15

—Vale, supongo que con esto ya está. Tienes que escribir las notas a pie de página, porque yo ahora no estoy para eso.

—¿Seguro? —Willow mira con ansiedad la pantalla del ordenador—. Sigo pensando que deberíamos incluir aquello de lo irónico que es que la granada, lo que la mantiene retenida en el inframundo, sea un símbolo de…

—Mira, no te interesa que el trabajo sea demasiado bueno, ¿no? —David le echa una mirada—. O sea, no quieres que todo el mundo sepa que tu hermano hizo la mayoría del trabajo, ¿verdad?

—¡Pero eso se me ha ocurrido a mí, y no a ti!

—Pues mira por dónde —separa la silla del escritorio y estira los brazos por encima de la cabeza, luego mira al suelo donde ella está sentada—, yo ya estoy. No me había quedado toda la noche escribiendo un trabajo desde la facultad, y la verdad es que podía vivir tranquilamente sin esa experiencia. No es broma, Willow. Me dijiste que el trabajo este te lo mandaron hace tres semanas, si necesitabas ayuda con él, ¿no me lo podrías haber dicho antes de las dos de la madrugada del día de la entrega?

—Bueno, supongo. Quiero decir, sí —dice Willow entre bostezos. Ni siquiera se puede creer que se lo haya pedido a esas horas.

Después de habérselo encontrado llorando, después de la impresionante declaración que la ha emocionado hasta un punto que ella creía imposible, se han sentado en la mesa de la cocina a hablar. Sin embargo, no han hablado de nada especialmente significativo como ella hubiera esperado.

Lo cierto es que, después de esa muestra desnuda de emociones, a David le ha resultado imposible continuar actuando de un modo frío y reservado y su actitud hacia ella se ha suavizado considerablemente. Y a pesar de ello, el contenido de su conversación, para la profunda decepción de Willow, se ha mantenido en el plano más superficial. Y así es como Willow se ha visto a sí misma hablando no de lo mucho que añora a sus padres, de lo extrañas que son ahora las circunstancias, sino hablando, finalmente, del examen de francés y de los problemas que estaba teniendo para escribir el trabajo. David le ha propuesto escribirlo con ella, para ella, en realidad, tal y como han ido evolucionando las cosas. Seguramente esto es algo que no hubiera ocurrido hace unas semanas. Al menos no con esta facilidad y comodidad, y, aun así, sentada en el suelo con la espalda apoyada en el escritorio, Willow se siente vacía. Sigue habiendo algo —todo— por resolver entre ellos y aunque hablar así con él es mucho mejor que no hablar en absoluto, todavía desea más.

—De todos modos —continúa mientras cambia de posición las piernas, que se le han dormido de tenerlas quietas tanto rato. Son casi las seis y media de la mañana y han estado en su habitación durante las últimas cuatro horas—. Gracias, no lo habría conseguido acabar sin tu ayuda.

—Sí, claro, por supuesto —responde David, pero Willow se da cuenta de que no le está prestando atención, que está mirando la copia del Bulfinch de su padre que sigue sobre el escritorio y de la que, sorprendentemente, ella se había olvidado.

—¿Has…? —David no acaba la frase, coge el libro frunciendo el ceño y lo hojea—. Esto es… es… de… de… de casa, ¿no?

—Ajá —asiente Willow. Se da cuenta de lo difícil que le resulta a su hermano pronunciar esa palabra—. Yo… mmm… Lo cogí aquella vez que… fui a buscar mi ropa. Sabía que lo iba a necesitar…

—¿En serio? —pregunta él, mirando al suelo, donde está la mochila de Willow.

—Sí —asiente Willow—. Claro.

—¿De verdad? —David la mira confundido—. Pero yo no paro de verte por todas partes con aquella edición barata de bolsillo. Además, recuerdo ese día. Cathy te dio una charla porque la bolsa que cogiste no era lo suficientemente grande… —Frunce el ceño y se agacha para coger la mochila que está en el suelo.

—¡No! —dice Willow. Pero es demasiado tarde. Por suerte, su material está en un bolsillo con cremallera y está segura de que él no va a abrirlo, pero esta vez lleva otro tipo de contrabando que le preocupa.

David mira dentro de la mochila. A lo mejor solamente está mirando lo grande que es, pero eso no evita que saque la copia de Tristes trópicos.

—Yo… yo… espero que no te importe —balbucea Willow—. Pero quiero… Voy a dárselo a Guy.

¡Tonta! ¡Por qué has dicho esa tontería!

Vale, es posible que no haya podido parar de pensar en Guy en toda la noche, que estuviera intentando desviar la atención de David sobre si realmente trajo el Bulfinch aquel día…

¡Pero ha sido una tontería decir eso!

