Capítulo
quince

La religión es un concepto relativo. Las religiones corresponden al nivel de ser del hombre. «¿Puede ayudar la oración?». Aprender a orar. Nuestra ignorancia general del Cristianismo. La Iglesia Cristiana es una escuela. El Egipto y sus «escuelas de repetición». Significación de los ritos. Las «técnicas» de la religión. ¿Dónde resuena la palabra «Yo»? Toda religión verdadera contiene dos partes: lo que enseña cada una de ellas. Kant y la idea de escala. La vida orgánica sobre la tierra. Crecimiento del rayo de creación. La luna. La parte de la vida orgánica que evoluciona es la humanidad. El actual estancamiento de la humanidad. Un cambio no es posible sino en las «encrucijadas». El proceso de evolución siempre comienza por la formación de un núcleo consciente. ¿Hay una fuerza consciente en lucha contra la evolución? ¿Evoluciona la humanidad? «Doscientos hombres conscientes podrían cambiar toda la vida de la humanidad». Los tres círculos interiores de la humanidad. El «círculo exterior». Los cuatro «caminos» como cuatro puertas que se abren al «círculo exotérico». Escuelas del cuarto camino. Escuelas y sistemas seudoesotéricos. «La verdad bajo forma de mentira». Las escuelas esotéricas del Oriente. La Iniciación y los Misterios. Cada uno se debe iniciar a sí mismo.

Durante las conversaciones del período que describo —al final del año 1916— G. abordó en diferentes ocasiones la cuestión religiosa. Siempre que había sido interrogado sobre un tema que tuviera cualquier relación con la religión, él comenzaba invariablemente por subrayar que en la base de nuestra actitud habitual hacia los problemas de la religión, hay algo muy falso.

—«La religión, decía, siempre es un concepto relativo; la religión de un hombre puede muy bien no convenir a otro. Pues la religión corresponde al nivel del ser. Quiero decir que la religión de un hombre que tiene cierto nivel de ser puede muy bien no convenir a otro hombre, a otro nivel de ser».

«Hay que comprender que la religión del hombre N.º 1 no es la religión del hombre N.º 2, y que la del hombre N.º 3 es todavía otra religión. Asimismo, las religiones de los hombres N.º 4, N.º 5, N.º 6 y N.º 7 son enteramente diferentes de las religiones de los hombres números 1, 2 y 3».

«En segundo lugar, la religión es: hacer. Un hombre no solamente piensa o siente su religión, él la “vive” tanto como puede; de otro modo no es religión sino fantasía o filosofía. Quiéralo o no, muestra su actitud hacia su religión por sus actos, y no puede mostrarla sino por sus actos. Por lo tanto, si sus actos son contradictorios a lo que su religión le pide, él no puede afirmar que pertenece a esta religión. La gran mayoría de las personas que se llaman cristianas no tienen derecho a este título, pues no solamente no siguen los mandamientos de su religión, sino que ni siquiera parecen sospechar que estos mandamientos deben ser acatados».

«La religión cristiana prohíbe el asesinato. Y todos los progresos que hemos hecho son progresos en la técnica del asesinato, en el arte de la guerra. ¿Cómo podemos llamarnos Cristianos?».

«Nadie tiene derecho a llamarse Cristiano, si no cumple en su vida con los preceptos de Cristo. Un hombre puede decir que el desea ser Cristiano, si se esfuerza por cumplir estos preceptos. Si él ni siquiera piensa en ellos, o si se ríe de ellos, o si los reemplaza por cualquier cosa de su invención, o simplemente si los olvida, no tiene ningún derecho de llamarse Cristiano».

«He tomado el ejemplo de la guerra, porque es el más impresionante. Pero sin hablar de la guerra, todo en nuestra vida es exactamente del mismo orden. La gente se llama Cristiana, pero sin comprender que no lo quiere ser, que no lo puede ser, porque para ser Cristiano no es suficiente desearlo, hay que ser capaz de serlo».

«El hombre, en sí mismo, no es uno, no es “yo”, es “nosotros” o para hablar más rigurosamente, es “ellos”. Todo resulta de esto. Supongamos que un hombre quiera, según el Evangelio, ofrecer la mejilla izquierda, después de haber sido golpeado en la mejilla derecha. Pero es uno solo de estos “yoes” el que toma esta decisión, ya sea en el centro intelectual, o en el centro emocional. Un “yo” lo quiere, un “yo” se acuerda; los otros no saben nada. Imaginemos que la cosa se produce realmente: un hombre ha sido abofeteado. ¿Piensan ustedes que ofrecerá la mejilla izquierda? Jamás. No tendrá tiempo aún para pensarlo. O bien abofeteará a su vez al hombre que le ha pegado, o bien llamará a un policía, o bien huirá; mucho antes de que el hombre se dé cuenta de lo que hace, su centro motor reaccionará como tiene por costumbre, o como se le ha enseñado a hacer».

«Para poder ofrecer la mejilla izquierda, hay que haber sido instruido durante mucho tiempo, hay que haberse entrenado con perseverancia. Pues si la mejilla es ofrecida mecánicamente, eso no tiene ningún valor; el hombre ofrece su mejilla porque no puede hacer otra cosa».

—¿La oración puede ayudar a un hombre a vivir como Cristiano?, preguntó alguien.

—«¿La oración de quién?, replicó G. La oración de los hombres subjetivos, es decir los hombres números 1, 2 y 3, no puede dar sino resultados subjetivos. Con sus oraciones, tales hombres se consuelan, se sugestionan, se adormecen a ellos mismos. Esta oración no puede dar resultados objetivos porque proviene de la autohipnosis».

—Pero la oración, en general, ¿no puede dar resultados objetivos?, preguntó otro.

