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Carley DeCarlo. Tenía que averiguar dónde vivía. Era la hermanastra de Lynn Spencer, pero era lo único que sabía de ella. Aún así, Ned tenía la sensación de haber reconocido su nombre, de que Annie le había hablado de ella. Pero ¿por qué? ¿De qué podía conocerla Annie? Tal vez había sido paciente del hospital. Era posible, decidió.

Ahora que había trazado un plan, y que había limpiado y cargado su rifle, Ned se sentía más tranquilo. La señora Morgan sería la primera. No le supondría ningún problema. Siempre cerraba la puerta con llave, pero subiría con la excusa de que tenía un regalo para ella. Lo haría pronto. Antes de dispararle, quería decirle cara a cara que no tendría que haberle mentido sobre el apartamento.

Iría a Greenwood Lake cuando aún no hubiera amanecido. Haría una visita a la señora Schafley y a los Harnik. Será más fácil que abatir ardillas, porque todos estarían en la cama. Los Harnik siempre dejaban abierta la ventana del dormitorio. La levantaría y se inclinaría sobre el antepecho antes de que se dieran cuenta de nada. Y no tendría que entrar en casa de la señora Schafley. Se plantaría en la ventana del dormitorio y le apuntaría la linterna a la cara. Cuando despertara, se iluminaría la cara para que ella le viera y supiera lo que iba a hacer. Después, dispararía.

Estaba seguro de que cuando la policía empezara a investigar, irían a por él. Era probable que la señora Schafley hubiera contado a todo Greenwood Lake que le había pedido alquilar una habitación. «¿Te imaginas qué cara más dura?». Así lo diría. Así empezaba siempre que se quejaba de alguien. «¿Imaginas qué cara más dura?», había preguntado a Annie cuando el chaval que le cortaba el césped intentó conseguir un aumento. «¿Imaginas qué cara más dura?», cuando el tipo que entregaba el periódico preguntó si se había olvidado de darle el aguinaldo de Navidad.

¿Sería eso lo que pensaría en el segundo anterior a que la matara? ¿Te imaginas qué cara más dura, matarme?

Sabía dónde vivía Lynn Spencer. Pero tenía que descubrir dónde vivía su hermanastra. Carley DeCarlo. ¿Por qué le sonaba tanto ese nombre? ¿Había oído a Annie hablar de ella? ¿O había leído algo acerca de ella?

—Eso es —susurró Ned—. Carley DeCarlo tenía una columna en esa parte del periódico dominical que a Annie le gustaba leer.

Hoy era domingo.

Entró en el dormitorio. La colcha de chenilla que tanto le gustaba a Annie seguía sobre la cama. El no la había tocado. Aún la veía aquella última mañana, tirando de ambos lados de la colcha para que quedara igualada, y luego escondiendo lo que sobraba bajo las almohadas.

Vio el suplemento dominical que Annie había dejado doblado sobre su mesita de noche. Lo cogió y abrió. Pasó las páginas poco a poco. Entonces, vio su nombre y su foto: Carley DeCarlo. Escribía una columna de asesoramiento sobre dinero. Annie le había enviado una pregunta en una ocasión, y durante mucho tiempo estuvo atenta a ver si salía en la columna. No fue así, pero le siguió gustando la columna, y a veces se la leía.

—Ned, ella está de acuerdo conmigo. Dice que gastas un montón de dinero si compras con la tarjeta de crédito y solo pagas el mínimo cada mes.

El año pasado, Annie se había enfadado con él por pagar con la tarjeta una nueva caja de herramientas. Había comprado un coche antiguo en el desguace, y quería repararlo. Le había dicho que daba igual que las herramientas costaran mucho dinero, tardaría mucho tiempo en pagarlas. Entonces, ella le había leído esa columna.

Ned contempló la foto de Carley DeCarlo. Se le ocurrió una idea. Le gustaría angustiarla y ponerla nerviosa. Desde aquel momento de febrero en que Annie descubrió que la casa de Greenwood Lake había desaparecido, hasta el día en que el camión chocó contra su coche, Annie había estado angustiada y nerviosa. También había llorado mucho.

—Si la vacuna no obra efecto, no tenemos nada, Ned, nada —había repetido una y otra vez.

Annie había sufrido durante las semanas anteriores a su muerte. Ned quería que Carley DeCarlo también sufriera, que se angustiara y estuviera nerviosa. Y sabía cómo conseguirlo. Le enviaría por correo electrónico una advertencia: «Prepárate para el día del Juicio Final».

Tenía que salir de la casa. Tomaría el autobús hasta el centro, decidió, y pasaría ante el edificio de apartamentos de Lynn Spencer, la elegante residencia de la Quinta Avenida. Solo saber que podía estar dentro conseguía que se sintiera como si ya la tuviera a la vista.

Una hora después, Ned estaba parado en la acera opuesta al edificio. Llevaba menos de un minuto, cuando el portero abrió la puerta y Carley DeCarlo salió. Al principio, pensó que estaba soñando, al igual que había soñado con el hombre que salía de la casa de Bedford, antes de que provocara el incendio.

Aun así, se puso a seguirla. La mujer paseó mucho rato, hasta la calle Treinta y siete, y después cruzó en dirección este. Por fin, subió los escalones de una casa, y Ned se quedó convencido de que era la de ella.

Ahora sé dónde vive, pensó Ned, y cuando decida que ha llegado el momento, pasará lo mismo que con los Harnik y la señora Schafley. Disparar contra ella no será más difícil que disparar contra ardillas.