Bienvenidos al Proyecto Hyde. Al verdadero proyecto.
Cuando leáis esta carta ya habrá empezado la primera jornada completa del experimento y habrá ocurrido algo trágico. Una muerte.
No será la última. Habrá más.
Se derramará más sangre. Debéis estar preparados.
Porque os he mentido; a vosotros, a vuestras familias, al personal del centro. Todos habéis colaborado sin conocer la naturaleza auténtica de mi programa. En realidad, este proyecto nada tiene que ver con la lectura, sino con el dolor. Habéis iniciado un proceso irreversible: un tratamiento subliminal que estimula a la violencia, a la agresividad. Y, después de la primera sesión que tuvisteis ayer, ya no hay vuelta atrás, solo cabe seguir hacia delante.
—Esto es alucinante… —Hugo se vio incapaz de permanecer callado ante aquel comienzo—. ¿Quién firma la carta? ¿Vidal? ¿En serio es él?
Diana asintió.
—¿De qué habla? —Andrea iba recuperando la compostura; ahora exhalaba el humo de su cigarrillo, que temblaba entre sus dedos—. ¿Se ha vuelto loco? Lo que dice no tiene lógica…
—De momento, sí —Álvaro señaló hacia el piso de arriba—. Habla de una muerte. Encaja, ¿no?
—Nos ha mentido a todos para llevar a cabo un proyecto al que jamás le habrían autorizado —Diana miraba a Hugo—. Y, encima, ha conseguido materia prima humana, como dijo. Aquí nos tiene.
—La jugada le ha salido redonda —añadió Jacobo—. El experimento es una trampa y hemos caído en ella como idiotas. Esta casa es una ratonera.
—Lo que nos está ofreciendo es el perfecto argumento para un videojuego —Álvaro no disimulaba una admiración que molestó a los demás—. ¡Nos hemos convertido en personajes reales! Y el escenario…
—¡Esto no es un juego! —Hugo le miró a los ojos—. Aquí no tenemos varias vidas ni existe la posibilidad de volver a empezar la partida si algo sale mal. ¡Despierta, Álvaro, todo es real!
Los demás contemplaban en silencio los dedos aún manchados del chico.
Diana aprovechó aquella pausa para proseguir con su lectura:
Los contenidos que debéis visionar, leer y escuchar fomentan la violencia. La despiertan en vosotros, pero al mismo tiempo contienen su antídoto: junto a los contenidos nocivos hemos incorporado un material subliminal destinado a neutralizar los impulsos agresivos. Por ello, el único modo que tendréis de evitar dar rienda suelta a vuestra brutalidad es seguir con la terapia. Renunciar a ella o incumplir los objetivos diarios os volverá potencialmente peligrosos para vuestros compañeros, pues no podréis frenar la violencia inoculada ya en vosotros.
Durante el viaje recibisteis una primera proyección con una carga muy potente. Alguien, de hecho, no habrá podido resistirse a la rabia desatada en su interior y esta noche habrá sucumbido a un arrebato de violencia que ha provocado la primera víctima.
Ha sido así, ¿verdad?
—¿Pero cómo ha podido Vidal anticiparse con tal exactitud a lo que iba a ocurrir? —Jacobo se negaba a aceptarlo—. ¡Estamos cumpliendo su plan al detalle!
—Y lo más dramático —añadió Andrea, de nuevo al borde de las lágrimas— es que no somos libres para decidir, ¿verdad? No tenemos más opción que obedecer las instrucciones de un loco si no queremos que esto… vaya a peor.
Se encendió un nuevo cigarrillo.
—Lo único que parece saltarse el plan de Vidal es la desaparición de Héctor —Diana pensaba en voz alta—. Su fuga no encaja.
—Ningún plan, por calculado que esté, cubre todos los imprevistos —opinó Álvaro—. Nadie imaginaba la reacción de Héctor, simplemente. Pero eso no cambia nada.
—Pues larguémonos —propuso Hugo—. Hagamos lo mismo que Héctor. Ya. No debemos permanecer en esta casa ni un minuto más. Desde aquí no podemos contactar con nadie, pero alguien pasará por el camino que conduce a esta finca, tarde o temprano.
