Capítulo
seis

Conversación sobre las metas. ¿Puede la enseñanza tener una meta definida? La meta de la existencia. Las metas personales. Conocer el futuro. Existir después de la muerte. Ser amo de sí mismo. Ser cristiano. Ayudar a la humanidad. Detener las guerras. Explicaciones de G. Destino, accidente y voluntad. «Máquinas locas». Cristianismo esotérico. ¿Cuál debería ser la meta del hombre? Las causas de la esclavitud interior. De donde parte el camino que lleva a la liberación. «Conócete a ti mismo». Diferentes modos de comprender esta idea. El estudio de sí. Cómo llevar este estudio. La observación de sí. Constataciones y análisis. Un principio fundamental del trabajo de la máquina humana. Los cuatro centros: intelectual, emocional, instintivo y motor. Distinción entre los diferentes modos de trabajo de los centros. Modificaciones en el trabajo de la máquina. Trastorno en el equilibrio. ¿Cómo restablece la máquina su equilibrio? Cambios incidentales. Trabajo equivocado de los centros. Imaginación. Ensueño. Hábitos. Para observarse es indispensable oponerse a los hábitos. La lucha contra la expresión de emociones negativas. Constatación de la mecanicidad. Cambios que resultan de la observación de sí bien conducida. La idea del centro motor. Clasificación habitual de las acciones del hombre. Clasificación basada en la división de los centros. Automatismo. Acciones instintivas. Diferencia entre las funciones instintivas y las funciones motrices. División de las emociones. Los diferentes niveles de los centros.

En una de las reuniones siguientes, le fue planteada esta pregunta: ¿Cuál es la meta de su enseñanza?

—Yo tengo, por cierto, mi meta, respondió G., pero ustedes me permitirán que no hable de ella. Porque mi meta no puede todavía significar nada para ustedes. Para ustedes, lo que cuenta ahora es que puedan definir su propia meta. En cuanto a la enseñanza misma, ella no puede tener una meta. No hace sino indicar a los hombres la mejor manera de alcanzar sus metas, cualesquiera que éstas sean. La cuestión de metas es primordial. Mientras un hombre no haya definido su propia meta, no es capaz aún de comenzar a «hacer». ¿Cómo podría uno «hacer», si no tiene meta? Ante todo, «hacer» presupone una meta.

—Pero la cuestión de la meta de la existencia es una de las más difíciles, replicó uno de los presentes. Usted nos pide resolverla de entrada. Quizás hemos venido aquí precisamente porque buscamos una respuesta a esta pregunta. Usted espera de nosotros el que ya la conozcamos. Pero de ser así el caso, ya sabríamos realmente todo.

—Ustedes me han comprendido mal, dijo G. No hablaba de la meta de la existencia, en un sentido filosófico. El hombre no la conoce y no puede conocerla, mientras siga siendo lo que es.

«No le es posible, primeramente porque la existencia no tiene una sola, sino numerosas metas. Por lo demás, todas las tentativas para resolver este problema por los métodos ordinarios son absolutamente sin esperanza e inútiles. Yo les hice una pregunta totalmente diferente. Les interrogué sobre su meta personal, sobre lo que quieren alcanzar, y no sobre la razón de ser de su existencia. Cada uno debe tener su propia meta; un hombre desea riquezas, otro salud, un tercero el reino de los cielos, un cuarto quiere ser general, etc. Sobre metas de esta clase es lo que les pregunté. Si me dicen cuál es su meta, yo podré decirles si seguimos o no el mismo camino».

«Piensen de qué manera se formulaban su meta, a sí mismos, antes de venir aquí».

—Yo me formulaba mi meta con perfecta claridad hace algunos años, respondí. Me decía entonces que quería conocer el futuro. A través de un estudio teórico del problema, había llegado a la conclusión de que el futuro puede ser conocido, e incluso varias veces logré conseguir experimentalmente un conocimiento exacto del futuro. Había llegado a la conclusión de que teníamos que conocer el futuro y que teníamos derecho a ello, porque de otra manera no podríamos organizar nuestras vidas. Este asunto me parecía muy importante. Consideraba, por ejemplo, que un hombre puede saber y tiene el derecho de saber exactamente el tiempo que le queda, el tiempo de que aún dispone —el día y la hora de su muerte. Siempre había encontrado humillante vivir en esta ignorancia y había decidido, desde cierto momento, no emprender nada, fuera lo que fuere, antes de saberlo. En realidad ¿qué sentido tiene emprender un trabajo cualquiera cuando uno ni siquiera sabe si tendrá tiempo para terminarlo?

—Muy bien. Dijo G. Conocer el futuro es para usted la primera meta. ¿Puede alguien más formular su meta?

—Quisiera estar convencido de que sobreviviré a la muerte de mi cuerpo físico y, si esto depende de mí, quisiera trabajar para existir después de la muerte, dijo uno de los presentes.

—El conocimiento o la ignorancia del futuro, la certidumbre o incertidumbre de una supervivencia me importan igualmente poco, dijo otro, si he de seguir siendo lo que soy ahora. Lo que siento con más fuerza es que no soy el amo de mí mismo, y si debo formular mi meta diría que quiero ser el amo de mí mismo.

—Quisiera comprender la enseñanza de Cristo y ser un verdadero cristiano, dijo el siguiente.

—Quisiera poder ayudar a los demás.

—Quisiera saber cómo detener las guerras.

—Bien, eso basta, dijo G. Ya tenemos suficientes elementos.

Entre los deseos formulados, el mejor es el de ser el amo de sí. Sin esto, nada más es posible, ninguna otra cosa podrá tener valor alguno. Pero comencemos por el examen de la primera meta.