—«Ya lo he dicho: eso depende del que ora, respondió G. Debemos aprender a orar, exactamente como debemos aprender todas las otras cosas. Para aquél que sabe orar y es capaz de concentrarse en forma adecuada, la oración puede dar resultados. Pero comprendamos que hay diferentes oraciones, y que sus resultados son diferentes. Esto es muy conocido, aun por la liturgia ordinaria. Pero cuando hablamos de la oración, o de sus posibles resultados, no consideramos más que una clase de oración: la de petición; o bien pensamos que la petición puede asociarse a todas las otras clases de oraciones. Evidentemente, esto no es verdad. La mayoría de las oraciones no tiene nada en común con las peticiones. Hablo de antiguas oraciones, de las cuales algunas se remontan más allá del Cristianismo. Estas oraciones son por así decirlo recapitulaciones; al repetirlas en voz alta o mentalmente, el hombre se esfuerza por experimentar todo su contenido, con su pensamiento y su sentimiento. Por otra parte, un hombre siempre puede componer oraciones nuevas para su propio uso. Dirá, por ejemplo: “Quiero ser serio”. Todo depende de la manera en que lo diga. Podrá repetirla diez mil veces al día, pero si se pregunta cuándo terminará, y qué es lo que tendrá luego para comer, esto no será orar, sino mentirse a sí mismo. Sin embargo, estas mismas palabras pueden convertirse en oración, si el hombre las recita así: “Yo” —y al mismo tiempo piensa en todo lo que sabe sobre “Yo”. Este “Yo” no existe, no hay un solo “Yo”, sino una multitud de pequeños “yoes” clamantes y pendencieros. Por lo tanto, él quiere ser un verdadero “Yo”; quiere ser el amo. Y se acuerda del carruaje, del caballo, del cochero, y del amo. “Yo” es el Amo. “QUIERO”— y el piensa en el significado de “Yo quiero”. ¿Es capaz de querer? En él constantemente “ello quiere”, y “ello no quiere”; pero él hará el esfuerzo de oponer a “ello quiere” y “ello no quiere” su propio “Yo quiero”, que está ligado a la meta del trabajo sobre sí. En otros términos, tratará de introducir la tercera fuerza en la combinación habitual de las dos fuerzas: “ello quiere” y “ello no quiere”. “SER” —él pensará lo que significa, el “ser”. El ser de un hombre automático, para el cual todo sucede. Y el ser de un hombre que puede hacer. Es posible “ser” de muchas maneras. Él quiere “ser” no solamente en el sentido de existir, sino en el sentido de grandeza, de poder con grandeza. Entonces la palabra “ser” toma un peso, un sentido nuevo para él. “SERIO”— se interroga sobre el significado de estas palabras: “ser serio”. La manera en la cual se responde es muy importante. Si comprende lo que dice, si es capaz de definirse correctamente lo que quiere decir “ser serio”, y si siente que lo desea verdaderamente, entonces su oración puede tener resultados: primeramente puede recibir una fuerza, luego podrá más a menudo darse cuenta en qué momentos no es serio, y por último tendrá menos trabajo en vencerse a sí mismo. Por consiguiente, su oración lo habrá ayudado a volverse serio».

«De la misma manera, un hombre puede rezar: “Quiero recordarme a mí mismo”. “RECORDARME” —¿qué significa “recordarse”? El hombre debe pensar en la memoria— ¡cuán poco se recuerda! ¡Cuán a menudo olvida lo que ha decidido, lo que ha visto, lo que sabe! Toda su vida cambiaría, si él pudiera recordarse. Todo el mal proviene de sus olvidos. “YO MISMO” —de nuevo vuelve sobre sí. ¿De cuál “yo” desea él recordarse? ¿Vale la pena recordarse de sí mismo por entero? ¿Cómo puede discernir qué es lo que quiere recordar? La idea del trabajo; ¿cómo llegará a ligarse más estrechamente al trabajo? Y así sucesivamente».

«En el culto cristiano, hay innumerables oraciones exactamente parecidas a éstas, en las que es necesario reflexionar sobre cada palabra. Pero pierden todo su alcance, toda su significación, cuando son recitadas o cantadas mecánicamente».

«Consideremos la muy conocida oración: “Señor, ten piedad de mí”. ¿Qué es lo que quiere decir? Un hombre lanza un llamado a Dios. ¿No debería pensar un poco, no debería hacer una comparación, preguntarse lo que Dios es, y lo que es él mismo? Le pide a Dios tener piedad de él. Pero Dios tendría que pensar en él, tomarlo en consideración. Pero ¿vale la pena que se lo tome en consideración? ¿Qué hay en él que lo haga digno de que se piense en él? ¿Y quién debe pensar en él? Dios mismo. Ustedes ven, todos estos pensamientos, y todavía muchos otros, deberían cruzar su mente cuando él pronuncia esta simple oración. Y son precisamente estos pensamientos los que podrían hacer para él aquello que pide que Dios haga. Pero ¡en qué piensa!, y qué resultados puede dar su oración, cuando él repite como un loro: ¡Señor, ten piedad! ¡Señor, ten piedad! ¡Señor, ten piedad! Ustedes saben bien que esto no puede dar ningún resultado».

«En general, conocemos mal el Cristianismo y las formas del culto cristiano, y no conocemos su historia, así como tampoco el origen de una cantidad de cosas. Por ejemplo, la iglesia, el templo donde se reúnen los fieles, y donde se celebran los oficios según los ritos particulares, ¿dónde se originó? ¡Cuántas personas hay que nunca han pensado en esto! Unos se dicen que las formas exteriores del culto, los ritos, los cánticos, han sido inventados por los Padres de la iglesia. Otros piensan que las formas exteriores han sido tomadas, por una parte de los paganos y, por otra, de los hebreos. Pero todo esto es falso. La cuestión de los orígenes de la iglesia cristiana, es decir del templo cristiano, es mucho más interesante de lo que pensamos. Primeramente, la iglesia y su culto, en la forma en que se presentaban en los primeros siglos de la era cristiana, no podían provenir del paganismo; no había nada parecido, ni en los cultos griegos y romanos, ni en el judaísmo. La sinagoga, el templo indio, los templos griegos y romanos llenos de dioses, eran muy diferentes a la iglesia cristiana que apareció en el primer y segundo siglo. La iglesia cristiana es una escuela, de la que ya no se sabe que es una escuela. Imagínense una escuela, donde los maestros den sus cursos y hagan sus demostraciones, sin saber que son cursos y demostraciones; y cuyos alumnos o los simples oyentes tomen los mismos cursos y demostraciones por ceremonias, ritos, o “sacramentos”, es decir por, magia. Eso se parecería bastante a la iglesia cristiana de nuestros días».