—Es imposible que tuvieras estos dos libros todo el tiempo que has estado viviendo aquí —dice lentamente—. Has vuelto a la casa.

—No, yo…

—Willow. —David la mira asustado—. Por favor, dime, y dime la verdad, que no has ido en coche hasta allí tú sola, ¿verdad?

Willow sabe que cualquier intento de ocultárselo es inútil, que lleva la verdad escrita en la frente y que cualquiera se daría cuenta. Y no es solamente eso, sino que le resulta obvio que la principal preocupación de su hermano no es si ha ido allí o no, sino cómo ha llegado. Es evidente que la idea de que ella conduzca un coche a solas le aterroriza y ella quiere ahorrarle esa ansiedad.

—No, no he ido sola, ni he sido yo la que conducía.

—Es todo un detalle que alguien te haya llevado hasta allí para que pudieras recoger un libro. Perdón —mira la copia de Tristes trópicos—, dos libros. Y también es un detalle que tú le quieras dar esto a Guy. Me hago una idea de lo que significa el libro para ti. —Hace una pausa y la mira un momento, absorto en sus pensamientos—. Willow, no me puedes decir que fuiste a casa a por esto.

Willow mira a su hermano con asombro. Cómo puede decirle lo que ella misma no sabe. Que su odisea tenía un propósito más profundo, que su deseo de ir allí a buscar el Bulfinch no había sido nada más que… Y entonces se da cuenta de que David tiene la mente en otra parte, piensa que ella fue a casa con Guy —porque él sabe que fue con Guy— para poder tener privacidad y…

—Willow —dice David de repente—. Estás roja como un tomate, pero como un tomate. Mírate al espejo.

Pero Willow no necesita un espejo para saber que tiene el rostro ardiendo.

—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío. —David se echa a reír—. No estoy preparado para enfrentarme a esto, simplemente aún no estoy preparado para enfrentarme a una cosa de estas.

Tal vez sea por la hora que es, o tal vez sea porque ha estado llorando de aquel modo pero, por la razón que sea, David parece estar haciéndose más cordial. La está mirando, mirándola de verdad, como no lo había hecho en meses. Por fin él está conectando con ella, se burla de ella como solía hacer…

Vale, ella quería que su hermano se relajara con ella, que le hablara como antes… ¿Pero tenía que ser de esto?

—No puede ser que te pongas así por una simple excursión.

—Perfecto. Cállate ya, ¿vale?

—Claro. Mira, supongo que tenía que pasar tarde o temprano, y creo que has escogido a la persona adecuada porque…

—¡¡Devuélveme mis cosas!! —Willow le quita de las manos los libros y la bolsa.

—Sin problemas. Únicamente que…, mira, …¿hay algo que quieras contarme?

—No.

—Vale, y ¿hay algo que yo tenga que decirte, o mejor dicho, explicarte de cómo…?

—¡No! —le corta Willow.

—En fin, entonces, ¿hay algo de lo que quieras hablar con Cathy tal vez? Quiero asegurarme de que tú…

—¡No! —Willow no se puede creer que esté teniendo una conversación de este tipo con su hermano, o mejor dicho, intentando por todos los medios evadir esta conversación con su hermano.

—Además, ¿qué es lo que te parece tan divertido? —le pregunta beligerante después de un momento. Está convencida de que su hermano no se ríe de la situación, sino de ella.

—Oh, es que estaba pensando que, cuando Isabelle tenga diecisiete años, voy a tener que encerrarla bajo llave.

—¡Puedes parar! —Willow le da un golpe en el brazo.

—Vale. —David vuelve a ponerse serio—. Pero Willow, no estoy bromeando. Si tienes que explicarme algo, si necesitas que hable contigo…

—¡Sí que necesito que hables conmigo! ¡Necesito que hables conmigo! ¡Necesito que hables conmigo! —Willow se sorprende a ella y a su hermano con su arrebato. A diferencia de lo ocurrido antes con Guy, enseguida se da cuenta de que está llorando— . Necesito que hables conmigo —repite una vez más escondiendo la cara entre las manos.

—¡Willow! —David se levanta de la silla y se sienta junto a ella, le coge de la barbilla y le levanta la cabeza—. ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que tú…? ¿O él…?

—Necesito que hables conmigo, y no sobre esas cosas… Estoy informada de todo ese asunto desde que estaba en quinto… Necesitas… necesitas… Tú… —Apenas puede pronunciar las palabras de lo mucho que está hiperventilando.

