4

Volví a casa muy poco complacida con mi actuación durante la inesperada conferencia de prensa. Me gustaba mucho más hacer las preguntas yo. Sin embargo, me daba cuenta de que me gustara o no, iba a ser considerada de ahora en adelante la portavoz y defensora de Lynn. Era un papel que no deseaba, porque no podía interpretarlo con sinceridad. Aún no estaba convencida de que fuera la ingenua y confiada esposa que nunca había intuido que su marido era un estafador.

Pero ¿lo era? Cuando su avión se estrelló, iba camino de una reunión de negocios, en teoría. Cuando subió a aquel avión, ¿todavía creía en Gen-stone? ¿Fue a la muerte convencido de la viabilidad del proyecto?

Esta vez, la autopista Cross Bronx hizo honor a su fama. Un accidente había provocado una retención de tres kilómetros, lo cual me proporcionó mucho tiempo para pensar. Quizá demasiado, porque caí en la cuenta de que, pese a todo lo que habían descubierto sobre Nick Spencer y su empresa durante las últimas semanas, aún faltaba algo. Las piezas no encajaban. Todo era demasiado oportuno. El avión de Nick se estrella. La vacuna se declara fallida, cuando no fracasada por completo. Y millones de dólares desaparecen.

¿Fue el accidente un truco, y Nick estaba ahora en Brasil tomando el sol, tal como Sam había sugerido? ¿O su avión se estrelló en aquella tormenta con él en la cabina? Y en tal caso, ¿dónde estaba todo ese dinero, del cual veinticinco mil dólares eran míos?

«Le gustabas mucho, Carley», había dicho Lynn.

Bien, él también me gustaba a mí. Por eso me gustaría creer que hay otra explicación.

Pasé junto al accidente que había reducido la Cross Bronx a una carretera de un carril. Un camión con remolque había volcado. Habían apartado a un lado cajas de naranjas y pomelos para abrir el único carril. La cabina del camión parecía intacta. Esperé que el conductor hubiera salido ileso.

Me desvié por Harlem River Drive. Estaba ansiosa por llegar a casa. Quería repasar la columna del domingo antes de enviarla por correo electrónico a la oficina. Quería llamar al padre de Lynn y decirle que iba a recuperarse. Quería ver si había algún mensaje en el contestador automático, en especial del director del Wall Street Weekly. Dios, cómo me gustaría escribir para esa revista, pensé.

El resto del viaje fue rápido. El problema era que, en mi mente, seguía viendo sinceridad en los ojos de Nick Spencer cuando hablaba de la vacuna. Seguía recordando mi reacción cuando le conocí: qué tipo tan increíble.

¿Era yo parcial, estúpida e ingenua, todo lo que una reportera no debía ser? ¿O existía otra respuesta? Cuando entré en el garaje, comprendí que algo más me estaba molestando. Mi instinto me estaba hablando otra vez. Me estaba diciendo que Lynn estaba mucho más interesada en limpiar su nombre que en averiguar la verdad sobre si su marido seguía vivo.

Había un mensaje en el contestador automático, y era el que yo anhelaba. Por favor, llame al señor Will Kirby, del Wall Street Weekly.

Will Kirby es el redactor jefe. Mis dedos corrieron sobre las teclas del teléfono. Me había encontrado con Kirby en algunas reuniones, pero nunca habíamos hablado. Cuando su secretaria me puso con él, mi primer pensamiento fue que su voz hacía juego con su cuerpo. Era un hombretón de unos cincuenta y cinco años, y su voz era profunda y enérgica. Su tono era cálido y agradable, aunque tiene fama de implacable.

No perdió el tiempo en fruslerías.

—Carley, ¿puedes venir a verme mañana por la mañana?

Ya puedes apostar a que sí, pensé.

—Desde luego, señor Kirby.

—¿Te va bien a las diez?

—Por supuesto.

—Muy bien. Hasta mañana.

Clic.

Ya había sido recomendada por dos personas a la revista, de modo que esta entrevista iba a ser decisiva. Mi mente voló a mi ropero. Un traje pantalón sería una elección mejor para una entrevista que una falda. El de rayas grises que había comprado en las rebajas de verano de Escada sería el más apropiado. Pero si hacía frío, como ayer, sería demasiado ligero. En cuyo caso, el azul oscuro sería una elección mejor.

Hacía mucho tiempo que no me sentía aprensiva y ansiosa a la vez. Sabía que, pese a que me encantaba escribir la columna, no era suficiente para mantenerme ocupada. Si se hubiese tratado de una columna diaria, habría sido diferente, pero un suplemento mensual que puedes preparar con suficiente antelación no es un desafío excesivo, una vez aprendes los trucos. Si bien me encargaban de vez en cuando trabajos de freelance, que consistían en escribir perfiles de gente relacionada con el mundo financiero para diversas revistas, no era suficiente.

