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—Esta es su piscina, Annie —dijo Ned—. Ahora está cubierta, pero cuando trabajé aquí el verano pasado para el diseñador de jardines, estaba descubierta. Había mesas en todas esas terrazas. Los jardines eran muy bonitos. Por eso quería que tú tuvieras lo mismo.

Annie le sonrió. Estaba empezando a comprender que no había querido hacerle daño cuando vendió la casa.

Ned miró a su alrededor. Estaba oscureciendo. No había sido su intención entrar en la propiedad, pero recordó el código que abría la cancela de servicio, pues había observado teclearlo al diseñador de jardines el verano pasado. Así había entrado cuando prendió fuego a la casa. La cancela se hallaba a la izquierda de la propiedad, más allá del jardín inglés. Los ricos no querían ver a los sirvientes. No querían que sus coches o camionetas baqueteados hollaran sus caminos de entrada.

—Por eso tienen una zona de separación, Annie —explicó Ned—. Plantan árboles para evitar vernos salir o entrar. Les sirve de lección que demos la vuelta a la tortilla. Podemos salir y entrar, y no se enteran.

Cuando estaba aquí, había podado el césped, cubierto las plantas de estiércol y paja, y plantado flores alrededor de la piscina. Como resultado, conocía cada palmo de este lugar.

Se lo explicó a Annie mientras entraba.

—Teníamos que utilizar esta puerta cuando trabajaba para ella. El letrero pone entrada de servicio. Para la mayoría de las entregas, o para la gente que venía a trabajar, el ama de llaves tenía que apretar un botón para dejarles entrar, pero el diseñador de jardines, ese piojoso que por pegarle me metió en un lío, sabía el código. Cada día aparcábamos delante de este garaje. Solo lo utilizan para almacenar muebles de exterior y ese tipo de cosas. Yo diría que este año no lo van a utilizar. Nadie querrá venir a un sitio como este, con la casa destruida y todo hecho un desastre.

»Hay un pequeño cuarto de baño con un váter y un lavabo en la parte posterior del garaje. Es para gente como yo. No creerás que van a dejarnos entrar en su casa, ni siquiera en la caseta, ¿verdad? ¡De ninguna manera, Annie!

»Los que limpiaban la casa, ese tipo y su mujer, eran amables. Si nos hubiéramos topado con ellos, habría dicho algo así como “He pasado por aquí para decirles cuánto siento lo del incendio”. Hoy estoy hecho un brazo de mar, así que daría el pego, pero tenía la sensación de que no nos los íbamos a encontrar, y resulta que tenía razón. De hecho, da la impresión de que se han ido. El coche no está. La casa en la que vivían está a oscuras. Las persianas están bajadas. Ahora ya no hay mansión de que ocuparse. Ellos también tenían que utilizar la puerta de servicio, ¿sabes? Esos árboles están ahí para que no tengas que ver la puerta o el garaje.

»Llevaba trabajando dos años aquí, Annie, cuando oí a ese tal Spencer decir por teléfono que sabía que la vacuna funcionaba, que cambiaría el mundo. Después, el año pasado, cuando estuve aquí aquel par de semanas, oía a los otros tipos diciendo que habían comprado acciones, que ya valían el doble y que seguirían subiendo.

Ned miró a Annie. A veces, podía verla con mucha claridad. Otras, como ahora, era como ver su sombra.

—De todos modos, así fue como pasó —dijo.

Hizo ademán de tomar su mano, pero aunque sabía que estaba allí, no la palpó. Estaba decepcionado, pero no quiso demostrarlo. Annie todavía debía de estar un poco enfadada con él.

—Es hora de irnos, Annie —dijo.

Ned dejó atrás la piscina, dejó atrás el jardín inglés, atravesó la zona boscosa en dirección a la zona de servicio, donde había aparcado el coche delante del garaje, donde habían almacenado los muebles de exterior.

—¿Quieres echar un vistazo antes de marcharnos, Annie?

La puerta del garaje no estaba cerrada con llave. Alguien se había olvidado, pensó. Pero daba igual. Habría podido romper el cristal de una ventana. Ned entró. Los muebles seguían en su sitio, pero había un espacio libre, donde los caseros aparcaban su coche. Los almohadones para los muebles estaban apilados en los estantes de atrás.

—Mira, Annie. Hasta te habría gustado el garaje de los trabajadores. Bonito y limpio.

Sonrió. Ella sabía que estaba bromeando.

—De acuerdo, cariño. Ahora vamos a Greenwood Lake, a ocuparnos de la gente que se portó mal contigo.

Greenwood Lake estaba en Nueva Jersey y Ned tardó una hora y diez minutos en llegar. No oyó nada en las noticias sobre la señora Morgan, de modo que la policía aún no se habría enterado. No obstante, les oyó un par de veces decir que habían encontrado a la chica de Nicholas Spencer. Una mujer y una amiguita, pensó Ned. No cabía esperar otra cosa de él.

—La amiguita está muy enferma, cariño —informó a Annie—. Muy enferma. Ella también está recibiendo su merecido.

No quería llegar a Greenwood Lake demasiado pronto. Los Harnik y la señora Schafley se iban a la cama después del telediario de las diez, y no quería llegar antes de ese momento. Paró en un restaurante y comió una hamburguesa.

Eran las diez en punto cuando recorrió la manzana y aparcó delante de donde estaba su antigua casa. La luz de la señora Schafley estaba encendida, pero la casa de los Harnik estaba a oscuras.

—Daremos una vuelta, cariño —dijo a Annie.

Pero a medianoche los Harnik seguían sin volver a casa, y Ned decidió que no podía seguir esperando más. Si metía el rifle por la ventana de la señora Schafley, acabaría con ella, pero no podría regresar.

—Tendremos que esperar, cariño —dijo a Annie—. ¿Adónde iríamos ahora?

—A la mansión otra vez —la oyó contestar—. Guarda el coche en el garaje y prepárate una buena cama en uno de esos sofás largos. Allí estarás a salvo.