«Si el grano de trigo no muere, no lleva fruto». Un libro de aforismos. Despertar, morir, nacer. ¿Qué impide al hombre nacer de nuevo? ¿Qué impide al hombre «morir»? ¿Qué impide al hombre despertar? Al hombre le falta darse cuenta de su propia nulidad, ¿qué quiere decir darse cuenta de su propia nulidad? ¿Qué impide este darse cuenta? La influencia hipnótica de la vida. El sueño en el cual viven los hombres es un sueño hipnótico. El mago y las ovejas. La imaginación. «Kundalini». Los relojes despertadores. El trabajo organizado. Los grupos. ¿Es posible trabajar en grupo sin maestro? El trabajo del estudio de sí en los grupos. Los espejos. El intercambio de observaciones. Condiciones generales e individuales. Reglas. El «defecto principal». El darnos cuenta de nuestra propia nulidad. El peligro de la imitación en el trabajo. «Barreras». Verdad y mentira. Sinceridad hacia si mismo. Esfuerzos. Acumuladores. El gran acumulador. Trabajo intelectual y trabajo emocional. Necesidad de sentir. Posibilidad de comprender con el sentimiento lo que no se puede comprender con la cabeza. El centro emocional es un aparato más sutil que el centro intelectual. Explicación del bostezo en función de los acumuladores. Papel y significación de la risa en la vida. Ausencia de risa en los centros superiores.
—«Las preguntas que se me hacen, nos dijo un día G., a menudo se relacionan con textos o parábolas de los Evangelios. A mi parecer, todavía no ha llegado para nosotros el momento de hablar de los Evangelios. Esto requeriría mayor conocimiento. Pero de vez en cuando, tomaremos ciertos textos de los Evangelios como puntos de partida para nuestras conversaciones. De esta manera ustedes llegarán a leerlos como es debido, y sobre todo a comprender que generalmente faltan los puntos más esenciales en los textos conocidos por nosotros».
«Tomemos para comenzar el texto bien conocido sobre la semilla que tiene que morir para nacer. “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”».[11]
«Este texto tiene múltiples significaciones y volveremos a él a menudo. Pero ante todo, es indispensable reconocer que el principio que contiene se aplica cabalmente al hombre».
«Hay un libro de aforismos que nunca ha sido publicado y que probablemente no lo será jamás. Ya he hablado de él cuando nos preguntábamos sobre el sentido del saber, y el aforismo que les he citado ha sido extraído de él».
«Con referencia a lo que estamos hablando ahora, este libro decía»:
«El hombre puede nacer, pero para nacer primero debe morir; y para morir, primero debe despertar».
«En otra parte, este mismo libro dice»:
«Cuando el hombre despierta, puede morir; cuando muere, puede nacer».
«Debemos comprender lo que esto significa».
«“Despertar”, “morir”, “nacer”. Éstas son tres etapas sucesivas. Si estudian los Evangelios con atención, verán que se trata a menudo sobre la posibilidad de “nacer”, pero los textos no hablan menos de la necesidad de “morir”, y también muy a menudo de la necesidad de “despertar”: “Velad, porque no conocéis ni el día ni la hora…”. Pero estas tres posibilidades: despertar (o no dormir), morir, y nacer, no se ponen en relación una con otra. Sin embargo, toda la cuestión está allí. Si un hombre muere sin haber despertado, no puede nacer. Si un hombre nace sin haber muerto, puede devenir una “cosa inmortal”. Así, el hecho de no haber “muerto” impide que el hombre “nazca”; y el hecho de no haber despertado le impide “morir”; y de haber nacido antes de “morir”, este hecho le impedirá “ser”».
«Ya hemos hablado lo suficiente del significado del “nacimiento”. Nacer no es sino otra palabra para designar el comienzo de un nuevo crecimiento de la esencia, el comienzo de la formación de la individualidad, el comienzo de la aparición de un “Yo” indivisible».
«Pero para ser capaz de alcanzarlo, o al menos de entrar en este camino, el hombre debe morir; esto quiere decir que debe liberarse de una multitud de pequeños apegos y de identificaciones que lo mantienen en la situación en que se encuentra actualmente. En su vida tiene apego por todo, está apegado a su imaginación, apegado a su estupidez, apegado aun a sus sufrimientos —y quizás a sus sufrimientos más aún que a cualquier otra cosa. Debe liberarse de este apego. El apego a las cosas, la identificación con las cosas, mantienen vivientes en el hombre un millar de “yoes” inútiles. Estos “yoes” deben morir para que el gran Yo pueda nacer. Pero ¿cómo se puede hacerlos morir? No quieren morir. Es aquí donde la posibilidad de despertar viene en nuestra ayuda».
«Despertar significa darse cuenta de su propia nulidad, es decir, darse cuenta de su propia mecanicidad, completa y absoluta, y de su propia impotencia, no menos completa ni menos absoluta. Pero no basta comprenderlo filosóficamente con palabras. Hay que comprenderlo con hechos sencillos, claros, concretos, con hechos que nos conciernen. Cuando un hombre comienza a conocerse un poco, ve en sí mismo muchas cosas que no pueden dejar de horrorizarlo. En tanto que un hombre no se horrorice, no sabe nada sobre sí mismo».
«Un hombre ha visto en sí mismo algo que lo horroriza. Decide deshacerse de esto, eliminarlo, acabar con ello. Sin embargo, siente que a pesar de sus esfuerzos no puede hacerlo, que todo permanece como antes. Entonces verá su impotencia, su miseria y su nulidad; o también, cuando comienza a conocerse a sí mismo, un hombre ve que no posee nada, es decir que todo lo que él consideraba como suyo, sus ideas, sus pensamientos, sus convicciones, sus hábitos, aun sus defectos y sus vicios, nada de todo esto le pertenece: todo ha sido tomado de cualquier parte, todo ha sido copiado tal cual es. El hombre que siente esto puede sentir su nulidad. Al sentir su nulidad, no por un segundo ni por un momento, sino constantemente, un hombre se verá tal cual es en realidad, y no lo olvidará jamás».
«Esta conciencia continua de su nulidad y de su miseria, finalmente le dará el valor para “morir”, es decir para morir no simplemente en su mente, o en teoría, sino morir de hecho, y renunciar positivamente y para siempre a todos estos aspectos de sí mismo que no ofrecen ninguna utilidad desde el punto de vista de su crecimiento interior, o que se le oponen. Estos aspectos son ante todo su “falso Yo”, y luego todas sus ideas fantásticas sobre»:
«Mas para llegar un día a ser capaz de ver una cosa todo el tiempo, hay que verlo primero una vez, aunque sea por un segundo. Todos los nuevos poderes, todas las capacidades de realización, vienen de una sola y misma manera. Al comienzo se trata solo de raras vislumbres que no duran sino un instante; luego éstas pueden reproducirse más a menudo y durar cada vez más tiempo, hasta que al fin, después de un larguísimo trabajo, se vuelven permanentes. La misma ley se aplica al despertar. Es imposible despertar completamente de un solo golpe. Hay que comenzar primero por despertar durante muy breves instantes. Pero hay que morir de golpe y para siempre, después de haber hecho un cierto esfuerzo, después de haber triunfado sobre un cierto obstáculo, después de haber tomado una cierta decisión, de la cual no se puede retroceder. Esto sería difícil y aun imposible, si no se hubiera hecho anteriormente un despertar lento y gradual».