«Para conocer el futuro es necesario ante todo conocer tanto el presente como el pasado en todos sus detalles. Hoy es lo que es porque ayer fue lo que fue, y si hoy es como ayer mañana será como hoy. Si ustedes quieren que mañana sea diferente deben hacer que hoy sea diferente. Si hoy no es sino una consecuencia de ayer, mañana a su vez no será sino una consecuencia de hoy. Y si alguien ha estudiado a fondo lo que ha sucedido ayer, antes de ayer, hace una semana, un año, diez años, puede entonces sin riesgos de error decir qué sucederá y qué no sucederá mañana. Pero hoy día no tenemos suficientes elementos a nuestra disposición como para discutir seriamente este problema. Lo que ocurre o lo que puede ocurrirnos depende de una u otra de estas tres causas: el accidente, el destino o nuestra propia voluntad. Tal como somos nos encontramos casi completamente a merced del accidente. No podemos tener destino en el verdadero sentido de la palabra, así como no podemos tener voluntad. Si tuviésemos voluntad, por éste solo hecho seríamos capaces de conocer el futuro. Porque nos sería posible el construir nuestro futuro, y hacerlo tal como lo queremos. Si tuviésemos un destino, podríamos también conocer el futuro porque el destino corresponde al tipo. Si se conoce el tipo entonces su destino también puede conocerse, es decir, a la vez su pasado y su futuro. Pero los accidentes siguen siendo imprevisibles. Hoy día un hombre es de una manera, mañana es diferente; hoy día le sucede una cosa, mañana otra».

—¿Pero no puede usted prever lo que nos va a suceder?, preguntó uno. ¿No ve con anticipación los resultados que cada uno de nosotros conseguirá trabajando sobre sí, y si vale acaso la pena que uno emprenda este trabajo?

—«Es imposible decirlo, dijo G. Solo se puede predecir el futuro de hombres. El futuro no puede ser predicho para máquinas locas. Su dirección cambia en cada momento. En un momento dado una máquina de éstas va en una dirección, y ustedes pueden calcular a dónde puede llegar, pero cinco minutos más tarde ésta se precipita en una dirección completamente diferente y todos sus cálculos probarán ser falsos. Asimismo, antes de hablar de predecir el futuro es necesario saber de quién se trata. Si un hombre quiere prever su propio futuro, debe ante todo conocerse a sí mismo. En seguida verá si le vale la pena conocer su futuro. En ocasiones tal vez le será preferible no conocerlo».

«Esto parece paradójico, pero tenemos todo el derecho de decir que ya conocemos nuestro futuro: será exactamente idéntico a lo que ha sido nuestro pasado. Nada puede cambiar por sí solo».

«Y en la práctica, para estudiar el futuro, uno tiene que aprender a notar y recordar los momentos en que conocemos realmente el futuro y en que actuamos de acuerdo con este conocimiento. Tendremos así la prueba de que realmente conocemos el futuro. Esto es sencillamente lo que pasa en los negocios, por ejemplo. Todos los buenos comerciantes conocen el futuro, de otro modo sus negocios quebrarían. En el trabajo sobre sí, es necesario ser un buen comerciante, un hombre de negocios avispado. No vale la pena conocer el futuro sino cuando un hombre puede ser su propio amo».

Hubo también una pregunta sobre la vida futura: ¿cómo crearla, cómo evitar la muerte final, cómo no morir?

«Para esto es indispensable “ser”. Si un hombre cambia a cada instante, si no hay nada en él que pueda resistir a las influencias exteriores, esto quiere decir que nada en él puede resistir a la muerte. Pero si llega a ser independiente de las influencias exteriores, si aparece en él “algo” que pueda vivir por sí mismo, este “algo” puede no morir. En las circunstancias ordinarias morimos a cada instante. Las influencias exteriores cambian y nosotros cambiamos con ellas; esto quiere decir que muchos de nuestros “yoes” mueren. Si un hombre desarrolla en sí mismo un “Yo” permanente, que pueda sobrevivir a un cambio de condiciones exteriores, este “Yo” podrá también sobrevivir a la muerte del cuerpo físico. Todo el secreto es que no se puede trabajar para la vida futura, sin trabajar para esta vida. Al trabajar para la vida, un hombre trabaja para la muerte o más bien para la inmortalidad. Es por esto por lo que el trabajo para la inmortalidad, si se le puede llamar así, no puede estar separado del trabajo para la vida en general. Al alcanzar uno se alcanza el otro. Un hombre puede esforzarse en ser simplemente en aras de los intereses de su propia vida. Tan solo por esto puede llegar a ser inmortal. No hablamos especialmente de una vida futura y no tratamos de saber si existe o no, porque las leyes son las mismas en todas partes. Al estudiar simplemente su propia vida y la de los demás, desde su nacimiento hasta su muerte, un hombre estudia todas las leyes que gobiernan la vida y la muerte y la inmortalidad. Si llega a ser amo de su vida, puede llegar a ser amo de su muerte».

Otra pregunta fue planteada: ¿Cómo llegar a ser un Cristiano?

«Ante todo, es necesario comprender que un Cristiano no es un hombre que se dice Cristiano o que otros llaman Cristiano. Un Cristiano es un hombre que vive de acuerdo a los preceptos de Cristo. Tal cual somos no podemos ser Cristianos. Para ser Cristianos debemos ser capaces de “hacer”. No podemos “hacer”; con nosotros todo “sucede”. Cristo dice: “Amad a vuestros enemigos”, pero ¿cómo amar a nuestros enemigos si ni siquiera podemos amar a nuestros amigos? Algunas veces “se ama”, y algunas veces “no se ama”. Tal como somos ni siquiera podemos aun realmente desear ser Cristianos porque, nuevamente, algunas veces “se desea” y otras veces “no se desea”. Un hombre no puede desear por mucho tiempo esta sola y misma cosa, porque de repente, en vez de desear ser Cristiano, se acuerda de una alfombra muy hermosa, pero muy cara, que vio en una tienda. Y en vez de desear ser Cristiano comienza a pensar en cómo comprar esa alfombra, olvidándose de todo lo que concierne al Cristianismo. O si algún otro no cree que él sea un Cristiano maravilloso, estará dispuesto a comérselo vivo o a asarlo en una hoguera. Para ser Cristiano hay que “ser”. Ser significa: ser el amo de sí mismo. Si un hombre no es su propio amo, no tiene nada y no puede tener nada. Y no puede ser un Cristiano. Es simplemente una máquina, un autómata. Una máquina no puede ser un Cristiano: Piénsenlo ustedes mismos: ¿es posible para un automóvil, una máquina de escribir o un gramófono ser Cristianos? Éstas son simplemente cosas sometidas a la ley del accidente. No son responsables. Son máquinas. Ser Cristiano significa ser responsable. La responsabilidad llega más tarde, si un hombre, aunque parcialmente, deja de ser máquina y comienza de hecho, y no solo de palabra, a desear ser Cristiano».

—¿Qué relación hay entre la enseñanza que usted expone y el Cristianismo tal como nosotros lo conocemos?, preguntó alguien.