—Vale, oye, coge aire. —David se acerca hasta estar sentado junto a ella, rodeándola con el brazo. Intenta parecer calmado pero Willow se percata de que, de hecho, está muy preocupado por este arranque de llanto que le ha dado, y no tiene ni idea de lo que puede significar. Ella está, apenas, un poco menos sorprendida y se pregunta si es que las cosas van a ser siempre así de ahora en adelante. Que quizá su catalizador del dolor, tanto tiempo congelado, ahora puede despertarse en cualquier momento y, en caso de que sea así, si va a ser algo que ella pueda tolerar.

—Respira —continúa David—, coge aire y después intenta explicarme qué ocurre.

—Tú… tú… Nosotros necesitamos hablar sobre cómo eran antes las cosas —dice Willow finalmente—. Tenemos que hablar de ellos. Puede ser que estén muertos, pero no deberían estarlo para nosotros. No deberían estarlo entre nosotros. Tú… tú también necesitas hablar conmigo. Tienes que decirme lo… lo enfadado, lo furioso que estás conmigo por lo que ocurrió. ¡Tú también necesitas hablar conmigo!

—Yo… Sí, ya lo sé.

Willow se seca las lágrimas y se gira hacia David sorprendida.

—¿Lo sabes?

—Sí. Y es posible que haya cometido un grave error estos últimos meses. Quería hablar contigo, pero es que no me parecía justo, es decir, hacerte revivir… Nunca sé qué nombre ponerle a lo que ocurrió. Y me preocupa que, si hablo de cosas, entonces no seas capaz de seguir adelante como has hecho hasta ahora, o que yo no podré. Y creo que tal vez sea mejor mantener las cosas encubiertas. Pero es evidente que no sé de qué estoy hablando. —Se detiene un segundo, coge del escritorio una caja de pañuelos de papel y le da unos cuantos a su hermana.

—Gracias. —Willow se suena la nariz ruidosamente.

—Incluso… incluso estoy menos preparado para enfrentarme a esto que para lo otro… —David suspira profundamente, y por un momento aparenta tener el doble, o el triple de la edad que tiene—. Es tan duro para mí pensar en lo que ha ocurrido, e incluso más ver lo que ha hecho contigo. Así que intento concentrarme solamente en seguir adelante, en cuidar de ti, de lo que, en primer lugar, no tengo ni idea. Pero intento una cosa. Intento asegurarme de no recordártelo constantemente para que tú puedas seguir adelante con tu vida. Y tú parece que realmente puedes superarlo. Estoy tan sorprendido de lo bien que has llevado todo esto que creo que recordarte el pasado sería muy cruel.

Willow no sabe cómo responder a esto. David le ha dicho tantas cosas que es difícil centrarse y asimilarlas todas. Le ha parecido entender que él aludía a lo que consideraba su capacidad de llevar bien esta situación y está segura de que debería desengañarle. Pero hay otros pensamientos que ahora mismo son más importantes y ella necesita asegurarle que él no se ha equivocado. Que, aunque ella quisiera hablar con él, a veces más que otra cosa en el mundo, eso no significa que él le haya fallado como ella le ha fallado a él.

—Pero tú, tú estás llevando las cosas bien —balbucea ella después de un momento—. Sé lo duro que es, lo duro que debe ser para ti y para Cathy tenerme aquí, y las dificultades económicas que tenéis y lo poco que yo puedo contribuir. Es todo por mi culpa y yo…

—Oh, Willow. —David la corta en seco—. Nada de todo esto es culpa tuya. ¿Es que nunca te has parado a pensar que fue un poco irresponsable por su parte beber como para que su hija de dieciséis años, con un permiso provisional de prácticas, tuviera que conducir en una de las peores tormentas del año? ¿Es que nunca te has planteado que, si yo estuviera donde tengo que estar, vendería la casa sin importarme lo que tardara el seguro y, que si lo hiciera, no tendríamos que preocuparnos para nada por el dinero durante años? ¿Que la única razón de que tengas que contribuir es que yo soy incapaz de enfrentarme a eso? ¿Que es mi culpa que tengas que darme todo tu dinero en lugar de poder gastártelo en tus cosas? —Se le ve enfadado, más enfadado de lo que Willow recuerda haberle visto jamás, y solamente puede sentirse agradecida de que el enfado vaya dirigido hacia él mismo, porque no cree que pudiera soportar que la mirara así. —Estoy furioso conmigo por eso, porque con todas las cosas que están pasando, esa parte debería estar solucionada. Y sé que será mejor que me encargue de eso pronto. Tengo que vender la casa antes de que empieces a tener que pensar en la universidad. Willow le pone la mano en el brazo.