«Pero hay miles de cosas que impiden que el hombre despierte y que lo mantienen en poder de sus sueños. Para actuar conscientemente con la intención de despertar, hay que conocer la naturaleza de las fuerzas que retienen al hombre en el sueño».
«Ante todo, hay que comprender que el sueño en el cual existe el hombre no es un sueño normal, sino hipnótico. El hombre está hipnotizado, y este estado hipnótico es mantenido y reforzado continuamente en él. Todo pasa como si hubiera ciertas “fuerzas” para las cuales sería útil y beneficioso el mantener al hombre en un estado hipnótico, con el fin de impedirle que vea la verdad y que se dé cuenta de su situación».
«Cierto cuento oriental habla de un mago muy rico que tenía numerosos rebaños de ovejas. Este mago era muy avaro. No quería contratar pastores, y no quería cercar los prados donde pacían sus ovejas. Las ovejas se extraviaban en el bosque, se caían de los barrancos, se perdían, y sobre todo se fugaban cuando se aproximaba el mago, porque sabían que él quería su carne y su piel. Y a las ovejas esto no les agradaba».
«Por fin, el mago encontró el remedio. Hipnotizó a las ovejas y les sugirió primeramente que eran inmortales, y que no les haría ningún daño el ser despellejadas, que al contrario este tratamiento era excelente para ellas, y aun agradable; luego el mago les sugirió que él era un buen pastor que amaba mucho a su rebaño, que estaba dispuesto a hacer toda clase de sacrificios por él; en fin, les sugirió que si les llegase a suceder la menor cosa, eso no ocurriría en ningún caso ahora, ese mismo día, y que por consiguiente no tenían que preocuparse. Después el mago les metió en la cabeza que de ninguna manera eran ovejas; sugirió a algunas que eran leones, a otras que eran águilas, y a otras que eran hombres o que eran magos».
«Hecho esto sus ovejas no le causaron más molestias ni preocupación. No se escapaban más, esperando por el contrario con serenidad el instante en que el mago las esquilara o las degollara».
«Este cuento ilustra perfectamente la situación del hombre».
«En la literatura llamada “oculta”, ustedes probablemente han encontrado las expresiones “Kundalini”, “el fuego de Kundalini” o “la serpiente de Kundalini”. Estos términos se emplean a menudo para señalar un poder extraño latente en el hombre que puede ser despertado. Pero ninguna de las teorías conocidas da la verdadera explicación de la fuerza de Kundalini. Esta fuerza se atribuye a veces al sexo, a la energía sexual, es decir se asocia a la idea de que es posible emplear la energía del sexo para otros fines. Esta última interpretación es completamente errónea, porque Kundalini puede estar en todas las cosas. Y sobre todo, Kundalini no es en ningún caso algo deseable o útil para el desarrollo del hombre. Es muy curioso notar cómo los ocultistas se han valido de una palabra cuya significación han alterado completamente, logrando hacer de esta muy peligrosa fuerza un objeto de esperanza y una promesa de bendición».
«En realidad, Kundalini es el poder de la imaginación, el poder de la fantasía, que usurpa el lugar de una función real. Cuando un hombre sueña en vez de actuar, cuando sus sueños toman el lugar de la realidad, cuando un hombre se toma a sí mismo por un león, un águila o un mago, es la fuerza de Kundalini que actúa en él. Kundalini puede actuar en todos los centros, y con su ayuda todos los centros pueden satisfacerse, ya no en lo real sino en lo imaginario. Una oveja que se toma a sí misma por un león o por un mago, vive bajo el poder de Kundalini».
«Kundalini es una fuerza que ha sido introducida en los hombres para mantenerlos en su estado actual. Si los hombres pudieran darse cuenta realmente de su situación, si pudieran darse cuenta de todo el horror de esto, serían incapaces de seguir siendo como son, ni siquiera por un segundo. Comenzarían en seguida a buscar una salida, y la encontrarían muy rápidamente porque hay una salida; pero los hombres no la ven, simplemente porque están hipnotizados. Kundalini es la fuerza que los mantiene en un estado de hipnosis. Para el hombre, despertar significa estar “deshipnotizado”. Allí está la dificultad principal, pero es igualmente allí donde encontramos la garantía de la posibilidad del despertar, porque no hay legitimación orgánica para tal sueño —el hombre puede despertar».
«Teóricamente, lo puede hacer, pero prácticamente es casi imposible, porque tan pronto un hombre abre los ojos, despertando por un momento, todas las fuerzas que lo retienen en el sueño ejercitan de nuevo sobre él una fuerza diez veces más fuerte, e inmediatamente recae en el sueño, muy a menudo soñando que está despierto o que está despertando».
«En el sueño ordinario, en ciertos casos un hombre quisiera despertar, pero no puede. Se dice que está despierto, pero en realidad continúa durmiendo —y esto puede producirse repetidas veces antes de que por fin despierte—. En el caso del sueño ordinario, una vez despierto el hombre se encuentra en un estado diferente; pero en el caso del sueño hipnótico, es otra cosa: no hay signos objetivos, al menos cuando uno comienza a despertar; el hombre no se puede pellizcar para ver si está dormido. Y si un hombre —que Dios lo guarde— ha oído hablar alguna vez de signos objetivos, Kundalini los transforma inmediatamente en imaginación y ensueños».
«Por no darse cuenta cabalmente de la dificultad de despertar, es imposible comprender la necesidad de un trabajo largo y duro para despertar».
«Por lo general, ¿qué es necesario para despertar a un hombre dormido? Se necesita un buen choque. Pero cuando un hombre está profundamente dormido, un solo choque no es suficiente. Se necesita un largo período de choques incesantes. Por lo tanto tiene que haber alguien para administrar estos choques. He dicho antes que un hombre deseoso de despertar tiene que contratar a un ayudante que se encargue de sacudirlo durante largo tiempo. Pero ¿a quién puede contratar si todo el mundo duerme? Contrata a alguien para que lo despierte, pero éste también cae dormido. ¿De qué le sirve? En cuanto a un hombre realmente capaz de mantenerse despierto, es probable que rehusará perder su tiempo despertando a los demás. Puede tener su propio trabajo, mucho más importante para él».
«Hay también la posibilidad de despertar por medios mecánicos. Se puede usar un reloj despertador. Pero por desgracia uno se acostumbra demasiado rápidamente a cualquier despertador; simplemente deja de oírlo. Se necesitan entonces muchos despertadores, con timbres variados. Un hombre debe literalmente rodearse de despertadores que le impidan dormir. Pero aquí nuevamente surgen dificultades. Hay que darles cuerda a los despertadores; para darles cuerda uno tiene que acordarse de ellos; a fin de acordarse de ellos uno tiene que despertar a menudo. Pero lo que es aún peor, un hombre se acostumbra a todos los despertadores, y después de cierto tiempo solo le sirven para dormir mejor. Por consiguiente, hay que cambiar los despertadores continuamente, y es necesario siempre inventar nuevos. En el curso del tiempo, esto puede ayudar al hombre a despertar. Pero hay muy poca probabilidad de que un hombre haga todo este trabajo, de dar cuerda, inventar y cambiar despertadores, todo por sí mismo, sin ayuda de afuera. Lo más probable es que habiendo comenzado este trabajo, no tardará en dormirse, y dormido soñará que inventa despertadores, que les da cuerda y que los cambia —y como ya lo he dicho, con esto solo dormirá mejor».
«Por consiguiente, para despertar, se necesita toda una combinación de esfuerzos. Es indispensable que haya alguien para despertar al durmiente; es indispensable que haya alguien para vigilar al que lo despierta; hay que tener despertadores, y también hay que inventar constantemente nuevos despertadores».