—No sé lo que ustedes saben sobre el Cristianismo, contestó G., poniendo énfasis en esta palabra. Sería necesario hablar durante mucho tiempo a fin de aclarar lo que ustedes entienden por ese término. Pero para beneficio de los que ya saben diré, si así lo quieren, que éste es el Cristianismo esotérico. Hablaremos a su debido tiempo sobre el significado de estas palabras. Por el momento sigamos discutiendo nuestras preguntas.

«Entre las metas que se han expresado, sin discusión alguna la más justa es la de ser amo de sí mismo, porque sin esto nada es posible. En comparación con esta meta, todas las demás no son sino sueños infantiles, deseos de los cuales un hombre no podría hacer el menor uso aunque le fuesen concedidos».

«Por ejemplo, alguien dijo que quería ayudar a los demás. Para ser capaz de ayudar a los demás, primero hay que aprender a ayudarse a sí mismo. Con la idea de ayudar a los demás, un gran número de personas se deja llevar por toda clase de pensamientos y de sentimientos simplemente por pereza. Son demasiado perezosas para trabajar sobre sí mismas; pero les agrada mucho pensar que son capaces de ayudar a los demás. Esto es ser falso e hipócrita consigo mismo. Cuando un hombre se ve realmente tal cual es, no le pasa por la cabeza ayudar a los demás —tendría vergüenza de pensar en esto—. El amor a la humanidad, el altruismo, son palabras muy bonitas, pero no tienen significado sino cuando un hombre es capaz, por su propia elección y de su propia decisión, de amar o de no amar, de ser un altruista o un egoísta. Entonces su elección tiene un valor. Pero si no hay elección alguna, si él no puede hacer otra cosa, si es solamente lo que la casualidad lo ha hecho o lo está haciendo —hoy un altruista, mañana un egoísta y pasado mañana nuevamente un altruista— ¿qué valor puede tener todo esto? Para ayudar a los demás un hombre tiene que aprender primero a ser egoísta, un egoísta consciente. Solo un egoísta consciente puede ayudar a los demás. Tal como somos no podemos hacer nada. Un hombre decide ser un egoísta y resulta regalando su última camisa. Habiendo decidido regalar su última camisa, arranca la del hombre al que le quería dar la suya. O bien al decidir dar su propia camisa, quiere dar la de otro, y se pone furioso si éste se la rehúsa. Y así sigue la vida. Para hacer lo difícil, hay que aprender primero a hacer lo que es fácil. No se puede comenzar por lo más difícil».

«Se me ha planteado otra pregunta: ¿Cómo detener las guerras? Las guerras no pueden ser detenidas. La guerra es el resultado de la esclavitud en que viven los hombres. Estrictamente hablando no se puede culpar a los hombres por la guerra. En su origen hay fuerzas cósmicas e influencias planetarias. Pero los hombres no oponen ni sombra de resistencia a estas influencias, y no pueden hacerlo porque son esclavos. Si fuesen hombres y fuesen capaces de “hacer”, serían capaces de resistir a estas influencias y de abstenerse de matarse entre ellos».

—Pero ¿seguramente aquéllos que lo comprenden pueden hacer algo?, interrogó el hombre que había hecho la pregunta acerca de la guerra. Si un número suficiente de hombres llegase a la conclusión categórica de que ya no debe haber más guerras, ¿no podrían influir sobre los demás?

—«Aquéllos a quienes disgusta la guerra han estado tratando de hacer eso casi desde la creación del mundo, dijo G., y sin embargo, nunca ha habido una guerra como la presente. Las guerras no están disminuyendo, están aumentando, y no pueden ser detenidas por medios ordinarios. Todas estas teorías acerca de la paz universal, sobre conferencias sobre la paz, etc., son nuevamente simple pereza e hipocresía. Los hombres no quieren pensar en sí mismos, no quieren trabajar sobre sí mismos, no piensan sino en los medios para llevar a los demás a que sirvan a sus caprichos. Si se llegase a formar efectivamente un grupo suficiente de hombres deseosos de detener las guerras, comenzarían primero por hacer la guerra contra aquéllos que no estuvieran de acuerdo. Y es aún más seguro que harían la guerra contra quienes también quisieran detener las guerras, pero en forma diferente. Y así, ellos pelearían. Los hombres son lo que son y no pueden ser diferentes. La guerra tiene muchas causas que son desconocidas para nosotros. Algunas causas están en los hombres mismos, otras están fuera de ellos. Hay que empezar por las causas que están en el hombre mismo. ¿Cómo puede el hombre ser independiente de las influencias exteriores, de las grandes fuerzas cósmicas, cuando es esclavo de todo lo que lo rodea? Está en poder de todas las cosas a su alrededor. Si fuese capaz de liberarse de las cosas, entonces podría liberarse de las influencias planetarias».

«Libertad, liberación. Ésta debe ser la meta del hombre. Llegar a ser libre, escapar de la servidumbre —es por esto por lo que un hombre debería luchar cuando haya llegado a ser, aunque sea un poco, consciente de su situación. Es la única salida para él, porque nada es posible mientras siga siendo un esclavo interior y exteriormente. Pero no puede dejar de ser esclavo exteriormente mientras interiormente siga siendo un esclavo. Por consiguiente, para llegar a ser libre tiene que conquistar la libertad interior».

«La primera razón de la esclavitud interior del hombre es su ignorancia, y sobre todo, su ignorancia de sí mismo. Sin el conocimiento de sí, sin la comprensión de la marcha y de las funciones de su máquina, el hombre no puede ser libre, no puede gobernarse y seguirá siendo siempre esclavo, y el juguete de las fuerzas que actúan sobre él».

«Ésta es la razón por la cual, en las enseñanzas antiguas, la primera exigencia al comienzo del camino de la liberación, era: “Conócete a ti mismo”».

En la reunión siguiente, G. comentó estas palabras: «Conócete a ti mismo».

