Pues claro que iba a llover.
Willow mira por la ventana lánguidamente aunque en realidad no se ve nada. Nada, claro, a excepción de la tromba de agua que está cayendo, el inútil recorrido que las varillas limpiaparabrisas se empeñan en hacer una y otra vez y la luz de un relámpago que ilumina la noche ocasionalmente.
A pesar de que el hombre del tiempo había asegurado un cielo azul, a pesar de que en la última semana había hecho unos preciosos días de otoño, en el momento en el que se subió al coche Willow supo que iba a empezar a diluviar.
Se pregunta si Guy estará nervioso, si le preocupará conducir con este tiempo tan asqueroso; la única vez que ha parado de llover ha sido para granizar. O quizás a él le preocupe que ella pueda estar preocupada. Preocupada de estar involucrada en un accidente. En otro accidente.
A Willow eso no le inquieta, pero se siente claramente incómoda. Tanta lluvia le pone nerviosa.
—Me desvío por aquí, ¿verdad?
Willow no le responde. Está mirando por la ventana es-forzándose por ver algo a través del cristal lleno de gotas. Pero, por supuesto, sus intentos son en vano —apenas reconoce la carretera—, aunque también es innecesario. No necesita ver nada. Sabría dónde está incluso con los ojos vendados.
—Oye, ¿no se supone que tengo que girar por aquí?
—Para.
—¿Qué?
—Para el coche.
Guy para en el arcén de la carretera junto a un campo.
—¿Estás bien? ¿Te encuentras…?
Willow no espera a que termine la frase y no duda más que un breve instante antes de ponerse a caminar bajo la lluvia.
No va vestida para un día como este y en pocos segundos la lluvia le cala hasta los huesos, pero ella apenas se da cuenta mientras camina sin rumbo fijo a través del campo. Allí, tal vez a cinco o seis metros de la carretera, hay un enorme y viejo olmo. —¿Qué estás haciendo? —le grita Guy. Sale del coche y corre hasta donde esta Willow de pie, frente al árbol.
—Willow. —Tiene que gritar para que ella le oiga entre tanto trueno—. Vamos, vuelve a entrar en el coche.
Willow le mira, pero sin verle. Extiende la mano y toca un lado del árbol, un fragmento del tronco que no tiene corteza, como si la hubieran arrancado, y en su lugar hay una mancha de pintura azul oscura.
Qué extraño que, después de tantos meses, después de tanta lluvia, la pintura siga allí. Cae de rodillas frente al árbol. Siente el crujido de papel de celofán y mira hacia el suelo. Tarda un segundo en darse cuenta de que está arrodillada sobre docenas de ofrendas florales que se han ido descomponiendo y que son ahora irreconocibles si no fuera por las sucias lazadas y los envoltorios de plástico.
La escena le debería afectar, inquietar, incluso dejarla hecha polvo y, sin embargo, Willow no siente nada más que la incomodidad de la lluvia empapándole la ropa y la piel. No siente nada, el drama del tiempo, la importancia del lugar no ejercen ningún efecto sobre ella. No sabe muy bien qué estaba buscando, pero lo cierto es que no era esto, este vacío, este sinsentido.
A Guy se le ve mucho más afectado que a ella. Se va quedando pálido al comprender el significado de la corteza arrancada del tronco, la mancha de pintura y los ramos de flores destruidos en el suelo.
—Vámonos. —Willow se levanta—. Vamos. —Coge a Guy del brazo, él también está empapado—. Salgamos de aquí. —Le lleva hacia el coche.
Guy entra y cierra la puerta con contundencia, le lanza una mirada escrutadora pero no dice nada más que:
—Quedan dos quilómetros y medio, ¿no?
—Sí. Ve por la siguiente salida a la izquierda, y a partir de ahí es todo recto.
Ninguno de los dos dice ni una palabra durante el resto del viaje. Willow espera a que Guy no esté tan incómodo ni tan congelado como está ella.
—¿Es aquí?
—Ahá, exacto. Aquel buzón que hay más arriba.
Guy aparca en el camino de entrada y apaga el motor. Willow está en casa. Después de todos estos meses, está en casa.
Willow sale del coche lentamente, con cuidado, como si de repente hubiera envejecido y se hubiera quedado débil. Está paralizada observando la casa, ya no nota la lluvia que le cae por la cara y le sigue empapando la ropa que se engancha contra su piel.
—Tal vez deberíamos entrar —le sugiere Guy con tacto.
—Oh, sí. —Willow le mira sin verlo—. Deberíamos entrar.
Empieza a caminar pero tropieza con la grava del camino.
—¿Estás segura de que esto está bien? —Guy la coge del brazo—. ¿Seguro que quieres hacer esto?
—Quizá… Tal vez… No lo sé. —Willow niega con la cabeza. De repente no está segura—. A lo mejor podríamos ir a algún sitio… a comer, antes —dice finalmente. Willow sabe lo absurda que suena esta propuesta. Solo son las diez y pico de la mañana, los dos están totalmente mojados y la casa, aunque resulta intimidante, al menos les ofrece posibilidad de estar cómodos. Podrían entrar y cambiarse de ropa. Casi toda su ropa sigue estando ahí y seguramente podría encontrar algo para Guy.
—Lo que tú digas. Depende de ti.
—Eres tan… Eres demasiado… —Willow no acaba la frase.
Perfecto, maravilloso, adorable.
—Bueno —dice Willow finalmente. La palabra es totalmente inadecuada—. Eres demasiado bueno.