«Pero para llevar a cabo este propósito y obtener resultados, cierto número de personas deben trabajar en conjunto».
«Un hombre solo no puede hacer nada».
«Antes que nada, necesita ayuda. Pero un hombre solo no puede contar con ayuda. Aquéllos que son capaces de ayudar, valorizan su tiempo en un precio muy alto. Naturalmente prefieren ayudar, digamos, a veinte o treinta personas que quieren despertar, más bien que a una sola. Además, como ya lo he dicho, un hombre puede engañarse fácilmente sobre su despertar, tomando por despertar lo que es simplemente un nuevo sueño. Si varias personas deciden luchar juntas contra el sueño, se despertarán mutuamente. Sucede muy a menudo que veinte de ellos duermen, pero la vigésima primera se despertará, y despertará a las demás. Lo mismo pasa con los despertadores. Un hombre inventa un despertador, un segundo inventa otro, después podrán hacer un intercambio. En conjunto pueden ser entre sí de gran ayuda, y sin esta mutua ayuda nadie puede lograr nada».
«Por lo tanto, un hombre que quiere despertar tiene que buscar otras personas que también quieran despertar, a fin de trabajar con ellas. Esto, sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo, porque poner en marcha tal trabajo y organizarlo requiere un conocimiento que un hombre ordinario no posee. El trabajo tiene que ser organizado y tiene que tener un jefe. Sin estas dos condiciones el trabajo no puede producir los resultados esperados, y todos los esfuerzos serán vanos. Los hombres pueden torturarse, pero estas torturas no los harán despertar. Parece que para algunas personas, nada es más difícil de comprender. Por sí mismas y por su propia iniciativa, pueden ser capaces de grandes esfuerzos y de grandes sacrificios. Pero como sus primeros esfuerzos y sus primeros sacrificios deben consistir en obedecer a otro, nada en el mundo los inducirá jamás a hacerlo. Y no quieren admitir que todos sus esfuerzos y todos sus sacrificios, en este caso, no pueden servir de nada».
«El trabajo tiene que ser organizado, y no puede ser organizado sino por un hombre que conoce sus problemas y sus metas, que conoce sus métodos; por un hombre que a su vez ha pasado por un trabajo igualmente organizado».
«El trabajo comienza generalmente en un grupo pequeño. Este grupo por lo general está conectado con toda una serie de grupos análogos de diferentes niveles, cuyo conjunto constituye lo que se puede llamar una “escuela preparatoria”».
«La primera característica de los grupos, su rasgo más esencial, es que no se constituyen según el deseo y las preferencias de sus miembros. Los grupos son constituidos por el maestro, quien desde el punto de vista de sus metas selecciona los tipos de hombre capaces de ser útiles unos a otros».
«Ningún trabajo de grupo es posible sin un maestro. El trabajo de grupo con un mal maestro solo puede producir resultados negativos».
«La segunda característica importante del trabajo de grupos es que éstos pueden estar conectados con alguna meta de la cual los que comienzan el trabajo no tienen la menor idea, y que no se les puede explicar hasta que ellos comprendan la esencia y los principios del trabajo, y todas las ideas conectadas con él. Pero esta meta hacia la cual van y a la que sirven sin conocerla, es el principio de equilibrio sin el cual su propio trabajo no podría existir. La primera tarea es comprender esta meta, es decir, la meta del maestro. Cuando han comprendido esta meta —aunque al comienzo sea solo parcialmente— su propio trabajo se torna más consciente y por lo tanto puede dar mejores resultados. Pero, como ya lo he dicho, a menudo sucede que la meta del maestro no puede ser explicada al comienzo».
«Por lo tanto, la primera meta de un hombre que comienza el estudio de sí, debe ser incorporarse a un grupo. El estudio de sí solo puede realizarse en grupos debidamente organizados. Un hombre solo no puede verse a sí mismo. Pero cierto número de personas asociadas para este fin aportarán una mutua ayuda, aun sin quererlo. Una característica típica de la naturaleza humana es que un hombre siempre ve los defectos de los otros más fácilmente que los suyos. Al mismo tiempo, en la senda del estudio de sí, un hombre aprende que él mismo posee todos los defectos que encuentra en los demás. Pero hay muchas cosas que no ve en sí mismo, mientras que en otros las comienza a ver. Sin embargo, como acabo de decir, ahora sabe que estas características son también suyas. Por lo tanto los otros miembros del grupo le sirven de espejos en los cuales se ve a sí mismo. Pero, por supuesto, a fin de verse a sí mismo en los defectos de sus compañeros y no meramente verles sus faltas, un hombre debe estar en guardia sin tregua, y ser muy sincero consigo mismo».
«Debe recordar que no es uno; que una parte de sí mismo es el hombre que quiere despertar y que la otra parte “Ivanov”, “Petrov” o “Zakharov” no tiene deseo alguno de “despertar” y que tiene que ser despertada a la fuerza».
«Usualmente un grupo es un pacto concertado entre los Yoes de cierto número de personas para emprender juntos la lucha contra todos los “Ivanov”, “Petrov” y “Zakharov”, es decir contra sus “falsas personalidades”».
«Tomemos a Petrov. Petrov consiste en dos partes. —Yo y “Petrov”. Pero Yo carece de fuerzas frente a Petrov. Petrov es el amo. Supongamos que hay veinte personas; veinte Yoes comienzan entonces a luchar contra un solo Petrov. Ahora ellos se pueden mostrar más fuertes que él. En todo caso, pueden malograrle su sueño, impedirle dormir tan tranquilamente como antes. Y así, la meta se alcanza».
«Además, en el trabajo del estudio de sí, cada uno comienza a acumular todo un material que resulta de las observaciones de sí mismo. Veinte personas tendrán veinte veces más material. Y cada una de ellas podrá usar la totalidad de este material, porque el intercambio de las observaciones es uno de los propósitos de la existencia de los grupos».
«Cuando se está organizando un grupo, se les imponen ciertas condiciones a todos sus miembros; además, se prevén condiciones especiales para cada uno».
«Las condiciones generales impuestas al comienzo del trabajo son habitualmente de este tipo: primero se les explica a todos los miembros del grupo que tienen que mantener secreto todo cuanto oyen y aprenden en el grupo, y no solamente mientras sean miembros, sino de una vez por todas y para siempre».
«Ésta es una condición indispensable cuyo principio debe ser asimilado desde el comienzo mismo. En otras palabras, deben comprender que en esto no hay la menor tentativa de hacer un secreto de lo que no es esencialmente un secreto, ni hay la intención deliberada de privarlos del derecho de intercambiar ideas con sus allegados o con sus amigos».
«La simple razón de esta condición es el hecho de que son incapaces de transmitir correctamente lo que oyen en los grupos. Pero muy pronto, a través de su propia experiencia personal comienzan a apreciar cuántos esfuerzos, cuánto tiempo, y cuántas explicaciones se necesitan para llegar a comprender lo que se dice en los grupos. Se vuelve claro para ellos entonces que son incapaces de dar a sus amigos una idea justa de lo que ellos mismos han aprendido. Al mismo tiempo, comienzan a comprender que al dar a sus amigos ideas equivocadas les cortan para siempre toda posibilidad de acercamiento al trabajo, o de poder comprender algo —sin considerar el hecho de que de este modo van creando para ellos mismos toda clase de dificultades y de sinsabores para el futuro. Si a pesar de esta advertencia un hombre trata de transmitir a sus amigos lo que se ha hablado en los grupos, muy pronto se convencerá de que las tentativas en esta dirección dan resultados enteramente inesperados e indeseables. O bien las personas comienzan a discutir con él, y sin querer escucharle tratan de imponerle sus propias teorías, o bien interpretan mal todo cuanto él les dice, atribuyendo un sentido completamente diferente a todo lo que le oyen decir. Viendo esto y comprendiendo la inutilidad de tales tentativas, un hombre comienza a ver la legitimidad de esta condición».
