12

Después de salir del hospital, Ned fue a casa y se tumbó en el sofá. Había hecho todo lo posible, pero había fallado a Annie. Cargaba la gasolina en un pote y llevaba una cuerda larga en el bolsillo, y el encendedor en el otro. Un minuto más, y habría hecho con esa habitación lo que había hecho en la mansión.

Entonces oyó el ruido de la puerta del ascensor y vio a los policías de Bedford. Sabían quién era. Estaba seguro de que no se habían acercado lo bastante para verle la cara, pero no quería que empezaran a preguntarse por qué estaba en el hospital, ahora que Annie había muerto.

Les habría dicho que tenía una cita con el doctor Greene, por supuesto. Habría sido la verdad. El doctor Greene estaba ocupado, pero le había hecho un hueco a la hora de comer. Era un hombre agradable, si bien había dado la razón a Annie cuando dijo que tendría que haber consultado con ella la venta de la casa de Greenwood Lake.

No había dicho al doctor Greene que estaba furioso. Se había limitado a describir su tristeza.

—Echo de menos a Annie —dijo—. La quiero.

El doctor Greene desconocía el verdadero motivo de la muerte de Annie, que había salido corriendo de la casa, subió al coche y chocó con el camión de la basura, todo porque estaba enfadada con él por las acciones de Gen-stone. Ignoraba que Ned había trabajado para el diseñador de jardines que se ocupaba de la incendiada mansión Bedford, y por eso conocía el terreno al dedillo.

El doctor Greene le dio píldoras para tranquilizarse, y también para dormir. Ned tomó dos somníferos en cuanto llegó a casa y cayó dormido en el sofá. Durmió durante catorce horas, hasta las once de la mañana del jueves.

Fue entonces cuando su casera, la señora Morgan, llamó al timbre de la puerta. Su madre era la propietaria de la casa veinte años antes, cuando Annie y él se habían trasladado, pero la señora Morgan había tomado las riendas el año anterior.

A Ned no le caía bien. Era una mujerona con la cara de alguien que busca camorra. Se quedó parado en la puerta, cortándole el paso, pero observó que intentaba fisgonear, buscar problemas.

Cuando habló, no lo hizo con la voz ruda de costumbre.

—Pensaba que habrías ido a trabajar, Ned.

No contestó. No era asunto de ella que hubieran vuelto a despedirle.

—Sabes que siento mucho lo de Annie.

—Sí, claro.

Estaba tan cansado por los efectos de las pastillas que hasta le costaba mascullar.

—Hay un problema, Ned. —El tono compasivo cambió, y se convirtió en la señora Grandes Negocios—. Tu alquiler termina el uno de junio. Mi hijo va a casarse y necesita tu piso. Lo siento, pero ya sabes cómo son las cosas. Como una concesión a la memoria de Annie, puedes quedarte gratis todo el mes de mayo.

Una hora después, fue a dar un paseo en coche hasta Greenwood Lake. Algunos de sus antiguos vecinos estaban trabajando en sus jardines. Se detuvo frente a la propiedad donde había estado su casa. Ahora, era todo césped. Hasta las flores que Annie había plantado con tanto amor habían desaparecido. La vieja señora Schafley, que había vivido al otro lado de su casa, estaba podando las mimosas de su patio. Alzó la vista, le vio y le invitó a una taza de té.

Sirvió tarta de café casera, y hasta recordó que le gustaba mucho azúcar en el té. Se sentó frente a él.

—Tienes muy mal aspecto, Ned —dijo, casi al borde del llanto—. A Annie no le gustaría verte tan desaliñado. Siempre se preocupaba de que fueras bien vestido.

—He de mudarme —dijo—. La casera quiere el apartamento para su hijo.

—¿Adónde irás, Ned?

—No lo sé. —Todavía afectado por la fatiga residual de los somníferos, a Ned se le ocurrió una idea—. Señora Schafley, ¿podría alquilarle su cuarto vacío durante un tiempo, hasta que se me ocurra algo?

Vio el rechazo instantáneo en sus ojos.

—En recuerdo de Annie —añadió. Sabía que la señora Schafley había querido a Annie. Pero la mujer meneó la cabeza.

—No saldría bien, Ned. No eres la persona más limpia del mundo. Annie siempre te iba persiguiendo. Esta casa es pequeña, y acabaríamos enemistados.

—Pensaba que le caía bien.

Ned sintió que la ira estrangulaba su voz.

