Miro la hora en mi reloj: el primer iniciado debería saltar en cualquier momento.
La red espera a mi lado, ancha, resistente e iluminada desde arriba por el sol. La última vez que estuve aquí fue el Día de la Elección del año pasado y, antes de eso, el día que salté. No quería recordar la sensación de acercarme al borde del edificio, muerto de terror en cuerpo y mente; la horrible caída; el movimiento desesperado de brazos y piernas; la bofetada de las fibras de la red en los brazos y el cuello.
—¿Cómo fue la broma? —pregunta Lauren.
Tardo un segundo en recordar de lo que me habla: el programa y mi supuesta intención de gastarle una broma a Zeke.
—Todavía no se la he gastado. Hoy apenas hemos coincidido en el trabajo.
—Ya sabes que, si estuvieras dispuesto a estudiar en serio, nos vendrías bien en los servicios técnicos.
—Si estás de reclutamiento, deberías hablar con Zeke; se le da mucho mejor que a mí.
—Sí, pero Zeke no sabe cuándo debe cerrar la boca —responde—. Más que por capacidad seleccionamos por compatibilidad. Pasamos mucho tiempo juntos.
Sonrío. A Zeke le gusta parlotear, pero nunca me ha molestado. A veces resulta agradable no preocuparse por dar conversación.
Lauren juega con uno de los aros de su ceja mientras esperamos. Intento estirar el cuello para ver la azotea del edificio desde abajo, pero solo veo cielo.
—Apuesto a que es uno de mis nacidos en Osadía —dice Lauren.
—Siempre es un nacido en Osadía. No hay apuesta.
Los nacidos en Osadía cuentan con una ventaja injusta: normalmente saben lo que hay al final del salto, a pesar de que procuramos ocultárselo cuanto nos es posible. Esta entrada a la sede solo se utiliza el Día de la Elección, pero los osados son curiosos y exploran el complejo cuando creen que nadie los ve. También se les inculca desde pequeños el deseo de actuar con audacia y ser drásticos, de comprometerse a fondo con lo que decidan hacer. Hace falta ser un trasladado muy raro para saber eso sin que te lo enseñen.
Entonces, la veo.
No es la mancha negra que esperaba, sino una gris que baja dando tumbos por el aire. Oigo el chasquido de la red al tensarse alrededor de los soportes metálicos y su movimiento para acunarla. Por un momento me quedo mirando, asombrado, esa ropa gris que me resulta tan familiar. Después meto una mano en la red para que pueda agarrarse a ella.
La chica se aferra a mis dedos, y la saco. Cuando sale tambaleándose por el lateral, le sujeto los brazos para que recupere el equilibrio. Es pequeña y delgada, de aspecto frágil, como si el impacto con la red hubiera podido romperla. Tiene los ojos grandes y de un azul reluciente.
—Gracias —me dice.
Puede que parezca frágil, pero no le tiembla la voz.
—No me lo puedo creer —dice Lauren con más chulería osada de la habitual—. ¿La primera en saltar ha sido una estirada? Increíble.
Tiene razón, es increíble. Ni siquiera es normal que los estirados se unan a Osadía. No hubo ningún trasladado de Abnegación el año pasado. Y, antes de eso, yo fui el primero después de mucho tiempo.
—Por algo los habrá dejado, Lauren —respondo, sintiéndome lejos de este momento, fuera de mi cuerpo. Regreso y le digo a la iniciada—: ¿Cómo te llamas?
—Um…
Ella vacila y, por un breve y curioso instante, es como si la conociera. No de mis días en Abnegación, ni del colegio, sino a un nivel más profundo. Sus ojos y su boca buscan un nombre; el que encuentra no le satisface, como me pasó a mí. Mi instructor durante la iniciación me ofreció una escapatoria de mi antigua identidad, y eso mismo puedo ofrecerle a ella.
—Piénsatelo —le digo, esbozando una leve sonrisa—. No te dejarán escoger dos veces.
—Tris —responde, como si ya estuviera segura.
—Tris —repite Lauren—. Haz el anuncio, Cuatro.
Al fin y al cabo, esta trasladada de Abnegación es mi iniciada.
Vuelvo la vista atrás, hacia la multitud de miembros osados que se han reunido para ver saltar a los iniciados, y anuncio:
—¡Primera saltadora: Tris!
Así la recordarán, no por el gris que viste, sino por su primer acto de valentía. O de locura. A veces las dos cosas son la misma.
Todos la vitorean y, mientras el sonido retumba por la caverna, otro iniciado cae en la red con un grito que hiela la sangre. Es una veraz vestida de blanco y negro. Esta vez es Lauren la que se acerca a la red para ayudarla. Pongo una mano en la espalda de Tris para guiarla hacia la escalera, por si no está tan recuperada como parece. Antes de dar el primer paso, le digo:
—Bienvenida a Osadía.