CUIDADO, TRIS

Una abnegada, cinco veraces, dos eruditos. Esos son mis iniciados.

Me cuentan que Verdad y Osadía tienen un índice de trasladados mutuos bastante elevado: normalmente perdemos tantos osados frente a Verdad como veraces ganamos frente a Osadía. Creo que mi trabajo consiste en conseguir que estos ocho iniciados superen, como mínimo, la primera ronda de cortes. El año pasado, cuando Eric y Max insistieron en los cortes, me enfrenté a ellos cuanto pude, pero, al parecer, los cortes han llegado para quedarse, todo por la Osadía que Max y Eric pretenden crear: una facción de brutalidad gratuita.

Sin embargo, mi intención es abandonar Osadía en cuanto descubra lo que traman Max y Jeanine, y si tiene que ser en medio de la iniciación, mejor.

Cuando todos los nacidos en Osadía (incluidos Uriah, Lynn y Marlene) están con nosotros, empiezo a bajar por el túnel y les hago gestos con una mano para que me sigan. Recorremos el oscuro pasillo que conduce a las puertas del Pozo.

—Aquí es donde nos dividimos —dice Lauren cuando llega a las puertas—. Los iniciados nacidos en Osadía, conmigo. Supongo que vosotros no necesitáis una visita guiada.

Sonríe, y los nacidos en Osadía la siguen por el pasillo que pasa junto al Pozo para ir al comedor. Los observo alejarse y, una vez que han desaparecido, me enderezo. El año pasado aprendí que, para que me tomen en serio desde el principio, tengo que ser duro con ellos desde el principio. No cuento con el encanto natural de Amar, que se ganaba la lealtad de la gente con tan solo una sonrisa o una broma, así que tengo que compensarlo de otro modo.

—La mayor parte del tiempo trabajo en la sala de control, pero, durante las próximas cuatro semanas, seré vuestro instructor. Me llamo Cuatro.

Una de las veraces (alta, de piel oscura y voz enérgica) decide hablar.

—¿Cuatro? ¿Como el número?

Percibo el inicio de una revuelta. La gente que no sabe lo que significa mi nombre suele reírse de él; no me gusta que se rían de mí, y menos un grupo de iniciados recién salidos de la Elección que no tienen ni idea de lo que les espera.

—Sí —respondo, malhumorado—, ¿algún problema?

—No —responde la chica.

—Bien. Estamos a punto de entrar en el Pozo, un sitio que aprenderéis a querer con el tiempo. Es…

La veraz me interrumpe de nuevo.

—¿El Pozo? Qué nombre más agudo.

Me enfado de verdad y me acerco a ella sin meditarlo antes. No puedo permitir que alguien bromee cada vez que digo algo, y menos al principio de la iniciación, cuando la actitud de todos es tan maleable. Debo demostrarles que no pueden jugar conmigo y debo hacerlo ahora.

Me inclino sobre ella y me quedo mirándola unos segundos, hasta que pierde la sonrisa.

—¿Cómo te llamas? —pregunto, manteniendo la voz baja.

—Christina.

—Bueno, Christina, si hubiese querido aguantar a los bocazas de Verdad, me habría unido a su facción. La primera lección que vas a aprender es a mantener la boca cerrada, ¿lo entiendes?

Ella asiente con la cabeza. Me giro con el corazón palpitándome en los oídos. Creo que con eso bastará, pero no puedo estar seguro, no hasta que comience de verdad la iniciación. Empujo las puertas dobles que dan al Pozo y, por un momento, lo veo como si fuera la primera vez: un espacio de tamaño increíble, desbordante de vida y energía; el golpeteo del agua del abismo al estrellarse contra las rocas; los ecos de conversaciones por todas partes. Casi siempre lo evito porque hay demasiado bullicio, pero hoy me encanta. No puedo evitarlo.

—Si me seguís, os enseñaré el abismo.

La trasladada de Abnegación se sienta a mi mesa. Por un momento me pregunto si sabrá quién soy o si, de algún modo, se siente atraída hacia mí por una fuerza estirada invisible que no puedo evitar emitir. Sin embargo, no me mira como si me conociera. Y no sabe lo que es una hamburguesa.

—¿Nunca has comido una hamburguesa? —le pregunta Christina con incredulidad.

Los veraces son así, les sorprende que los demás no vivan como ellos. Es una de las razones por la que no me gustan. Es como si el resto del mundo no existiera para ellos, mientras que, para Abnegación, el resto del mundo es lo único que existe, y está repleto de necesidades.

—No —responde Tris. Para ser tan menuda, tiene una voz bastante grave. Siempre suena seria, diga lo que diga—, ¿se llaman así?

—Los estirados comen comida sencilla —explico, intentando usar nuestra jerga.

Aplicarla con Tris me resulta poco natural; es como si le debiese la cortesía que le dedicaría a cualquier mujer en mi antigua facción: actitud deferente, mirada gacha y conversación educada. Tengo que obligarme a recordar que ya no estoy en Abnegación. Y ella tampoco.

—¿Por qué? —pregunta Christina.