«La iglesia cristiana, la forma cristiana del culto, no ha sido inventada por los Padres de la Iglesia. Todo fue recogido de Egipto —pero no del Egipto que conocemos, todo ha sido recogido, tal cual, de un Egipto que no conocemos. Este Egipto estaba en el mismo lugar que el otro pero existía desde mucho tiempo antes y no se confundía con el otro. Solamente ínfimos vestigios han sobrevivido en los tiempos históricos, pero fueron conservados en secreto, y tan bien que ni siquiera sabemos dónde».

«Les parecerá extraño si les digo que este Egipto prehistórico era cristiano varios miles de años antes del nacimiento de Cristo, o por decirlo mejor, que su religión se basaba sobre los mismos principios, sobre las mismas ideas que el verdadero Cristianismo. En este Egipto prehistórico, había escuelas especiales, llamadas “escuelas de repetición”. En estas escuelas, en fechas fijas, y en algunas de ellas aun todos los días, se daban, bajo forma condensada, repeticiones públicas del curso completo de las ciencias que se enseñaban en ellas. La “repetición” duraba a veces una semana entera, a veces un mes. Gracias a estas “repeticiones”, los que habían seguido los cursos mantenían contacto con la escuela, y podían así retener todo lo que habían aprendido. Algunos venían de muy lejos para asistir a estas “repeticiones”, y volvían a partir con un nuevo sentimiento de pertenecer a la escuela. En el transcurso del año, varios días especiales eran consagrados a “repeticiones” muy completas, que se desenvolvían con una solemnidad particular, y esos días tenían un sentido simbólico».

«Estas “escuelas de repetición” sirvieron de modelo a las iglesias cristianas. En las iglesias cristianas, las formas del culto representaban casi enteramente el “ciclo de repetición” de las ciencias que tratan del universo y del hombre. Las oraciones individuales, los himnos, el responso, todo tenía un sentido propio en estas repeticiones, así como las fiestas y todos los símbolos religiosos, pero su significado se ha perdido desde hace mucho tiempo».

Luego G. nos dio algunas explicaciones muy interesantes sobre las diversas partes de la liturgia ortodoxa. Desgraciadamente, nadie tomó notas y no quiero ponerme a reconstruirlo de memoria.

La idea era que la liturgia evoca desde las primeras palabras, por así decirlo, todo el proceso cosmogónico, repitiendo todas las etapas y todas las fases de la creación. Me sorprendió particularmente el constatar hasta qué punto, según las explicaciones de G., todo había sido conservado bajo su forma pura, y cuán poco de ello comprendíamos. Estas explicaciones diferían mucho de las interpretaciones teológicas habituales, y hasta de las interpretaciones místicas. Y la principal diferencia era que G. eliminaba una cantidad de alegorías. Gracias a sus explicaciones, pude ver que tomamos por alegorías muchas cosas donde no existe alegoría alguna y que al contrario deben ser comprendidas mucho más simple y psicológicamente. Lo que dijo acerca de la última Cena puede servirnos aquí de ejemplo.

—«Todos los ritos y ceremonias tienen valor cuando se ejecutan sin ninguna alteración, dijo. Una ceremonia es un libro donde están escritas mil cosas. Quienquiera que comprenda podrá leerlo. A menudo un solo rito tiene más contenido que cien libros». Al precisar lo que se ha conservado hasta nuestros días, G. indicó al mismo tiempo lo que se había perdido y se había olvidado. Habló de las danzas sagradas que acompañaban los «servicios» en los «templos de repetición», y que hoy día están excluidas del culto cristiano. Habló también de diversos ejercicios y posturas que corresponden especialmente a las diferentes oraciones, es decir a las diferentes formas de meditación; explicó cómo se podía adquirir un control sobre la respiración e insistió en la necesidad de ser capaz de tensar o de relajar a voluntad cualquier grupo de músculos, o los músculos de todo el cuerpo; en fin, nos enseñó muchas cosas relacionadas, por así decirlo, con la «técnica» de la religión.

Un día, con referencia a la descripción de un ejercicio de concentración, en el cual se trataba de llevar la atención de una parte del cuerpo hacia otra, G. preguntó:

—«¿Cuando ustedes pronuncian la palabra Yo en voz alta, pueden notar dónde resuena en ustedes esta palabra?».

No comprendimos en seguida lo que quería decir. Pero algunos de los nuestros comenzaron a notar muy pronto que cuando pronunciaban la palabra Yo, tenían la impresión de que esa palabra resonaba en la cabeza, otros la sentían en el pecho, otros encima de la cabeza —fuera del cuerpo—.

Debo decir aquí que, por mi parte, yo era totalmente incapaz de provocar esta sensación en mí, y que tenía que referirme a los otros.

Al escuchar todas nuestras conversaciones, G. dijo que un ejercicio de este género se había conservado hasta nuestros días en los monasterios del monte Athos.

Un monje se mantiene en una cierta posición, ya sea arrodillado o de pie, los brazos en alto con los codos en ángulo, y dice «Ego» en voz alta y sostenida, escuchando a la vez dónde resuena esta palabra.

La meta de este ejercicio es la de hacerle sentir su «Yo» cada vez que piensa en sí mismo, y de hacer pasar su «Yo» de un centro a otro.

G. recalcó varias veces la necesidad de estudiar esta «técnica» olvidada, porque dijo que sin ella es imposible obtener resultado alguno en el camino de la religión, aparte, claro está, de resultados puramente subjetivos.

«Recuerden, dijo, que toda religión verdadera —hablo de aquéllas que fueron creadas por hombres realmente sabios con una meta precisa— está compuesta de dos partes. La primera enseña lo que debe ser hecho. Esta parte recae en el dominio de los conocimientos generales y se corrompe con el tiempo a medida que se aleja de su origen. La otra parte enseña cómo hacer lo que enseña la primera. Esta segunda se conserva secretamente en ciertas escuelas, y con su ayuda siempre se puede rectificar lo que ha sido falseado en la primera parte, o restaurar lo que ha sido olvidado».