«Además, hay otra razón, no menos importante: es muy difícil para un hombre guardar silencio acerca de las cosas que le interesan. Le gustaría hablar de ellas a todos aquéllos con quienes suele compartir sus pensamientos, como él dice. Éste es el más mecánico de todos los deseos y en este caso el silencio es la forma de abstinencia más difícil. Por el contrario, si un hombre comprende esta regla, o al menos, la sigue, constituirá para él el mejor de los ejercicios para el recuerdo de sí y para el desarrollo de la voluntad. Solo un hombre capaz de guardar silencio cuando es necesario puede ser su propio amo».
«Para muchas personas —especialmente para aquéllas que acostumbran a considerarse como serias y sensatas, o como reservadas, amantes sobre todo de la soledad y de la reflexión— les es muy difícil reconocer que una de sus características principales es el parloteo. Por esta razón esta exigencia es especialmente importante. Si un hombre se acuerda de esto y se compromete a conformarse a ello, descubrirá numerosos aspectos de sí mismo que nunca había notado antes».
«Además se les exige a los miembros de cada grupo decir a su maestro toda la verdad».
«Esto también debe ser comprendido claramente. La gente no se da cuenta del lugar inmenso que ocupa la mentira en su vida, al menos la supresión de la verdad. Todos son incapaces de ser sinceros tanto consigo mismos como con los demás. Ni siquiera comprenden que aprender a ser sinceros cuando esto es necesario es una de las cosas más difíciles del mundo. Imaginan que decir o no decir la verdad, ser o no sinceros, depende de ellos. Por consiguiente, deben aprender a ser sinceros, y aprenderlo ante todo en relación con el maestro de su trabajo. Mentir deliberadamente al maestro, o ser insincero con él, o simplemente ocultarle algo, hace la presencia de éstos en el grupo completamente inútil y es aún peor que ser groseros o descorteses con él o en su presencia».
«Lo que se exige luego de los miembros de un grupo es el recordar la razón por la cual han venido al grupo. Han venido para aprender y para trabajar sobre ellos mismos —y para aprender y trabajar, no de acuerdo a sus propias ideas, sino como se les dice que lo hagan. Por lo tanto, si una vez en el grupo comienzan por sentir desconfianza hacia el maestro y a expresarla, a criticar sus acciones, a demostrar que ellos entienden mejor que él cómo debería ser conducido el grupo, y sobre todo si muestran una falta de respeto, aspereza, impaciencia, tendencia a discutir, todo esto pone fin, de inmediato, a toda posibilidad de trabajo, porque el trabajo no es posible sino en la medida en que la gente recuerde que ha venido para aprender y no para enseñar».
«Cuando un hombre comienza a desconfiar de su maestro, el maestro pierde toda utilidad para él, y él mismo se vuelve inútil para el maestro, y en este caso, es preferible para él que se marche y busque otro maestro o trate de trabajar solo. Esto no le hará ningún bien, pero en todo caso le hará menos daño que mentir, o suprimir la verdad, o resistir y desconfiar del maestro».
«Además de estas exigencias fundamentales, se presume, por supuesto, que los miembros de cada grupo deben trabajar. Si se contentan con frecuentar el grupo y no trabajan, sino que solo imaginan que están trabajando, o si consideran su mera presencia en el grupo como trabajo, o también como sucede a menudo, asisten a las reuniones como pasatiempo, considerando al grupo como un lugar para encuentros agradables, entonces su “presencia” en el grupo se vuelve completamente inútil. Y cuanto antes sean despedidos o salgan por su propia decisión, tanto mejor será para ellos y para los otros».
«Las exigencias fundamentales que han sido enumeradas determinan las reglas obligatorias para todos los miembros de un grupo. En primer lugar, estas reglas ayudan a todo aquél que quiere realmente trabajar en substraerse de miles de cosas que puedan detenerlo o dañar su trabajo, y en segundo lugar le ayudan a recordarse a sí mismo».
«Sucede muy a menudo, al comienzo del trabajo, que una u otra regla disgusta a los miembros de un grupo. Y hasta llegan a preguntar: ¿No podemos trabajar sin reglas? Las reglas les parecen como un constreñimiento inútil impuesto a su libertad, o como una formalidad fastidiosa; y el hacerles recordar sin cesar estas reglas lo toman como una muestra de animosidad o descontento de parte del maestro».
«En realidad las reglas constituyen la primera y principal ayuda que reciben del trabajo. Es evidente que las reglas no tienen por objeto el entretenerlos, darles satisfacciones, ni hacerles las cosas más fáciles. Las reglas persiguen un objetivo definido: el hacerlos comportarse como se comportarían si fuesen, es decir, si se recordasen a sí mismos y comprendiesen cómo deberían conducirse con la gente fuera del trabajo, con la gente en el trabajo, y con el maestro. Si pudiesen recordarse a sí mismos y comprenderlo, ninguna regla sería ya necesaria. Pero al comienzo del trabajo no son capaces de recordarse a sí mismos, y no comprenden nada de todo esto, de modo que estas reglas son indispensables; y las reglas no pueden ser jamás fáciles, placenteras o cómodas. Por el contrario, deben ser difíciles, desagradables e incómodas; de otro modo, no responderían a su propósito. Las reglas son los relojes despertadores que sacan al durmiente de su sueño. Pero éste, abriendo los ojos por un segundo, se indigna cuando oye sonar el reloj, y pregunta: ¿No puede uno despertar sin todos estos despertadores»?
«Al lado de estas reglas generales, hay ciertas condiciones particulares que también se le imponen a cada persona; se relaciona generalmente con su defecto o rasgo principal».
«Pero aquí hay que dar unas explicaciones».
«El carácter de todo hombre presenta un cierto rasgo que le es central —comparable a un eje alrededor del cual gira toda su “falsa personalidad”. El trabajo personal de todo hombre tiene que consistir esencialmente en una lucha con este defecto principal. Esto explica el porqué no puede haber reglas generales de trabajo y por qué todos los sistemas que intentan establecer tales reglas, o no conducen a nada o causan daño. ¿Cómo podría haber reglas generales? Lo que es necesario para uno es dañino para otro. Un hombre habla demasiado; debe aprender a callar. Otro hombre se queda callado cuando debe hablar y debe aprender a hablar— así es siempre y en todo. Las reglas generales del trabajo de los grupos se refieren a todo el mundo. Las indicaciones personales no conciernen a nadie sino a quien están destinadas. Nadie puede descubrir por sí solo su rasgo o su defecto más característico. Esto es prácticamente una ley. El maestro tiene que enseñarle al alumno su defecto principal y mostrarle cómo combatirlo. Solo el maestro lo puede hacer».
«El estudio del “defecto principal” y la lucha contra este defecto, constituyen, en alguna forma, el sendero individual de cada hombre, pero la meta debe ser la misma para todos. Esta meta es el darse cuenta de su propia nulidad. Un hombre debe ante todo convencerse verdaderamente y con toda sinceridad de su propia impotencia, de su propia nulidad; y es solo cuando llegue a sentirla constantemente que estará preparado para las próximas y mucho más difíciles etapas del trabajo».