—Pero aun así pienso que…

—Y también me indignan otras cosas. —David la vuelve a interrumpir. Pero a Willow no le importa porque ve que él está a punto de decir algo muy importante—. También me indignan otras cosas —continúa—. Me indigna tener que pensar que vas a ir a la universidad, tener que pensar en vender la casa para poder pagar esa universidad. Me indigna no poder tener relaciones sexuales con mi mujer cuando me apetece porque el apartamento es muy pequeño y no quiero que mi hermana de diecisiete años nos oiga. Me indigna no poder ir en ropa interior por mi casa y tener que comportarme como si fuera el padre de una chica de diecisiete años y no solamente de un bebé. —Se detiene por un instante y toma aire—. Ni siquiera me enfado o te hago responsable por la muerte de nuestros padres. Eso sería peor que una locura. Lo que dije en la cena iba en serio. Fue un horrible accidente, un acontecimiento inexplicable y mi primer pensamiento es siempre, siempre, siempre sobre lo duro que resulta todo esto para ti. Lo duros que van a ser para ti los próximos diez años, diez años en los que yo tuve a mis padres para que me ayudaran, pero que tú no los vas a tener. Sin embargo tienes razón. Sí que me enfado contigo. Me enfado contigo por el hecho de que prácticamente cada aspecto de mi vida diaria, cada estúpido aspecto, ha cambiado irrevocablemente. Y me pone furioso ver que nuestra relación ha cambiado y que, a pesar de que te adoro y siempre será así, ya no tengo esa sensación que tenía antes de que todo es fácil contigo. —Le coge la mano que ella ha apoyado en su brazo—. Siempre he sido responsable de ti, aunque únicamente sea en virtud de lo mucho que te quiero. Siempre he tenido una responsabilidad contigo y hacia ti. Tú también tienes esa responsabilidad conmigo y con cualquier persona que llegues a querer. Pero ahora es diferente. Ahora, diariamente mi responsabilidad contigo se ha puesto en el plano práctico, ahora tengo que encargarme de exámenes de francés y reuniones con los profesores, y a veces todo esto me vuelve loco, cuando me doy cuenta de que no soy lo suficientemente mayor para tener esas preocupaciones adicionales. Y entonces, me odio a mí mismo por pensar eso, porque sé que estoy siendo irracional, injusto y ruin. Y te miro y veo lo fuerte que eres y me sorprende que puedas ser así, y entonces me enfado aún más conmigo mismo por ser incapaz de apañármelas con los problemas del día a día cuando tú puedes con mucho más.

—¡Pero yo no soy fuerte! ¡No soy fuerte! —grita Willow. Separa la mano y, una vez más, se tapa la cara. Está tan emocionada por lo que le acaba de decir su hermano, tan aliviada por su sinceridad emocional, por admitir que aún la quiere —¡qué sorprendente!— a pesar de haber sentido enfado y frustración, confusión y conflicto, que no puede seguir sentada frente a él con falsas pretensiones.

Debería enseñarle sus cicatrices, las marcas de lo que ha hecho con la cuchilla, hacerle saber que la imagen que él tiene de ella es un fraude. Pero sus elogios tienen el efecto del bálsamo de Judea y le horroriza tener que hipotecar esa sensación. Y tampoco quiere añadir más peso a la carga de su responsabilidad. Y ahora sabe que lo que le dijo a Guy es cierto. Descubrir eso sobre ella, lo mataría.

Y ella aún no está decidida a abandonar la cuchilla. Se da cuenta de que no está preparada para dejarlo. Y sin embargo allí está, sentada junto a él, y se quita las manos de la cara y extiende los brazos como en un gesto de súplica, casi deseando que él, de algún modo, asuma la tarea de subirle las mangas y descubrir la verdad. Y piensa, igual que le ha ocurrido antes con Markie, que será fácil. Todo lo que necesita es que le levante las mangas y todo estará acabado. ¡Habrá llegado a su fin! Le confiscarán sus instrumentos, la llevarán a un médico, la observarán, la protegerán.

Pero ella no será la que haga que esto ocurra. No se pondrá en posición de provocarlo. Cree que aún necesita sus cuchillas y está segura de que no puede explicárselo a su hermano. De que aunque él la quiera, aunque ahora ya pueden hablar, aún están separados. Por un lado está la imagen que él tiene de ella y por el otro la realidad de lo que ella ha hecho, el camino que ha elegido.

—No soy fuerte —continúa entre llantos—, no soy fuerte.

—Willow. —David le coge las dos manos por las muñecas, las coge con fuerza. No le sube las mangas, ¿por qué debería hacerlo?—. ¡Estás temblando! ¡Estás temblando como una hoja! ¿He hecho mal en decirte todo esto? ¿Debería…?