Llamé a Boca. Mi madre se había mudado al apartamento de Robert después de casarse, porque tenía una vista mejor del mar y era más grande que el suyo. Lo que no me gustaba de ese apartamento era que, cuando iba a verles, dormía en la «habitación de Lynn».

Y eso que no pernoctaba allí. Nick y ella se alojaban en la suite del Boca Raton Resort cuando iban de visita. No obstante, el cambio de apartamentos de mi madre significaba que, cuando yo iba a pasar el fin de semana, era muy consciente de que Lynn había amueblado aquella habitación a su gusto antes de casarse con Nick. Yo dormía en su cama, usaba sus sábanas rosa pálido y fundas de almohada con adornos de encaje, me envolvía en su toalla con monograma después de ducharme.

Me habría gustado mucho más dormir en el sofá cama del antiguo apartamento de mi madre. La parte positiva era que mamá era feliz y a mí me caía muy bien Robert Hamilton. Es un hombre tranquilo y agradable, sin la arrogancia que Lynn había exhibido en nuestro primer encuentro. Mamá me dijo que Lynn había intentado colocarle con una de las viudas ricas de la cercana Palm Beach, pero a él no le interesó la perspectiva.

Descolgué el teléfono, pulsé el número uno, y el marcador automático cumplió su misión. Robert contestó. Estaba muy preocupado por Lynn, claro está, y me alegró tranquilizarle cuando le expliqué que saldría del hospital dentro de pocos días.

Pese al hecho de que estaba preocupado por su hija, intuí que algo más le atormentaba. Después, se sinceró.

—Tú conocías a Nick, Carley. No puedo creer que fuera un falsario. Dios mío, me convenció de invertir casi todos mis ahorros en Gen-stone. No habría hecho esto al padre de su mujer de haber sabido que se trataba de una estafa, ¿verdad?

A la mañana siguiente, llegué a la entrevista, me senté ante la mesa de Will Kirby, y mi corazón dio un vuelco cuando dijo:

—Tengo entendido que eres la hermanastra de Lynn Spencer.

—Sí.

—Te vi en el telediario de anoche cuando salías del hospital. La verdad, me preocupó la perspectiva de que no pudieras llevar a cabo el trabajo que tengo en mente, pero Sam me dijo que no estáis muy unidas.

—No. De hecho, me sorprendió que quisiera verme, pero tenía un motivo. Quiere que la gente entienda que ella no participó en la presunta estafa de Nick.

Le conté que Nick había convencido al padre de Lynn de que invirtiera casi todos sus ahorros en Gen-stone.

—Tendría que haber sido un auténtico canalla para engañar a su propio suegro —admitió Kirby.

Después, me dijo que el empleo era mío, y que mi primer encargo consistía en redactar un perfil en profundidad de Nicholas Spencer. Había entregado ejemplos de perfiles anteriores, y le habían gustado.

—Te integrarás en el equipo. Don Carter se encargará del ángulo comercial. Ken Page es nuestro experto en medicina. Tú te ocuparás de la historia personal. Después, los tres reuniréis en un todo coherente las distintas piezas. Don está concertando citas con el presidente y un par de directores de Gen-stone. Deberías acompañarles.

Había un par de fotocopias de mis columnas sobre la mesa de Kirby. Las señaló con el dedo.

—A propósito, por mí no hay ningún problema si quieres seguir escribiendo la columna. Bien, ve a presentarte a Carter y al doctor Page, y luego pásate por Recursos Humanos para rellenar los formularios habituales.

Una vez terminada la entrevista, extendió la mano hacia el teléfono, pero cuando me levanté, sonrió un momento.

—Me alegro de contar contigo, Carley —dijo—. Piensa en ir a ver el pueblo de Connecticut donde nació Spencer. Me gustó tu forma de abordar los perfiles biográficos en los artículos que me enviaste, eso de ir a hablar con los vecinos del implicado.

—Es Caspien —dije—, un pueblo cercano a Bridgeport.

Pensé en las historias que había leído, sobre cuando Nick Spencer trabajaba codo con codo con su padre en el laboratorio de su casa. Esperaba que, cuando fuera a Caspien, pudiera confirmar al menos que eso era cierto. Y después, me pregunté por qué no podía creer que hubiera muerto.

La respuesta no era difícil de adivinar. Lynn había parecido más preocupada por su propia imagen que por Nicholas Spencer, porque no era una viuda desconsolada. O sabía que no estaba muerto, o le importaba un bledo que lo estuviera. Mi intención era descubrir la verdad.