«Todo lo que ha sido dicho hasta ahora se refiere a grupos reales conectados con un trabajo real; y este trabajo, a su vez se conecta con lo que hemos llamado el “cuarto camino”. Pero hay muchos seudocaminos, seudogrupos y seudotrabajos que son solo imitaciones exteriores. No se trata ni siquiera de magia negra».
«Se me ha preguntado con frecuencia en qué consistía la “magia negra”, y he contestado que no hay magia roja, ni verde, ni amarilla. Hay la mecánica, es decir, “lo que sucede”, y hay el “hacer”. “Hacer” es magia, y no hay sino una clase de “hacer”. No puede haber dos clases. Pero puede haber una falsificación de ello, una imitación exterior de las apariencias del “hacer”, que no puede dar ningún resultado objetivo, pero que si puede engañar a gente ingenua y suscitar en ellos fe, infatuación, entusiasmo y aun fanatismo».
«Es por eso que en el trabajo verdadero, es decir, en el verdadero “hacer”, ninguna infatuación es ya posible. Lo que ustedes llaman magia negra está basada en la infatuación y en la posibilidad de jugar con las debilidades humanas. La magia negra no significa de manera alguna magia del mal. Les he dicho ya anteriormente que nadie jamás hace nada por amor al mal, o en interés del mal. Cada cual hace siempre todo en interés del bien, tal como lo comprende. De la misma manera, es totalmente equivocado afirmar que la magia negra es necesariamente egoísta, que en la magia negra un hombre forzosamente persigue provecho para sí mismo. Nada es más falso. La magia negra puede ser muy altruista, puede perseguir el bien de la humanidad, puede proponerse salvar a la humanidad de males reales o imaginarios. No, lo que merece el nombre de magia negra siempre tiene un carácter definido. Este carácter es la tendencia a utilizar a la gente para alguna meta, aun la mejor, sin su conocimiento y su comprensión, ya sea suscitando en ella fe e infatuación, ya sea actuando sobre ella por medios del temor».
«Pero en conexión con esto, hay que tener presente que un “mago negro”, sea bueno o malo, necesariamente ha pasado por una escuela. Ha aprendido algo, ha oído hablar de algo, sabe algo. Simplemente es un hombre “semieducado” que o bien ha sido expulsado de una escuela o la abandonó por sí mismo, habiendo decidido que ya sabía lo suficiente, que se negaba a quedarse más tiempo bajo tutela, y que podía trabajar independientemente y aun dirigir el trabajo de otros. Todo “trabajo” de esta clase solo puede producir resultados subjetivos, es decir, solo puede engañar más y más y favorecer el sueño en lugar de disminuirlo. Sin embargo, se puede aprender ciertas cosas de un mago negro —por malo que sea. Hasta puede sucederle que por accidente diga la verdad. Por eso digo que hay muchas cosas peores que la “magia negra”, por ejemplo, toda clase de sociedades “espiritistas”, “teosóficas” y otros grupos “ocultistas”. Sus maestros no solamente nunca han estado en una escuela, sino que tampoco se han encontrado jamás con nadie que haya tenido contacto con una escuela. Su trabajo consiste simplemente en parodias. Pero un trabajo imitativo de esta clase produce una gran satisfacción de sí. Un hombre se toma como “maestro”, otros se toman como sus “discípulos”, y todo el mundo está contento. Ninguna constatación de la propia nulidad puede obtenerse de esta manera, y si algunos afirman que han llegado a este resultado, solo se engañan o se equivocan— si no se trata de pura mentira. Por el contrario, lejos de darse cuenta de su propia nulidad, los miembros de tales círculos constatan su propia importancia e inflan su falsa personalidad».
«Al comienzo no hay nada más difícil que el verificar si el trabajo es justo o falso, si las indicaciones recibidas son válidas o erróneas. Con respecto a esto, la parte teórica del trabajo puede ser útil, porque permite que un hombre pueda formarse un juicio de ello más fácilmente. Sabe lo que conoce y lo que ignora. Sabe lo que se puede aprender por medios ordinarios y lo que no se puede aprender. Y si aprende algo nuevo, o algo que no puede ser aprendido de una manera ordinaria, de los libros o siguiendo un curso, esto, hasta cierto punto, es una garantía de que el otro lado, el lado práctico, puede también ser justo. Pero esto, naturalmente, está muy lejos de ser una garantía suficiente, porque aquí también los errores son posibles. Todas las sociedades, todos los círculos ocultistas o espiritistas afirman que poseen una nueva enseñanza. Y hay gente que los cree».
«En los grupos correctamente organizados no se requiere ninguna fe, se exige solo un poco de confianza, y aun esto no por largo tiempo; porque cuanto más rápido un hombre comienza a probar la verdad de lo que oye, tanto mejor será para él».
«La lucha contra el “falso Yo”, contra el rasgo o el defecto principal, es la parte más importante del trabajo, pero esta lucha debe traducirse en hechos, no en palabras. Con este fin el maestro da a cada uno tareas definidas que para ser llevadas a cabo exigen la conquista del rasgo principal. Cuando un hombre se encarga de cumplir con una de estas tareas, él lucha consigo mismo y trabaja sobre sí mismo. Si evita las tareas, si esquiva su realización, esto significa ya sea que no quiere trabajar, o que no puede».
«Por regla general, el maestro da al comienzo solo tareas muy fáciles que no se pueden aún llamar tareas, y no habla de ellas sino con palabras encubiertas: más bien que darlas, las sugiere. Si ve que se le comprende y que las tareas se realizan, pasa luego a tareas más difíciles».
«Estas nuevas tareas, aunque son solo subjetivamente difíciles, se llaman “barreras”. Una barrera seria tiene la particularidad que el hombre que llega a franquearla no puede jamás regresar a su vida ordinaria, a su sueño ordinario. Y si después de haber pasado la primera barrera, tiene miedo de las que siguen, si no va adelante, por así decirlo se detiene entre dos barreras y ya no puede ni avanzar ni retroceder. Nada peor puede sucederle a un hombre. Por eso, el maestro es siempre muy prudente en la elección de las tareas y de las barreras, en otras palabras, no se arriesga a dar tareas definidas que exigen la conquista de barreras interiores sino a aquéllos que ya han sido probados en pequeñas barreras».
«A menudo sucede que las personas detenidas por alguna barrera, usualmente la más pequeña y la más simple, se levantan contra el trabajo, contra el maestro, contra los otros miembros del grupo y los acusan precisamente de lo que les acaban de revelar sobre sí mismos».
«Algunas veces se arrepienten después, y se culpan a sí mismos; luego vuelven la culpa a los demás; después de lo cual se arrepienten otra vez, y así sucesivamente. No hay nada que pueda mostrar mejor lo que es un hombre que su actitud hacia el trabajo y hacia el maestro después de haberlos abandonado. A veces se organiza este tipo de pruebas intencionalmente. Se pone a un hombre en tal situación que esté obligado a irse, lo que es perfectamente legítimo, puesto que tiene un agravio real, ya sea contra el maestro mismo o contra alguna otra persona. Después se continúa observando para ver cómo se comporta. Un hombre decente se comporta decentemente aun si se cree víctima de un error o de una injusticia. Por el contrario, en tales circunstancias muchas personas muestran un lado de su naturaleza que sin esto habría permanecido siempre oculto. Esto es un medio a veces indispensable para hacer resaltar la naturaleza de un hombre. Mientras usted es bueno con un hombre, él es bueno con usted. Pero ¿qué sucederá si usted lo araña un poco»?