—«Esta fórmula, generalmente atribuida a Sócrates, en realidad se encuentra en la base de muchas doctrinas y escuelas mucho más antiguas que la escuela socrática. Pero aunque el pensamiento moderno no desconoce la existencia de este principio, no tiene sino una idea muy vaga de su significado y de su alcance. El hombre ordinario de nuestra época, aun si se interesa en la filosofía o en las ciencias, no comprende que el principio “Conócete a ti mismo” se refiere a la necesidad de conocer su propia máquina, la “máquina humana”. La estructura de la máquina es más o menos la misma en todos los hombres; por lo tanto es esta estructura la que el hombre debe estudiar primeramente, es decir las funciones y las leyes de su organismo. En la máquina humana todo está ligado, una cosa depende de otra hasta tal punto que es completamente imposible estudiar cualquier función sin estudiar todas las otras. El conocimiento de una parte requiere el conocimiento del todo. Es posible conocer el todo del hombre, pero esto exige mucho tiempo y mucho trabajo, exige sobre todo la aplicación del método correcto, e igualmente la dirección justa de un maestro».

«El principio “Conócete a ti mismo” tiene un contenido muy rico. En primer lugar exige, del hombre que quiere conocerse, que comprenda lo que esto quiere decir, en qué conjunto de relaciones se inscribe este conocimiento, y de qué depende necesariamente».

«El conocimiento de sí es una meta muy alta, pero muy vaga y muy lejana. El hombre en su estado actual está muy lejos del conocimiento de sí. Por eso, estrictamente hablando, la meta del hombre no puede ser el conocimiento de sí. Su gran meta debe ser el estudio de sí. Para él será más que suficiente el comprender que tiene que estudiarse a sí mismo. La meta del hombre debe ser el comenzar a estudiarse a sí mismo, a conocerse a sí mismo, de una manera conveniente».

«El estudio de sí es el trabajo o la vía que conduce al conocimiento de sí».

«Pero para estudiarse a sí mismo es necesario ante todo aprender cómo estudiar, por dónde comenzar, qué medios emplear. Un hombre tiene que aprender cómo estudiarse a sí mismo y tiene que estudiar los métodos del estudio de sí».

«El método fundamental para el estudio de sí es la observación de sí. Sin una observación de sí correctamente conducida, un hombre no comprenderá jamás las conexiones y las correspondencias de las diversas funciones de su máquina, no comprenderá jamás cómo ni porqué en él “todo sucede”».

«Pero el aprendizaje de los métodos correctos de observación de sí y de estudio de sí, requiere una comprensión precisa de las funciones y de las características de la máquina humana. De este modo, para observar las funciones de la máquina humana es necesario comprenderlas en sus divisiones correctas y poder definirlas exactamente y de inmediato; además, la definición no debe ser verbal, sino interior: por el sabor, por la sensación, de la misma manera en que nos definimos a nosotros mismos todo lo que experimentamos interiormente».

«Hay dos métodos de observación de sí»:

«Sobre todo al comienzo, la observación de sí no debe llegar a ser análisis, o tentativa de análisis, bajo ningún pretexto. El análisis no es posible sino mucho más tarde, cuando ya se conocen todas las funciones de la propia máquina y todas las leyes que la gobiernan».

«Al tratar de analizar tal o cual fenómeno que lo ha impresionado fuertemente, un hombre generalmente se pregunta: “¿Qué es esto? ¿Por qué sucede esto así y no de otra manera?”. Y comienza a buscar una respuesta a estas preguntas, olvidándose de todo lo que las observaciones ulteriores podrían aportarle. Más y más absorbido por las preguntas, pierde totalmente el hilo de la observación de sí, y hasta llega a olvidar la idea misma. La observación se detiene. De este hecho resulta claro que tan solo una cosa puede progresar: o la observación, o bien las tentativas de análisis».

«Pero aún fuera de esto, toda tentativa de análisis de fenómenos aislados, sin el conocimiento de las leyes generales, es una pérdida total de tiempo. Antes de poder analizar los fenómenos, aun los más elementales, un hombre debe acumular suficiente material bajo la forma de “constataciones”, es decir como resultado de una observación directa e inmediata de lo que pasa en él. Éste es el elemento más importante en el trabajo del estudio de sí. Cuando se ha acumulado un número suficiente de “constataciones” y cuando al mismo tiempo se ha estudiado y comprendido hasta un cierto punto las leyes, solo entonces se hace posible el análisis».

«Desde el comienzo mismo, la observación y la constatación se deben basar sobre el conocimiento de los principios fundamentales de la actividad de la máquina humana. La observación de sí no se puede conducir correctamente si no se comprenden estos principios, y si no se les tiene siempre en cuenta en la mente. Es por esta razón que la observación de sí ordinaria, tal como la practica la gente toda su vida, es totalmente inútil y no puede llegar a nada».

«La observación debe comenzar con la división de las funciones. Toda la actividad de la máquina humana está dividida en cuatro grupos de funciones netamente definidas. Cada uno está gobernado por su propio “cerebro” o “centro”. Un hombre debe diferenciar, al observarse a sí mismo, las cuatro funciones fundamentales de su máquina: las funciones intelectual, emocional, motriz e instintiva. Cada fenómeno que un hombre observa en sí mismo se relaciona con una u otra de estas funciones. Por eso, antes de comenzar a observar, un hombre debe comprender en qué difieren las funciones, qué significa la actividad intelectual, qué significa la actividad emocional, la actividad motriz y la actividad instintiva».

«La observación debe comenzar por el principio. Todas las experiencias anteriores, todos los resultados anteriores de toda observación de sí, deben ser dejados de lado. Allí puede haber elementos de gran valor. Pero todo este material está basado en las divisiones erróneas de las funciones observadas, y éste mismo está dividido de manera incorrecta. Por esta razón no se lo puede utilizar; en todo caso, no se lo puede utilizar al comienzo del estudio de sí. En el momento oportuno, lo que hay de valor será tomado y utilizado. Pero es necesario comenzar por el principio, es decir, observarse a sí mismo como si no se conociese en lo más mínimo, como si aún nunca se hubiera observado».

«Cuando uno comienza a observarse, debe tratar de determinar al instante a qué grupo, a qué centro, pertenecen los fenómenos que se están observando en el momento».

«Algunos encuentran difícil comprender la diferencia entre pensamiento y sentimiento, otros tienen dificultad en comprender la diferencia entre sentimiento y sensación, entre un pensamiento y un impulso motor».

«Hablando en términos muy amplios se puede decir que la función del pensamiento siempre trabaja por medio de la comparación. Las conclusiones intelectuales son siempre el resultado de la comparación de dos o más impresiones».