—¡No, no! Has hecho bien, y no dejes de hablar conmigo porque… no pares… —No puede seguir hablado. Está demasiado cansada, está llorando demasiado desconsoladamente y, además, su hermano la abraza con demasiada fuerza como para que nada de lo que diga tenga mucho sentido, porque todas sus palabras son silenciadas por el cuello de la camisa de David. Y, en cualquier caso, ya le ha entrado el hipo.

—Chist. —David la intenta calmar igual que haría con Isa-belle si la pequeña estuviera llorando desconsoladamente—. Chist, intenta calmarte. Willow, intenta… ¡Maldita sea! He oído a la niña. —Se separa un segundo—. Cathy necesita dormir, ha pasado estas últimas noches despierta por la infección de oído de Isabelle… Tengo… debería bajar. ¿Estarás bien ahora? —Le coge de los brazos y la mira con detenimiento—. ¿Podemos seguir hablando de esto más tarde?

—Ajá. —Willow se seca los ojos con el dorso de la mano. Y, mientras le ve marchar hacia donde está su hija, vuelve a sentirse golpeada por el hecho de que ella ya no volverá a ser la hija de nadie y que, aunque las cosas en su vida puedan mejorar, sobre todo su relación con David, ese hecho nunca cambiará.

Willow sale del edificio del instituto rodeada de docenas de estudiantes. El día ya se ha acabado y no podría estar más agradecida, y no solo porque se siente exhausta emocional y físicamente sino también porque está deseando ver a Guy. Y, al no tener clases juntos, el único rato que tienen para verse es justo después de clase.

Busca a su alrededor con preocupación. No ve a Guy por ninguna parte. Pero entonces él aparece junto a las puertas. Y mientras camina hacia él no puede parar de pensar en el hecho de que ella, solo ella entre todas las otras chicas, le conoce, le conoce de verdad, de todas las maneras posibles.

Willow quiere salir corriendo y cogerlo, correr hacia él y abrazarlo, ver si se siente igual de maravillosamente bien que ayer, pero es demasiado tímida, así que lo único que hace es acercarse a él y esperar a ver qué hace.

Él la abraza, la agarra, y ella se da cuenta de que se siente incluso mejor a como se sentía ayer.

—Oye, ¿sabes qué? —El la sostiene lo más cerca suyo que puede y la mira atentamente a los ojos—. Tengo muchísimas ganas de hablar contigo.

—Bueno, claro. —Willow frunce el ceño—. O sea, ¿qué, si no? No entiendo…

—No, me refiero a que tengo que hablar contigo sobre…

—¡Eh, Guy! —Laurie los llama desde la otra punta del patio—. Llévate a Adrián contigo dondequiera que vayas. Haced algo juntos. Willow se puede venir con nosotras. —Empieza a caminar hacia ellos con Adrián y Chloe detrás.

Willow se separa un poco de Guy a su pesar y se queda junto a él mirando cómo se acerca el resto del grupo.

—En serio —continúa Laurie—. ¿No tenéis algo que hacer Adrián y tú, hablar de remo o lo que sea?

—Adrián no está en el equipo.

Guy mira a Laurie sin entender nada.

—Sí, ya lo sé —responde Adrián con ironía—. Laurie también lo sabe, pero es que se quiere librar de mí —explica sin necesidad.

—Exacto —asiente Laurie—. Chloe y yo nos vamos a un café. Vente tú también, Willow, si quieres. Tenemos que hacer una lista de todos los posibles…

—Cállate, Laurie —interrumpe Chloe de buen humor.

—Perdona, Laurie —dice Guy—. Es que quería estar con…

—Estás diferente, Willow —dice Laurie de repente.

—¿Quéeee? —Willow pega un salto de unos cinco metros. Por el rabillo del ojo puede ver a Guy intentando por todos los medios no estallar en una carcajada, y ella sabe que él sabe perfectamente en qué está pensando.

—¿A qué te refieres con diferente? —Willow coge a Laurie de la mano y la aparta del resto del grupo—. ¿Cómo, diferente? ¿Qué quieres decir exactamente?

—Oh, solo es que… Bueno. —Laurie baja un poco la voz—. Parece como si hubieras estado llorando. Lo siento, no debería haber dicho nada delante de todo el mundo, yo únicamente… ¿estás bien? —Le estrecha la mano a Willow.

—Oh, oh, sí, claro. —Willow se ríe. Le devuelve el apretón a Laurie antes de dejarla ir y regresar junto a Guy—. Estoy bien, solo es que me he quedado en vela toda la noche haciendo un trabajo para la asignatura esa que te gustaba tanto el año pasado. Ya sabes, lo del Bulfinch. Pero gracias por preguntar.

