CUZCO ESTÁ COMPLETAMENTE RODEADO de cerros que constituyen, más que una defensa, un peligro para sus pobladores, los que, para defenderse, construyeron la mole inmensa de Sacsahuamán. Por lo menos, ésta es la versión que corre entre el público no muy lego, versión con la que no me es dado disentir por obvias razones. Sin embargo, pudiera ser que la fortaleza constituyera el núcleo inicial de la gran ciudad. En época inmediata al abandono del nomadismo, cuando todavía constituían apenas una tribu ambiciosa y la defensa contra la superioridad numérica del adversario estribaba en la defensa compacta de su núcleo poblado, los muros de Sacsahuamán ofrecieron a sus ocupantes el lugar ideal para realizarla, y esta doble función de fortaleza-ciudad, explica el porqué de algunas construcciones cuyo significado no alcanza a verse si el fin del recinto fuera de simple contención del enemigo que ataca, sin contar que Cuzco quedaba igualmente indefenso en todos los otros puntos de su periferia. Aunque es digno de hacer notar que el emplazamiento está hecho en forma de dominar dos quebradas que conducen a la ciudad. La forma dentada de las murallas hace que el enemigo al atacar pueda ser hostigado desde tres flancos a la vez, y en caso de superar las defensas, se encuentran frente a otro muro del mismo tipo y luego a un tercero, que da siempre facilidad de maniobra y convergencia de ataque a los defensores. Todo esto y el posterior brillo de la ciudad, hacen suponer que los guerreros quechuas mantuvieron invicta su fortaleza de los embates enemigos, pero, con ser las fortificaciones expresión de un pueblo de alta inventiva y sólida intuición matemática, pertenecen aún —a mi manera de ver— a la etapa preincaica de su civilización, a la etapa donde no habían aprendido a reconocer las comodidades de la vida material, que si bien no alcanzaron nunca gran esplendor en un pueblo sobrio como era, logró luego interesantes demostraciones en arquitectura y artes menores. Los continuos éxitos guerreros alejaron cada vez más a las tribus enemigas de las proximidades del Cuzco, y entonces, saliendo del seguro recinto de la fortaleza que era estrecha para contener la multiplicada raza, se expandieron por el valle vecino, al pie del arroyo de cuyas aguas se servirían, y al tener conciencia de su actual grandeza volvieron sus ojos al pasado en busca de la explicación de su superioridad y, para glorificar la memoria del dios cuya omnipotencia les permitió erigirse en raza dominate, surgieron los templos y la casta sacerdotal; y así, expandiendo en piedra sus grandezas fue levantándose el imponente Cuzco de la época de la conquista española. Aún hoy, cuando la saña bestial de la plebe vencedora se muestra en cada uno de los actos que quiso eternizar su conquista y la casta de los incas hace mucho que desapareció como poder dominante, las moles de piedra muestran su enigmática armazón indiferente a los estragos del tiempo. Cuando las tropas blancas entraron a saco sobre la ya vencida ciudad, atacaron sus templos con saña y unieron a la avidez por el oro que adornaban los muros en exacto símbolo del dios Sol, el placer sádico de cambiar por el ídolo doliente de un pueblo alegre el alegre y vivificante símbolo de un pueblo triste. Los templos de Inti cayeron hasta sus cimientos o sus paredes sirvieron para el asiento de las iglesias de la nueva religión: la catedral se erigió sobre los restos de un gran palacio y sobre los muros del templo del Sol se levantaron los de la iglesia de Santo Domingo, escarmiento y reto del conquistador orgulloso. Sin embargo, el corazón de América, temblando de indignación, comunica cada cierto tiempo un temblor nervioso al lomo manso de los Andes, y la inmensa conmoción ataca la superficie de la tierra y por tres veces la cúpula de la orgullosa Santo Domingo, con fragor de huesos rotos, se ha desplomado de su asiento, y sus muros ajados se han abierto y caído también, pero la base donde descansan, el bloque del templo del Sol, muestra su indiferencia de piedra gris, sin que la magnitud del desastre que cae sobre su dominadora separe de sus puntos una sola de las rocas que lo forman.
