—Da miedo ver lo acertado que estuvo ayer Adrian Garner —dije a Don y Ken a la mañana siguiente. Los tres habíamos llegado temprano, y a las nueve menos cuarto estábamos reunidos en el despacho de Ken con nuestra segunda taza de café.
La predicción de Garner de que la gente llegaría a la conclusión de que el fragmento de polo quemado y ensangrentado era una pieza más del complicado plan de huida de Spencer fue cierta. Los tabloides se lo estaban pasando en grande con esa teoría.
La foto de Lynn salía en la primera plana del New York Post, y en la tercera página del Daily News. Daba la impresión de que la habían captado la noche anterior en la puerta de su edificio. En ambas aparecía espléndida y vulnerable al mismo tiempo. Había lágrimas en sus ojos. Tenía la mano izquierda abierta, mostrando el vendaje de su palma quemada. La otra mano aferraba el brazo de su ama de llaves. El titular del Post era: «La esposa no está segura de si spencer se ahogó o nadó», mientras el News publicaba: «Esposa solloza: “no sé qué pensar”».
Antes, había llamado al hospital y averiguado que el doctor Broderick seguía en estado grave. Decidí hablar de él a Ken y Don, y también de mis sospechas.
—¿Crees que el accidente de Broderick está relacionado con el hecho de que hablaras con él sobre esas notas? —preguntó Ken.
Aunque le conocía desde hacía pocos días, había reparado en que, cuando Ken sopesaba los pros y los contras de una situación, a veces se quitaba las gafas y las dejaba colgando de su mano derecha. Es lo que estaba haciendo ahora. La barba incipiente que cubría su barbilla y mejillas indicaba que había decidido dejarse barba, o bien que había ido con prisas por la mañana. Vestía una camisa roja, pero cuando le miraba, le imaginaba con bata blanca, un recetario sobresaliendo del bolsillo y un estetoscopio alrededor del cuello. Lleve lo que lleve, con barba o sin barba, Ken tiene pinta de médico.
—Podrías tener razón —continuó—. Todos sabemos que el negocio farmacéutico es muy competitivo. La empresa que sea la primera en comercializar un fármaco que prevenga o cure el cáncer ganará miles de millones.
—Ken, ¿para qué molestarse en robar las antiguas notas de un tipo que ni siquiera era biólogo? —argumentó Don.
—Nicholas Spencer siempre afirmó que las últimas investigaciones de su padre constituían la base de la vacuna que estaba desarrollando. Tal vez alguien imaginó que había algo valioso en las antiguas notas —teorizó Ken.
Era una idea lógica.
—El doctor Broderick era el vínculo directo entre las notas y el hombre que fue a recogerlas —dije—. ¿Es posible que esa documentación sea tan valiosa como para que alguien quisiera matarle, para no correr el riesgo de que pudiera identificar al hombre del pelo castaño rojizo? Eso sugiere que es posible identificar a ese individuo. Hasta podría trabajar en Gen-stone, o al menos conocer a alguien de Gen-stone lo bastante cercano a Nick Spencer para conocer la existencia de Broderick y las notas.
—Algo que tal vez estemos pasando por alto es que cabe la posibilidad de que Nick Spencer haya enviado a alguien para recoger esas notas, y de que luego fingiera sorpresa ante su desaparición —dijo Don poco a poco.
Le miré fijamente.
—¿Por qué haría eso? —pregunté.
—Carley, Spencer es, o era, un farsante con suficientes conocimientos de microbiología para recaudar fondos, convertir a un tipo como Wallingford, que consiguió arruinar el negocio familiar, en presidente, dejarle formar una junta directiva con tipos que no sabrían manejar ni un torniquete, y luego afirmar que estaba a punto de demostrar que ha encontrado la cura definitiva del cáncer. Se las ingenió durante ocho años. Ha vivido con una modestia relativa para un tipo de su posición. ¿Sabes por qué? Porque sabía que no saldría bien, y estaba almacenando una fortuna para su jubilación cuando la pirámide se viniera abajo. Pero la guinda sería crear la ilusión de que alguien había robado datos valiosos, y que era la víctima de un complot. Eso de que no sabía que las notas habían desaparecido lo hizo en honor de gente como nosotros, que escribirá sobre él.
—¿Y estar a punto de matar al doctor Broderick forma parte de ese plan? —pregunté.
—Apuesto a que resultará ser una coincidencia. Estoy seguro de que todas las gasolineras y talleres de esa zona de Connecticut han sido avisadas de que denuncien cualquier coche con abolladuras sospechosas a la policía. Encontrarán a algún tipo que volvía a casa con una buena cogorza, o a un chaval con el pie demasiado inquieto.
