CAPÍTULO 33

El inspector Lázaro comenzaba a hartarse de permanecer esperando junto al coche la llegada del helicóptero.

—¿Pero por qué tardan tanto? —se quejó, sin dejar de dar vueltas al vehículo—. ¡Es un asunto de vida o muerte!

Se habían situado en un solar vacío entre edificios que permitía un aterrizaje.

—Estarán a punto de llegar —Millán intentaba calmarle, sin éxito.

—¿A punto de llegar? ¡Ya tenían que estar aquí!

Millán se encogió de hombros. —Ya sabe lo difícil que es disponer de este tipo de recursos…

—Cada minuto cuenta. ¡Bastante ventaja nos lleva ese monstruo!

El detective comprobó la pantalla de su móvil.

—Nada —comunicó—, el profesor Vidal sigue sin devolver mis llamadas.

—¿Al menos has logrado que dé señal?

—No, todo el rato me sale desconectado o fuera de cobertura. El director me ha facilitado también un número fijo, pero tampoco responde nadie.

Lázaro se preguntó si aquella dificultad en contactar con el docente implicaba en sí misma un mal síntoma. ¿Acaso la tragedia ya había tenido lugar? No quiso ni concebir la posibilidad de llegar demasiado tarde.

—¡Ya está aquí! —gritó entonces Millán, con los ojos enfocados hacia el cielo.

Un punto oscuro entre las nubes fue creciendo de tamaño al tiempo que empezaba a escucharse un sonido de vibración.

Llegaba el siguiente asalto.

—¿Qué acaba de ocurrir, Diana?

Hugo tenía que saberlo. Aún sentía el sabor de ella en los labios. Había sido un beso tan… auténtico. Su mente, que parecía flotar en un entorno sin gravedad, no estaba preparada para pasar de la muerte al amor de un modo tan súbito.

Diana no respondió en un primer momento.

—Y qué más da —dijo, por fin—. Los dos lo necesitábamos, ¿no?

—Ya, pero…

—En esta casa no hay futuro, Hugo. Por eso es inútil hacerse preguntas. Es una pérdida de tiempo.

De nuevo aquella frialdad. Hugo había aprendido a reconocer en Diana esos momentos en los que salía a flote su personalidad más hostil. Aceptarla a ella implicaba aceptar ese lado conflictivo que arrastraba, fruto de un pasado quizá menos cómodo del que él hubiera imaginado. El suicidio de Pablo brotó en su memoria. No debía de ser fácil vivir en un hogar contaminado por la culpabilidad.

—Hay que localizar a Álvaro —susurró ella—. Ya solo quedamos él y nosotros en esta casa. Mientras no lo encontremos, corremos peligro.

Hugo se resignó a abandonar su tema de conversación. La realidad se imponía, y era cierto que en medio del sangriento caos que les rodeaba dedicarse a hablar de otras cuestiones constituía un lujo de lo más inoportuno. Aunque él lo hubiera dado todo por conocer los sentimientos de ella. Todo.

Tendría que esperar.

—Me sigue pareciendo imposible que Álvaro haya matado a Andrea… —comenzó—. Si hubieras visto la serenidad con la que me hablaba mientras os esperábamos… Además, ¿por qué no me atacó a mí? Si lo que necesitaba era satisfacer su agresividad, lo habría tenido más fácil conmigo que perdiéndose por la casa tras vuestros pasos. Ni siquiera podía saber si tú habías alcanzado a Andrea…

—¿Atacarte a ti? Tú vas armado con un hacha, Hugo. Eres tío y estás en buena forma. No, Andrea se anticipó a su destino cuando dijo eso de que ella era la más débil.

La presa fácil.

Hugo no acababa de verlo tan claro:

—A Álvaro no le habría costado nada sorprenderme —dijo—. Incluso le di la espalda varias veces, estaba demasiado preocupado por vosotras. Si Álvaro hubiese querido, yo ya estaría muerto.

Diana meneó la cabeza.

—Pues está claro que por alguna razón no quiso acabar contigo, lo que demuestra algo que ya sospechábamos: las agresiones no tienen por qué ser tan espontáneas. Pueden obedecer a una estrategia.

Hugo se había quedado boquiabierto:

—¿Alguna vez te planteas que tú también cometes errores?

Ahora fue ella la que mostró asombro.

—No entiendo por qué dices eso.

—Incluso mis objeciones las empleas para apoyar tus teorías, Diana. El hecho de que Álvaro no me atacara lo has convertido en un argumento más a tu favor.

—Eso no es justo, Hugo. Creo que estoy siendo muy racional.

