Seducción

Seducción

—Repasemos qué podemos concluir sobre Tenorio —dice el cura, con el miedo y el cansancio marcados en la cara.

—Lo más sugestivo —dice Laura— es que Don Juan se toma infinitamente más trabajo del necesario, si pensamos que su objetivo es, realmente, acostarse con esas mujeres.

—¿Qué otro? —pregunta el cura—. No lo imagino con otra cosa en la cabeza.

—Una cabeza tiene varias habitaciones —dice Laura—. Uno puede creer que quiere una cosa y querer en verdad algo distinto, o quizás opuesto. ¿Sabe usted, padre? Acostarse con una mujer es muy sencillo, realmente lo es, basta con-invitarla a hacerlo, y no creo que fuera tan distinto en los tiempos de Don Juan, que las glándulas son iguales en esa época y en la nuestra. Entonces, ¿por qué esa puesta en escena, aparentemente sin objeto? ¿Qué hay detrás de esa laboriosa seducción, si hubiera conseguido lo mismo con la décima parte del esfuerzo?

—Salvo que la seducción haya sido el objetivo, y la mujer el pretexto —dice el cura.

—Por ahí vamos bien —dice Laura—. Tenemos, entonces, un Don Juan actor, que hace su representación cada vez para una espectadora distinta. El precio de la entrada es un coito, y los dos tienen que creer, o simular creer, que ése es el objetivo y no el pretexto.

—Con lo que no está mal que lo hayan llevado tantas veces al teatro. Hay coherencia de forma y contenido —dice el cura.

—Pero, además —dice Laura—, Don Juan es un actor de tragedias. Recordemos que siempre muere alguien en estas obras. Todos los autores lo tratan como un personaje diabólico.

—¿Acaso no lo fue? —pregunta el cura—. ¡Si todavía nos persigue a varios siglos de su muerte!

—Puede ser —dice Laura—. Y también puede ser que le haya caído encima la marca infamante del teatro, oficio de Satanás si los hubo, que siempre se condenó que un hombre se vistiera de otro y simulara vivir una vida que no era la suya.

—¿Qué sabemos de los otros Donjuanes? —dice el cura—. ¿Algún otro libro puede damos más pistas sobre éstos? ¿O seguimos leyéndolos hasta que nos maten?

—Facetas —dice Laura—. Imágenes especulares. El infinito conjunto de Tenorios que ha producido la literatura no pretende agotarlo sino mirarlo desde otro ángulo. Hay más Tenorios de los imaginables: el mismo año en que Mozart estrena el Don Giovanni, suben a escena otras dos óperas italianas sobre el mismo tema, que afortunadamente se perdieron. Una lista incompleta ocupa varias páginas, desde el de Lord Byron hasta el de Leopoldo Marechal. Tienen una sola cosa en común: todos se centran en el mito y se les escapa el hombre.

—¿Zorrilla? —dice el cura.

—Zorrilla es un buen versificador —dice Laura—. Tanto que a veces uno no advierte que es un mal poeta. El Don Juan de Zorrilla es ágil y movido en escena, pero, como siempre, Don Juan es una caja negra. Zorrilla no tiene la menor idea de por qué su personaje actúa así. Para peor, en vez de un final moralizante, como Tirso, que lo manda derechito a follarse a Satanás, Zorrilla lo redime por el amor, y para eso llena el último acto de fantasmas, que no le alcanza el del comendador. Termina con una ridícula lucha de fantasmas, como los combates entre monstruos del peor Hollywood. En medio de tantos espectros, olvida que el tema es la pasión, la carne, el éxtasis en que un hombre y una mujer se revuelcan entrelazando sus jugos y sus sudores, hasta tal punto que no saben si son, por un instante, uno solo.

—¿Y Mozart? —dice el cura.

—Mozart agrega algo importante —dice Laura—, que es el libro de contabilidad. Otra vez la visión industrial del amor. Don Juan necesita llevar la estadística. Por las noches repasa sus libros: ésta tenía pezones inmensos, aquélla pecas en el vientre, la otra una cabellera rojiza. Son tantas que continuamente está olvidándose de alguna.

—No le importaba nada de ellas —dice el cura.

—Si llevaba un libro de contabilidad, es que de veras le importaban —dice Laura— y que hacía todo lo posible por combatir el olvido. Por supuesto, uno no se olvida de un gran amor. Pero, entonces, ¿qué nos está diciendo Leporello cuando le habla a una de ellas: «Observad: este gran libro está repleto con los nombres de sus conquistas. Aquí figuran mujeres de cada pueblo, cada ciudad, cada país que visitó. Señorita, éste es el catálogo de todas las bellas que amó mi señor»? Nos dice que son importantes, que llevar la estadística de todas es como guardar las cartas de amor de la única mujer soñada.

—Sólo que no es una, sino todas —dice el cura.

—Está buscando la mujer primordial, la diosa de la Tierra, la Venus hotentote, la Pacha Mama —dice Laura—, de la que todas las mujeres tenemos apenas un destello. Lo busca en todas, y en ninguna encuentra más que la insinuación de que ese fulgor existe.

—¿Se enamoran de él? —pregunta el cura—. ¿O acaso él se enamora de alguna de ellas?

—Por de pronto, la mentira seduce más que la verdad —dice Laura— y ya vimos que Don Juan busca algo más que encamarse, lo cual lo convierte en trágico, quizás a pesar de sí mismo.

—Usted me está diciendo que las mujeres se enamoran de él —dice el cura— porque él les miente.

—Que se enamoran porque creen que van a redimirlo —dice Laura—. Todo hombre aspira a ser el primero de una mujer, y toda mujer quiere ser la última de un hombre.