—La extravagancia se considera una falta de moderación y algo innecesario —responde Tris como si lo recitara de memoria. Quizá lo haga.

—Con razón te has ido.

—Sí —dice Tris, poniendo los ojos en blanco, cosa que me sorprende—, ha sido por la comida.

Intento no sonreír. No estoy seguro de haberlo conseguido.

Entonces, Eric entra y todos guardan silencio.

La elección de Eric como líder de Osadía provocó confusión y, en algunos casos, rabia. Nunca antes habíamos tenido a un líder tan joven, y mucha gente se opuso a la decisión y expresó su preocupación por su juventud y su procedencia erudita. Max se aseguró de silenciar esas voces. Igual que Eric. Alguien se quejaba un día y después guardaba silencio al siguiente, asustado, casi como si lo hubieran amenazado. Conociendo a Eric, seguramente lo hizo con palabras suaves que se retorcían hasta convertirse en algo cruel, inteligente y calculado, como siempre.

—¿Quién es? —pregunta Christina.

—Se llama Eric —respondo—. Es un líder de Osadía.

—¿En serio? Es muy joven.

—Aquí no importa la edad —explico, apretando la mandíbula.

«Lo que importa es tener vínculos con Jeanine Matthews».

Se acerca a nosotros y se deja caer en el asiento que tengo al lado. Me quedo mirando mi comida.

—Bueno, ¿no me vas a presentar? —pregunta, como si nada, como si fuéramos amigos.

—Esta es Tris y esta, Christina.

—Oooh, una estirada —dice Eric, sonriendo con suficiencia. Por un momento temo que esté a punto de contarle de dónde vengo, así que me agarro una rodilla y aprieto con ganas para no soltarle una bofetada. Sin embargo, se limita a decir—: Ya veremos cuánto duras.

Quiero pegarle. O recordarle que el último trasladado de Abnegación que tuvimos, el que está sentado a su lado, consiguió romperle un diente, así que quién sabe lo que hará este. Sin embargo, con las nuevas prácticas en funcionamiento (luchar hasta que uno de los oponentes sea incapaz de levantarse, echar gente tras una sola semana de entrenamiento en combate), tiene razón: es poco probable que dure mucho, con lo menuda que es. No me gusta, pero es así.

—¿Qué has estado haciendo estos días, Cuatro? —pregunta Eric.

Siento una punzada de miedo; por un momento me preocupa que sepa que los espío a Max y a él. Me encojo de hombros.

—Nada, la verdad.

—Me dice Max que ha intentado reunirse contigo y no apareces. Me ha pedido que averigüe qué pasaba contigo.

No me cuesta nada pasar de los mensajes de Max, como si fuera basura que el viento arrastrara hacia mí. Aunque puede que a Eric ya no le importen las reacciones negativas a su nombramiento, siguen importándole a Max, a quien nunca le gustó su protegido tanto como debiera. Yo sí le gustaba, aunque no sé bien por qué, teniendo en cuenta que me mantengo aislado mientras los demás osados hacen piña.

—Dile que estoy satisfecho con el puesto que tengo —respondo.

—Así que quiere darte un trabajo.

Otra vez le brota la suspicacia de la boca como pus de un nuevo piercing.

—Eso parece.

—Y a ti no te interesa.

—Lleva dos años sin interesarme.

—Bueno, esperemos que lo capte de una vez.

Me da un puñetazo en el hombro que pretende ser informal, pero con tanta fuerza que casi me tira sobre la mesa. Le lanzo una mirada asesina cuando se aleja; no me gusta que me avasallen, y menos un escuchimizado amante de los eruditos.

—¿Sois… amigos? —pregunta Tris.

—Estábamos en la misma clase de iniciados. —Decido dar un golpe preventivo, ponerlos en contra de Eric antes de que él los ponga en contra de mí—. Él vino de Erudición.

Christina arquea las cejas, pero Tris, sin hacer caso de la palabra «Erudición» y de las sospechas que deberían habérsele grabado en la piel después de pasar la vida en Abnegación, pregunta:

—¿Tú también eras un trasladado?

—Creía que solo tendría problemas con las preguntas de los veraces. ¿Ahora también me van a fastidiar los estirados?

Como antes con Christina, intento ser brusco para cerrarles la puerta en las narices antes de que se abra demasiado. Pero la boca de Tris se retuerce como si hubiera probado algo amargo y replica:

—Debe de ser por lo accesible que resultas. Ya sabes, igual que un colchón de clavos.

Se ruboriza cuando la miro, pero no aparta la vista. Tiene algo que me resulta familiar, a pesar de que recordaría haber conocido a una chica abnegada tan mordaz, aunque solo me la hubiera cruzado un segundo.

—Ten cuidado, Tris —la aviso.

Cuidado con lo que me dices, es lo que quiero decir, cuidado con lo que le dices a los demás en una facción que valora todo lo que no debe, que no entiende que, cuando vienes de Abnegación, el colmo de la valentía es no dejar que te avasallen, ni siquiera en los momentos más insignificantes.

Al decir su nombre descubro de qué la conozco: es la hija de Andrew Prior. Beatrice. Tris.