—¿Tú crees?
Quien cuestionaba la suposición era Cristian. Y es que todos recordaban la intrincada ruta que habían seguido para llegar hasta allí. Seis horas en todoterreno atravesando zonas de bosque y montaña, lejos de cualquier población. Se trataba de un lugar elegido precisamente para que nadie les molestara durante la semana que abarcaba el experimento.
—Lo grave no es que ninguna persona vaya a acercarse por aquí —valoró Diana—, sino que nadie espera noticias nuestras hasta dentro de siete días. No nos echarán de menos ni se preocuparán. Durante siete días, estamos a merced de la mente enferma de Vidal, al margen del mundo.
—Qué bien se lo ha montado ese cabrón —dijo Jacobo—, debía de llevar meses preparando esto. Y qué bien —añadió— le ha salido la jugada.
—Incluso así, siempre será mejor huir —Hugo insistía, aquel caserón había pasado a convertirse en un lugar siniestro—. ¿No preferís acabar con esto ya? ¡Vámonos, dejemos aquí todo ese material envenenado! Arruinemos el plan de Vidal. Tal vez haya cobertura en algún punto del exterior…
—¿Y dormir en plena naturaleza, sin protección, cuando cualquiera de nosotros puede tener reacciones agresivas sin previo aviso? —Andrea descartó la propuesta—. Mira lo que le ha ocurrido a Esther…
Andrea ponía sobre la mesa la terrible acusación que el mensaje del profesor había confirmado: ningún desconocido se había colado por la noche en la finca; el asesino de Esther era… uno de sus propios compañeros.
Uno de nosotros. Salvo que se trate de Héctor, el asesino está entre nosotros.
Ahora mismo. Escuchando.
Todos adquirieron conciencia de las implicaciones de semejante afirmación. Uno de ellos tenía las manos manchadas de sangre en un sentido mucho más terrible del que insinuaban los dedos que Álvaro, cauto, procuraba apartar de la vista de los demás.
Uno de ellos había matado, sí. A lo mejor ni siquiera lo recordaba, pues habría cometido el crimen en pleno arrebato, perdiendo por completo el control y la conciencia sobre sí mismo. O quizá no…
Tal vez, incluso, se hubiera despertado aquella mañana con unas salpicaduras oscuras que no había sabido reconocer… y ahora callaba, aún más asustado que sus compañeros. Asustado ante lo que había hecho… y ante lo que podía volver a hacer.
—La verdad es que el único sitio que nos protegerá es esta casa —comentó Álvaro—. Qué sarcasmo.
Los seis se miraban entre sí y en sus pupilas vigilantes se leía un afilado interrogante: ¿Lo has hecho tú?
En el salón se había impuesto el silencio.
—Andrea, ¿qué hacías en la habitación de Esther tan pronto?
El tono suspicaz con que Diana manifestaba aquella duda alcanzó de lleno a su compañera. Todos cayeron en la cuenta de que su hallazgo del cadáver constituía, en sí mismo, un dato muy sospechoso.
—Ayer… ayer quedé con ella en que nos levantaríamos un poco antes —se justificó Andrea—. Queríamos desayunar con calma, ¿vale? No creo que eso sea un delito…
—¿Y eso implicaba que tú te metieras en su habitación? —Jacobo exhibía una mueca burlona—. Lo normal habría sido quedar abajo, ¿no?
—¡Eso hicimos! Y esta mañana he ido a la cocina directamente. Pero como ella no aparecía, me he cansado de esperar y he subido a ver si es que se había dormido.
—¡Ya lo creo que se había dormido! —exclamó Cristian— ¡Para siempre! ¡Has sido tú!
—¡Vete a la mierda! —Andrea apretaba las mandíbulas, a punto de perder el control.
—Al menos —empezó Diana, conciliadora— tienes que entender que eso te coloca en una situación muy comprometida. Eres quien más fácil lo ha tenido para acabar con ella.
—¡Pero si ni siquiera sabemos cuándo la han matado! —estalló Andrea—. ¡Seguramente lleva horas muerta!
