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Reid y Susan Barlowe vivían en una casa de ladrillo blanco estilo federal[5], situada en una encantadora propiedad que bordea el canal de Long Island. Casey recorrió el camino de entrada circular y me dejó delante de la casa a las cinco en punto. Iba a visitar a su vecino, Vince Alcott, mientras yo hablaba con los Barlowe. Pasaría a buscarle cuando terminara.

Reid Barlowe abrió la puerta y me saludó cortésmente, y luego dijo que su esposa estaba en el solario.

—Hay una vista agradable sobre el agua —explicó, mientras me guiaba por el pasillo central.

Cuando entramos, Susan Barlowe estaba depositando una bandeja con una jarra de té helado y tres vasos altos sobre una mesita auxiliar. Nos presentamos, y les pedí que me llamaran Carley. Me sorprendió que fueran tan jóvenes. Aún no habrían cumplido los sesenta. El hombre tenía el pelo salpicado de gris, y su mujer aún conservaba el tono rubio oscuro, con vetas grises. Formaban una pareja alta y hermosa, más bien delgados los dos, de facciones atractivas dominadas por sus ojos. Los de él eran castaños, y los de ella de un gris azulino, pero ambos teñidos de una tristeza persistente. Me pregunté si los restos de dolor que percibí eran por la hija muerta cinco años antes, o por su ex yerno, Nicholas Spencer.

El solario hacía honor a su nombre. El sol de la tarde se filtraba en el interior, y dotaba de más brillo al dibujo de flores amarillas del tapizado que cubría el sofá y las sillas de mimbre. Paredes y suelos de roble blanco, y una jardinera que corría a todo lo largo de los ventanales, completaban la sensación de haber trasladado el exterior al interior.

Insistieron en que me sentara en el sofá que ofrecía una vista panorámica del canal de Long Island. Las dos butacas más cercanas formaban un conjunto ideal para conversar, y se acomodaron en ellas. Acepté con placer un vaso de té helado, y durante un momento guardamos silencio, estudiándonos mutuamente.

Les di las gracias por recibirme y pedí disculpas anticipadas por si alguna pregunta les resultaba violenta o insensible.

Por un momento pensé que iba a tener un problema. Intercambiaron una mirada, y después Reid Barlowe se levantó y cerró la puerta que daba al vestíbulo.

—Por si Jack viene y no le oímos, preferiría que no captara retazos de nuestra conversación —dijo cuando volvió a sentarse.

—No es que Jack fuera a hacerlo a propósito —se apresuró a explicar Susan Barlowe—, pero es que está muy confuso, pobre chico. Adoraba a Nick. Estaba muy triste por lo sucedido, lo llevaba bien, y de repente aparecieron todas esas historias. Ahora quiere creer que está vivo, pero es una espada de doble filo, porque suscita la pregunta de por qué Nick no se ha puesto en contacto con él.

Decidí empezar sin medias tintas.

—Saben que Lynn Spencer y yo somos hermanastras —dije.

Los dos asintieron. Podría jurar que apareció una expresión desdeñosa en sus caras al oír el nombre, pero tal vez creí verlo porque lo estaba esperando.

—La verdad es que solo he estado con Lynn unas pocas veces. No soy ni su abogada ni su detractora —dije—. He venido como periodista para averiguar todo lo que pueda acerca de su opinión sobre Nick Spencer.

Expliqué cómo había conocido a Nick y describí mi propia impresión.

Hablamos durante más de una hora. Era evidente que querían a Nicholas Spencer. Los seis años que había estado casado con su hija Janet habían sido perfectos. Cuando le diagnosticaron el cáncer, él estaba pensando transformar su empresa de suministros médicos en una firma de investigaciones farmacéuticas.

—Cuando Nick supo que Janet estaba enferma y tenía pocas posibilidades, casi se obsesionó —dijo Susan Barlowe en un susurro.

Buscó sus gafas de sol en el bolsillo, y dijo algo acerca de que la luz era muy intensa. Creo que no quería que yo viera las lágrimas que se esforzaba por reprimir.

—El padre de Nick había estado intentando desarrollar una vacuna contra el cáncer —continuó—. Estoy segura de que usted ya lo sabe. Nick se había llevado las notas de su difunto padre y empezado a estudiarlas. Para entonces, había acumulado muchos conocimientos, debido a su enorme interés en la microbiología. Pensaba que su padre había estado a punto de descubrir una cura, y decidió recaudar dinero para fundar Gen-stone.

—¿Invirtieron ustedes en Gen-stone?

—Sí. —Fue Reid Barlowe quien continuó—. Y volvería a hacerlo. Pasara lo que pasase, no fue porque Nick nos engañara a nosotros o a quien fuera.

—Después de la muerte de su hija, ¿continuaron siendo íntimos de Nick?

—Por supuesto. Si apareció alguna tensión, fue después de casarse con Lynn. —Los labios de Reid Barlowe se tensaron en una estrecha línea—. Le juro que el parecido físico de Lynn con Janet fue el factor determinante de que se sintiera atraído hacia ella. La primera vez que la trajo aquí supuso un golpe para mi mujer y para mí. Tampoco fue bueno para Jack.

—¿Jack tenía seis años en aquel tiempo?

—Sí, y se acordaba muy bien de su madre. Después de que Nick y Lynn se casaran y Jack viniera aquí a vernos, se mostró cada vez más reticente a volver a casa. Por fin, Nick sugirió que le matriculáramos en un colegio de aquí.

—¿Por qué Nick no se separó de Lynn?

