CAPÍTULO 7

—El forense calcula que la muerte de Querol tuvo lugar entre las seis de la tarde y las dos de la madrugada —comunicó el inspector—, cuatro días antes del hallazgo del cadáver. Me pregunto cuándo llegaría el asesino a la casa de la víctima para cumplir su misión.

—Al menos sabemos que no fue por la mañana —comentó Millán—. Eso queda descartado.

—Se ha comprobado que Querol estaba de vacaciones, así que debió de pasar todo el día en casa. Pero el asesino escogió la tarde o la noche…

—Ni los vecinos ni el portero de la finca recuerdan haberse cruzado el día de su muerte con algún desconocido —señaló el detective—. Apuesto a que el asesino visitó tarde a su víctima.

—En esa comunidad de vecinos no hay negocios —recordó el inspector, apoyando aquella línea de argumentación—, solo pisos de particulares. Por eso el tránsito de gente que entra y sale del edificio es reducido. Demasiado arriesgado para alguien que acude a cometer un delito. El asesino tuvo que quedar con Querol por la noche, sí.

—¿Un presunto cliente que queda con el publicista por la noche? —Millán meneaba la cabeza—. Este caso es muy raro.

—Empiezo a creer que Querol llevaba tiempo trabajando en algo confidencial, Millán. De hecho… me pregunto si el asesino se llevó algo de la casa.

—Ya hicimos inventario. Recuerda que no parecía que faltase nada…

—Se hizo inventario de lo que quedaba. Pero como Querol vivía solo, ahora que ha muerto no hay nadie que pueda confirmar qué había en la casa antes del crimen. Si falta algo, nunca lo sabremos.

—¿Qué podrían haberse llevado si dejaron en el piso dinero en efectivo, obras de arte, equipos informáticos…?

—Un tipo como Querol debía de trabajar con varios ordenadores.

—Encontramos cuatro, Esteban.

—¿Y quién te dice que el publicista no tenía más?

—¿Insinúas que el asesino pudo llevarse un ordenador? Ni siquiera robó el que Querol estaba empleando cuando murió…

—Demasiado grande. Es un ordenador de sobremesa. El asesino sí pudo llevarse, en cambio, algún portátil. Y unidades de almacenamiento de información.

—Eso es imposible de comprobar.

—Lo sé, Millán. Lo sé.

Los chicos aguardaban en silencio, sentados en la sala de proyección. Habían llegado todos, con mayor o menor retraso, excepto Héctor.

El muchacho no aparecía por ninguna parte, lo habían buscado por diferentes zonas de la casa e incluso lo habían llamado a gritos cuando se hizo evidente que no iba a presentarse. Pero continuaba sin dar señales de vida.

Aquella espera inútil se prolongaba, lo que empezó a generar murmullos entre los estudiantes.

—¿No os ha dicho adónde iba? —preguntó el profesor, inquieto—. Tenemos que empezar ya…

—Héctor no habla con nadie —respondió Cristian—. Nunca. Es un… inadaptado.

Sus compañeros se volvieron hacia él al escuchar aquel sorprendente adjetivo en boca del muchacho. Jacobo soltó una carcajada.

—Pero —dijo el repetidor, conteniendo la risa—, ¿de dónde has sacado esa palabra? Si las películas que tú ves no tienen ni argumento…

A Cristian se le veía orgulloso de su intervención.

—Lo de Héctor Mainar es inadmisible —se quejó entonces Vidal, de pie junto a la pantalla—. ¡Está retrasando la dinámica del grupo! En cuanto me marche —advirtió—, es muy importante que respetéis los horarios de cada actividad. Tenéis que comprometeros a eso.

—Ahórrese el sermón con nosotros —se quejó la hippy—. Es Héctor el que no está.

—¿Y si le ha pasado algo? —Vidal empezaba a preocuparse muy seriamente—. Mira que os he dicho que no os alejarais de la casa…

—No le habrá pasado nada, profesor —Diana parecía muy segura—. Tranquilo, él es así. Volverá cuando le apetezca. No tendrían que haber contado con él para este experimento, eso es todo.

—¿Y qué vamos a hacer hasta que Héctor decida pasarse por aquí? —preguntó Andrea—. Es un tío rarísimo, igual no da señales de vida hasta mañana.

—Pues sería una decisión muy inteligente —dijo Esther—. Eso demuestra que Héctor es listo. Todos tendríamos que habernos perdido por la finca y así esto se habría terminado.

—A lo mejor se ha ido a explorar y se le ha pasado la hora… —aventuró Álvaro.

El profesor estaba muy molesto.

—Chicos, esto me parece grave. Es importante comenzar bien la terapia. Si estando yo presente no os comportáis con responsabilidad, ¿qué pasará cuando os deje solos? Los padres de Héctor serán informados de esta falta.

—Héctor aparecerá, no se preocupe —insistió Diana—. No le gusta la gente, es muy tímido. Habrá salido de la casa. Pero volverá pronto y no dará problemas.

—Eso espero.

—Comprenda que este montaje ha sido una sorpresa para todos… —añadió Hugo—. No imaginábamos algo así.

—Bueno, ¿empezamos o qué? —Jacobo empezaba a hartarse de tanto retraso—. Por culpa de ese bicho raro no pienso pasar más tiempo en este sitio.

Vidal se resignó:

—Vamos a empezar ya, sí. Supongo que en cualquier momento llegará Héctor. Cuando terminéis de ver la proyección, la dejaré preparada para que él pueda ponerse al día con los contenidos que se ha perdido. Tendrá que compensar su poca formalidad.

—¿Usted la va a ver con nosotros? —quiso saber Esther.

—Yo no necesito que me estimulen a leer —respondió Vidal—. Aprovecharé para empezar a buscar a vuestro compañero. Se va a enterar cuando lo encuentre…