«Sin esta segunda parte, no puede haber conocimiento de la religión, o en todo caso, este conocimiento permanece incompleto y muy subjetivo».

«Esta parte secreta existe en el cristianismo como en todas las otras religiones auténticas y enseña cómo seguir los preceptos de Cristo y lo que significan realmente».

Debo todavía mencionar una conversación sobre los cosmos.

—Veo aquí una relación con las ideas de Kant sobre el fenómeno y el noúmeno, le dije a G. Además es aquí donde está todo el asunto. La tierra, como cuerpo tridimensional, es el «fenómeno» y como cuerpo hexadimensional es el «noúmeno».

—«Es cierto, respondió G. Agréguele solamente la idea de escala: si Kant hubiera introducido la idea de escala en su filosofía, muchos de sus escritos tendrían valor. Es la única cosa que le faltó».

Al escuchar a G. pensaba que Kant hubiera quedado muy sorprendido de oír esta sentencia. Pero la idea de escala me era muy familiar; me di cuenta de que al tomarla como punto de partida era posible encontrar muchas cosas nuevas e inesperadas en aquello que creemos conocer.

Cerca de un año más tarde, al desarrollar la idea de los cosmos considerados en su relación con los problemas del tiempo, obtuve una tabla del tiempo en los diferentes cosmos, que examinaremos más tarde.

Al hablar un día de la coordinación de todas las cosas en el universo, G. se detuvo especialmente en la cuestión de la «vida orgánica sobre la tierra».

—«Para la ciencia ordinaria, dijo, la vida orgánica es una especie de apéndice accidental que viola la integridad de un sistema mecánico. La ciencia ordinaria no la liga a nada y no saca ninguna conclusión del hecho de su existencia. Pero ustedes ya deberían haber reconocido que no hay y que no puede haber nada accidental ni inútil en la naturaleza; cada cosa tiene su función precisa, y sirve a un propósito definido. Así, la vida orgánica es un eslabón indispensable en la cadena de los mundos; ésta no puede existir sin ella, tanto como ella misma no podría existir fuera de esta cadena. Ya hemos dicho que la vida orgánica transmite a la tierra las diversas influencias planetarias, y que sirve de alimento a la Luna, permitiéndole así crecer y fortificarse. Pero la tierra también crece, no en volumen, sino en conciencia y en receptividad. Las influencias planetarias que le bastaban en cierto período de su existencia se tornan insuficientes; necesita influencias más sutiles. Para recibir estas influencias más sutiles, necesita un aparato receptor también más sutil. La vida orgánica debe entonces evolucionar para adaptarse a las necesidades de los planetas y de la tierra. Asimismo, en tal o cual período la luna puede satisfacerse del alimento de una cierta calidad que le trae la vida orgánica. Pero llega un momento en que este alimento deja de satisfacerla y ya no puede asegurar su crecimiento; desde ese momento, la luna comienza a tener hambre. La vida orgánica debe estar en condiciones de saciar este hambre, de otro modo no cumple su función, no responde a su propósito. Esto significa que para responder a su propósito, la vida orgánica debe evolucionar y mantenerse al nivel de las necesidades de los planetas, de la tierra y de la luna».

«El rayo de creación, tal como lo hemos tomado del Absoluto a la Luna, es como la rama de un árbol, es una rama que crece. La extremidad de esta rama, de donde salen los nuevos brotes, es la luna. Si la luna no crece, si no produce, o no se prepara a producir ningún brote, quiere decir que el crecimiento de todo el rayo de creación se va a detener, o bien que debe encontrar un nuevo medio de crecimiento, desarrollar alguna rama lateral. Al mismo tiempo, todo lo que acabamos de decir nos permite ver que el crecimiento de la luna depende de la vida orgánica sobre la tierra. El crecimiento del rayo de creación depende entonces de la vida orgánica sobre la tierra. Si la vida orgánica desaparece o muere, toda la rama se seca inmediatamente, o, por lo menos, la parte de la rama que se encuentra más allá de la vida orgánica. La misma cosa se debe producir, aunque más lentamente, si la vida orgánica se detiene en su desarrollo, en su evolución, y ya no puede responder a las demandas que se le hacen. La rama puede secarse. Nunca hay que olvidarlo. Se han dado exactamente las mismas propiedades de desarrollo y crecimiento a la parte Tierra-Luna del rayo de creación, que a cada rama de un gran árbol. Pero el crecimiento de esta rama no está garantizado en ninguna forma; depende de la acción armoniosa y correcta de sus propios tejidos. Si uno de estos tejidos deja de desarrollarse, todos los demás hacen lo mismo. Todo lo que puede decirse sobre el rayo de creación o sobre su parte Tierra-Luna se aplica igualmente a la vida orgánica sobre la tierra. La vida orgánica sobre la tierra es un fenómeno complejo, pues todos sus elementos dependen estrechamente unos de otros. El crecimiento general no es posible sino a condición de que crezca la “extremidad de la rama”. O para hablar de una manera más precisa, en la vida orgánica hay tejidos que evolucionan y otros que le sirven de alimento y de ambiente. Igualmente, en los tejidos en evolución, hay células que evolucionan y otras que les sirven de alimento y de ambiente. Y cada célula en evolución a su vez comporta partes que evolucionan y partes que le sirven de alimento. Pero siempre y en todo, hay que recordar que la evolución jamás está garantizada, que es solamente una posibilidad y que puede detenerse en todo momento y en todo lugar».

«La parte de la vida orgánica que evoluciona es la humanidad. Asimismo la humanidad también tiene una parte que evoluciona, pero luego hablaremos de eso; mientras tanto, tomaremos la humanidad como un todo. Si la humanidad no evoluciona, ello significa que la evolución de la vida orgánica debe detenerse, lo que provocará a su vez una detención en el crecimiento del rayo de creación. Al mismo tiempo, si la humanidad deja de evolucionar, se vuelve inútil desde el punto de vista de los fines para los cuales había sido creada, y como tal puede ser destruida. Así la detención de la evolución puede significar la destrucción de la humanidad».

