Los amigos de Casey, Vince y Julie Alcott, me cayeron bien de inmediato. Vince y Casey habían ido juntos a clase en la facultad de medicina John Hopkins.
—Nunca sabré cómo Julie y yo tuvimos la valentía de casarnos cuando yo estaba todavía en la facultad —dijo Vince con una carcajada—. No puedo creer que este domingo vayamos a cumplir nuestro décimo aniversario de bodas.
Tomé con ellos una copa de vino. Tuvieron el tacto de no preguntarme por mi visita a los vecinos. Lo único que dije fue que los Barlowe eran muy agradables y que me había gustado mucho conocer a Jack.
Creo que, de todos modos, Casey se dio cuenta de que estaba muy preocupada, porque al cabo de unos minutos se levantó.
—Despedid a los invitados que se van —dijo—. Sé que Carley ha de trabajar en su columna, y tenemos ganas de volver el domingo.
Regresamos a Manhattan en un silencio casi total, pero a las siete y cuarto, cuando nos acercábamos al centro, Casey habló.
—Has de comer, Carley. ¿Qué te apetece?
Aunque no había pensado en ello, me di cuenta de que tenía un hambre feroz.
—Una hamburguesa. ¿Te va bien?
P. J. Clarke’s, el famoso restaurante antiguo de Nueva York en la Tercera Avenida, había reabierto sus puertas hacía poco, después de una remodelación total. Paramos allí.
—Estás muy preocupada, Carley —dijo Casey después de pedir nuestros platos—. ¿Quieres hablar de ello?
—Aún no —dije—. Todavía está dando vueltas en mi cabeza.
—¿Conocer a Jack te ha afectado?
La voz de Casey era cariñosa. Sabe que ver a un niño de la edad que Patrick tendría hoy me parte el corazón.
—Sí y no. Es un crío muy simpático. —Cuando llegaron nuestras hamburguesas, dije—: Tal vez sea mejor que lo hablemos. El problema es que estoy sumando dos y dos, y el resultado es muy malo y un poco aterrador.