Allan Desmond tenía aspecto de no haber dormido en tres días, y seguro que era cierto. Adentrado en la sesentena, su palidez era tan gris como su pelo. Era un hombre de complexión delgada, y aquella mañana parecía demacrado y agotado. De todos modos, iba vestido elegantemente con traje y corbata, y tuve la sensación de que era uno de esos hombres que solo se quitan la corbata en el campo de golf.
La cafetería no estaba muy concurrida, y elegimos una mesa de un rincón, donde nadie pudiera escuchar nuestra conversación. Pedimos café. Yo estaba segura de que el hombre no había comido nada en toda la mañana.
—Me apetece un bollo relleno —dije—, pero solo si usted me acompaña.
—Es usted muy sutil, señorita DeCarlo, pero tiene razón… No he comido nada. Que sea un bollo.
—Para mí de queso —dije a la camarera.
El hombre asintió.
Después, me miró.
—¿Habló con Vivian el lunes por la tarde?
—Sí. Había telefoneado para intentar persuadirla de que nos viéramos, pero se negó. Creo que estaba convencida de que quería cargarme a Nicholas Spencer, y no quería tener que ver nada con ello.
—Pero ¿no quería aprovechar la oportunidad de defenderle?
—Sí, pero por desgracia, no siempre funciona así. Es triste decirlo, pero existe cierto segmento de los medios que, al eliminar parte de una entrevista, pueden transformar un retrato positivo en una condena sin paliativos. Creo que Vivian estaba muy afligida por los ataques de la prensa contra Nick Spencer, y no quería de ninguna manera dar la impresión de que colaboraba en la carnicería.
El padre de Vivian asintió.
—Siempre fue apasionadamente leal. —Una mueca de dolor se dibujó en su rostro—. ¿Oye lo que acabo de decir, Carley? Estoy hablando de Vivian como si no estuviera viva. Eso me aterroriza.
Ojalá hubiera tenido a mano una mentira convincente para consolarle, pero no pude.
—Señor Desmond —dije—, leí la declaración que hizo a los medios, en el sentido de que había hablado por teléfono a menudo con Vivian durante las tres semanas transcurridas desde que se estrelló el avión de Spencer. ¿Sabía usted que Nicholas Spencer y ella sostenían una relación sentimental?
Bebió un sorbo de café antes de contestar. No experimenté la sensación de que estuviera pensando en una forma de esquivar la pregunta. Creo que estaba tratando de encontrar una respuesta sincera.
—Mi mujer dice que nunca contesto a una pregunta de manera directa —dijo—, y quizá sea cierto. —Una breve sonrisa alumbró su cara, pero se desvaneció al instante—. Deje que me remonte al pasado. Vivian es la menor de mis cuatro hijas. Conoció a Joel en la universidad, y se casaron hace nueve años, cuando ella tenía veintidós. Por desgracia, como ya sabrá, Joel murió de cáncer hace poco más de dos años. En aquel tiempo, intentamos convencerla de que volviera a Boston, pero fue a trabajar con Nicholas Spencer. Estaba muy animada por trabajar en una empresa que iba a sacar al mercado una vacuna contra el cáncer.
Nick Spencer llevaba casado con Lynn algo más de dos años cuando Vivian fue a trabajar con él. Apuesto a que su matrimonio ya estaba naufragando.
—Voy a ser absolutamente sincero con usted, Carley —dijo Allan Desmond—. En el supuesto caso, y fíjese bien en mis palabras, de que Vivian estuviera sosteniendo una relación sentimental con Nicholas Spencer, no ocurrió de inmediato. Fue a trabajar con él seis meses después de que Joel muriera. Venía a casa al menos un fin de semana al mes. Durante esa época, su madre, yo o sus hermanas procurábamos hablar con ella cada noche. Todos estábamos preocupados por el hecho de que siempre parecía estar en casa. La animábamos a entrar en grupos de personas que habían perdido a seres queridos a consecuencia de un cáncer, a matricularse en cursillos, a sacarse un master por las noches, en suma, a hacer algo que la sacara de casa.
El bollo había llegado. No hace falta decir que su aspecto era maravilloso, y pude leer la etiqueta de advertencia que lo acompañaba: mil calorías. Coágulos en tus venas. ¿Has pensado en tu nivel de colesterol?
Corté un pedazo y lo engullí. Celestial. Es un manjar que casi nunca me permito. Es malo para mí. Pero era demasiado bueno para preocuparse por eso.
—Creo que va a decirme que, en algún momento, la situación cambió —dije.
Allan Desmond asintió.
Me alegré de ver que, mientras contestaba a mis preguntas, iba comiendo con aire ausente el bollo.