«No tenemos indicios que nos permitan precisar en qué período de la evolución planetaria nos encontramos, ni si la tierra y la luna tendrán o no tiempo de esperar que la vida orgánica se desarrolle hasta el estado deseado de su evolución. Pero naturalmente, los que saben pueden tener informaciones exactas sobre esto, es decir que pueden definir en qué fase de su evolución se encuentra la tierra, la luna y la humanidad. En lo que a nosotros concierne, no lo podemos saber, pero deberíamos recordar que el número de posibilidades jamás es infinito».

«Por otra parte, si examinamos la vida de la humanidad tal como la conocemos en el plano histórico ¿no debemos convenir en que la humanidad gira en un círculo vicioso? Destruye en el curso de un siglo todo lo que ha creado en otro, y su progreso mecánico de los últimos cien años se hace a expensas de muchos otros valores, tal vez mucho más preciosos para ella. En general, existen todas las razones para pensar y afirmar que la humanidad atraviesa actualmente un período de estancamiento; y el estancamiento no está lejos de la decadencia, y luego de la degeneración. El estancamiento significa que un proceso se ha equilibrado. La aparición de una cualidad cualquiera provoca inmediatamente la aparición de otra cualidad de naturaleza opuesta. El crecimiento del saber en un dominio acarrea el crecimiento de la ignorancia en otro; el refinamiento acarrea la vulgaridad; la libertad, la esclavitud; el retroceso de algunas supersticiones favorece el desarrollo de otras, y así sucesivamente».

«Ahora, si recordamos la ley de octava, veremos que un proceso equilibrado, que se efectúa de cierta manera, no puede ser modificado en cualquier momento a voluntad. No se puede provocar cambio alguno sino en ciertas “encrucijadas”. Entre estas “encrucijadas” nada se puede hacer. Y si un proceso pasa por una encrucijada sin que nada suceda, sin que nada sea hecho, será ya demasiado tarde: el proceso continuará desarrollándose según leyes mecánicas; y aun si los que toman parte en este proceso ven la inminencia de una destrucción total, no podrán hacer nada. Lo repito, hay cosas que solo pueden ser hechas en ciertos momentos, es decir en esas “encrucijadas” que, en las octavas, hemos llamado los intervalos mi fa y si do».

«Es verdad que para muchas personas la vida de la humanidad no se desenvuelve jamás como debería. Inventan toda clase de teorías destinadas a renovarla totalmente. Pero no bien surge tal teoría, surge otra que se le opone. Luego, cada teórico pretende acaparar todas las opiniones. En efecto, siempre encuentra partidarios. Claro está que sin embargo la vida sigue su propio curso, pero los hombres siguen creyendo en sus propias teorías o en las que han adoptado; siguen creyendo que es verdaderamente posible hacer algo. Y todas sus teorías son completamente fantásticas, sobre todo porque no toman en cuenta lo más importante: el papel tan secundario que desempeñan la humanidad y la vida orgánica en el proceso cósmico. Las teorías intelectuales sitúan al hombre en el centro de todo. ¡Como si todo no existiera sino para él: el sol, las estrellas, la luna, la tierra! Olvidan hasta la medida del hombre, su nulidad, su existencia efímera, etc. Y no temen afirmar que un hombre, si quiere, puede cambiar toda su vida, es decir organizarla sobre principios racionales. Así vemos aparecer sin cesar nuevas teorías que suscitan sus contrarias; éstas, todas juntas, con sus conflictos incesantes, constituyen sin duda alguna una de las fuerzas que mantienen a la humanidad en el estado en que se encuentra actualmente. Por otra parte, todas estas teorías “humanitarias” e “igualitarias” no son solamente irrealizables, sino que de realizarse, serían fatales. Todo en la naturaleza tiene su meta y su sentido, tanto la desigualdad del hombre como su sufrimiento. Destruir la desigualdad sería destruir toda posibilidad de evolución. Destruir el sufrimiento equivaldría ante todo a destruir toda una serie de percepciones para las cuales el hombre existe, y además a destruir el “choque”, es decir, la única fuerza que puede cambiar la situación. Y es igual para todas las teorías intelectuales».

«El proceso de evolución, de esta evolución que es posible para la humanidad tomada como un todo, es enteramente análogo al proceso de evolución posible para el hombre individual. Y comienza de la misma manera: cierto número de células poco a poco se vuelven conscientes, se agrupan; este grupo atrae hacia él a otras células, subordina otras, y hace que el organismo entero sirva progresivamente a su propósito —y ya no solamente para comer, beber y dormir. Ésta es la evolución, y no puede haber ninguna otra clase de evolución. Para la humanidad, como para el hombre tomado separadamente, todo comienza a partir de la formación de un núcleo consciente. Todas las fuerzas mecánicas de la vida luchan contra la formación de este núcleo consciente en la humanidad, de igual manera que las costumbres mecánicas, los gustos y las debilidades, luchan en el hombre contra el consciente recuerdo de sí».

—¿Puede decirse que hay una fuerza consciente en lucha contra la evolución de la humanidad?, pregunté yo.

—«Desde cierto punto de vista, se puede decir», respondió G. Anoto esta respuesta, pues parece estar en contradicción con lo que él había dicho anteriormente: que no había sino dos fuerzas en lucha en el mundo, la «conciencia» y la «mecanicidad».

—¿De dónde viene esta fuerza?

—«Explicarlo tomaría demasiado tiempo. Y actualmente eso no puede tener ningún valor práctico para nosotros. Hay dos procesos a veces llamados “involutivo” y “evolutivo”. Veamos su diferencia. Un proceso involutivo comienza conscientemente en el Absoluto, pero en la etapa siguiente ya es mecánico y cada vez se torna más y más mecánico. Por el contrario, un proceso evolutivo comienza semiconscientemente, y se vuelve cada vez más y más consciente a medida que se desarrolla. Pero en ciertos momentos, la conciencia también puede aparecer en el proceso “involutivo”, bajo la forma de oposición consciente al proceso de evolución».