Pero la venganza de Kon es escasa frente a la magnitud de la afrenta. Las piedras grises se han cansado de implorar la destrucción de la aborrecida raza conquistadora a sus dioses tutelares, y ahora muestran su cansancio de cosa inanimada, útil sólo Para provocar la admirativa exclamación de algún turista. ¿Qué puede la paciente acción de los indios que construyeron el palacio de Inca Roca, labrando sutilmente los ángulos de la piedra, frente a la impetuosa acción del conquistador blanco que conoce el ladrillo, la bóveda y el arco de medio punto?
El indio angustiado, cuando esperaba la terrible venganza de sus dioses, vio en cambio erigirse la nube de iglesias que ahogaron hasta la posibilidad de un recuerdo altivo. Los seis metros de muro del palacio del Inca Roca, que los conquistadores consideraron útil como cimiento de los palacios coloniales, resumen entre la perfecta conjunción de sus piedras el llanto del guerrero vencido.
Pero la raza que creó Ollantay dejó algo más que el conglomerado de Cuzco como recuerdo de su pasada grandeza: a lo largo del río Vilcanota o Urubamba, en un recorrido de 100 kilómetros, se escalonan las señales del pasado incaico. Las más importantes están siempre en lo alto de los cerros, haciendo de esta manera inexpugnable la fortaleza e impidiendo el ataque por sorpresa de los enemigos. Tras dos largas horas de trepada por un sendero agreste llegamos a la cima de Pisac; pero también llegó allí, y mucho antes que nosotros, la espada del guerrero español que destruyó a sus defensores y también sus defensas y su templo. Entre una completa diseminación de piedras, sin orden alguno, se adivina el plan de la construcción defensiva, el lugar donde estaba el Intiwatana, donde se amarraba el sol al mediodía, y las residencias sacerdotales, ¡poco es, cierto, lo que queda! Siguiendo el cauce del Vilcanota y tras dejar lugares de poca importancia a un lado, llegamos a Ollantaytambo, vasta fortaleza que resistiera a las tropas de Hernando Pizarro, cuando Manco II se levantara en armas contra los conquistadores, fundando esa dinastía menor de los cuatro incas que coexistieron con la dominación española hasta que su último afeminado representante fue ajusticiado en la plaza principal de Cuzco por orden del virrey Toledo.
Una colina rocosa de no menos de 100 metros cae a pico sobre el Vilcanota y allí está erigida la fortaleza cuyo único lado vulnerable, el que comunica con los cerros vecinos por estrechos senderos, está custodiado por defensas escalonadas que impiden fácilmente el acceso a cualquier atacante de fuerza parecida a la del atacado. La parte inferior de la construcción está destinada puramente a una función defensiva, escalonándose las defensas, en la parte menos empinada, en unos veinte andenes fácilmente defendibles y que obligan al atacante a recibir el impacto lateral de las armas que custodian el sitio. En la parte superior se encuentran las habitaciones para los guerreros y coronando la fortaleza el templo en que probablemente estuviera todo el lujo de los defensores en forma de objetos de metales preciosos, pero del que no queda ni el recuerdo, ya que hasta los inmensos bloques que lo constituían han sido removidos de su sitio.
Por el camino de vuelta y cercano a Sacsahuamán, se encuentra una explanada de típica construcción incaica que, según decía nuestro guía, era destinada al baño del inca, lo que me parece un poco extraño dado la distancia que lo separa del Cuzco, a menos que fuera un baño ritual el que se diera el monarca. Además hay que reconocer que los antiguos emperadores (a ser cierta la versión del baño), tenían la Piel tanto o más curtida que la de sus descendientes, ya que el agua, riquísima para tomar, es sumamente fría. El lugar, coronado por tres nichos de forma trapezoidal (cuyo significado de forma y función es oscuro), se llama Tambomachay y está a la contrada del llamado Valle del Inca.