—Yo diría que hacia finales del verano Vivian parecía diferente. Hablaba con más alegría, aunque estaba muy preocupada por los problemas imprevistos que habían aparecido en la vacuna contra el cáncer, si bien no hablaba mucho de ello. Supuse que era información confidencial, pero ella dijo que Nicholas Spencer estaba muy preocupado.
—¿Insinuó que se estaba desarrollando una relación íntima entre ellos?
—No, pero su hermana Jane, la que habló con usted antes, captó algo. Dijo algo así como «Viv ya ha tenido bastantes disgustos. Espero que sea lo bastante lista para no enamorarse de su jefe, que encima está casado».
—¿Le preguntó usted a Vivian si mantenía relaciones con Nick Spencer?
—Le pregunté en broma si aparecía algún hombre interesante en su horizonte. Me dijo que yo era un romántico incurable y que, si aparecía alguien, me informaría.
Intuí que Allan Desmond estaba a punto de formularme algunas preguntas, de modo que deslicé una más.
—Dejando aparte el factor romántico, ¿le dijo Vivian lo que sentía por Nicholas Spencer?
Allan Desmond frunció el ceño, y luego me miró a los ojos.
—En los últimos siete u ocho meses, cuando Vivian hablaba de Spencer, daba la impresión de que levitaba. Por ese motivo, si nos hubiera enviado una nota diciendo que se había reunido con él en Suiza, yo no lo habría aprobado, pero lo habría comprendido con todo mi corazón.
Vi que las lágrimas acudían a sus ojos.
—Carley, sería muy feliz si recibiera esa nota, pero sé que eso no va a suceder. Esté donde esté Vivian, y pido a Dios que siga con vida, no puede comunicarse con nosotros, de lo contrario ya lo habría hecho a estas alturas.
Yo sabía que tenía razón. Mientras nuestros cafés se enfriaban, le conté el encuentro con Vivian y me enteré de su plan de vivir con sus padres hasta que encontrara piso. Le hablé de la llamada telefónica en que afirmaba poder identificar al hombre que se había apoderado de las notas del doctor Spencer.
—Y poco después de eso, desapareció —dijo.
Asentí.
Ambos dejamos los bollos a medias. Sé que compartíamos la imagen visual de aquella hermosa joven cuya casa no había sido su refugio.
Ese pensamiento me inspiró una idea.
—Ha soplado un viento muy fuerte estos últimos días. ¿Tenía problemas Vivian con la puerta principal?
—¿Por qué pregunta eso?
—Porque el hecho de que su puerta principal estuviera abierta casi parecía una invitación a los vecinos para que se acercaran a tocar el timbre, por si había algún problema. Eso fue lo que sucedió, de hecho. Pero si la puerta se abrió debido al viento, porque no cerraba bien, la desaparición de Vivian no habría sido descubierta durante un día más, como mínimo.
Vi en mi mente a Vivian en la puerta, siguiéndome con la mirada cuando me marchaba.
—Podría estar en lo cierto. Sé que era necesario cerrar con fuerza esa puerta para que ajustara —dijo Allan Desmond.
—Supongamos que un golpe de aire abrió la puerta, y no que la dejaran abierta. ¿La lámpara y la mesa volcadas eran un intento de aparentar que su desaparición se debía a un robo con escalo y un secuestro?
—La policía cree que ella lo dispuso así. Ella la llamó el sábado por la tarde, señorita DeCarlo. ¿Cómo sonaba su voz?
—Agitada —admití—. Preocupada.
Creo que intuí su presencia antes de verles llegar. El detective Shapiro era uno de los hombres de rostro sombrío. El otro era un agente de policía uniformado.
—Señor Desmond —dijo Shapiro—, nos gustaría hablar con usted en privado.
—¿La han encontrado? —preguntó Allan Desmond.
—Digamos que hemos encontrado su rastro. Su vecina, Dorothy Bowes, que vive a tres puertas de la señorita Powers, es una buena amiga de su hija. Ha estado de vacaciones. Su hija tenía una llave de su casa. Bowes llegó esta mañana y descubrió que su coche había desaparecido del garaje. ¿Ha tenido alguna vez problemas psiquiátricos?
—Huyó porque estaba asustada —dije—. Lo sé.
—Pero ¿adónde fue? —preguntó Allan Desmond—. ¿Qué pudo asustarla tanto para escapar así?
Pensé que tal vez yo sabía la respuesta. Vivian había sospechado que el teléfono de Nick Spencer estaría pinchado. Me pregunté si algo la había conducido a darse cuenta de que, después de que me llamara, su teléfono también estaría pinchado. Eso explicaría su huida, espoleada por el pánico, pero no el que no se hubiera puesto en contacto con su familia. Y entonces, repetí en mi mente la pregunta de su padre: «¿Adónde fue? ¿La siguieron?».