«¿De dónde viene esta conciencia? Naturalmente, del proceso evolutivo. Éste debe proseguirse sin interrupción. Cada detención tiene el efecto de quebrar el proceso fundamental. Estos fragmentos dispersos de conciencia que han sido detenidos en su desarrollo también pueden unirse, y durante cierto tiempo, vivir luchando contra el proceso de evolución. Después de todo, eso solo lo hace más interesante. En vez de una lucha contra fuerzas mecánicas, en ciertos momentos puede haber una lucha contra la oposición intencional de fuerzas realmente muy poderosas, aunque su poder no sea comparable por cierto con el poder de las que dirigen el proceso evolutivo. A veces estas fuerzas adversas pueden aún tomar ventaja. Y esto, porque las fuerzas que dirigen la evolución tienen una elección de medios más limitada; en otros términos, no pueden hacer uso sino de ciertos medios y de ciertos métodos. Las fuerzas adversas no están limitadas en la elección de medios, pueden usar cualquiera, hasta los que no aportan sino un éxito temporal, y a fin de cuentas aniquilan a la vez la evolución y la involución».

«Pero como ya lo he dicho, esta cuestión no tiene nada de práctico para nosotros. A nosotros solo nos importa establecer dónde comienza la evolución, y cómo prosigue. Y si recordamos la completa analogía entre la humanidad y el hombre, no será difícil establecer si la humanidad está o no en evolución».

«¿Podemos decir, por ejemplo, que la vida esté gobernada por un grupo de hombres conscientes? ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Vemos exactamente lo contrario. La vida está en poder de los más inconscientes y de los más dormidos».

«¿Podemos decir que observamos en la vida una preponderancia de los mejores, más fuertes y más valientes elementos humanos? De ningún modo. Al contrario, vemos reinar en todas partes la vulgaridad y la estupidez bajo todas sus formas».

«¿Podemos decir, en fin, que vemos en la vida aspiraciones hacia la unidad, hacia una unificación? Por cierto que no. No vemos sino nuevas divisiones, nuevas hostilidades, nuevos malentendidos».

«De manera que nada denota una evolución en la situación actual de la humanidad. Por el contrario, si comparamos a la humanidad con un hombre, vemos claramente el crecimiento de la personalidad a expensas de la esencia, es decir el crecimiento de lo artificial, de lo irreal, de lo que no es nuestro, a expensas de lo natural, de lo real, de lo que realmente es nuestro».

«Al mismo tiempo, constatamos un crecimiento del automatismo».

«La civilización contemporánea quiere autómatas. Y la gente está ciertamente en camino de perder sus costumbres adquiridas de independencia, se convierte cada vez más en robots, no son sino engranajes de sus máquinas. Es imposible decir cómo terminará todo esto ni cómo salir de ello, ni aun si puede haber un fin y una salida. Una sola cosa es segura, y es que la esclavitud del hombre no hace sino aumentar. El hombre se torna un esclavo voluntario. Ya no tiene necesidad de cadenas: comienza a amar su esclavitud y a sentirse orgulloso de ella. Nada más terrible le podría ocurrir al hombre».

«Todo lo que he dicho hasta el presente se relaciona con la humanidad considerada en su totalidad. Pero como ya lo he señalado, la evolución de la humanidad solo puede hacerse por la evolución de un cierto grupo, que a su vez influirá en el resto de la humanidad y la dirigirá».

«¿Podemos decir que existe un grupo de esta clase? Tal vez podamos, basándonos en ciertos signos, pero en todo caso tenemos que reconocer que es un grupo muy pequeño, totalmente insuficiente para subyugar al resto de la humanidad. O bien, al mirar las cosas desde otro punto de vista, podemos decir que la humanidad se halla en tal estado que es incapaz de aceptar la dirección de un grupo consciente».

—¿Cuántas personas puede haber en este grupo consciente?, preguntó alguien.

—«Solo ellos lo saben», respondió G.

—¿Eso quiere decir que todos se conocen?, preguntó la misma persona.

—«¿Cómo podría ser de otra manera?, dijo G. Imagínense dos o tres hombres despiertos entre una multitud de dormidos. Ciertamente se conocerán. Pero los que están dormidos no pueden conocerlos. ¿Cuántos son? No lo sabemos ni lo podemos saber hasta que hayamos despertado; ya hemos explicado que un hombre no puede ver nada por encima de su propio nivel de ser. En verdad doscientos hombres conscientes, si existieran y si encontraran necesaria y legítima esta intervención, podrían cambiar toda la vida sobre la tierra. Pero no existen en cantidad suficiente, o no lo quieren, o bien no ha llegado aún el tiempo, o tal vez los otros duermen demasiado profundamente».

«Aquí hemos llegado al umbral del esoterismo».

«Al hablar de la historia de la humanidad, ya hemos indicado que la vida de la humanidad a la cual pertenecemos está gobernada por fuerzas que provienen de dos fuentes: en primer lugar, las influencias planetarias, que obran de manera totalmente mecánica, y que tanto las masas humanas como los individuos reciben por completo involuntaria e inconscientemente; luego, las influencias que vienen de los círculos interiores de la humanidad, cuya existencia y significación no son menos ignoradas que las influencias planetarias por la gran mayoría de la gente».

«La humanidad a la cual pertenecemos, toda la humanidad histórica y prehistórica generalmente conocida, no constituye en realidad sino el círculo exterior de la humanidad, en el interior del cual se encuentran varios otros círculos».

«Podemos entonces representarnos a la humanidad entera, conocida y desconocida, como formada por varios círculos concéntricos».

«El círculo interior se llama el círculo “esotérico”; está compuesto por las personas que han alcanzado el más alto desarrollo posible al hombre; es el círculo de los hombres que poseen la individualidad, en el sentido más pleno de esta palabra, es decir un Yo indivisible, todos los estados de conciencia que le son accesibles, el control completo de estos estados de conciencia, todo el saber posible al hombre, y una voluntad libre e independiente. Tales individuos no pueden obrar contrariamente a su comprensión, o tener una comprensión que no se exprese por sus acciones. Además, no puede haber discordias entre ellos ni diferencia de comprensión. Por consiguiente, su actividad está totalmente coordinada, y los conduce hacia una meta común sin ninguna clase de coacción, porque en el fondo hay una comprensión común e idéntica».

