CHUQUICAMATA PARECE SER la escena de un drama moderno. No se puede decir que carezca de belleza, pero una belleza sin gracia, imponente y glacial es la que tiene. Cuando se acerca uno a la zona de la mina, parece que todo el panorama se concentra para dar una sensación de asfixia en la llanura. Llega un momento, tras de 200 kilómetros recorridos, en que el leve matiz verde con que el pueblito de Calama interrumpe la monotonía gris, es recibido con el alborozo que merece su verdadera condición de oasis en el desierto. ¡Y qué desierto!, calificado por su observatorio climatológico de Moctezuma, cerca de «Chuqui», como el más seco del mundo. Sin una mata que pueda crecer en sus tierras salitrosas, los cerros, indefensos frente al ataque de los vientos y las aguas, muestran sus grises lomos prematuramente avejentados en la lucha contra los elementos, con arrugas de ancianos que no coinciden con su edad geológica. Allí, cuántos de estos escoltas de su famoso hermano no encerrarán en sus pesados vientres parecidas riquezas a las de aquél, mientras esperan los brazos áridos de las palas mecánicas que devoren sus entrañas, con el obligado condimento de vidas humanas: las de esos nobres héroes ignorados de esta batalla que mueren miserablemente en las mil trampas con que la naturaleza defiende sus tesoros, sin otro ideal que el de alcanzar el pan de cada día.
Chuquicamata está constituida esencialmente por un cerro cuprífero cuya enorme masa está surcada por gradas de 20 metros de altura, de donde el mineral extraído es fácilmente transportado por ferrocarril. La peculiar conformación de la veta hace que toda la extracción se realice a cielo abierto, permitiendo con ello el aprovechamiento industrial del mineral que tiene una ley de 1% de cobre. Todas la mañanas se dinamita el cerro y grandes palas mecánicas cargan el material que se lleva por ferrocarril hasta los molinos donde se tritura. Esta molienda se ejecuta en tres pasajes sucesivos que dejan el material convertido en ripio de mediano tamaño. Se pone entonces en presencia de una solución de ácido sulfuroso que extrae el cobre bajo la forma de sulfato, formando también cloruro cuproso, que puesto en presencia de una molienda de hierro viejo se transforma en cloruro férrico. De aquí el líquido es llevado a la llamada «casa verde», donde la solución de sulfato de cobre es puesta en grandes tinas y sometida durante una semana a una corriente de 30 voltios que provoca la electrólisis de la sal, quedando el cobre adherido a las planchas finas del mismo metal que previamente se había formado en otras piletas con soluciones más ricas. Al cabo de cinco o seis días la plancha está lista para ir a la fundición; la solución ha perdido de 8 a 10 gramos de sulfato por litro y pasa a enriquecerse en presencia de nuevas cantidades de molido del material. Las placas formadas son puestas en hornos que las arrojan luego de doce horas de fundición a más de 2.000° C, convirtiéndolas en panes de 350 libras de peso. Todas las noches baja a Antofagasta un convoy de 45 vagones transportando más de 20 toneladas de cobre cada uno resultado de la labor del día.
Esto es en síntesis, y profanamente explicado, el proceso de elaboración que en Chuquicamata mantiene una población flotante de unas 3.000 almas; pero en esta forma sólo se extrae el mineral al estado de óxido. La Chile Exploration Company está instalando una planta anexa para aprovechar el mineral en forma de sulfuros. Esta planta, la más grande del mundo en su tipo, tiene dos chimeneas de 96 metros de alto cada una y absorberá casi toda la producción de los próximos años, mientras la vieja funcionará a tren reducido, ya que la capa de mineral al estado de óxido está próxima a agotarse. Para cubrir las necesidades de la nueva fundición hay ya acumulado un enorme stock de material en bruto que será elaborado a partir del año 1954 en que iniciará su labor la planta.
Chile es productor del 20% del total de cobre del mundo, y en estos momentos inciertos de preguerra en que este metal ha tomado vital importancia por ser insustituible en algunos tipos de armas de destrucción, se libra en este país una batalla de orden económico-político entre los partidarios de la nacionalización de las minas que une a las agrupaciones de izquierda y nacionalistas y los que, basándose en el ideal de la libre empresa, juzgan que es mejor una mina bien administrada (aun en manos extranjeras) a la dudosa administración que pueda hacer el Estado. Lo cierto es que desde el Congreso se han hecho severas acusaciones a las compañías usufructuarias de las concesiones actuales, reveladoras de un ambiente de aspiraciones nacionalistas sobre la propia producción.
Sea cual fuere el resultado de la batalla, bueno sería que no se olvidara la lección que enseñan los cementerios de las minas, aun conteniendo sólo una pequeña parte de la inmensa cantidad de gente devorada por los derrumbes, el sílice y el clima infernal de la montaña.