—Es una posibilidad, siempre que el tipo que atropello al doctor Broderick sea de esa zona. —Me levanté—. Ahora, voy a ver si convenzo a la secretaria de Nick Spencer de que hable conmigo, y luego visitaré el pabellón de curas paliativas donde Spencer trabajó de voluntario.
Me dijeron que Vivian Powers había vuelto a tomarse el día libre. Llamé a su casa, y cuando supo quién era, dijo:
—No quiero hablar sobre Nicholas Spencer.
Colgó. Solo me quedaba una alternativa. Tenía que llamar al timbre de su puerta.
Antes de salir de la oficina, eché un vistazo a mi correo electrónico. Había al menos cien preguntas para mi columna, todo rutina, pero había otros dos correos que me sobresaltaron. El primero decía: «Prepárate para el día del Juicio Final».
No es una amenaza, me dije. Debe ser de algún chiflado religioso. Lo deseché, tal vez porque el otro mensaje me dejó sin respiración: «¿Quién era el hombre que estaba en la mansión de Lynn Spencer un minuto antes de que se incendiara?».
¿Quién podría haber visto salir a alguien de la casa antes de que el incendio empezara? ¿No tendría que ser la misma persona que lo provocó? Y si era así, ¿por qué me escribía a mí? Entonces, un pensamiento acudió a mi mente. La pareja que cuidaba de la casa de Lynn no la esperaban aquella noche, pero ¿habrían visto a alguien salir de la casa? Y en ese caso, ¿por qué no lo habían dicho? Solo se me ocurrió un motivo: tal vez eran inmigrantes ilegales, y no querían que les deportaran.
Ahora, tenía que hacer tres paradas en el condado de Westchester.
Como primera, elegí la casa de Vivian y Joel Powers en Briarcliff Manor, uno de los pueblos que bordean Pleasantville. Utilicé mi mapa de carreteras para localizar su casa, una encantadora construcción de piedra de dos plantas, que debía tener más de cien años. Había un letrero de un API en el jardín delantero. La casa estaba en venta.
Crucé mis dedos mentalmente, como cuando me había presentado sin previo aviso en casa del doctor Broderick, toqué el timbre y esperé. Había una mirilla en la pesada puerta, e intuí que me estaban observando. Entonces, la puerta se abrió, pero sin que retiraran la cadena de seguridad.
La mujer que abrió era una belleza de pelo oscuro, cercana a la treintena. Iba sin maquillaje, pero tampoco lo necesitaba. Largas pestañas embellecían aún más sus ojos castaños. Sus pómulos altos, así como la perfección de la nariz y la boca, me hicieron pensar que tal vez había sido modelo. Tenía todo el aspecto.
—Soy Carley DeCarlo —dije—. ¿Es usted Vivian Powers?
—Sí, lo soy, y ya le he dicho que no quería ser entrevistada —replicó.
Estaba segura de que se disponía a cerrar la puerta, de manera que me apresuré a hablar.
—Intento escribir un artículo justo e imparcial sobre Nicholas Spencer. No acepto el hecho de que su desaparición implique solo lo que informa la prensa. Cuando hablamos el sábado, me dio la sensación de que usted le defendía.
—En efecto. Adiós, señorita DeCarlo. Haga el favor de no volver.
Era arriesgado, pero me lancé de cabeza.
—Señorita Powers, el viernes fui a Caspien, el pueblo donde se crió Nicholas Spencer. Hablé con el doctor Broderick, quien había comprado la casa de los Spencer y guardaba algunas anotaciones antiguas del doctor Spencer. Ahora está en el hospital, atropellado por alguien que se dio a la fuga, y es probable que no sobreviva. Creo que mi conversación con él está relacionada con ese supuesto accidente.
Contuve el aliento, pero entonces vi una expresión de estupor en sus ojos. Un momento después, movió la mano para retirar la cadena de seguridad.
—Entre —dijo.
El interior de la casa estaba siendo desmantelado. Alfombras enrolladas, pilas de cajas con información sobre su contenido, sobres de mesa vacíos, así como paredes y ventanas desnudas, atestiguaban que Vivian Powers estaba a punto de mudarse. Observé que llevaba una alianza, y me pregunté dónde estaba su marido.
Me guió hasta un pequeño porche cerrado que seguía intacto, con lámparas sobre las mesas y una pequeña alfombra sobre el suelo de tablas. Los muebles eran de mimbre, con almohadones y respaldos de brillantes colores. Tomó asiento en el confidente, lo cual me dejaba la butaca a juego. Me alegré de haber perseverado e impuesto mi voluntad. Los expertos en bienes raíces dicen que una casa tiene mucho mejor aspecto cuando hay gente que vive en ella. Lo cual me hizo preguntarme a qué venían tantas prisas. Me propuse averiguar desde cuándo estaba en venta la casa. Aposté conmigo misma a que no había sido antes del accidente de aviación.