«El siguiente círculo se llama “mesotérico”, que quiere decir el del medio. Los hombres que pertenecen a este círculo poseen todas las cualidades de los miembros del círculo esotérico, con la única restricción de que su saber es de un carácter más teórico. Esto se refiere, naturalmente, a un saber de carácter cósmico. Saben y comprenden una cantidad de cosas que todavía no han encontrado expresión en sus acciones. Saben más de lo que hacen. Pero su comprensión no es menos exacta que la de los miembros del círculo esotérico, por consecuencia, es idéntica. Entre ellos no puede haber discordias, no se puede producir ningún malentendido. Lo que cada uno comprende lo comprenden todos, y lo que todos comprenden lo comprende cada uno. Pero como hemos dicho, esta comprensión, comparada a la del círculo esotérico, es más teórica».

«El tercer círculo se llama “exotérico”, es decir exterior, porque es el círculo exterior de la parte interior de la humanidad. Los hombres que forman parte de este círculo tienen muchos conocimientos comunes con los miembros de los círculos esotérico y mesotérico, pero su saber cósmico es de un carácter más filosófico, es decir, más abstracto que el saber del círculo mesotérico. Un miembro del círculo mesotérico calcula, un miembro del círculo exotérico contempla. La comprensión de los miembros del círculo exotérico puede no expresarse por actos. Pero no puede haber diferencia de comprensión entre ellos. Lo que uno de ellos comprende, todos los otros lo comprenden».

«En la literatura que admite la existencia del esoterismo, la humanidad en general se divide solo en dos círculos; y el “círculo exotérico”, como opuesto al “círculo esotérico”, se llama: la vida ordinaria. Esto es un grave error. En realidad, el “círculo exotérico” está muy lejos de nosotros y se sitúa en un nivel muy elevado. Para un hombre ordinario, esto ya es el “esoterismo”».

«El “círculo exterior” propiamente dicho es el círculo de la humanidad mecánica a la cual pertenecemos, la única que conocemos. Este círculo se reconoce primeramente por el signo de que para las personas que forman parte de él, no hay ni puede haber comprensión común. Cada uno comprende a su manera, y hay tantas maneras de “comprender” como personas. Este círculo se llama a veces el círculo de la “confusión de las lenguas”, porque en este círculo cada uno habla su lengua propia para él solo, y nadie comprende a nadie, ni se preocupa por ser comprendido. Es por lo tanto el círculo donde es imposible la comprensión mutua, salvo en muy raros instantes, totalmente excepcionales, y aún sobre temas casi despojados de significación, y solo dentro de los límites del ser dado. Si las personas que pertenecen a este círculo se vuelven conscientes de esta falta general de comprensión y adquieren el deseo de comprender y de ser comprendidas, significa que tienden inconscientemente hacia el círculo interior, porque una comprensión mutua no comienza sino en el círculo exotérico y solo allí podría desarrollarse. Pero la conciencia de la falta de comprensión llega a cada uno por los caminos más diferentes».

«Así la posibilidad que tienen las personas de comprenderse depende de su posibilidad de entrar en el círculo exotérico donde comienza la comprensión».

«Si nos representamos a la humanidad bajo la forma de cuatro círculos concéntricos, nos podemos imaginar cuatro puertas en la periferia del tercer círculo, es decir del círculo exotérico, por los cuales los hombres del círculo mecánico pueden penetrar».

«Estas cuatro puertas corresponden a los cuatro caminos que hemos descrito».

«El primero es el camino del faquir, el camino de los hombres N.º 1, los hombres del cuerpo físico, entre los cuales predominan los instintos, los sentidos y los impulsos motores, hombres sin mucho corazón ni mente».

«El segundo es el camino del monje, el camino religioso, el camino de los hombres N.º 2, es decir el de los hombres de sentimiento. Ni su mente ni su cuerpo deben ser demasiado fuertes».

«El tercero es el camino del yogui. Es el camino de la mente, el camino de los hombres N.º 3. Aquí, el corazón y el cuerpo no deben ser particularmente fuertes, de lo contrario podrían ser un impedimento para este camino».

«Pero fuera de estos tres caminos, que no podrían convenir a todos, hay un cuarto».

«La diferencia fundamental entre los tres caminos del faquir, del monje, del yogui, y el cuarto, es que los tres primeros están ligados a formas permanentes que han subsistido casi sin cambio en el curso de largos períodos históricos. Su base común es la religión. Exteriormente, las escuelas de yoguis difieren poco de las escuelas religiosas, y asimismo de las diversas órdenes o cofradías de faquires que han existido a través de la historia y existen todavía en diferentes países. Estos tres caminos tradicionales son caminos permanentes, dentro de los límites de nuestros tiempos históricos».

«Aún existían otros caminos hace dos o tres mil años, pero han desaparecido. En cuanto a los que han subsistido hasta nuestros días, eran en ese tiempo mucho menos divergentes».

«El cuarto camino difiere de los antiguos y de los nuevos porque nunca es permanente. No tiene forma determinada y no hay instituciones sujetas a él. Aparece y desaparece, según las leyes que le son propias».

«El cuarto camino nunca existe sin cierto trabajo de un sentido bien definido, implica siempre una cierta empresa, que de por sí fundamenta y justifica su existencia. Cuando este trabajo ha terminado, es decir, cuando se ha alcanzado la meta que se proponía, el cuarto camino desaparece; entendámonos, desaparece de tal o cual lugar, se despoja de tal o cual forma, para reaparecer tal vez en otro lugar y bajo otra forma. La razón de ser de las escuelas del cuarto camino es el trabajo que ejecutan para la empresa que quieren llevar a cabo. Jamás existen por sí mismas como escuelas, con una meta de educación o de instrucción».

«Ningún trabajo del cuarto camino requiere ayuda mecánica. En todas las empresas del cuarto camino solo puede ser útil un trabajo consciente. El hombre mecánico no puede proveer trabajo consciente, de manera que la primera labor de los hombres que emprenden un trabajo semejante es asegurarse asistentes conscientes».