«Por lo demás, esto no es lo esencial; lo que es de capital importancia es la actitud personal de tal hombre, su propia evaluación de las ideas que recibe o ha recibido, y el hecho de que conservará o perderá esta evaluación. Un hombre puede imaginar durante mucho tiempo y sinceramente que quiere trabajar, y aun hacer grandes esfuerzos, y luego puede arrojar todo por la borda y erguirse definitivamente contra el trabajo; entonces se justifica, inventa diversos contrasentidos, falsifica deliberadamente el sentido de todo lo que ha oído, y así sucesivamente».
—¿Qué le puede suceder como castigo?, preguntó uno de los oyentes.
—«Nada, ¿qué podría sucederle?, respondió G. Él es su propio castigo. ¿Y qué castigo puede ser peor»?
«Es imposible dar una descripción completa de la manera de conducir el trabajo de un grupo, continuó G. Todo tiene que ser vivido. Solo puedo aludir a las cosas cuyo sentido verdadero será revelado solamente a los que van a trabajar, que van a aprender por experiencia lo que significan las barreras y qué dificultades presentan».
«De una manera completamente general, se puede decir que la conquista de la mentira es la barrera más difícil. El hombre miente tanto y tan constantemente a sí mismo y a los demás que deja de notarlo. Sin embargo, la mentira tiene que ser conquistada, vencida. Y el primer esfuerzo del alumno es vencer la mentira frente a su maestro. Tiene que decidir decirle solo la verdad o dejar todo trabajo».
«Deben ustedes comprender que el maestro toma a su cargo una tarea muy difícil: la limpieza y la reparación de máquinas humanas. Naturalmente no acepta sino máquinas que le es posible reparar. Si una pieza esencial está rota o es incapaz de cumplir su función en la máquina, entonces rehúsa ocuparse de ella. Sin embargo, ciertas máquinas que aún podrían repararse se vuelven casos sin esperanza desde el momento en que empiezan a decir mentiras. Una mentira al maestro, aun insignificante, una disimulación cualquiera, tal como la de un alumno que no le dice al maestro lo que alguien le ha pedido que mantenga secreto, o lo que él mismo ha dicho a otro, pone fin inmediatamente a su trabajo, sobre todo si es que realmente ha hecho esfuerzos anteriores».
«Aquí hay algo que jamás deben olvidar: cada esfuerzo del alumno le trae un aumento de exigencias. Mientras no haya hecho esfuerzos serios, no se le puede exigir prácticamente nada, pero a medida que sus esfuerzos aumentan, aumenta también el peso de las exigencias. Cuanto más esfuerzos hace un hombre, tanto más se le exige».
«Cuando está en esta etapa, los alumnos cometen muy a menudo el error que comete todo el mundo. Creen que sus esfuerzos anteriores, sus méritos precedentes, les dan privilegios por así decirlo, que disminuyen lo que se puede exigir de ellos, y que constituyen para ellos cierta clase de excusa, en el caso de que no trabajen o aun de que luego cometan faltas. Esto es naturalmente el más profundo error. Nada de lo que un hombre hizo ayer puede servirle de excusa hoy. Es todo lo contrario. Si un hombre no ha hecho nada ayer, no se le puede pedir nada hoy; si ha hecho algo ayer, esto significa que hoy se le puede pedir más. Por cierto que esto no significa que es mejor no hacer nada. El que no hace nada, nada recibe».
«Como ya lo he dicho, una de las primeras exigencias es la sinceridad. Pero hay diferentes clases de sinceridad. Hay la sinceridad inteligente y hay la sinceridad estúpida, exactamente como existe la disimulación inteligente y la disimulación estúpida. La sinceridad estúpida y la disimulación estúpida son igualmente mecánicas. Pero si un hombre desea aprender a ser inteligentemente sincero, debe ser sincero ante todo con su maestro y con sus mayores en el trabajo. Esto será “sinceridad inteligente”. Sin embargo, es importante notar que la sinceridad no se debe convertir en “falta de consideración”. La falta de consideración con respecto al maestro o a quienes, en cierta medida, lo reemplazan, destruye toda posibilidad de trabajo. Si un hombre quiere aprender a disimular inteligentemente, debe disimular acerca del trabajo, y aprender a callar cuando debe callarse, es decir, cuando se encuentra con gente que está fuera del trabajo y que no es capaz ni de comprenderlo ni de apreciarlo. Pero la sinceridad en el grupo es una exigencia absoluta; en efecto, si un hombre continúa mintiendo en el grupo de la misma manera en que se miente a sí mismo o a los otros en la vida, jamás aprenderá a distinguir la diferencia entre la verdad y la mentira».
«La segunda barrera es muy a menudo la conquista del miedo. Un hombre ordinario tiene muchos miedos inútiles e imaginarios. Mentiras y miedos —ésta es la atmósfera en que vive. La conquista del miedo no es menos individual que la conquista de la mentira. Todo hombre tiene sus miedos particulares, miedos que no le pertenecen sino a él. Tiene que descubrirlos y luego destruirlos. Los miedos de los que hablo están conectados habitualmente con las mentiras en medio de las cuales vive el hombre. Ustedes deben comprender que estos miedos nada tienen en común con el miedo a las arañas, a los ratones, a la oscuridad o con miedos nerviosos inexplicables».
«La lucha contra las mentiras en uno mismo y la lucha contra los miedos constituyen el primer trabajo positivo que un hombre tiene que hacer».
«Hay que convencerse en general de que los esfuerzos positivos y aun los sacrificios que se hacen en el trabajo no justifican ni excusan de ninguna manera los errores que puedan cometerse luego. Al contrario, lo que es perdonable en un hombre que nunca ha hecho esfuerzos y que nunca ha sacrificado nada, no es perdonable en otro que ya ha hecho grandes sacrificios».
«Esto parece injusto, pero uno tiene que comprender esta ley. Se abre una cuenta, por así decirlo, para cada hombre. Se anotan sus esfuerzos y sacrificios en una página del Gran Libro y sus errores y fechorías sobre la otra. Lo que está escrito en el lado positivo no puede jamás compensar lo que está escrito en el lado negativo. Lo que está inscrito en el lado negativo solo puede ser borrado por la verdad, o sea por una confesión ferviente y total a sí mismo y a los otros, y sobre todo al maestro. Si un hombre ve su falta pero continúa buscando justificaciones, esta falta, aunque pequeña, puede destruir el resultado de años enteros de trabajo y de esfuerzos. Por lo tanto, en el trabajo, es a menudo preferible admitir la propia culpa aun cuando uno no sea culpable. Pero esto otra vez es un asunto delicado, y hay que evitar cualquier exageración. De otro modo el resultado será nuevamente la mentira, y la mentira infundida por el miedo».
En otra ocasión, al hablar de los grupos, G. dijo:
—«No vayan a pensar que podemos comenzar por formar un grupo en seguida. Es algo muy grande. Un grupo se organiza para un trabajo bien concertado, para una meta bien definida. Sería necesario que yo pudiera tener confianza en ustedes para este trabajo, y que ustedes pudieran tener confianza en mí y confianza los unos en los otros. Esto sería entonces un grupo. Mientras no haya un trabajo general, no puede ser sino cuestión de un grupo preparatorio. Tenemos que prepararnos para que algún día pueda haber un grupo verdadero. Solo es posible prepararnos para esto tratando de imitar a un grupo tal como éste debería ser —imitándolo interiormente, por supuesto, y no exteriormente».
