Me quedé con Allan Desmond durante cuatro horas, hasta que su hija Jane, que venía en avión desde Boston, llegó al hospital. Era un año o dos mayor que Vivian, y se parecía tanto a ella que me quedé sorprendida cuando entró en la sala de espera.
Ambos insistieron en que les acompañara cuando Jane hablara, o intentara hablar, con Vivian.
—Ya ha oído lo que dijo la policía —insistió Allan Desmond—. Es usted periodista, Carley. Decídase.
Me quedé con él al pie de la cama mientras Jane se inclinaba sobre Vivian y le daba un beso en la frente.
—Eh, Viv, ¿qué te has creído? Estábamos muy preocupados por ti.
Vivian tenía una intravenosa clavada en el brazo. Estaban controlando su ritmo cardíaco y la presión sanguínea mediante un monitor colocado sobre la cama. Estaba blanca como la tiza, y su cabello oscuro contrastaba con su tez y las sábanas de la cama. Cuando abrió los ojos, aunque estaban nublados, me fijé de nuevo en su suave tono castaño.
—¿Jane?
El timbre de su voz era diferente.
—Estoy aquí, Viv.
Vivian miró a su alrededor, y sus ojos se concentraron en su padre. Una expresión perpleja apareció en su rostro.
—¿Por qué estás llorando papá?
Habla como una niña, pensé.
—No llores, papá —dijo Vivian, mientras sus ojos empezaban a cerrarse.
—Viv, ¿sabes qué te pasó?
Jane Desmond estaba pasando un dedo sobre la cara de su hermana, con la intención de mantenerla despierta.
—¿Que qué me pasó? —Vivian estaba intentando concentrarse. De nuevo, una expresión confusa se dibujó en su rostro—. No me ha pasado nada. Acabo de llegar a casa del colegio.
Cuando me fui unos minutos después, Jane Desmond y su padre me acompañaron hasta el ascensor.
—¿La policía tiene la desfachatez de pensar que está fingiendo? —preguntó Jane, indignada.
—Si es así, están equivocados. No está fingiendo —contesté en tono sombrío.
Eran las nueve cuando abrí por fin la puerta de mi apartamento. Casey había dejado mensajes en mi contestador automático a las cuatro, las seis y las ocho. Todos eran iguales. «Llámame cuando llegues, no importa la hora que sea. Es muy importante».
Estaba en casa.
—Acabo de entrar —dije a modo de disculpa—. ¿Por qué no me llamaste al móvil?
—Lo hice. Un par de veces.
Había obedecido el letrero del hospital que recomendaba apagarlo, y después había olvidado conectarlo de nuevo y escuchar los mensajes.
—Trasladé a Vince tu deseo de hablar con los suegros de Nick. Debí de ser muy convincente, o puede que la noticia acerca de Vivian Powers les haya trastornado. Quieren hablar contigo, cuando te vaya bien. Supongo que sabrás lo de Vivian Powers, Carley.
Le dije que había estado en el hospital.
—Habría podido sonsacarle muchas más cosas, Casey —dije. No fui consciente de que estaba al borde de las lágrimas hasta que las percibí en mi voz—. Creo que ella quería hablar conmigo, pero tuvo miedo de confiar en mí. Después, decidió confiar en mí. Dejó ese mensaje. ¿Cuánto tiempo se escondió en casa de su vecina? ¿Alguien la vio entrar?
Hablaba tan deprisa que mis palabras se atropellaban.
—¿Por qué no utilizó el teléfono de su vecina para pedir ayuda? ¿Consiguió llegar al coche o alguien la transportó? Creo que estaba asustada, Casey. Fuera lo que fuese, siguió intentando llamar a Nick Spencer al móvil. ¿Prestó crédito a la información de que estaba en Suiza? El otro día, cuando hablé con ella, juro que creía que estaba muerto. No pudo pasar en el coche cinco días. ¿Por qué no la ayudé? En aquel momento, supe que algo muy grave estaba pasando.
Casey me interrumpió.
—Para, para —dijo—. Estás divagando. Estaré ahí dentro de veinte minutos.
Tardó veintitrés, para ser exactos. Cuando abrí la puerta, me estrechó en sus brazos, y por un momento me sentí liberada del terrible peso de haber fallado a Vivian Powers.
Creo que fue ese el momento en que dejé de luchar contra el deseo de enamorarme de Casey y confié en que, a lo mejor, él también estuviera enamorándose de mí. Al fin y al cabo, la mayor prueba es estar al lado de alguien cuando más te necesita, ¿no?