«La sensación y la emoción no razonan, no comparan, simplemente definen una impresión dada por su aspecto, por su carácter agradable o desagradable en uno u otro sentido, por su color, sabor u olor. Lo que es más, las sensaciones pueden ser indiferentes —ni calientes ni frías, ni agradables ni desagradables: “papel blanco”, “lápiz rojo”. En la sensación de lo blanco y de lo rojo no hay nada agradable o desagradable. En todo caso, no es necesario que haya nada agradable o desagradable ligado a la sensación de uno u otro de estos dos colores. Estas sensaciones, que proceden de los así llamados “cinco sentidos”, y las demás, como la sensación de calor, la del frío, etc., son instintivas. Las funciones del sentimiento, o emociones, siempre son agradables o desagradables; no hay emociones indiferentes».

«La dificultad para distinguir entre las funciones se acrecienta por el hecho de que la gente las siente de manera muy diferente. Es esto lo que generalmente no comprendemos. Creemos que las personas son mucho más parecidas entre sí de lo que son en realidad. Sin embargo, de hecho hay grandes diferencias entre uno y otro en lo que concierne a las formas o a las modalidades de sus percepciones. Algunas personas perciben principalmente a través de su pensar, otras a través de sus emociones, y otras a través de sus sensaciones. La comprensión mutua es muy difícil, si no imposible, para hombres de diversas categorías y de diversos modos de percepción, porque todos dan nombres diferentes a una sola y misma cosa, y el mismo nombre a las cosas más diferentes. Además, son posibles toda clase de combinaciones. Un hombre percibe a través de sus pensamientos y de sus sensaciones, otro a través de sus pensamientos y de sus sentimientos, y así sucesivamente. Cualquiera que sea, cada modo de percepción se pone inmediatamente en relación con una especie particular de reacción a los acontecimientos exteriores. Estas diferencias en la percepción y la reacción a los acontecimientos exteriores producen dos resultados: las personas no se comprenden entre sí y no se comprenden ellas mismas. Muy a menudo un hombre llama sentimientos a sus pensamientos o a sus percepciones intelectuales, y llama pensamientos a sus sentimientos, y sentimientos a sus sensaciones. Este último caso es el más frecuente. Por ejemplo, dos personas perciben la misma cosa diferentemente, digamos que una la percibe a través de sus sentimientos y la otra a través de sus sensaciones: podrán discutir toda su vida sin comprender jamás en qué consiste la diferencia entre sus actitudes en presencia de un objeto dado. En efecto, la primera lo ve bajo uno de sus aspectos y la segunda bajo otro».

«Para encontrar el método que discrimina, debemos comprender que cada función psíquica normal es un medio o un instrumento de conocimiento. Con la ayuda del pensar vemos un aspecto de las cosas y de los sucesos, con la ayuda de las emociones vemos otro aspecto y con la ayuda de las sensaciones un tercer aspecto. El conocimiento más completo que podríamos alcanzar de un tema dado solo se puede obtener si lo examinamos simultáneamente a través de nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones. Todo hombre que se esfuerza por alcanzar un conocimiento verdadero debe dirigirse hacia la posibilidad de tal percepción. En condiciones ordinarias el hombre ve el mundo a través de un cristal deformado, desigual. Y aun si se da cuenta, no puede cambiar nada. Su forma de percepción, sea cual fuere, depende del trabajo de su organismo entero. Todas las funciones son interdependientes y se equilibran entre sí, todas las funciones tienden a mantenerse entre sí en el estado en que están. Por eso, un hombre que comienza a estudiarse a sí mismo, al descubrir en sí algo que no le gusta, debe comprender que no será capaz de cambiarlo. Estudiar es una cosa, cambiar es otra. Sin embargo, el estudio es el primer paso hacia la posibilidad de cambiar en el futuro. Y desde el comienzo del estudio de sí, uno debe llegar a convencerse bien de que durante mucho tiempo todo el trabajo consistirá solamente en estudiarse».

«Ningún cambio es posible en las condiciones ordinarias porque cada vez que un hombre quiere cambiar una cosa no quiere cambiar sino esta cosa. Pero todo en la máquina está ligado y cada función está inevitablemente compensada por otra o por toda una serie de otras funciones, aunque no nos demos cuenta de esta interdependencia entre las diversas funciones en nosotros mismos. La máquina está equilibrada en todos sus detalles en cada momento de su actividad. Si un hombre constata en sí mismo algo que le disgusta, y empieza a hacer esfuerzos para cambiarlo, puede llegar a cierto resultado. Pero al mismo tiempo, con este resultado obtendrá inevitablemente otro resultado, que no podía haber sospechado. Al esforzarse para destruir y aniquilar todo lo que le desagrada en él, al hacer esfuerzos hacia este fin, compromete el equilibrio de su máquina. La máquina se esfuerza por restablecer el equilibrio y lo restablece creando una nueva función que el hombre no podía haber previsto. Por ejemplo, un hombre puede observar que es muy distraído, que se olvida de todo, pierde todo, etc. Comienza a luchar contra este hábito, y si es suficientemente metódico y resuelto, logra, después de cierto tiempo, obtener el resultado deseado: deja de olvidar o de perder cosas. Esto lo advierte; pero hay otra cosa que no advierte, y que los demás sí advierten, o sea, que se ha vuelto irritable, pedante, criticón, desagradable. Ha vencido su distracción, pero en su lugar ha aparecido la irritabilidad. ¿Porqué? Es imposible decirlo. Solo el análisis detallado de las cualidades particulares de los centros de un hombre pueden mostrar porqué la pérdida de una cualidad ha ocasionado la aparición de otra. Esto no quiere decir que la pérdida de la distracción deba causar necesariamente la irritabilidad. Cualquier otra característica que no tenga relación alguna con la distracción podría aparecer igualmente, por ejemplo, mezquindad, o envidia, u otra cosa».

«De modo que cuando un hombre trabaja en forma conveniente sobre sí mismo, debe tomar en cuenta los posibles cambios compensatorios que pueden ocurrir y tenerlos en cuenta de antemano. Solo en esta forma podrá evitar cambios indeseables, o la aparición de cualidades enteramente opuestas a la meta y a la dirección de su trabajo».

«Pero en el sistema general de la actividad, y de las funciones de la máquina humana, hay ciertos puntos en los cuales puede tener lugar un cambio sin ocasionar ningún resultado parasitario».

«Es necesario saber cuáles son estos puntos, y cómo acercarse a ellos, porque si uno no comienza con ellos no obtendrá ningún resultado u obtendrá resultados equivocados e indeseables».