—En eso tienes razón —dijo Álvaro—. Su muerte tampoco es tan reciente, no hay más que ver la sangre. Además, ya empezaba a notarse el rigor mortis. ¿No lo has notado, Hugo, cuando le has cogido el brazo? Yo sí. Esther lleva varias horas muerta.
—Pero si tenemos un médico en la casa y nosotros sin saberlo… —Jacobo meneaba la cabeza—. Tú has visto muchas series en la tele, friki.
—Lo que digo es cierto —Álvaro se mantuvo firme, ajeno a la ironía de su compañero—. He estudiado bastante sobre el tema. Ahora son las ocho, así que Esther no ha llegado viva al amanecer, eso seguro.
—¿Y qué? —preguntó Hugo—. Ese dato no cambia en nada el panorama. El asesinato se habrá cometido en algún momento a lo largo de toda la noche, de madrugada. Cada uno dormía en su habitación, así que ninguno de nosotros tiene coartada.
Cualquiera puede ser el asesino. Cualquiera.
—¿Que lo que dice Álvaro no cambia el panorama? —intervino Cristian—. ¡Lo empeora! Ahora no solo sabemos que Esther hace horas que está muerta, ¡sino que alguien ha sido capaz de matarla y después ha vuelto a acostarse, como si tal cosa!
Aquella observación implicaba una frialdad que iba más allá de las consecuencias del experimento.
—¿Hay un psicópata entre nosotros? —preguntó Andrea—. ¿Es eso lo que insinúas, Cristian? Porque si alguien aquí responde a ese perfil… —se había girado hacia Álvaro—. ¡Tú estás disfrutando con todo esto, no puedes negarlo!
De pronto, Álvaro se vio a sí mismo enfrentado a la expresión recelosa de los demás.
—¡Calma, no me condenéis tan rápido! —reaccionó—. No soy imbécil, ¿vale? Si yo fuera el asesino, me habría preocupado al menos de no parecerlo. Reconozco que soy un poco morboso, pero de ahí a matar a Esther y luego echarme a dormir…
—¿Un poco morboso? ¡Estás enfermo! —Cristian lo señalaba—. ¡Seguro que has sido tú!
—En un rato —contraatacó Álvaro— has acusado a Jacobo porque había discutido con Esther, a Andrea porque ha descubierto el cadáver y ahora a mí. ¿Quién será el siguiente sospechoso, señor detective de bajo coeficiente intelectual?
—Tampoco es posible salir de la finca —retomó Jacobo con un carraspeo, el único junto a Diana que había leído la carta completa del profesor Vidal.
Esa advertencia neutralizó la discusión. Las acusaciones mutuas quedaron olvidadas ante la dimensión del nuevo dato.
—¿Cómo que no es posible? —Hugo no daba crédito a lo que acababa de escuchar—. ¿Pero es que todavía hay más sorpresas?
Jacobo hizo un gesto a Diana para que continuara leyendo.
Tenéis el germen de la sangre en vuestro interior. Si no recibís la dosis diaria de información que calme vuestros impulsos, sentiréis una irrefrenable necesidad de causar daño, con la misma fuerza que experimenta un drogadicto que sufre el síndrome de abstinencia.
No conseguiréis resistir; no durante toda la semana. Cualquiera puede convertirse en agresor, cualquiera puede convertirse en víctima. Depredador o presa. De día o de noche. Bailáis en el filo de la navaja; la más leve desobediencia degenerará en nuevos ataques.
¿En qué estáis dispuestos a transformaros?
He aquí la paradoja: la única forma de mantener latentes esos impulsos asesinos es seguir sometiéndoos a la terapia subliminal, lo que a su vez introducirá en vosotros nuevos estímulos a la violencia que tendréis que frenar con los siguientes contenidos, en un círculo vicioso, una contrarreloj que culminará a medianoche del séptimo día. Solo quien logre llegar hasta la sesión final, sin adelantar ni saltarse ninguno de los materiales previstos, se verá definitivamente libre de los impulsos violentos que se habrán ido inoculando en él a lo largo de este experimento.
Aunque quizá el mayor premio sea llegar con vida hasta el final.
