Una fuente de plata alargada —de mucho precio seguramente, pues había sido vaciada, exprofeso para M. Montcul, en el cuerpo de una hermosa muchacha de la cual quiso él conservar ese recuerdo concreto— hizo su aparición, sobre un carrito que Edmonde empujaba; en su interior había un variopinto surtido de tartitas al jengibre, rollos rellenos de ajo, cebolla, miel y granos de adormidera, pastelillos de harina poco cocida que contenían nueces de azúcar pistacho, champiñones confitados, melones agridulces, rosas rojas fritas en grasa de cordero. Nos servimos, y nos pusimos a comer sin decir palabra, pues resultaba pesado el postre después de un relato como el que acabábamos de escuchar, pero nuestro anfitrión, que había bebido más de la cuenta durante su parlamento, y estaba bastante borracho, se ofendió tal vez por nuestro silencio. De improviso, una ola de sangre le subió a la cara (la piel muy blanca sufre este cambio a ojos vistas), intimándonos a temer su cólera, en cuanto sabíamos con toda exactitud en qué clase de lugar nos hallábamos.
—¡El castillo de Gamehuche es una polla gigantesca, siempre tiesa, que puede descargar de un momento a otro! —empezó a berrear— y los cojones son las cavernas excavadas en la roca que lo sostiene, que están llenas hasta rebosar de explosivos robados a los alemanes, luego a los ingleses y a los americanos. Muchos camiones se despeñaron, y sus carrocerías se enmohecen en el mar. Bajo nuestros pies, hay más material fulminante que en la santabárbara de tres acorazados juntos, se juntan toneladas de todo cuanto de destructor, inflamable, capaz de volatilizar han inventado los hombres, cuyo genio siniestro es capaz de las atrocidades más asombrosas. ¿Sabéis que me bastaría prender la mecha de cierta bujía que yo me sé, tirar de cierto cordón, acariciar cierto botón, para hacer saltar todo esto por los aires en una eyaculación grandiosa que tachonaría el cielo igual que el uniforme de un presidiario? Y juro que lo haré, a la primera que no pueda escupir esperma después de que se me levante. La descarga de Gamehuche servirá para vengar mi fracaso.
Los negros, varones y hembras, habían huido al estallar el ataque, más asustados por el tono y la gesticulación brutal de su amo que por el contenido en sí (que se les habría escapado) de su arenga. Inclinada sobre él, Luna procuraba calmarle, hablándole en voz baja (o en susurros fuertes) al oído. Edmonde me tomó de la mano, diciéndome que más valía dejarles solos. Sin embargo, antes de que saliéramos, me gritó todavía:
—¡Esta noche, a las ocho y media, no se olvide de ir a la terraza de la muralla, contemplará una bonita experiencia!