«Un hombre, cuando ha fijado en su pensamiento la diferencia entre las funciones intelectuales, emocionales y motrices, debe, conforme se observa a sí mismo, referir inmediatamente sus impresiones a la categoría correspondiente. Primero debe tomar nota mental tan solo de aquellas observaciones con respecto a las cuales no le cabe la menor duda, es decir en las que reconoce de inmediato la categoría. Debe rechazar todos los casos vagos o dudosos, y recordar únicamente aquéllos que son indiscutibles. Si este trabajo se efectúa correctamente, el número de constataciones indudables aumentará rápidamente. Y aquello que al principio le parecía dudoso muy pronto se verá con claridad como perteneciente al primero, al segundo, o al tercer centro. Cada centro tiene su propia memoria, sus propias asociaciones, y su propio pensar. De hecho cada centro consiste de tres partes: la intelectual, la emocional y la motriz. Pero no sabemos casi nada acerca de este lado de nuestra naturaleza. En cada centro solo conocemos una parte. Sin embargo, la observación de sí mismo nos demostrará muy pronto que la vida de nuestros centros es mucho más rica, o en todo caso, que contiene muchas más posibilidades de las que pensamos».

«A la vez, al observar los centros, podremos constatar, al lado de su trabajo correcto, su trabajo incorrecto, es decir, el trabajo de un centro en lugar de otro: las tentativas de sentir del centro intelectual, o sus pretensiones al sentimiento, las tentativas del centro emocional para pensar, las tentativas del centro motor para pensar y sentir. Como ya se ha dicho, el trabajo de un centro por otro es útil en ciertos casos, para salvaguardar la continuidad de la vida. Pero al hacerse habitual este tipo de relevo llega a ser al mismo tiempo dañino, porque comienza a interferir con el trabajo correcto, permitiendo poco a poco a cada centro descuidar sus propios deberes inmediatos y hacer, no lo que debería estar haciendo, sino lo que le gusta más en el momento. En un hombre sano y normal, cada centro ejecuta su propio trabajo, es decir, el trabajo para el cual fue especialmente destinado y que está mejor calificado para cumplir. Hay situaciones en la vida de las cuales no podemos hacernos cargo sino solo con la ayuda del pensamiento. Si en tal momento el centro emocional comienza a funcionar en lugar del centro intelectual, enredará todo, y las consecuencias de esta intervención serán por demás desagradables. En un hombre desequilibrado, la continua substitución de un centro por otro es precisamente lo que se llama “desequilibrio” o “neurosis”. Cada centro procura de alguna manera endosarle su trabajo a otro, y al mismo tiempo trata de hacer el trabajo de otro centro para el cual no está capacitado. Cuando el centro emocional trabaja en lugar del centro intelectual, introduce nerviosidad, febrilidad y precipitación innecesarias en situaciones en las que, por el contrario, son esenciales un juicio calmo y una deliberación tranquila. Por su lado, cuando el centro intelectual trabaja en lugar del centro emocional, se pone a deliberar en situaciones que requieren decisiones rápidas y hace imposible el discernir las particularidades y los matices finos de la situación. El pensamiento es demasiado lento. Elabora cierto plan de acción y continúa siguiéndolo aun cuando las circunstancias hayan cambiado y se haya hecho necesario otro tipo de acción. Además, en algunos casos la intervención del centro intelectual hace surgir reacciones enteramente equivocadas, porque el centro intelectual es simplemente incapaz de comprender los matices y sutilezas de muchos acontecimientos. Al centro del pensamiento le parecen iguales acontecimientos que son totalmente diferentes para el centro motor y para el centro emocional. Sus decisiones son demasiado generales y no corresponden a las que habría tomado el centro emocional. Esto resulta perfectamente claro si nos representamos la intervención del pensamiento, esto es, de la mente teórica, en el dominio del sentimiento, o de la sensación, o del movimiento. En cada uno de estos tres casos la intervención del pensamiento conduce a resultados totalmente indeseables. El pensamiento no puede comprender los matices del sentimiento. Veremos esto claramente si imaginamos a un hombre razonando sobre las emociones de otro. Como él mismo no experimenta nada, lo que experimenta el otro no existe para él. Un hombre saciado no comprende a un hambriento. Pero para éste, su hambre es muy real; y las decisiones del primero, o sea del pensamiento, no pueden en ningún caso satisfacerlo».

«En la misma forma, el pensamiento no puede apreciar las sensaciones. Para él son cosas muertas. Tampoco es capaz de controlar el movimiento. Es de lo más fácil encontrar ejemplos de esta clase. Cualquiera que sea el trabajo que un hombre esté haciendo, bastará que trate de hacer deliberadamente cada uno de sus gestos con su mente, siguiendo cada movimiento, y verá que cambiará inmediatamente la calidad de su trabajo. Si está escribiendo a máquina, sus dedos gobernados por su centro motor encuentran por sí mismos las letras necesarias; pero si antes de cada letra trata de preguntarse a sí mismo: “¿Dónde está la C?”. “¿Dónde está la coma?”. “¿Cómo se deletrea esta palabra?” —en seguida comienza a cometer errores o a escribir muy despacio. Si un hombre conduce un automóvil con su centro intelectual, por cierto no tendrá interés en pasar de la primera velocidad. El pensamiento no puede seguir el ritmo de todos los movimientos necesarios a una marcha rápida. Es absolutamente imposible para un hombre ordinario conducir rápido con su centro intelectual especialmente en las calles de una gran ciudad».

«Cuando el centro motor hace el trabajo del centro intelectual, da como resultado la lectura mecánica o la audición mecánica, aquélla de un lector o de un oyente que no percibe sino palabras y se queda totalmente inconsciente de lo que lee o escucha. Esto sucede generalmente cuando la atención, es decir la dirección de la actividad del centro intelectual, está ocupada en alguna otra cosa, y cuando el centro motor trata de suplantar al ausente centro intelectual. Esto se convierte muy fácilmente en un hábito porque generalmente el centro intelectual está distraído, no por un trabajo útil, pensamiento o meditación, sino simplemente por el ensueño o la imaginación».

«La imaginación es una de las principales causas del trabajo equivocado de los centros. Cada centro tiene su propia forma de imaginación y de ensueño, pero por lo general el centro motor y el centro emocional se sirven ambos del centro intelectual, siempre listo éste a cederles su lugar y a ponerse a su disposición para este fin, porque el ensueño corresponde a sus propias inclinaciones».