Cuanto más básica sea la predisposición ante el mensaje subliminal, más exitoso será el resultado. ¿Y qué hay más elemental en el hombre que el instinto de la lucha por la supervivencia?
Sí. Como participantes en el Proyecto Hyde os encontráis en un entorno en el que es imprescindible someterse a los contenidos previstos para sobrevivir. Pero no basta con cumplir el programa individualmente, pues el comportamiento de los demás os afecta: cualquiera que no lo haga pondrá en peligro a sus compañeros.
Y no podéis huir. Junto a los mensajes subliminales que estimulan vuestro lado agresivo, he incorporado otros destinados a impedir que abandonéis la finca. Eso es fácil de conseguir. He introducido tal cantidad de información subliminal repeliendo la idea de salir de la finca, que es posible que la mera visión de la valla os provoque ganas de vomitar. Lo he hecho para salvaros la vida: siete jóvenes a la intemperie, con la violencia fluyendo por sus venas y sin posibilidad de amortiguarla con nuevos contenidos subliminales, son una bomba de relojería que no tardaría en estallar.
Solo salvaréis la vida dentro de la casa.
Pero no perdamos más tiempo. Debéis comenzar ya la siguiente proyección antes de que alguien pueda perder el control… nuevamente. Mucha suerte.
Comienza la cuenta atrás…
—Los de la policía científica me han pasado su informe del caso Querol —dijo Esteban Lázaro, con una carpeta entre las manos—. Se han dado prisa.
—¿Y? —Millán peleaba en ese momento con una impresora que se negaba a escupir el papel, en una estancia grande de la comisaría plagada de mesas donde trabajaban otros agentes. De fondo, el característico sonido de teléfonos, conversaciones a media voz y tecleos.
—Me he encontrado con una observación curiosa —el inspector se mordía un labio, como solía hacer cuando pensaba—. Por lo visto, hay demasiada sangre sobre el ordenador de la víctima.
Millán frunció el ceño.
—¿Demasiada sangre? ¿Eso qué significa?
—Lo que has oído. De acuerdo con la posición final del cadáver, la trayectoria de la cuchillada y las salpicaduras sobre los muebles, en el informe se afirma que no debería haber llegado tanta sangre al equipo informático, se tendría que haber derramado de una forma más anárquica, precipitándose por todos lados. Y no lo hizo así.
El detective Millán recordó aquella imagen. Sí, ciertamente la sangre parecía muy concentrada en aquel punto.
—Nunca se me habría ocurrido. Esa conclusión nos lleva a afirmar que…
—Que el asesino se las apañó para que toda esa sangre cayera sobre el ordenador, y para que además lo hiciese de un modo aparentemente accidental.
Millán asintió.
—El agresor tuvo que coger de los pelos a su víctima, ya muy debilitada, para orientar su cuello abierto sobre el ordenador.
—Eso es —convino el inspector—. Después, para terminar, colocó la cabeza de Querol sobre el teclado, en una postura natural que no llamara nuestra atención, tal como encontramos el cadáver. Debió de decidir incluso la posición de los brazos…
—¡Se permitió el lujo de diseñar la escena del crimen después de matar a su víctima! —Millán golpeó la impresora, que seguía empeñada en su atasco de papel—. Acertaste en tu diagnóstico, Esteban: se trata de alguien muy frío. Un auténtico psicópata.
Lázaro suspiró.
—Hasta ahora, mi interés en el ordenador de Querol se debía únicamente a que no disponíamos de una línea clara de investigación. En cambio, si aceptamos que quien acabó con la vida del publicista puso especial cuidado en estropear el equipo informático de su víctima y en camuflar esa maniobra, todo cambia.
—Tienes razón. El asesino pretendía que no nos fijáramos en el ordenador ni en su contenido, luego ahí tiene que estar la clave del crimen. Gana enteros tu hipótesis de que el asesino es un cliente de Querol…
—Esa pequeña máquina estropeada oculta los secretos que el publicista se llevó a la tumba… —Lázaro se rascó el mentón—. Recuperar la información del disco duro se ha vuelto la máxima prioridad en este caso.
—¿Crees que Jaime Castro lo logrará?
—Él es el único que puede conseguirlo, Millán. Y más nos vale que así sea.