«¿Qué es necesario para esto? Ante todo, hay que comprender que en un grupo todos son responsables unos por otros. El error de uno se considera como el error de todos. Esto es una ley, y está bien fundamentada, porque como se verá más tarde, lo que es adquirido por uno solo, lo adquieren todos al mismo tiempo».
«La regla de la responsabilidad común siempre debe estar presente en la mente. Tiene también otro aspecto. Los miembros de un grupo no solo son responsables de los errores de los demás, sino también de sus fracasos. El éxito de uno de ellos es el éxito de todos, y el fracaso de uno de ellos es el fracaso de todos. Un error grave cometido por uno de ellos, como por ejemplo la violación de una regla fundamental, ocasiona inevitablemente la disolución del grupo entero».
«Un grupo debe funcionar como una máquina. Pero las piezas de la máquina deben conocerse y ayudarse mutuamente. En un grupo no puede haber intereses personales que se opongan a los intereses de los demás o a los intereses del trabajo; no puede haber simpatías o antipatías personales que obstaculicen el trabajo. Todos los miembros de un grupo son amigos y hermanos, pero si uno de ellos se va, y especialmente si es despedido por el maestro, cesa de ser un amigo y un hermano, y de inmediato se convierte en un extraño, como un miembro que es amputado. Esta ley puede a menudo parecer muy dura, y sin embargo es indispensable. Supongamos que dos amigos íntimos entren juntos en un grupo. Luego, uno de ellos se marcha. A partir de entonces el otro no tiene más el derecho de hablarle sobre el trabajo del grupo. El que ha partido siente este silencio como una ofensa incomprensible, y se pelean. A fin de evitar esto, cuando se trata de relaciones como marido y mujer, madre e hija, etc., los consideramos como uno; o sea que marido y mujer se cuentan como un solo miembro del grupo. Por lo tanto, si uno de los dos no puede continuar con el trabajo y se va, el otro es considerado como culpable y también tiene que irse».
«Además, deben recordar que yo no puedo ayudarlos sino en la medida en que ustedes me ayuden. Y su ayuda, sobre todo al comienzo, será computada no según sus resultados efectivos, los que casi ciertamente serán nulos, sino según el número y la importancia de sus esfuerzos».
Después de esto G. pasó a las tareas individuales y a la definición de nuestros «defectos principales». Entonces nos dio varias tareas bien definidas con las que el trabajo de nuestro grupo comenzó.
Más tarde, en 1917, cuando estábamos en el Cáucaso, G. agregó varias observaciones interesantes sobre los principios generales de la formación de los grupos. Pienso que debo anotarlas aquí.
—«Ustedes toman todo de una manera demasiado teórica, dijo. Ahora ya deberían saber más. La existencia de grupos en sí mismos no confiere ventajas particulares, y no hay ningún mérito especial en formar parte de un grupo. La ventaja o la utilidad de los grupos depende de sus resultados».
«El trabajo de cada uno puede realizarse en tres direcciones. Un hombre puede serle útil al trabajo. Puede serme útil a mí. Y puede ser útil a sí mismo. Naturalmente, lo ideal sería que el trabajo de un hombre produjera resultados en esas tres direcciones a la vez. Pero si falta una de ellas, las otras dos pueden subsistir. Por ejemplo, si un hombre me es útil, por este simple hecho le es igualmente útil al trabajo. O bien si le es útil al trabajo, por este simple hecho me es igualmente útil. Pero en el caso en que este hombre fuese útil al trabajo y me fuese útil, sin ser capaz de ser útil a sí mismo, esta situación sería la peor, porque no podría durar. En efecto, si un hombre no toma nada para sí mismo y no cambia, se queda tal cual era antes, el hecho de que por casualidad haya sido útil durante cierto tiempo no le es acreditado, y lo que es más importante, pronto deja de ser útil. El trabajo crece y cambia. Si un hombre, el mismo, no crece o no cambia, no puede mantener contacto con el trabajo. El trabajo lo deja atrás y el mismo hecho de que haya podido ser útil, puede entonces comenzar a serle dañino».
Regresé a San Petersburgo durante el verano de 1916. Poco después de que nuestro grupo, o «grupo preparatorio», se había formado, G. nos habló de esfuerzos correspondientes a las tareas que nos había asignado.
—«Tienen que comprender, dijo, que los esfuerzos ordinarios no cuentan. Solo cuentan los superesfuerzos. Y siempre y en todas las cosas es así. Para aquéllos que no quieren hacer superesfuerzos, sería mejor que abandonaran todo y cuidaran de su salud».
—¿No pueden ser peligrosos los superesfuerzos?, preguntó uno de los oyentes, que era particularmente cuidadoso con su salud.
—«Por supuesto que pueden serlo, dijo G., pero es preferible morir haciendo esfuerzos para despertar que vivir en el sueño. Ésta es una razón; por otra parte, no es tan fácil morir de esfuerzos. Ustedes tienen mucha más fuerza de lo que piensan, pero nunca la usan. Con respecto a esto, tienen que comprender un aspecto de la constitución de la máquina humana».
«En la máquina humana, desempeña un papel muy importante cierta clase de acumulador. Hay dos pequeños acumuladores al lado de cada centro, y cada uno de ellos contiene la substancia particular necesaria para el trabajo del centro dado».
«Además, hay en el organismo un gran acumulador que alimenta a los pequeños. Los acumuladores pequeños están conectados entre sí y cada uno de ellos está conectado con el centro más próximo, lo mismo que con el gran acumulador».
G. dibujó un diagrama general de la máquina humana y señaló la posición del gran acumulador y de los pequeños, así como de sus conexiones. (Ver Fig. 42).
—«Los acumuladores trabajan de la siguiente manera, dijo. Supongamos que un hombre está trabajando: por ejemplo, lee un libro difícil y se esfuerza por comprenderlo; en este caso, varios rollos giran en el aparato intelectual localizado en su cabeza. O bien supongamos que está subiendo una montaña, y poco a poco es vencido por la fatiga; en este caso, los rollos que giran son los del centro motor».
«El centro intelectual, en nuestro primer ejemplo, y el centro motor en el segundo, extraen de los pequeños acumuladores la energía necesaria para su trabajo. Cuando un acumulador está casi vacío, el hombre se siente cansado. Quisiera detenerse, sentarse si está caminando, o pensar en otra cosa si es que está resolviendo un problema difícil. Pero de una manera completamente inesperada siente una afluencia de nuevas fuerzas y nuevamente es capaz de caminar o de trabajar. Esto significa que el centro fatigado se ha conectado con el segundo acumulador, del cual extrae su nueva energía. Entretanto, el primer acumulador se está recargando de energía sacada del gran acumulador. El trabajo del centro recomienza. El hombre sigue caminando o trabajando. Algunas veces se requiere un corto descanso para asegurar esta conexión; otras veces un choque o un esfuerzo. En ambos casos el trabajo continúa. Pero después de cierto tiempo la reserva de energía del segundo acumulador también se agota. Entonces el hombre se siente nuevamente cansado».
«Una vez más, un choque exterior, o un instante de reposo, o un cigarrillo, o un esfuerzo, y el contacto se restablece con el primer acumulador. Pero puede suceder fácilmente que el centro haya agotado tan rápidamente la energía del segundo acumulador que el primero no ha tenido tiempo de recargarse a expensas del gran acumulador, y que solo haya tomado la mitad de la energía que es capaz de contener; solo se ha llenado hasta la mitad».
