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Llegué a Armonk con tiempo de sobra y esperé sentada en el coche a que Ken Page llegara, delante de la casa de Dennis Holden. Después, como un autómata, llamé a Lynn al número de Bedford. Quería preguntarle a bocajarro por qué había convencido a Nick Spencer de que no se llevara a su hijo a Puerto Rico, además de negarse a acompañarle. ¿Alguien le había insinuado que no era una buena idea subir a ese avión?

O no estaba, o prefirió no descolgar el teléfono. Cuando lo pensé, decidí que daba igual. Sería mejor ver con mis propios ojos cómo reaccionaba cuando le hiciera la pregunta. Debido al matrimonio de mi madre con su padre, me había convencido de que fuera su relaciones públicas gratuita. Ella era la viuda desconsolada, la madrastra abandonada, la esposa perpleja de un hombre que había resultado ser un estafador. La verdad era que Nick Spencer le importaba un pimiento, al igual que su hijo, Jack, y era muy probable que estuviera liada con Charles Wallingford desde el primer momento.

Ken aparcó detrás de mí, y nos acercamos juntos a la casa. Era un hermoso edificio de estuco y ladrillo estilo Tudor, embellecido por su entorno. Caros arbustos, árboles en flor y césped aterciopelado daban fe de que Dennis Holden era un ingeniero de éxito, o bien pertenecía a una familia acaudalada.

Ken tocó el timbre, y un hombre de rostro juvenil, cabello castaño muy corto y ojos color avellana abrió la puerta.

—Soy Dennis Holden —dijo—. Entren.

La casa era tan atractiva por dentro como aparentaba desde la calle. Nos guió hasta la sala de estar, donde había dos sofás de un blanco cremoso a cada lado de la chimenea, encarados entre sí. La alfombra antigua constituía una maravillosa amalgama de colores, tonos rojos y azules, dorados y escarlata. Cuando me senté al lado de Ken en uno de los sofás, pasó por mi mente el pensamiento de que Dennis Holden había marchado de esta casa unos meses atrás, convencido de que iba a ingresar por última vez en un pabellón de curas paliativas. ¿Qué sintió cuando volvió a casa? Solo podía imaginar las emociones que bullirían en su interior.

Ken tendió su tarjeta a Holden. Yo busqué la mía en el bolso y se la di también. El hombre las examinó con detenimiento.

—Doctor Page —dijo a Ken—. ¿Tiene consulta propia?

—No. Escribo sobre investigación médica en exclusiva.

Holden se volvió hacia mí.

—Marcia DeCarlo. ¿No escribe también una columna sobre asesoría financiera?

—Sí.

—Mi mujer la lee y le gusta mucho.

—Me alegro.

Miró a Ken.

—Doctor, dijo por teléfono que la señorita DeCarlo y usted están escribiendo un reportaje sobre Nicholas Spencer. En su opinión, ¿continúa vivo, o el hombre que asegura haberle visto en Suiza se equivocó?

Ken me miró, y luego volvió los ojos hacia Holden.

—Carley ha estado entrevistando a la familia de Spencer. ¿Qué le parece si le contesta ella?

Relaté a Holden mi encuentro con los Barlowe y con Jack.

—Por todo lo que sé sobre Nick Spencer, estoy segura de que nunca abandonaría a su hijo. Era un buen hombre, entregado por entero a la búsqueda de una cura para el cáncer.

—En efecto. —Holden se inclinó hacia delante y enlazó los dedos—. Nick no era un hombre capaz de fingir su propia desaparición. Una vez dicho esto, creo que su muerte me libera de una promesa que le hice. Confiaba en que encontraran su cadáver antes de romper la promesa, pero ha transcurrido casi un mes desde que su avión se estrelló, y puede que nunca se recupere.

—¿Cuál fue esa promesa, señor Holden? —preguntó Ken en voz baja.

—Que no revelaría a nadie que me inyectó su vacuna contra el cáncer cuando estaba en el pabellón de curas paliativas.

Ken y yo confiábamos en que Dennis Holden hubiera recibido la vacuna y lo admitiera. Oírlo de sus propios labios fue como precipitarse en el último descenso en picado de las montañas rusas. Ambos le miramos boquiabiertos. El hombre estaba delgado, pero no aparentaba fragilidad. Tenía la piel sonrosada y sana. Comprendí ahora por qué llevaba el pelo tan corto: le estaba creciendo de nuevo.

Holden se levantó, cruzó la sala y levantó una foto enmarcada que estaba boca abajo sobre la repisa de la chimenea. Se la dio a Ken, que la sostuvo entre nosotros.

—Esta es la foto que me tomó mi mujer el día de la última comida que íbamos a compartir en casa.

Demacrado. Esquelético. Calvo. En la foto, Dennis Holden estaba sentado a la mesa, con una débil sonrisa en el rostro. La camisa de cuello abierto colgaba sobre su cuerpo. Tenía las mejillas hundidas, y sus manos parecían transparentes.