—De todo eso, ¿qué cree él? —pregunta el cura.

—Don Juan cree siempre lo que dice —dice Laura—. Ése es su secreto: por un instante, se enamora realmente de las mujeres que seduce. Por eso es tan peligroso. «Estoy enamorado de una bella dama, y estoy seguro de que ella me ama», explica al sirviente en la ópera de Mozart. «Por Tisbea estoy muriendo», le dice en la obra de Tirso. Se lo dice cuando ellas no están presentes, de modo que podemos concluir que no miente. Y es que el amor intenso, el amor de veras, está siempre muy cerca de la muerte. Ése es el sentimiento que busca don Juan Tenorio, no una mera colección de coños.

—En cualquier caso, estaría en contra de la naturaleza humana —dice el cura—. Por lo menos, la Iglesia enseña que el hombre es naturalmente monógamo. Si Dios creyera en la poligamia, habría creado seis o siete Evas, con lo cual el mundo se hubiera poblado mucho antes. Sin embargo, prefirió esperar.

—¡No me haga trampas teológicas, padre! —dice Laura—. Recuerde que también le dio sabiduría a Salomón, y Salomón no se conformó con menos de cuatrocientas mujeres. Y en ninguna parte se dice que haya terminado en el infierno por ese pecadito.

—¿Acaso se enamoró Salomón de todas? —dice el cura.

—Estoy segura de que no —dice Laura—. Ésa fue su sabiduría. Creo que el hombre se halla en perpetua tensión entre la poligamia y la monogamia. Se puede ser polígamo de cintura para abajo, que eso nos viene de la horda primigenia. Pero sospecho que, de cintura para arriba, nos tira más la monogamia. Al fin y al cabo, Salomón sólo estuvo enamorado de la reina de Saba, y las Escrituras alaban su inteligencia, no sus tetas.

—¿Y Don Juan? —dice el cura.

—Don Juan se enamora de todas, y todas se enamoran de él —dice Laura—. Esto se puede sostener un tiempo muy corto, pero a largo plazo crea un tensión tan intolerable que alguien tiene que morir: el comendador, Inés, don Juan o nosotros mismos. Porque el amor pasional, desaforadamente intenso, está demasiado cerca de la muerte. Es desear un fuego tan enorme que los queme a los dos. Acuérdese de Romeo y Julieta: con un amor menos intenso se hubieran fugado juntos en vez de hacer la idiotez que cometieron.

—¿En qué se diferencia la actitud de Don Juan de la de las rameras? —dice el cura.

—De las putas, padre, de las putas —dice Laura—. Fíjese usted en que el oficio de puta tiene cierto encuadre (y uso a propósito la expresión de Freud), y que no se salen de allí. Por ejemplo, no besar al cliente en la boca.

—Porque la boca es para el chulo —dice el cura.

—No, ésa es una consecuencia —dice Laura—. Es porque las putas tienen que acostarse con muchos hombres sin enamorarse de ellos y sin enamorarlos. Es un delicado equilibrio que está muy cerca de la locura, que las putas saben (o quieren) medir, y Don Juan no.

—¿De ahí la fiebre de conquista? —pregunta el cura—. Porque ese hombre es un león con las mujeres.

—No es un buen ejemplo —dice Laura—. El león es muy abúlico. Sólo captura las presas que están muy cerca y cuando no tiene que correr demasiado tras ellas. Pero la mayoría se le escapan porque él se cansa antes. Don Juan hace exactamente lo contrario.

—¿A qué se parece, entonces? —dice el cura.

—Al puma —dice Laura—. El puma es un desesperado. Rastrea su presa durante días, ruge y jadea en la noche, se revuelve en el monte. Mientras el león duerme plácidamente, ocupado sólo en montar a las leonas y cada tanto capturar algún ciervo rengo, el puma se enfrenta angustiado al desafío de la caza. Si la presa huye, correrá tras ella con todas las fuerzas que le queden, hasta tal punto que morirá de cansancio antes que dejarla escapar. Si, a pesar de eso, la presa huye, el puma entra en una profunda depresión, casi siempre mortal. Creo que Don Juan se parece al puma: cuando asalta a una mujer no puede fallar, le va la vida en ello. Pero esta debilidad se transforma en fortaleza. ¿Qué mujer le negaría el sí a un hombre si percibe que con eso le salva la vida?

—Por un día —dice el cura.

—Exactamente —dice Laura—. Al día siguiente será otra la que lo salve de la desolación y la muerte.

—Espero que usted me salve a mí —dice el cura—. Creo que no resisto más estas amenazas.

—A Don Juan también lo amenazaban reiteradamente, padre —dice Laura.

—No me gusta la comparación —dice el cura—. Pero quizás ésa sea mi cruz. En todas las versiones hay un sacerdote que lo amenaza o lo maldice.

—Sí, pero de maneras casi opuestas. El Don Juan de Mozart es el reverso del de Tirso —dice Laura—. En los dos casos, Don Juan es el demonio, pero Tirso era hijo natural, y ya vimos que era el notario de la Inquisición durante el proceso al Don Juan histórico. Creo que se las arregló para representar en Tenorio a su propio padre. Pero el de Mozart es exactamente al revés; Mozart acababa de perder a su padre cuando lo compuso, y él mismo se veía como un Don Juan. El fantasma del comendador, en su ópera, podría ser el viejo Leopold Mozart que manda al infierno al Wolfgang pecador.

—Andamos siempre con el infierno cerca —dice el cura.

—Sí, padre —dice Laura—. Y mucho más en este testimonio, por lo que cuentan las víctimas. Escuche, padre, escuche usted la forma en que Don Juan se dedicó a violar monjas.