—Me he refugiado aquí desde que empezaron las mudanzas.
—¿Cuándo se va? —pregunté.
—El viernes.
—¿Se queda por aquí? —pregunté, en tono indiferente.
—No. Mis padres viven en Boston. Viviré con ellos hasta que encuentre algo. De momento, dejaré los muebles en un almacén.
Empezaba a creer que Joel Powers no entraba en los planes futuros de su esposa.
—¿Podría hacerle unas preguntas?
—No la habría dejado entrar si hubiera decidido no contestarle. Pero antes, yo también quiero hacerle unas cuantas.
—Las contestaré, si puedo.
—¿Por qué fue a ver al doctor Broderick?
—Solo fui para obtener datos sobre la casa donde había crecido Nicholas Spencer, y por si el doctor Broderick sabía algo sobre el laboratorio del doctor Spencer, que había estado en esa casa.
—¿Sabía que guardaba notas antiguas del doctor Spencer?
—No. El doctor Broderick me proporcionó esa información. Se quedó preocupado cuando comprendió que Nicholas Spencer no había pedido que fueran a buscar las notas. ¿Le dijo Spencer que habían desaparecido?
—Sí. —La mujer vaciló—. Algo ocurrió en aquella cena de febrero, cuando le concedieron el premio. Estaba relacionado con una carta que Nick recibió por Acción de Gracias. Era de una mujer, y le escribió que quería hablarle de un secreto que había compartido con el doctor Spencer, padre: afirmaba que este había curado a su hija de esclerosis múltiple. Incluso le dio su número de teléfono. Nick me pasó la carta para que le mandara la contestación habitual. Dijo: «Está chiflada. Eso es totalmente imposible».
—Pero ¿contestaron la carta?
—Todo su correo recibía respuesta. La gente no paraba de escribirle, para solicitar que la utilizaran en experimentos, dispuesta a firmar lo que fuera con tal de probar la vacuna contra el cáncer en que estaba trabajando. A veces, la gente escribía que había curado de alguna afección, y quería que pusiera a prueba sus remedios caseros y los distribuyera. Teníamos un par de cartas preimpresas para contestar.
—¿Guardaba copias de esas cartas?
—No, solo una lista de nombres de las personas que las recibían. Ninguno de nosotros recordaba el nombre de la mujer. Hay dos empleados que se ocupan de ese tipo de correo. La cuestión es que pasó algo en la cena del premio. A la mañana siguiente, Nick estaba muy agitado, y dijo que debía volver de inmediato a Caspien. Dijo que había descubierto algo de suma importancia. Dijo que su instinto le había aconsejado tomarse muy en serio la carta de aquella mujer que había escrito para comunicarle la curación de su hija.
—Entonces, volvió corriendo a Caspien para recoger las notas antiguas de su padre, y descubrió que habían desaparecido. Esto sucedió por Acción de Gracias, más o menos la misma época en que la carta llegó a la oficina —dije.
—Exacto.
—Hablemos claro, Vivian. ¿Cree que existe una relación entre esa carta y el hecho de que se llevaran los notas antiguas del padre de Nick pocos días más tarde?
—Estoy segura, y Nick cambió después de ese día.
—¿Dijo a quién fue a ver después de dejar al doctor Broderick?
—No.
—Compruebe su agenda de ese día. La cena del premio fue el 15 de febrero, de modo que eso ocurrió el 16. Tal vez apuntó un nombre o un número.
Negó con la cabeza.
—No apuntó nada aquella mañana, y nunca volvió a escribir nada más en la agenda desde aquel día, nada referido a citas fuera de la oficina.
—Si tenía que ponerse en contacto con él, ¿cómo lo hacía?
—Llamaba a su móvil, pero déjeme corregir algo. Había algunos acontecimientos ya concertados, como seminarios médicos, cenas, reuniones de la junta, ese tipo de cosas. Pero Nick pasó mucho tiempo fuera de la oficina durante esas últimas cuatro o cinco semanas. Cuando la gente de la fiscalía del distrito vino a la oficina nos dijeron que según sus investigaciones había ido a Europa en dos ocasiones; pero no utilizó el avión de la empresa y nadie de la oficina conocía sus planes, ni siquiera yo.
—Por lo visto, las autoridades piensan que estaba tomando medidas para cambiarse la cara mediante cirugía plástica, o que estaba montando su futura residencia. ¿Usted qué opina, Vivian?