—Vale, pues escucha. —Laurie vuelve a centrar su atención en Guy—. ¿Podrías…? —Olvídalo, Laurie. —Guy niega con la cabeza—. Tendrás que arrastrarlo contigo. Me apetece estar a solas con Willow, nos vamos hacia el río. Además, probablemente Adrián tenga ideas mucho mejores que tú para emparejar a Chloe.

—Ya, no tengo ningún interés en todo esto —protesta Adrián.

—Tendrás que superarlo. —Laurie lo rodea con el brazo—. Vamos, igual es mejor así. Ahora puedes pagar tú.

—¿En serio que has podido acabar el trabajo? —le pregunta Guy a Willow mientras los demás se alejan—. Ya sé que dije que te ayudaría y no…

—Bueno, no lo vayas diciendo por ahí, porque me da bastante vergüenza y probablemente sea ilegal, pero mi hermano ha hecho la mayor parte del trabajo.

—¿De verdad? —Guy la mira sorprendido mientras salen por las puertas y caminan calle abajo—. ¿Significa eso que tú, bueno, que hablaste con él?

—Sí.

—Entonces tú… No sé, entonces, ¿habéis arreglado las cosas? Igual suena un poco estúpido, pero ya sabes a qué me refiero. Tú estabas tan convencida de que no existía la posibilidad de que las cosas fueran bien entre vosotros. Pero crees que puedes volver a hablar con él, ¿en serio?

—Hummm. —Willow siente que le debe una explicación más completa a Guy de lo que realmente ocurrió entre ella y David, pero no puede hacerlo porque se está muriendo de la risa.

—¿Qué es tan divertido? —Guy la mira con suspicacia.

—Oh, no sé. —Willow camina de espaldas frente a él—. Solo estaba pensando que, aunque quizá yo ahora me sienta más cómoda hablando con él, posiblemente tú no.

—¿Qué… qué quieres decir exactamente?

—Solo quiero decir que tengo el presentimiento de que tú ahora mismo no te sentirías especialmente cómodo con él, eso es todo. —Vuelve a caminar junto a él mientras cruzan la calle y llegan al parque.

—Willow. —Guy se para en seco—. Tú no… Tú no le habrás contado que nos acostamos ni nada de esto, ¿verdad?

—¡Oh, no! —Willow niega con vehemencia—. Nunca le explicaría una cosa así.

—Bien. —Guy está infinitamente aliviado.

—Lo que no significa que no lo descubriera por su cuenta, sin embargo.

—¡Oh, no!

—¿Qué pasa?

—¡Oh, Dios mío!

—¿Qué problema hay? Guy, solo bromeaba sobre el hecho de no quisieras encontrártelo, él no tiene ningún problema en que tú y yo… O sea, ¿te incomoda lo que hicimos? ¿Te da vergüenza o algo así? —Willow está consternada.

—No lo entiendes. —Guy la acerca a él—. No es eso, es que… Yo no quiero saber ese tipo de cosas de Rebecca, ¿vale?

—¡Tiene doce años!

—Ya, bueno, pues cuando sea que ocurra, no quiero saberlo. Oh, Dios mío. —Niega con la cabeza—. ¿Cómo voy a poder ir a otra de sus clases?

—No sé. —Willow se echa a reír—. Pero ¿sabes qué? ¿Te estás poniendo rojo?

—Ya, venga. Yo no me pongo rojo, ¿vale?

—¡Sí!

—Mira, no soy una chica.

—¡Oh, ni que lo jures! ¡Quiero decir, si alguna vez he tenido dudas al respecto, han desaparecido después de lo de ayer!

—Gracias —contesta Guy secamente—. Escucha, ¿por qué no nos sentamos y hablamos?

—No me gusta ese muro. —Willow se muerde el labio mientras se acercan al agua—. No es que me apetezca caerme al agua.

—No vas a caerte —dice Guy con paciencia—. Quiero decir, a menos que sigas hablando como hasta ahora. En ese caso, yo mismo te empujaré. Vamos. —Él se sube al muro y la ayuda a que se coloque a su lado—. ¿Ves? Totalmente seguro. —Ambos se sientan en la barandilla y balancean las piernas.

—Bueno, ¿qué era eso tan urgente de lo que querías hablar? —Willow le sonríe.

Guy la mira fijamente un instante sin decir nada. Se acerca, Willow cree que va a besarla y no puede evitar la decepción cuando ve que le coge la mochila.

La abre y busca en su interior hasta encontrar la caja de cuchillas.

—Esperaba que ya no estuvieran aquí. —Levanta la mirada hacia ella—. Lo esperaba de veras y, ¿sabes qué? Ya estaba casi convencido de que no estarían.