—Había bajado a cuarenta kilos —dijo—. Ahora peso sesenta. Padecía cáncer de colon, que me operaron con éxito, pero el cáncer había hecho metástasis. Por todo mi cuerpo. Mis médicos afirmaban que era un milagro que siguiera vivo. Es un milagro, pero lo realizó Dios por mediación de su mensajero Nick Spencer.

Ken no podía apartar sus ojos de la foto.

—¿Sabían sus médicos que había recibido la vacuna?

—No. No tenían motivos para sospecharlo, por supuesto. Solo están asombrados de que no haya muerto. Mi primera reacción a la vacuna fue no morir. Después, empecé a sentirme un poco hambriento, y volví a comer. Nick venía a verme cada pocos días, y llevaba una gráfica de mis progresos. Tengo una copia, y él también. Pero me hizo jurar que guardaría el secreto. Dijo que nunca debía llamarle a su oficina o dejarle mensajes en su teléfono. La doctora Clintworth, del pabellón, sospechaba que Nick me había dado la vacuna, pero yo lo negué. Creo que no me creyó.

—¿Sus médicos le han hecho radiografías o resonancias magnéticas, señor Holden? —preguntó Ken.

—Sí. Lo llaman remisión espontánea, una entre un trillón. Un par de ellos están escribiendo informes médicos sobre mí. Cuando me ha llamado, mi primera reacción ha sido negarme a verle. Pero he leído todos los números del Wall Street Weekly. Estoy tan harto de ver que arrastran el nombre de Nick Spencer por el barro, que me parece que ya es hora de hablar. Puede que la vacuna no sirva para todo el mundo, pero me devolvió la vida.

—¿Nos dejará ver las notas que Nick tomó sobre sus progresos?

—Ya he hecho una copia, en caso de que decidiera dárselas. Demuestran que la vacuna atacó las células cancerígenas a base de recubrirlas, para luego asfixiarlas. Células sanas empezaron a crecer de inmediato en esas zonas. Ingresé en el pabellón el 10 de febrero. Nick estaba trabajando de voluntario. Yo había leído todas las investigaciones publicadas sobre el tratamiento del cáncer y los tratamientos en potencia. Sabía quién era Nick y había leído sobre sus investigaciones. Le supliqué que probara la vacuna conmigo. Me inyectó el 12 de febrero, y volví a casa el 20. Dos meses y medio después, estoy curado del cáncer.

Una hora después, cuando estábamos a punto de irnos, se abrió la puerta principal. Una mujer muy guapa y dos adolescentes entraron. Todas tenían un hermoso pelo rojo. Era evidente que se trataba de la esposa y las hijas de Holden, y todas se acercaron a él.

—Hola —dijo, sonriente—. Habéis vuelto temprano. ¿Os habéis quedado sin dinero?

—No, no nos hemos quedado sin dinero —dijo su mujer, al tiempo que le rodeaba el brazo con el suyo—. Solo queríamos asegurarnos de que seguías aquí.

Hablamos mientras Ken me acompañaba al coche.

—Podría ser una remisión espontánea, una entre un trillón —dijo.

—Tú sabes que no.

—Carley, los fármacos y las vacunas actúan de manera diferente en personas diferentes.

—Está curado, es lo único que sé.

—Entonces, ¿por qué fallaron las pruebas de laboratorio?

—No me lo estás preguntando a mí, Ken, sino a ti mismo. Y has llegado a la misma respuesta: alguien quería que la vacuna pareciera un fracaso.

—Sí, he considerado esa posibilidad, y creo que Nicholas Spencer sospechaba que habían manipulado de manera deliberada los ensayos con la vacuna. Eso explicaría las pruebas a ciegas que estaba financiando en Europa. Ya oíste a Holden decir que le hicieron jurar secreto, y que bajo ninguna circunstancia debía telefonear a Nick o dejarle un mensaje en la oficina. No confiaba en nadie.

—Confiaba en Vivian Powers —dije—. Se había enamorado de ella. Creo que no le habló de Holden ni de sus sospechas porque pensaba que sería peligroso para ella saber demasiado, y resulta que estaba en lo cierto. Ken, quiero que vengas conmigo y veas a Vivian Powers con tus propios ojos. Esa chica no está fingiendo, y creo que sé lo que le ha pasado.

El padre de Vivian, Allan Desmond, estaba en la sala de espera de la unidad de cuidados intensivos.

—Jane y yo nos vamos turnando —explicó—. No queremos que Vivian esté sola cuando despierte. Está confusa y asustada, pero va a superarlo.

—¿Ha recuperado la memoria? —pregunté.

—No. Aún cree que tiene dieciséis años. Los médicos nos dicen que tal vez no recupere nunca los últimos doce años. Tendrá que aceptar ese hecho cuando se haya recuperado lo bastante para comprender. Pero lo importante es que está viva y podremos llevárnosla a casa pronto. Eso es lo único que nos interesa.

