44

El sábado por la mañana, Ned encendió la radio del coche. Acababan de empezar las noticias de las siete. Mientras escuchaba, empezó a sonreír. En Greenwood Lake, Nueva Jersey, tres residentes habían sido asesinados a tiros mientras dormían. La policía decía que sus muertes se creían relacionadas con el asesinato a tiros de la señora Elva Morgan, de Yonkers, Nueva York. Su inquilino, Ned Cooper, había sido propietario de una casa en Greenwood Lake, y se sabía que había amenazado recientemente a las víctimas. El informe continuaba diciendo que Cooper también era sospechoso de la muerte de Peg Rice, la empleada de una farmacia que había muerto a tiros cuatro noches antes. Se estaban llevando a cabo las pruebas de balística. Se creía que Cooper conducía una camioneta marrón Ford de ocho años, o bien un Toyota negro de modelo reciente. Se le consideraba armado y peligroso.

Eso es lo que soy, pensó Ned: armado y peligroso. ¿Debía ir a la casa de invitados ahora y acabar con Lynn Spencer y su novio, si todavía seguía con ella?, se preguntó. No, quizá no. Aquí estaba a salvo. Tal vez esperaría. Aún tenía que imaginar una forma de liquidar a la hermanastra de Spencer, Carley DeCarlo.

Después, Annie y él podrían descansar, y todo habría terminado, de no ser por el último detalle, cuando se quitara los zapatos y los calcetines, y se tendiera en la tumba de Annie, con el rifle bien cerca.

Había una canción que a Annie le gustaba tararear: «Espera al último baile…».

Ned sacó el pan y la mantequilla de cacahuete del coche, y mientras se preparaba un bocadillo empezó a tararear esa canción. Después, sonrió cuando Annie le siguió.

«Espera… al… último… baile».