—¿Era de eso de lo que querías hablar? —Le mira sorprendida, pero él ya no la mira, tiene los ojos clavados en el agua—. ¿Querías hablar sobre lo de cortarme?

—Sí.

—Pero ¿por qué? —Willow sacude la cabeza al darse cuenta de lo estúpida que suena su pregunta—. O sea, ¿por qué ahora? Esto no es nada nuevo, ya lo sabías, tú has… —Pensaba que las cosas habían cambiado.

—Ya veo —dice Willow lentamente—, pensabas que iba a ser así de simple. Que todo lo que necesitaba era llorar un rato, tal vez que tú y yo hiciéramos… —Se muerde el labio. No puede, simplemente es incapaz de poder decir algo que pueda desvirtuar lo que pasó entre ellos—. Supongo, supongo que te gustan los finales felices, ¿no? —dice después de un momento.

—A todo el mundo le gustan. —Deja la caja de cuchillas en el parapeto, entre los dos, y se da la vuelta para mirarla—. No me creo que haya una categoría para eso: gente a la que le gustan los finales felices y gente a la que le gustan los finales tristes. A todo el mundo le gusta un final feliz.

—Bueno, entonces déjame que te diga algo sobre los finales felices —dice Willow enfadada—. Te dije que hablé con mi hermano. Es verdad. Hablamos. Hablamos como no lo hacíamos desde que mis padres murieron. ¿Eso es para ti un final feliz? Porque, adivina, él aún no sabe nada de esto. —Señala la caja de cuchillas—. Aunque hablamos de todo lo demás, no pude explicarle esto. No se lo puedo explicar aún. Sería demasiado para él. Pero a lo mejor llegará un día en el que se lo cuente. Se lo contaré porque no seré capaz de mantener este secreto entre los dos, este muro. Se lo contaré porque habrá pasado suficiente tiempo del accidente y quizás él ya esté preparado para enfrentarse a algo así. ¿Te parece suficientemente feliz? ¿Te suena bien? Porque, ¿sabes qué? Da igual cuándo se lo diga, va a hacerle tanto daño… Será tan doloroso para él. Tal vez a mí me haga sentir un poco mejor, pero a él le va a hacer sentir mucho peor. ¿Y sabes qué más? A lo mejor no he perdido a mi hermano como creía que había ocurrido, pero mis padres están muertos. No importa cuánto hable con mi hermano, lo que le llegue a contar, nada cambiará ese hecho. ¿Eso es lo que tú entiendes por final feliz?

—No. Claro que no. Pero ¿sabes qué? No puedes cambiar eso. —Le sube las mangas—. Pero esto sí.

Willow se mira el brazo. Las heridas de este lado se han borrado bastante. Están más blancas que rojas y tienen un aspecto más bien… inocente, como si se las hubiera hecho rascándose con demasiada fuerza, o por estar en contacto con un gato demasiado travieso. Empieza a bajarse las mangas pero Guy la detiene. Se siente terriblemente expuesta, pero hay algo más: había olvidado lo bien que sienta el calor de los rayos de sol sobre la piel, y no quiere evitarlo.

—Dijiste, aquel día en la biblioteca —continúa Guy después de un momento—, que si las cosas fueran diferentes podrías dejarlo, podrías dejar todo esto. Bueno, las cosas son diferentes. ¿No quieres parar?

—¡No lo sé! —Llora con auténtica angustia, horrorizada de verse otra vez bañada en un mar de lágrimas—. Pensaba que podría, pero no es tan fácil. ¡No es tan fácil!

—Oh, Willow, lo último que quería era hacerte llorar otra vez. —Guy está sinceramente preocupado. Se acerca a ella e intenta rodearla con el brazo—. Yo no quería…

—¡Pues deberías querer que llorara! —Willow le aparta para poder mirarlo a la cara—. ¡Deberías! Porque cada vez que lloro es como… es como…

Como podría explicarle que cada lágrima le aleja un poco más de la caja de cuchillas que hay entre los dos. Como le puede explicar que le aterra que le ocurra eso. Que aunque creía desear la libertad de su vicio, no sabe si es capaz de afrontar lo que le está ocurriendo ahora. Que quiere saber si aún tiene el control sobre su dolor. Que las cuchillas siempre le daban lo que ella quería.

—¿Es como qué? —dice Guy, cogiéndola por los brazos—, ¿cada vez que lloras es como qué?