—¡Lo único racional es que es imposible saber quién ha acabado con Andrea! Jacobo también ha podido hacerlo, aunque no entendamos por qué salió de la casa si ya estaba dentro.

—¿Vas a negar la inclinación que siente Álvaro hacia la muerte? ¿Cómo ha reaccionado ante la cabeza cortada de Héctor? ¡Dímelo!

—Álvaro es morboso —reconoció Hugo—, eso no lo ha ocultado nunca. Pero le mueve un interés… científico, de hecho ha calculado que Héctor pudo ser asesinado el mismo día de su desaparición.

Diana encajó ese dato con extrañeza.

—¿Tan pronto?

—Eso ha dicho él.

Ella se quedó pensando antes de retomar su acusación:

—Analiza el momento de las muertes, entonces. Álvaro pudo matar a Esther acudiendo a su habitación en plena noche, e igualmente acabar con Cristian sin testigos. En cuanto a Héctor… ¿estuvo Álvaro contigo durante el primer descanso que nos permitió Vidal?

De nuevo esa obsesión por atribuir todas las muertes a un mismo autor. Hugo lo comprendía: de ese modo el panorama se ofrecía menos peligroso y ellos mismos tranquilizaban sus conciencias; solo uno era el «malo». No obstante, la realidad imponía sus reglas; nada permitía confirmar esa hipótesis, podía haber tantos asesinos como cadáveres.

—No —respondió—. Álvaro no estuvo conmigo.

—Conmigo tampoco.

—Ya sabes que es muy de ir a su rollo —justificó Hugo—. Seguramente se fue solo a explorar la casa…

—Luego no tiene coartada para el asesinato de Héctor, si es que lo mataron durante ese rato. Algo que Jacobo sí tiene, por cierto.

—¿Seguro?

—Estuvimos en la misma sala durante el descanso. Jacobo no mató a Héctor.

Hugo no se rindió:

—¡Venga, Diana! ¿Esa suposición convierte a Álvaro en el asesino de Andrea? Ahora resulta que como no sabemos dónde estuvo durante ese primer descanso, Álvaro es el culpable de todos los crímenes. ¡Por favor!

—Pero…

—Si Álvaro pudo hacerlo —la interrumpió—, yo también. Y tú, Diana. ¡Los tres estábamos solos en el momento de la muerte de Andrea! Ninguno tenemos coartada. Ni siquiera Jacobo, en realidad…

Diana le observó con detenimiento.

—¿Por qué proteges tanto a Álvaro? Casi ni os conocíais antes de venir a esta casa… ¿De pronto os habéis hecho amigos?

Bueno, pensó él, de pronto tú y yo nos hemos besado y eso no te ha parecido tan raro.

Sin embargo, Hugo se daba cuenta de lo llamativa que resultaba su actitud. Diana tenía razón, él se resistía a considerar a su compañero como un psicópata, que era lo que insinuaba ella. Y no había un motivo para esa defensa… salvo el sincero interés que había despertado en Hugo aquel muchacho de personalidad extraña.

Álvaro le interesaba, sí. Era, sin lugar a dudas, un tipo diferente que procuraba pasar desapercibido en medio de un instituto repleto de gente demasiado gris. Y él, rodeado a todas horas de sus compañeros del equipo de fútbol, no había sido capaz de darse cuenta de lo que ocultaba hasta esos días de encierro.

—Tu modo tan firme de defenderle… —Diana seguía con sus deducciones—. Eso es porque, en el fondo, te planteas muy en serio que yo esté en lo cierto. Por eso te asustan mis teorías. ¿Qué ocultas, Hugo? Hay algo que te da más miedo que mis acusaciones…

El chico bajó la mirada.

—Álvaro no hizo las pruebas de selección para este experimento —soltó de un tirón—. Eso me ha dicho. Aun así, ya ves que fue incluido en el grupo de elegidos.

Diana tardó en reaccionar.

—Ahora sí que no entiendo nada. Jacobo te dice que Vidal se ha suicidado, y Álvaro… Esto es una locura. ¿Qué más nos falta por descubrir?

—Álvaro tampoco tiene ni idea de por qué se le convocó. Pero él sentía curiosidad, por eso decidió acudir sin hacer preguntas.

—Lo que está claro es que Vidal contaba con su presencia.

—A lo mejor Álvaro me ha mentido…

—¿Y qué utilidad tiene para él una mentira semejante? ¡Si lo coloca como principal sospechoso! No, un dato tan incoherente tiene que ser cierto.

—Joder.