuando volvió al garaje desde la casa de invitados, Ned se sentó en el coche a beber whisky y escuchar de vez en cuando la radio. Le gustaba oír las noticias sobre él, pero por otra parte, no quería gastar la batería del coche. Al cabo de un rato se descubrió cabeceando, y poco a poco se durmió. El ruido de un coche que subía por el camino de servicio y pasaba ante el garaje le despertó con un sobresalto, y cogió el rifle al instante. Si la policía intentaba capturarle, al menos se llevaría a algunos por delante.

Una ventana del garaje daba al camino, pero no pudo ver nada. Había demasiadas sillas amontonadas en medio. Eso estaba bien, pensó, porque significaba que tampoco podían ver el coche desde fuera.

Esperó casi media hora, pero nadie volvió a pasar. Entonces, se le ocurrió algo. Estaba seguro de quién era la persona que había venido: el novio, el tipo que estaba con ella la noche que prendió fuego a la casa.

Ned decidió echar un vistazo y comprobar si tenía razón. Con el rifle sujeto bajo el brazo, abrió sin ruido la puerta lateral y se encaminó hacia la casa de invitados. El sedán oscuro estaba aparcado donde los caseros solían dejar su coche. Todas las persianas de la casa estaban bajadas, excepto la del estudio, aquella por la que había mirado la otra noche. Estaba levantada unos cinco centímetros del antepecho otra vez. Se habrá atascado, decidió. La ventana seguía abierta, de modo que cuando se acuclilló pudo ver la sala de estar, donde Lynn Spencer y el novio se habían sentado anoche.

Allí estaban de nuevo, solo que esta vez había alguien más. Oyó otra voz, una voz de hombre, pero no pudo ver la cara. Si el novio de Lynn Spencer y el otro tipo estaban aquí mañana, cuando Carley DeCarlo apareciera, mala suerte para ellos. Daba igual. Ninguno de ellos merecía vivir.

Mientras se esforzaba por escuchar su conversación, oyó que Annie le decía que volviera al garaje y durmiera un poco.

—Y no bebas más, Ned —dijo.

—Pero…

Ned cerró los labios. Había empezado a hablar en voz alta con Annie, como se había acostumbrado en los últimos tiempos. El hombre que estaba hablando, el novio, no le oyó, pero Lynn Spencer levantó la mano y le dijo que callara.

Sin duda estaba diciendo que creía haber oído algo fuera. Ned corrió a esconderse detrás de los árboles antes de que la puerta principal se abriera. No vio la cara del tipo que salió y miró hacia el lado de la casa, pero era más alto que el novio. Echó una veloz mirada a su alrededor, y luego volvió a entrar. Antes de que cerrara la puerta, Ned le oyó decir:

—Estás loca, Lynn.

No está loca, pensó Ned, pero esta vez mantuvo la boca cerrada hasta que estuvo dentro del garaje. Luego, mientras abría la botella de whisky, se puso a reír. Lo que había empezado a decir a Annie era que no pasaba nada si bebía whisky, siempre que no lo mezclara con la medicina.

—Te olvidas, Annie —dijo—. Siempre te olvidas.