«Al haberse reconectado con el primer acumulador, el centro comienza a extraer energía de él, mientras el segundo se conecta con el gran acumulador para extraer a su vez energía de éste. Pero esta vez, al no estar lleno el primer acumulador sino a medias, el centro le agota su energía muy rápidamente, y durante este tiempo el segundo acumulador no ha logrado llenarse sino en una cuarta parte. El centro se conecta con él, le vacía rápidamente toda su energía y una vez más se pone en contacto con el primer acumulador, y así sucesivamente. Después de cierto tiempo el organismo llega a un estado tal que no le queda a ninguno de los pequeños acumuladores ni una sola gota de energía en reserva. Esta vez el hombre se siente realmente cansado; no se puede tener más sobre sus pies, se cae de sueño, o bien su organismo está afectado, con dolores de cabeza, palpitaciones, etc…, En una palabra, se siente enfermo».
«Entonces, súbitamente, después de haber descansado un poco, o bien después de un choque o de un esfuerzo, le viene una nueva afluencia de energía y el hombre es una vez más capaz de pensar, caminar o trabajar».
«Esto significa que ahora el centro se ha conectado directamente con el gran acumulador, que contiene una cantidad enorme de energía. Puesto en contacto con el gran acumulador, el hombre es capaz de realizar verdaderos milagros. Pero por supuesto, si los rollos continúan girando y si la energía extraída de los alimentos, del aire y de las impresiones continúa gastándose más rápidamente de lo que se reconstituye, entonces llega un momento en que el gran acumulador mismo ha sido vaciado de toda su energía, y el organismo muere. Pero esto sucede muy raras veces. Usualmente el organismo reacciona de antemano, y cesa automáticamente de funcionar. Para que un organismo muera de agotamiento, se necesitan condiciones especiales. En condiciones normales, un hombre caerá en sueño o se desmayará, o bien se desarrollará en él alguna complicación interna que impedirá al organismo continuar agotándose, mucho antes de un peligro real».
«Por consiguiente, no hay razón para asustarse de los esfuerzos; el peligro de morir de esfuerzos prácticamente no existe. Es mucho más fácil morir de inacción, de pereza o de miedo de hacer esfuerzos».
«Nuestra meta tendrá que ser entonces el aprender a establecer conexiones entre tal o cual centro y el gran acumulador. Mientras no seamos capaces de hacer esto, fracasaremos en todas nuestras empresas, puesto que caeremos dormidos antes de que nuestros esfuerzos puedan dar el menor resultado».
«Los pequeños acumuladores bastan para el trabajo ordinario, cotidiano, de la vida. Pero para el trabajo sobre sí, para el crecimiento interior, y para los esfuerzos que son exigidos de cada hombre que emprende el camino, la energía de estos pequeños acumuladores no es suficiente».
«Debemos aprender a extraer la energía directamente del gran acumulador».
«Esto no es posible, sin embargo, sino con la ayuda del centro emocional. Es esencial comprender esto. El contacto con el gran acumulador no puede hacerse sino a través del centro emocional. Los centros instintivos, motor e intelectual, por sí mismos, no pueden alimentarse sino de los pequeños acumuladores».
«Esto es precisamente lo que la gente no comprende. Por lo tanto, su meta debería ser el desarrollo de la actividad del centro emocional. El centro emocional es un aparato mucho más sutil que el centro intelectual, especialmente si tomamos en consideración que de todas las partes del centro intelectual, la única que trabaja es el aparato formatorio, al cual muchas cosas le son completamente inaccesibles. Si un hombre quiere saber y comprender más de lo que sabe y comprende hoy día, debe recordar que este nuevo saber y esta nueva comprensión le vendrán a través del centro emocional y no a través del centro intelectual».
En todo lo que había dicho sobre los acumuladores, G. dijo algo muy interesante respecto al bostezo y la risa.
—En nuestro organismo, dijo, hay dos funciones que siguen siendo incomprensibles e inexplicables desde el punto de vista científico, aunque naturalmente la ciencia no admite su incapacidad de explicarlas: éstas son el bostezo y la risa. Ni el uno ni la otra pueden ser comprendidos o explicadas correctamente si se ignora todo lo de los acumuladores y de su papel en el organismo.
«Ustedes habrán notado que bostezan cuando están cansados. Esto es especialmente notorio en alpinismo cuando un hombre no acostumbrado escala una montaña: bosteza casi continuamente. El bostezo tiene por efecto el bombear energía a los pequeños acumuladores. Cuando se vacían demasiado rápidamente, en otros términos cuando uno de ellos no tiene tiempo de llenarse mientras el otro se está vaciando, el bostezo se hace casi continuo. En ciertos casos de enfermedad, se puede producir un paro cardíaco, por ejemplo cuando un hombre quiere bostezar pero no puede; en otros casos al estar desarreglado el funcionamiento del bostezo, un hombre puede bostezar sin interrupción, sin provecho alguno, es decir sin poder sacar ninguna energía».
«El estudio y la observación del bostezo, hechos desde este punto de vista, pueden revelar muchas cosas nuevas e interesantes».
«La risa también está en relación directa con los acumuladores. Pero la risa es la función opuesta al bostezo. La risa no nos carga de energía, por el contrario la expulsa, nos extrae la energía superfina que se encuentra almacenada en los acumuladores. La risa no existe para todos los centros, solamente para los centros divididos en dos mitades —positiva y negativa. Todavía no he expuesto este tema en detalle; lo haré cuando lleguemos a un estudio más detallado de los centros. Por el momento consideremos solo al centro intelectual. Ciertas impresiones pueden caer sobre las dos mitades del centro a un mismo tiempo, y suscitar de golpe un “sí” y un “no” bien marcados. Tal simultaneidad del “sí” y del “no” provoca en el centro intelectual una especie de convulsión y, puesto que es incapaz de armonizar y de digerir estas dos impresiones opuestas que un solo hecho determina en él, el centro comienza a derramar hacia afuera, bajo la forma de risa, la energía que le afluye del acumulador con el cual se encuentra conectado. En otros casos, sucede que el acumulador contiene mucho más energía que la que puede gastar el centro. Entonces toda impresión, aun la más ordinaria, puede ser percibida como doble; puede caer simultáneamente sobre las dos mitades del centro y producir la risa, es decir una descarga de energía».
«No les doy aquí, compréndanlo, sino un esbozo. Recuerden solamente que el bostezo y la risa son ambos muy contagiosos. Esto muestra que son esencialmente funciones de los centros instintivo y motor».
—¿Por qué la risa es tan agradable?, preguntó alguien.
—«Porque la risa, respondió G., nos libera de una energía superflua que si se queda sin uso podría volverse negativa, es decir, tóxica. Tenemos siempre una fuerte dosis de esta substancia tóxica. La risa es el antídoto. Pero este antídoto es necesario solo mientras seamos incapaces de emplear toda nuestra energía para un trabajo útil. Se ha dicho que Cristo no rio jamás. Y en efecto, no encontrarán en los Evangelios la menor alusión al hecho de que Cristo haya reído una sola vez. Pero hay diferentes formas de no reír. Algunos nunca ríen porque están completamente sumergidos en sus emociones negativas, su mezquindad, su miedo, su odio, sus sospechas. Mientras que otros no ríen porque no pueden tener emociones negativas. Comprendan bien esto: en los centros superiores, la risa no puede existir, ya que, en los centros superiores, no hay división, no hay ni “si” ni “no”».