Pero el punto cuya importancia arqueológica y turística supera a todos los de la región es Machu Picchu, que en lengua indígena significa cerro viejo nombre completamente divorciado del poblado que guardara en su recinto a los últimos integrantes de un pueblo libre. Para Bingham, el arqueólogo descubridor de las ruinas, más que un refugio contra los invasores, éste fue el poblado origen de la dominante raza quechua y lugar sagrado para ellos; posteriormente, en la época de la conquista española, se convirtió también en guarida de las vencidas huestes. A primera vista hay varios indicios de que el mencionado arqueólogo tiene razón: por ejemplo, en Ollantaytambo las construcciones defensivas más importantes miran hacia el lado contrario a Machu Picchu a pesar de que la otra ladera no es tan escarpada como para asegurarse contra un ataque por su sola inclinación, lo que podría indicar que por ese lado tenían los defensores la espalda cubierta. Otro indicio es el de la preocupación en mantener el poblado a cubierto de las miradas de los extranjeros, aun en épocas en que toda resistencia fue vencida, y hasta el mismo último inca fue apresado lejos de la ciudad, en la que Bingham encontró esqueletos de mujeres, casi exclusivamente, los que identifica con las vírgenes del templo del Sol, orden religiosa cuyos integrantes los españoles nunca pudieron hallar. Coronando la ciudad, como es costumbre en este tipo de construcciones, está el templo del Sol con el famoso Intiwatana, labrado en la roca que le sirve de pedestal, y allí mismo, la sucesión de piedras cuidadosamente alisadas que indican que se trata de un lugar importante. Mirando hacia el río, con la forma trapezoidal de la construcción quechua, están tres ventanas que Bingham, en relación, a mi entender, bastante forzada, identifica con las tres ventanas de donde los hermanos Ayllus, personajes de la mitología incaica, salieron al mundo externo para mostrar a la raza elegida el sendero de la tierra de promisión. Por supuesto, esta afirmación está combatida por gran número de investigadores de prestigio, y también es fuente de discusión la función del templo del Sol que atribuye su descubridor a un recinto de forma circular, similar al templo dedicado a este dios en el Cuzco; de todas maneras, la forma y el tallado de las piedras indican que era una habitación principal y se cree que debajo de la enorme piedra que le sirve de base estaba la tumba de los incas. Aquí se puede apreciar bien la diferencia entre las diversas clases sociales que hacía este pueblo, agrupando a cada uno según su categoría en un lugar diferente, que conservaba más o menos independencia del resto del poblado. Lástima que no hayan conocido otro techo que el de paja, ya que no ha quedado en pie ningún resto techado de las construcciones, aun las más lujosas, pero para arquitectos que desconocían la bóveda y el arco era sumamente difícil resolver ese problema edilicio. En las construcciones destinadas a los guerreros, nos mostraron un recinto en las piedras del cual, en una especie de pórtico, se había cavado un agujero a cada lado, lo suficientemente grande para dejar pasar el brazo de un hombre; al parecer era un lugar destinado a castigos físicos: la víctima era obligada a introducir ambos brazos en los respectivos orificios y luego era empujada hacia atrás hasta quebrarle los huesos. Yo, poco convencido de la eficacia del procedimiento, introduje mis miembros en la forma indicada y Alberto me empujó lentamente: la menor presión provocaba un dolor intolerable y la sensación de que iba a ser destrozado completamente de continuar el empuje sobre el pecho. Pero donde adquiere magnitud imponente la ciudad, es vista desde Huayna Picchu (cerro joven), que se eleva unos doscientos metros más alto. Este lugar debía ser utilizado como punto de vigilancia, más que de residencia o fortaleza, pues las construcciones que allí se encuentran son de poca monta. Machu Picchu es inexpugnable por dos de sus lados, defendidos por un abismo a pico de unos trescientos metros y una fina garganta que comunica con la colina joven, de bordes muy escarpados, respectivamente; por su borde más vulnerable lo defienden una sucesión de andenes que harían dificilísima su toma por este lado, y por su cara aproximadamente sur, vastas fortificaciones y el estrechamiento natural del cerro en este punto lo convierten en un paso difícil. Si se considera además que el torrentón Vilcanota corre tras de las caras del cerro se verá lo bien que eligieron el sitio para emplazar la fortaleza sus primeros pobladores.
Poco importa, en realidad, cuál fuera el origen primitivo de la ciudad o, en todo caso, es bueno dejar su discusión para arqueólogos, lo cierto, lo importante, es que nos encontramos aquí frente a una pura expresión de la civilización indígena más poderosa de América, inmaculada por el contacto de la civilización vencedora y plena de inmensos tesoros de evocación entre sus muros muertos de aburrimiento de no ser, y en el paisaje estupendo que lo circunda y le da el marco necesario para extasiar al soñador que vaga porque sí entre sus ruinas, o al turista norteamericano que, cargado de practicidad, encaja los exponentes de la tribu degenerada que puede ver en el viaje entre los muros otrora vivos y desconoce la distancia moral que las separa, porque son sutilezas que sólo el espíritu semiindígena de americano del sur puede apreciar.