—Creo que había sucedido algo terrible y él lo sabía. Creo que tenía miedo de que su teléfono estuviera intervenido. Yo estuve presente cuando llamó al doctor Broderick, y ahora que lo pienso, me pregunto por qué no dijo que quería las notas de su padre. Solo preguntó si podía pasar a verle.
Era evidente para mí que Vivian Powers deseaba creer con todas sus fuerzas que Nick Spencer había sido víctima de una conspiración.
—Vivian —pregunté—, ¿cree que confiaba en que la vacuna funcionaría, o siempre supo que era defectuosa?
—No. Le empujaba su necesidad de encontrar una cura para el cáncer. Había perdido a su mujer y a su madre por culpa de esa terrible enfermedad. De hecho, le conocí en un pabellón de curas paliativas hace dos años, cuando mi marido estaba ingresado. Nick era voluntario.
—¿Conoció a Nick Spencer en el pabellón de curas paliativas?
—Sí. En St. Ann. Fue pocos días antes de que Joel muriera. Yo había dejado mi trabajo para cuidarle. Era ayudante del presidente de una firma de corredores de bolsa. Nick pasó por la habitación de Joel y habló con nosotros. Unas semanas después de que Joel muriera, me llamó por teléfono. Me dijo que si alguna vez quería trabajar para Gen-stone, fuera a hablar con él. Me encontraría un puesto. Seis meses después, acepté su oferta. Nunca esperé que fuera a trabajar para él, pero llegué justo a tiempo. Su ayudante estaba embarazada y pensaba quedarse en casa un par de años, así que conseguí el empleo. Fue como un regalo de Dios.
—¿Cómo se llevaba con las demás personas de la oficina?
Sonrió.
—Bien. Le gustaba mucho Charles Wallingford. A veces, bromeaba sobre él conmigo. Decía que, si volvía a hablar de su árbol genealógico, lo iba a talar. En cambio, creo que Adrian Garner no le caía bien. Decía que era insoportable, pero que valía la pena aguantarle por el dinero que podía aportar.
Entonces, volví a percibir el tono apasionado que había captado cuando la llamé el sábado.
—Nick Spencer era un hombre entregado. Se habría puesto a las órdenes de Garner, en caso necesario, con tal de poder sacar la vacuna al mercado y hacerla accesible a todo el mundo.
—Pero si se dio cuenta de que la vacuna no funcionaba, y si había estado sacando un dinero que no podía devolver, ¿qué iba a hacer?
—Admito que pudo venirse abajo. Estaba nervioso, y preocupado. También me habló de algo sucedido tan solo una semana antes del accidente, algo que habría podido concluir en un accidente fatal. Volvía en coche a Bedford desde Nueva York, en plena noche, cuando el acelerador del coche se atascó.
—¿Ha hablado con alguien más de eso?
—No. No le dio importancia. Dijo que había tenido suerte, porque no había mucho tráfico y pudo maniobrar el coche hasta apagar el motor. Era un coche antiguo, que a él le gustaba mucho, pero dijo que ya había llegado el momento de deshacerse de él. —Vaciló—. Carley, ahora me pregunto si alguien saboteó el acelerador. El incidente del coche sucedió tan solo una semana antes de que el avión se estrellara.
Intenté mantener una expresión neutra y me limité a asentir. No quería que se diera cuenta de que estaba completamente de acuerdo con ella. Tenía que averiguar algo más.
—¿Qué sabe de su relación con Lynn?
—Nada. Por extrovertido que pareciera, Nick era una persona muy reservada.
Vi auténtico dolor en sus ojos.
—Le apreciaba mucho, ¿verdad?
La mujer asintió.
—Cualquiera que hubiera tenido la oportunidad de tratar a menudo con Nick le apreciaría. Era muy especial. Era el corazón y el alma de la empresa. Va directa a la bancarrota. Despiden a la gente, o se marchan sin esperar, y todo el mundo le culpa y le odia. Bien, puede que él también sea una víctima.
Me fui unos minutos después, tras persuadir a Vivian de que me prometiera seguir en contacto conmigo. Esperó mientras yo bajaba por el camino de acceso, y me saludó con la mano cuando subí al coche.
Mi mente no paraba de discurrir. Estaba segura de que existía una relación entre el accidente del doctor Broderick, el acelerador averiado y el avión estrellado de Nicholas Spencer. ¿Tres accidentes? Ni hablar. Después, me permití la pregunta que había arrinconado al fondo de mi mente. ¿Había sido asesinado Nicholas Spencer?
Pero cuando estuve hablando con los caseros de la propiedad de Bedford, se planteó otra posibilidad, que cambió por completo mi opinión.