«El ensueño es absolutamente lo contrario de una actividad “útil”. “Útil” en este caso significa: dirigida hacia una meta definida y emprendida para un resultado definido. El ensueño no tiende a ningún fin, no se esfuerza hacia ninguna meta. La motivación del ensueño se encuentra siempre en el centro emocional o en el centro motor. En cuanto al proceso efectivo, éste es tomado a su cargo por el centro intelectual. La tendencia a soñar se debe en parte a la pereza del centro intelectual, es decir a sus tentativas por evitarse todo esfuerzo ligado a un trabajo orientado hacia una meta definida y que tenga una dirección definida, y por otra parte a la tendencia de los centros emocional y motor a repetirse, a guardar vivas o a reproducir experiencias agradables o desagradables, ya vividas o imaginadas. Los ensueños penosos, mórbidos, son característicos de un desequilibrio de la máquina humana. Después de todo, se puede comprender el ensueño cuando presenta un carácter agradable, y se le puede encontrar una justificación lógica. Pero el ensueño de carácter penoso es un completo absurdo. Sin embargo, muchas personas pasan nueve décimos de su existencia imaginando toda clase de acontecimientos desagradables, todas las desgracias que pueden recaer sobre ellos y sobre su familia, todas las enfermedades que pueden contraer, y todos los sufrimientos que tal vez tendrán que soportar».

«La “imaginación” y el “ensueño” son ejemplos del funcionamiento equivocado del centro intelectual».

«La observación de la actividad de la imaginación y del ensueño, constituye una parte muy importante del estudio de sí».

«Después la observación tendrá que enfocarse sobre los hábitos en general. Todo hombre adulto es un tejido de hábitos, si bien, en la mayoría de los casos, no se da la menor cuenta de ello y pudiera aun afirmar que no tiene hábito alguno. Esto nunca puede ser así. Los tres centros están repletos de hábitos y un hombre jamás puede conocerse hasta haber estudiado todos sus hábitos. La observación y estudio de éstos es particularmente difícil porque para verlos y “constatarlos”, es necesario escapar de ellos, liberarse de ellos aunque sea tan solo por un momento. Mientras un hombre está gobernado por un hábito determinado, no puede observarlo; pero desde su primer intento de combatirlo, por débil que éste sea, lo siente y repara en él. Por eso, para observar y estudiar los hábitos es necesario tratar de luchar contra ellos. Esto nos abre una vía práctica para la observación de sí. He dicho anteriormente que un hombre no puede cambiar nada en sí mismo, que solo puede observar y “constatar”. Es verdad. Pero es igualmente cierto que un hombre no puede observar ni “constatar” nada si no trata de luchar consigo mismo, es decir, contra sus hábitos. Esta lucha no puede dar resultados inmediatos; no puede conducir a ningún cambio permanente o duradero. Pero permite saber a qué atenerse. Sin lucha un hombre no puede ver de qué está hecho. La lucha contra los pequeños hábitos es muy difícil y fastidiosa, pero sin ella es imposible la observación de sí».

«Desde su primera tentativa de estudiar su actividad motriz elemental, el hombre tropieza con sus hábitos. Por ejemplo, puede querer estudiar sus movimientos, puede querer observar cómo camina. Pero nunca lo logrará por más de un instante, si sigue funcionando de la manera habitual. En cambio, si comprende que su manera de caminar está constituida por un cierto número de hábitos: pasos de cierta longitud, un cierto porte, etc., y si trata de cambiarlos, es decir caminar más o menos rápido, alargar más o menos el paso, será capaz de ver en sí mismo y estudiar sus movimientos mientras camina. Si un hombre quiere observarse mientras escribe, debe tomar nota de la manera en que sostiene la pluma y tratar de tomarla de otro modo; entonces se hace posible la observación. Para observarse un hombre debe tratar de no caminar de manera habitual, de sentarse en forma desacostumbrada, debe permanecer de pie cuando normalmente se sienta, sentarse cuando está acostumbrado a estar de pie, realizar con la mano izquierda los movimientos que acostumbra hacer con la mano derecha y viceversa. Todo esto le permitirá observarse y estudiar los hábitos y asociaciones del centro motor».

«En el dominio de las emociones es muy útil tratar de luchar contra el hábito de dar expresión inmediata a las emociones desagradables. Muchas personas encuentran muy difícil evitar expresar sus sentimientos acerca del mal tiempo. Les es aún más difícil guardar para sí las emociones desagradables cuando estiman que han sido violados el orden o la justicia tal como ellos la conciben».

«La lucha contra la expresión de las emociones desagradables no solo es un excelente método para la observación de sí, sino que tiene otro significado. Ésta es una de las pocas direcciones en las que un hombre puede cambiar o cambiar sus hábitos sin crear otros indeseables. Es por esto por lo que desde el comienzo la observación de sí y el estudio de sí deben estar acompañados de una lucha contra la expresión de las emociones desagradables».

«Si el hombre sigue todas estas reglas al observarse a sí mismo, descubrirá una cantidad de aspectos muy importantes de su ser. Para comenzar»:

«Desde este momento el hombre comenzará a comprender»:

Había varios puntos en las teorías psicológicas de G. que suscitaron particularmente mí interés.

El primero era la posibilidad de un cambio de sí, a saber que el hombre desde que comienza a observarse de la manera adecuada, comienza por esto mismo a cambiar y ya no puede estar satisfecho de sí.

El segundo punto era la necesidad de «no expresar las emociones desagradables». Sentí de inmediato que aquí se escondía algo muy grande y el futuro me dio la razón, porque el estudio de las emociones y el trabajo sobre las emociones se tornó la base del desarrollo ulterior de todo el sistema. Pero esto no se me hizo evidente sino mucho más tarde.

El tercer punto que atrajo mi atención y sobre el cual de inmediato me puse a reflexionar era la idea del centro motor.