—Me caes bien —dijo la mujer en tono tranquilizador—, pero no es lo mismo cuando vives con alguien. —Miró por la ventana—. Mira, es Harry Harnik. —Corrió a la puerta y gritó para que se acercara—. Ned ha venido de visita.

Harry Harnik era el vecino que le había ofrecido comprar la casa porque quería un patio más grande. Si Harry no hubiera hecho la oferta, él no habría vendido la casa ni invertido el dinero en la empresa. Ahora, Annie estaba muerta, su casa ya no existía y la casera quería echarle. La señora Schafley, que siempre era tan amable con Annie, no le quería alquilar una habitación. Y Harry Harnik estaba entrando en la casa, con una sonrisa compasiva en la cara.

—Ned, no me enteré de lo de Annie hasta hace poco. Lo siento muchísimo. Era una persona encantadora.

—Encantadora —coreó la señora Schafley.

La oferta de comprar la propiedad por parte de Harnik había significado el primer paso hacia la muerte de Annie. La señora Schafley le había llamado porque no quería estar a solas con Ned. Me tiene miedo, pensó Ned. Hasta Harnik le estaba mirando de una forma rara. Él también me tiene miedo, decidió.

La casera, pese a sus bravatas, le había dejado quedarse en el apartamento gratis el mes de mayo porque le tenía miedo. Su hijo nunca iría a vivir con ella. No se llevaban bien. Solo quiere deshacerse de mí, se dijo Ned.

Lynn Spencer había tenido miedo de él cuando apareció en la puerta de su habitación del hospital. Su hermana, la tal DeCarlo, había pasado sin verle cuando la estaban entrevistando, y ayer apenas había vuelto la cabeza en su dirección. Pero él cambiaría la situación. Ella también aprendería a tenerle miedo.

Toda la rabia y el dolor que se habían acumulado en su interior estaban cambiando. Lo notaba. Se estaban transformando en una sensación de poder, como cuando de pequeño disparaba balas BB contra las ardillas del bosque. Harnik, Schafley, Lynn Spencer, su hermana, todos eran ardillas. Había que tratarlos como si fueran ardillas.

Después, podría marcharse, dejándolos derrumbados y ensangrentados, como había dejado a las ardillas cuando era pequeño.

¿Qué canción solía cantar en el coche? «¡Vamos a cazar!». Eso era.

Se puso a reír.

Harry Harnik y la señora Schafley le estaban mirando.

—Ned —dijo la señora Schafley—, ¿te has acordado de tomar tu medicina después de la muerte de Annie?

No levantes sospechas, se advirtió. Consiguió parar de reír.

—Oh, sí —dijo—. Annie querría que la tomara. Me he puesto a reír porque me he acordado de aquel día que te enfadaste tanto, Harry, cuando me llevé a casa el coche viejo que iba a reparar.

—Eran dos coches viejos, Ned. Daban muy mal aspecto a esta manzana, pero Annie te obligó a deshacerte de ellos.

—Me acuerdo. Por eso compraste la casa, porque no querías que llevara a casa más coches viejos que me gustaba reparar. Por eso, cuando tu mujer quiso telefonear a Annie para asegurarse de que estaba de acuerdo con que tú compraras la propiedad, no dejaste que llamara. Y usted, señora Schafley, sabía que a Annie se le partiría el corazón si la casa desaparecía. Tampoco la llamó. No la ayudó a salvar su casa porque quería perderme de vista.

La culpa estaba escrita en sus rostros. En la cara encarnada de Harnik y en las mejillas arrugadas de la señora Schafley. Quizá habían querido a Annie, pero no lo bastante para no haber conspirado con el fin de arrebatarle la casa.

No les reveles tus verdaderos sentimientos, se advirtió una vez más. No te delates.

—Me voy —dijo—, pero pensé que debían saber que yo estaba al corriente de sus manejos, y espero que ardan en el infierno por ello.

Les dio la espalda, salió de la casa y bajó hasta el coche, justo cuando abría la puerta, distinguió un tulipán que crecía cerca de donde había estado el camino de entrada de su casa. Vio a Annie de rodillas el año pasado, plantando los bulbos.

Corrió hacia el tulipán, se agachó y lo arrancó, y luego lo alzó hacia el cielo. Prometió a Annie que la vengaría. Lynn Spencer, Carley DeCarlo, la señora Morgan, su casera, Harry Harnik, la señora Schafley. ¿Y Bess, la mujer de Harnik? Cuando subió al coche y se alejó, Ned reflexionó, y luego añadió Bess Harnik a la lista. Podría haber llamado a Annie por su cuenta para advertirla de la venta inminente. Tampoco merecía vivir.