Expliqué que Ken estaba trabajando conmigo en el reportaje sobre Spencer, y que era médico.

—Es importante que podamos ver a Vivian —dije—. Intentamos averiguar qué le pasó.

—En tal caso, puede verla, doctor Page.

Unos minutos después, una enfermera entró en la sala de espera.

—Está despertando, señor Desmond —dijo.

El padre de Vivian estaba a su lado cuando abrió los ojos.

—Papá —dijo con un hilo de voz.

—Estoy aquí, cariño.

Le cogió la mano.

—Me ha pasado algo, ¿verdad? Tuve un accidente.

—Sí, cariño, pero te pondrás bien.

—¿Mark se encuentra bien?

—Sí.

—Conducía demasiado deprisa. Ya se lo dije.

Sus ojos se cerraron de nuevo. Allan Desmond nos miró.

—Vivian tuvo un accidente de coche cuando tenía dieciséis años —susurró—. Despertó en urgencias.

Ken y yo salimos del hospital y nos encaminamos al aparcamiento.

—¿Conoces a alguien a quien puedas consultar sobre fármacos que alteran la mente? —pregunté.

—Sé adonde vas con esa pregunta, y la respuesta es sí. Carley, hay una batalla entre las empresas farmacéuticas por descubrir medicamentos que curen el Alzheimer y restauren la memoria. La otra cara de esa investigación es que, en el proceso, los laboratorios están aprendiendo mucho más sobre destruir la memoria. No es un secreto muy bien guardado que, desde hace sesenta años, se han utilizado fármacos que alteran la mente para extraer información a espías capturados. Hoy, ese tipo de drogas son infinitamente más sofisticadas. Piensa en las llamadas píldoras violadoras. Son insípidas e inodoras.

Entonces, verbalicé la sospecha que hacía rato se había formado en mi mente.

—Ken, vamos a ver qué te parece esto. Creo que Vivian corrió a casa de su vecina presa del pánico, y hasta tuvo miedo de pedir ayuda por su teléfono. Cogió el coche y la siguieron. Creo que tal vez le administraron drogas que alteran la mente para averiguar si era posible que Nick Spencer hubiera sobrevivido al accidente. En la oficina averigüé que cierto número de personas sospechaban que Nick y ella mantenían una relación sentimental. Quien la raptó tal vez esperaba que, si Nick estaba vivo, contestaría a la llamada telefónica. Como eso no ocurrió, le dieron una droga que borró su memoria reciente y la abandonaron en el coche.

Llegué a casa una hora después, y lo primero que hice fue encender el televisor. Ned Cooper seguía desaparecido. Si había ido a la zona de Boston, tal como se especulaba, tal vez hubiera encontrado un escondite. Daba la impresión de que todas las fuerzas de la ley del estado de Massachusetts le estaban buscando.

Mi madre telefoneó. Parecía preocupada.

—Carley, apenas he hablado contigo durante las dos últimas semanas, y eso no es propio de ti. El pobre Robert casi nunca recibe llamadas de Lynn, pero tú y yo siempre hemos sido uña y carne. ¿Pasa algo?

Montones de cosas, mamá, pensé, pero no entre nosotras. No podía contarle el motivo de mis preocupaciones. La calmé con la excusa de que el reportaje estaba ocupando todo mi tiempo libre, pero casi me atraganté cuando sugirió que Lynn y yo fuéramos juntas a pasar un fin de semana con ellos. Los cuatro lo pasaríamos de maravilla.

Cuando colgué, me preparé té y un bocadillo de mantequilla de cacahuete, los puse en una bandeja y me acomodé ante mi mesa con la intención de trabajar un par de horas. Tenía amontonados los expedientes sobre Spencer, y los recortes de prensa que había estado estudiando en busca de referencias al accidente aéreo estaban diseminados de cualquier manera. Los recogí, los guardé en la carpeta correcta, y después cogí los folletos propagandísticos que me había llevado de Garner Pharmaceuticals.

Decidí que valía la pena examinarlos por si había alguna referencia a Gen-stone. Cuando llegué al que había en mitad del paquete, se me heló la sangre en las venas. Eso era lo que había visto en la oficina de recepción y había quedado grabado en mi inconsciente.

Durante largos minutos, tal vez incluso media hora, estuve sorbiendo la segunda taza de té, sin darme cuenta apenas de que se había enfriado.

La clave de todo lo que había sucedido estaba en mi mano. Era como abrir una caja fuerte y encontrar dentro todo lo que había estado buscando.

O como tener una baraja y ordenar las cartas por palos. Tal vez sea un ejemplo mejor, porque el comodín puede sustituir a cualquier carta en algunos juegos. En la baraja con la que estábamos jugando, Lynn era el comodín, y la carta a la que sustituía iba a afectar tanto a su vida como a la mía.