—Creo que a la larga lo habría hecho —dijo Susan Barlowe—, pero Nick estaba tan inmerso en el desarrollo de la vacuna, que las preocupaciones sobre su matrimonio, o sobre su fracaso, pasaron a un segundo plano. Durante un tiempo estuvo muy preocupado por Jack, pero en cuanto el niño empezó a vivir con nosotros y se mostró más feliz, Nick se concentró únicamente en Gen-stone.

—¿Llegaron a conocer a Vivian Powers?

—No —dijo Reid Barlowe—. Hemos leído las noticias, por supuesto, pero Nick nunca nos habló de ella.

—¿Alguna vez insinuó Nick que había un problema en Gen-stone más grave que el fracaso de muchos fármacos prometedores en las últimas fases de prueba?

—No cabe duda de que Nick estuvo muy preocupado todo el año pasado. —Reid Barlowe miró a su mujer, y esta asintió—. Me confió que había pedido dinero prestado con la garantía de sus acciones de Gen-stone, porque creía que eran necesarias más investigaciones.

—¿Pidió dinero prestado con la garantía de sus acciones, pero no de los fondos de la empresa? —pregunté al instante.

—Sí. No padecemos problemas económicos, señorita DeCarlo, y el mes anterior al accidente de avión, Nick pidió un préstamo personal para investigaciones posteriores.

—¿Se lo concedió?

—Sí. No le diré cuánto, pero por eso creo que, si Nick se apoderó de todo el dinero de la empresa, fue porque lo estaba gastando en investigación, y no porque pensara metérselo en el bolsillo.

—¿Cree que está muerto?

—Sí. Nick no era un hipócrita, y jamás habría abandonado a su hijo. —Reid alzó una mano a modo de advertencia—. Creo que Jack acaba de entrar. Le han acompañado después del entrenamiento de fútbol.

Oí pies que corrían por el pasillo, y luego se detenían ante la puerta cerrada. El niño miró a través de las cristaleras, y luego levantó la mano para llamar. Reid Barlowe le indicó con un ademán que entrara y se levantó para abrazarle.

Era un niño esquelético de pelo puntiagudo y enormes ojos grisazulados. Cuando nos presentaron, la amplia sonrisa dedicada a sus abuelos se convirtió en otra, tímida y dulce.

—Encantado de conocerla, señorita DeCarlo —dijo. Sentí un nudo en la garganta. Recordé a Nick Spencer diciendo, «Jack es un gran chico». Tenía razón. Saltaba a la vista que era un gran chico. Tenía la edad que hubiera tenido mi Patrick si hubiera vivido.

—Abuelo, Bobby y Peter me han preguntado si puedo ir a dormir a su casa. ¿Me das permiso? Hay pizza. Su madre dice que por ella no hay ningún problema, más bien lo contrario.

Los Barlowe intercambiaron una mirada.

—Si prometéis que no os iréis a dormir muy tarde —dijo Susan Barlowe—. No olvides que mañana has de entrenar temprano.

—Lo prometo —dijo muy serio—. Gracias, abuelo. Les dije que llamaría enseguida si me dabais permiso. —Se volvió hacia mí—. Ha sido un placer conocerla, señorita DeCarlo.

Caminó con parsimonia hasta la puerta, pero en cuanto salió al pasillo, oímos que se ponía a correr. Miré a sus abuelos. Los dos sonreían. Reid Barlowe se encogió de hombros.

—Como puede ver, para nosotros es la segunda oportunidad, Carley. La broma es que Bobby y Peter son gemelos, pero sus padres solo son un par de años más jóvenes que nosotros.

Pensé que debía hacer una observación.

—Pese a todo lo que le ha pasado, Jack parece un niño muy bien adaptado, lo cual significa todo un tributo para ustedes.

—Tiene días malos, por supuesto —dijo Reid Barlowe en voz baja—. Pero no es de extrañar. Estaba muy unido a Nick. Es la incertidumbre sobre todo lo que podría destruirle. Es un crío inteligente. La foto de Nick, así como miles de artículos sobre él, han aparecido en todos los periódicos y en la televisión. Un día, Jack intenta asimilar la muerte de su padre, y al siguiente se entera de que le han visto en Suiza. Entonces, empieza a fantasear con que Nick saltó en paracaídas del avión antes de que se estrellara.

Hablamos unos minutos más, y después me levanté para irme.

—Han sido ustedes muy amables —dije—, y prometo que cuando les vea el domingo seré una invitada más, no una periodista.

—Me alegro de que hayamos podido hablar con tranquilidad —dijo Susan Barlowe—. Consideramos absolutamente necesario que nuestra opinión sea divulgada. Nicholas Spencer fue un hombre honrado y un científico devoto. —Vaciló—. Sí, le llamaré científico, aunque no estuviera doctorado en microbiología. Lo que pasó en Gen-stone no fue culpa suya.

Los dos me acompañaron a la puerta.

—Carley —dijo Susan, cuando su marido la abrió—, acabo de caer en la cuenta de que no le he preguntado por Lynn. ¿Ya se ha recuperado del todo?

—Más o menos.

—Tendría que haberme puesto en contacto con ella. La verdad, no me cayó bien desde el principio, pero siempre le estaré agradecida. ¿Le dijo que Nick pensaba llevarse a Jack con él en el viaje a Puerto Rico, y que fue ella quien le convenció de que cambiara de planes? Jack se llevó una terrible decepción, pero si hubiera ido con Nick ese día, habría estado en el avión cuando se estrelló.