«El trabajo mismo de las escuelas del cuarto camino puede tomar formas muy variadas y tener sentidos muy diferentes. En las condiciones ordinarias de la vida, la única ocasión de encontrar un camino está en la posibilidad de encontrar un trabajo de este tipo, a su comienzo. Pero la probabilidad de encontrar un trabajo de esta clase, así como la posibilidad de aprovechar esta ocasión, dependen mucho de las circunstancias y de las condiciones».

«Cuanto más rápido comprende un hombre la meta del trabajo a ejecutarse, tanto más rápido podrá devenirle útil, tanto más rápido le sacará provecho».

«Pero cualquiera que sea la meta fundamental del trabajo, las escuelas solo existen mientras dura este trabajo. Cuando ha sido llevado a cabo, las escuelas cierran. Las personas que originaron este trabajo abandonan la escena. Las que han aprendido cuanto les era posible y han alcanzado la posibilidad de continuar este camino de una manera independiente emprenden entonces, bajo una u otra forma, un trabajo personal».

«Pero cuando la escuela cierra, a veces queda cierto número de personas que al haber gravitado alrededor del trabajo, han visto el aspecto exterior y lo han tomado por la totalidad del trabajo. Al no tener ninguna duda ni sobre sí mismos, ni sobre la justeza de sus conclusiones y de su comprensión, deciden continuar. Con este propósito abren nuevas escuelas, enseñan a otros lo que han aprendido, y les hacen las mismas promesas que ellos han recibido. Naturalmente, todo esto no puede ser sino una imitación exterior. Pero cuando miramos hacia atrás en la historia, nos es casi imposible distinguir dónde termina lo verdadero y dónde comienza la imitación. En todo caso, casi todo lo que conocemos de las diversas escuelas ocultas, masónicas y alquimistas, se relaciona a tales imitaciones. No conocemos prácticamente nada de las verdaderas escuelas, salvo el resultado de su trabajo, y aún más, tan solo en la medida en que somos capaces de distinguirlo de falsificaciones e imitaciones».

«Pero estos sistemas seudoesotéricos también tienen su papel en el trabajo y en las actividades de los círculos esotéricos. En realidad sirven de intermediarios entre la humanidad, completamente sumergida en la vida material, y las escuelas que se interesan en la educación de cierto número de personas, tanto por el interés de su propia existencia como por el trabajo de carácter cósmico que puedan tener que ejecutar. La idea misma de esoterismo, la idea de iniciación, en la mayoría de los casos llegan a la gente por medio de las escuelas y los sistemas seudoesotéricos; y si estas escuelas seudoesotéricas no existieran, la mayoría de los hombres jamás habría oído hablar de algo más grande que su vida, porque la verdad en su forma pura es inaccesible. A causa de las numerosas características del ser del hombre, y particularmente del ser contemporáneo, la verdad no puede llegar a los hombres sino bajo la forma de mentira. Solo bajo esta forma son capaces de digerirla y de asimilarla. La verdad sin desnaturalizar sería para ellos un alimento indigesto».

«Además, un grano de verdad subsiste algunas veces en forma inalterada en los movimientos seudoesotéricos, en las religiones de iglesia, en las escuelas de ocultismo y de teosofía. Puede conservarse en sus escritos, en sus rituales, en sus tradiciones, en sus jerarquías, en sus dogmas y en sus reglas».

«Las escuelas esotéricas —ya no hablo de las escuelas seudoesotéricas— que existen tal vez en ciertos países del Oriente son difíciles de encontrar, porque generalmente allá se resguardan en monasterios o en templos. Los monasterios tibetanos tienen habitualmente la forma de cuatro círculos concéntricos, o de cuatro patios separados por altas murallas. Los templos hindúes, sobre todo los del Sur, se edifican sobre el mismo plan, pero en forma de cuadrados contenidos unos dentro de otros. Los fieles tienen acceso al primer patio exterior, y algunas veces, por excepción, los adeptos de otras religiones y los europeos. Al segundo patio solo tienen acceso ciertas castas y ciertos privilegiados. Al tercer patio no tienen acceso sino los que pertenecen al templo; y, al cuarto, solo los sacerdotes y los brahmanes. Organizaciones análogas, con algunos detalles parecidos, existen en todas partes, y permiten que las escuelas esotéricas existan sin ser reconocidas. Entre docenas de monasterios, no hay más que una escuela. Pero ¿cómo reconocerla? Si ustedes entran, no serán admitidos sino al interior del primer patio; solamente los alumnos tienen acceso al segundo patio. Pero ustedes no saben esto, les dicen que pertenecen a una casta especial. En cuanto al tercero y cuarto patios, no pueden ni siquiera sospechar su existencia. En principio, podrían constatar un tal orden en todos los templos; sin embargo, no tienen ninguna posibilidad de distinguir un templo o un monasterio esotérico de un templo o monasterio ordinario, si no se lo dicen».

«Cuando llega a nosotros la idea de iniciación, a través de sistemas seudoesotéricos, se nos transmite bajo una forma completamente errónea. Las leyendas relativas a los ritos exteriores de la iniciación han sido creadas sobre fragmentos de informaciones concernientes a los antiguos Misterios. Los Misterios constituían, por así decirlo, un camino en el cual, paralelamente a una larga y difícil serie de estudios, se daban representaciones teatrales de un tipo particular que, bajo forma alegórica, representaban el proceso entero de la evolución del hombre y del universo».

«El paso de un nivel de ser a otro estaba señalado por ceremonias de presentación de naturaleza especial: las iniciaciones. Pero ningún rito puede acarrear un cambio de ser. Los ritos no pueden señalar sino un paso franqueado, una realización. Y no es sino en los sistemas seudoesotéricos, que no poseen nada más que estos ritos, donde se les atribuye una significación independiente. Se supone que un rito, al transformarse en sacramento, transmite o comunica ciertas fuerzas al iniciado. De nuevo, esto surge de la psicología de un camino de imitación. No hay y no puede haber iniciación exterior. En realidad, cada uno debe iniciarse a sí mismo. Los sistemas y las escuelas pueden indicar los métodos y los caminos, pero ningún sistema, ninguna escuela, puede hacer por un hombre el trabajo que él mismo debe hacer. El crecimiento interior, un cambio de ser, depende enteramente del trabajo que hay que hacer sobre sí».