—No… no sé si puedo soportar esto —dice Willow entre lágrimas—. ¿Crees que cortarse duele? ¡No tienes ni idea! —Willow coge el paquete de cuchillas y lo aprieta contra su pecho—. Ellas me han salvado de esto. ¡De sentirme así! ¡Sí! Yo pensaba… yo pensaba que si podía llorar así, sentirme así, las dejaría. Pero ahora no estoy tan segura…

—Willow. —Guy se muerde el labio—, yo soy ahora tu amante. —Aun en lo más profundo de su tristeza, las palabras de Guy estremecen a Willow, pero él no ha acabado de hablar—. Esa caja de cuchillas ya no puede ocupar ese puesto, y no me importa lo que haya podido llegar a significar para ti en el pasado.

—Tú ya sabías esto desde el principio —dice Willow—. Me has visto hacerlo. Me has oído hacerlo. ¿Qué ha cambiado ahora?

—¿Me tienes que preguntar qué ocurrió ayer? —Guy la mira sin poder creérselo—. De acuerdo. Entonces, te lo diré. Todo es diferente. Absolutamente todo.

Willow sabe a qué se refiere. Ellos ya no son las dos personas que eran ayer. Que ella se corte y las consecuencias que eso puede tener ya no le afectan solo a ella, si es que alguna vez ha sido así.

Le vienen a la cabeza las palabras que le dijo su hermano acerca de la responsabilidad, sobre lo que lleva implícito amar a alguien. Y sabe que esa responsabilidad debería empezar por ella misma y que si en el pasado cortarse era la mejor manera de cuidarse que ella conocía, ahora se abren nuevas posibilidades. Y además, aparte de eso, debe extender esa responsabilidad a Guy, porque no puede hacer todo para huir del dolor y, al mismo tiempo, obligar a la persona a quien ama a soportar cosas peores.

Willow mira la caja y piensa en sus otros amantes, que están dentro, en el dolor que extrae de ellos, tan diferentes del placer que su amante de carne y hueso le da, y sabe que lo que le atrae de ellos es irrisorio frente a lo que Guy tiene que ofrecerle. Y también piensa que renunciar a la caja de cuchillas no solo sería la acción más responsable, sino también lo más bello, lo más gratificante y lo más satisfactorio que podría hacer.

Y está convencida de todo eso como nunca lo ha estado de nada en esta vida y, así y todo…

—Sé que debería librarme de ellas —dice finalmente cuando sus lágrimas remiten lo suficiente para dejarle hablar con coherencia—. Ya sé que debería, pero no puedo. No puedo. Pensaba que lo haría. Pensaba que podría. Lo pensé cuando estaba con Markie. Lo pensé anoche. Lo pensé mientras hablaba con mi hermano… ¡pero no puedo!

—¿Eso es todo, entonces? —Guy le quita la caja de las manos—. ¿Eso es todo? ¿Ya has elegido? ¿Vas a serles fiel a ellas?

—¡Yo… yo no quiero!

—¡Entonces deshazte de ellas! ¡Hazlo! Aquí mismo, ¡tíralas al río! Yo te ayudaré. ¡Que yazca en el fondo, como dicen en La tempestad!

—¿Y crees que con eso se soluciona todo? —Willow rompe a llorar una vez más—. ¿Crees que no puedo ir y comprarme otra caja mañana mismo, ir a una tienda de esas que no cierran por la noche si lo necesitara, o improvisar con un destornillador si es lo único que tengo a mano?

—Ya lo sé —dice Guy. Le coge la mano a Willow y la pone sobre la suya, que sostiene la caja—. Lo sé todo, ¿vale? Puede ser que vuelvas a comprar mañana, o incluso esta noche, pero al menos ahora mismo, por un instante, serías libre de ellas.

—¡Vale! —Willow aprieta la cara contra el pecho de Guy. No puede parar de llorar y sabe que sus palabras son prácticamente incoherentes—. ¡Lo haré!. —dice contra su pecho.

—¿Qué has dicho? —Guy la separa de su pecho y la mira cogiéndole por los brazos. La mira sorprendido, como si no se pudiera acabar de creer lo que acaba de oír—. Willow, ¿qué has dicho? Es difícil entenderte cuando…

—¡Lo haré, lo haré! Solamente… dame un segundo…

Una hora, un mes, un año

—Mira —dice Guy—. Te ayudaré, ¿vale? Será fácil. Venga. Cogeremos la caja los dos, la sostendremos sobre el agua, contaremos hasta tres y…

Pero Willow ni siquiera espera hasta tres. Sabe, mientras ve cómo la caja se hunde en su tumba de agua que, aunque realmente podría ir y comprar más en cualquier momento, que esa parte de su vida seguramente ya ha acabado. Se cierra el telón de estos últimos siete meses, y su admirable nuevo mundo con Guy junto a ella ya le está dando la bienvenida. Y, si esto no es un final feliz, tal vez sea un feliz inicio.