Lo que me interesó especialmente era la relación que G. establecía entre las funciones motrices y las funciones instintivas. ¿Eran idénticas o eran diferentes? Además, ¿cuál era la relación entre las divisiones hechas por G. y las divisiones habituales de la psicología? Hasta entonces con ciertas reservas y adiciones, yo había estimado posible aceptar la vieja clasificación de las acciones del hombre en acciones «conscientes», acciones «automáticas» (que primero tienen que ser conscientes), acciones «instintivas» (oportunas pero sin meta consciente) y acciones «reflejas», simples y complejas, que nunca son conscientes y que en ciertos casos pueden ser inoportunas. Además había las acciones realizadas bajo la influencia de disposiciones emocionales ocultas y de impulsos interiores desconocidos.

G. puso de cabeza toda esta estructura.

Primeramente descartó por completo las acciones «conscientes» porque, como resaltaba de todo lo que él decía, nada era consciente. El término de «subconsciente» que desempeña un papel tan grande en las teorías de algunos autores, llegaba así a ser enteramente inútil y hasta engañoso, ya que fenómenos de categorías completamente diferentes siempre eran clasificados en la categoría de «subconscientes».

La división, de las acciones según los centros que las gobiernan eliminaba toda incertidumbre y toda duda posible en cuanto a la justeza de estas divisiones.

Lo que era particularmente importante en el sistema de G. era la idea de que acciones idénticas podían tener su origen en centros diferentes. Un buen ejemplo es el del joven recluta y el viejo soldado en la instrucción militar. Aquél maneja el fusil con su centro intelectual, éste con su centro motor, que lo hace mucho mejor.

Pero G. no llamaba «automáticas» a las acciones gobernadas por el centro motor. Solo designaba así a las acciones que el hombre realizaba de manera imperceptible para él mismo.

Las mismas acciones, desde que son observadas, ya no se pueden llamar «automáticas». Otorgaba un gran lugar al automatismo, pero no confundía funciones motrices con funciones automáticas, y lo que es más importante, encontraba acciones automáticas en todos los centros. Por ejemplo, hablaba de «pensamientos automáticos» y de «sentimientos automáticos». Cuando le pregunté sobre los reflejos, los llamó «acciones instintivas». Y como comprendí de lo que siguió, entre todos los movimientos exteriores, consideraba solo a los reflejos como acciones instintivas.

Yo estaba muy interesado por su descripción de las relaciones entre las funciones motrices e instintivas y volvía a menudo a este tema en mis conversaciones con él.

Ante todo G. nos llamó la atención sobre el perpetuo abuso de las palabras «instinto» e «instintivo». Resaltaba de lo que decía, que esos términos no podían aplicarse con derecho sino a las funciones internas del organismo. Respiración, circulación de la sangre, digestión —tales eran las funciones instintivas—. Las únicas funciones externas que pertenecían a esta categoría eran los reflejos. La diferencia entre las funciones instintivas y motrices era la siguiente: Las funciones motrices del hombre así como las de los animales, de un pájaro, de un perro, deben ser aprendidas; pero las funciones instintivas son innatas. El hombre tiene muy pocos movimientos exteriores innatos; los animales tienen más, aunque en diversos grados: algunos tienen más, otros menos; pero lo que habitualmente se designa como «instinto» se refiere muy a menudo a una serie de funciones motrices complejas, que los animales jóvenes aprenden de los viejos. Una de las principales propiedades del centro motor es su capacidad de imitar. El centro motor imita lo que ve sin razonar. Éste es el origen de las leyendas que existen sobre la maravillosa «inteligencia» de los animales, o sobre el «instinto» que reemplaza a la inteligencia para permitirles realizar toda una serie de acciones complejas y perfectamente adaptadas.

La idea de un centro motor independiente, es decir que no depende de la mente ni requiere nada de ella y que es por sí mismo una mente, pero que por otra parte tampoco depende del instinto y debe ante todo educarse —situaba un número muy grande de problemas sobre una base enteramente nueva—. La existencia de un centro motor trabajando por imitación explicaba el mantenimiento del orden existente en las colmenas, las comejeneras y los hormigueros. Dirigida por la imitación, una generación debe modelarse absolutamente sobre el patrón de la generación precedente. No puede haber ningún cambio, ninguna desviación del modelo. Pero la imitación no explica cómo se establece en el origen un orden tal. A menudo estaba tentado de hacer toda clase de preguntas sobre este tema. Pero G. eludía tales conversaciones y las llevaba siempre al hombre y a los problemas reales del estudio de sí.

De esta manera muchas cosas se aclararon para mí con la idea de que cada centro no es solo una fuerza de impulsión, sino también un «aparato receptor» que capta influencias diferentes y algunas veces muy alejadas. Cuando yo pensaba en lo que había sido dicho sobre las guerras, las revoluciones, las migraciones de pueblos, etc. cuando me representaba cómo se pueden mover las masas humanas obedeciendo a influencias planetarias, entreveía nuestro error fundamental en la determinación de las acciones individuales. Nosotros consideramos las acciones de un individuo como si tuvieran su origen en ti mismo. No nos imaginamos que «las masas» puedan estar formadas de autómatas que obedecen a estímulos exteriores y que pueden moverse, no bajo la influencia de la voluntad, de la conciencia o de las tendencias de los individuos sino bajo la influencia de estímulos exteriores que vienen a veces de muy lejos.

—¿Pueden ser gobernadas las funciones instintivas y motrices por dos centros distintos?, le pregunté un día a G.

—«Sí, dijo, y hay que añadirles el centro sexual. Éstos son los tres centros del piso inferior. El centro sexual desempeña el papel del centro neutralizante en relación a los centros instintivo y motor. El piso inferior puede existir por sí mismo, porque en él los tres centros son los conductores de las tres fuerzas. Los centros intelectual y emocional no son indispensables para la vida».

—¿Cuál de los centros del piso inferior es activo y cuál es pasivo?

—«Eso cambia, dijo G. Ora el centro motor es activo y el centro instintivo es pasivo, ora es el centro instintivo el que es activo y el centro motor, pasivo. Usted debe encontrar en usted mismo ejemplos de estos estados. Pero independientemente de los diferentes estados, hay también diferencias de tipos. En unos, el centro motor es más activo, en otros es el centro instintivo. Pero para mayor comodidad en el razonamiento y sobre todo al comienzo, cuando es la explicación de los principios lo que más cuenta, los consideramos como un solo centro, comprendiendo diferentes funciones que trabajan sobre el mismo nivel. Los centros intelectual, emocional y motor trabajan sobre niveles diferentes; y los centros motor e instintivo, sobre un mismo nivel. Más tarde comprenderá lo que significan estos niveles y de qué dependen».