—Vaya, no tengo ninguna intención de meterte ahí dentro a rastras. Mira, sea lo que sea lo que quieras hacer, este es tu momento. Totalmente. Pero tal vez deberías empezar a decidirte, esta lluvia me está empezando a tocar las narices.
—Volvamos al coche —dice dirigiéndose al asiento del copiloto.
—¿Y ahora? —Le pregunta Guy después de entrar y girar la llave de contacto—. ¿De veras te apetece ir a comer?
—Al menos aquí no nos mojamos. —Willow no contesta directamente a su pregunta— . ¿De quién es el coche, por cierto?
—Del hermano de Adrián.
—¿Le has dicho para qué era?
—No. No me lo ha preguntado.
—Oh —asiente Willow—. Escucha, lo que he dicho allí fuera… —Pica con los dedos en el salpicadero—. Es verdad.
—¿El qué?
—Eres tan… tan… —Para sorpresa de Willow, se le rompe la voz. Le choca que la amabilidad de Guy tenga el poder de emocionarla tanto. Qué extraño que esto le afecte tanto después de que el escenario del accidente la dejara fría.
—¿Willow?
—¿Sí? —Su voz es ahora más firme y siente que vuelve a tenerlo todo bajo control.
—Tú también.
—Oh. —Apoya los codos en el salpicadero y aprieta la frente contra las palmas de sus manos—. Si tú lo dices…
—¿Estás llorando?
—No. —Willow levanta la cabeza—. Ya deberías saberlo a estas alturas. Yo no lloro. Mira, vamos a comer algo, ¿vale? Ya sé que es muy pronto, pero vamos igualmente. Hay un sitio donde solían ir todos los de mi antiguo instituto. Solo está a tres quilómetros de aquí. —Mira el reloj—. No habrá nadie a esta hora.
—De acuerdo. —Guy conduce marcha atrás para salir del camino de entrada—. Supongo que me sentará bien algo caliente. ¿Tienen buen café?
—Chocolate caliente.
—¿Eh?
—Chocolate caliente. Es un local pequeño. Lo llevan una pareja de Francia y el chocolate es su especialidad. Al menos es lo que todos se pedían siempre. Pero te puedes pedir mitad café, mitad chocolate. Te gustará, te lo prometo.
—¿Sigo recto?
—No, a la derecha y después otra vez a la derecha. Enseguida lo verás.
—¿Es aquí? —Guy aparca frente a la puerta del café. Está situado entre una serie de tiendas que forman un semicírculo alrededor de la estatua de un héroe de la Guerra de la Independencia—. Se me engancha la ropa —dice al salir del coche.
—Lo siento. —Willow no puede evitar sentirse culpable—. A mí también. A lo mejor dentro nos secamos un poco.
—¿Es demasiado pronto para pedirme un postre? —pregunta Guy mirando el menú. —No, para nada—. Willow se revuelve incómoda en el banco. Los vaqueros mojados le están haciendo la vida imposible—. Yo sé lo que vas a querer. El helado ese de café moca. Ni siquiera sé cómo se pronuncia. Tienes que probarlo.
—¿Hay camarera aquí?
—Tienes que ir a pedir a la barra.
—¿Tú solamente quieres un chocolate caliente?
—Mmm, sí, porque…
—¡¿Willow?!
—¡¿Markie?! —Willow está tan sorprendida que apenas puede hablar. Se levanta y mira a lo que debe ser un fantasma, porque no se puede acabar de creer que lo que está viendo sea real. Después de todos estos meses, después de las llamadas de teléfono que ha evitado, finalmente se encuentra cara a cara con su mejor amiga. —¿Qué haces aquí? —le pregunta Willow mientras Markie se acerca a la mesa. O sea, ¿cómo es que no estás en casa?
—¿Qué hago yo aquí? Vivo aquí. ¿Qué haces tú aquí? —Mira a Willow con escepticismo, como si no pudiera creer que lo que ve es real.
—Te has cortado el pelo —dice Willow estúpidamente.
—Sí, casi cuatro dedos… —Markie se queda en silencio. Mira a Willow y a Guy.
—Oh, eh, perdona, este es Guy y supongo que a estas alturas ya te habrás imaginado que esta es Markie.
—He oído hablar de ti —dice Guy, que está claramente mucho más cómodo que ellas dos.
A Willow le sorprende el comentario. Parece sacado de una conversación formal en una fiesta elegante pero Willow le agradece el detalle. Ahora se da cuenta, al mirar a Markie, de que ha herido los sentimientos de su mejor amiga. Espera que las palabras de Guy le hagan ver a Markie que no la ha olvidado, que ha pensado en ella y ha hablado sobre ella en estos últimos ocho meses, que todas las cosas que han hecho juntas durante todos estos años aún le importan.
—Hola. —Markie le hace un gesto con la cabeza—. Bueno, ¿y qué haces aquí? —Vuelve a centrar su atención en Willow.
—Yo… necesitaba recoger unas cosas de casa —le contesta Willow después de un segundo. Es lo único que se le ocurre decir, y de hecho, la única razón con algo de sentido que tiene para ir allí es recoger el Bulfinch—. Y tú, ¿qué haces por aquí a estas horas? —vuelve a preguntarle a Markie.
—Oh, tengo que recoger unas cosas para mi madre —contesta Markie encogiéndose de hombros—. Está organizando una cena. Hubo un escape de agua en el instituto y se inundó todo el edificio. Tenemos dos días libres hasta que lo limpien todo. —Habla con frases breves y tajantes.
—Tiene sentido, supongo… —Willow intenta sonreír pero no le sale bien.
—Iré a pedir. —Guy se levanta y mira a Willow. Está claro que espera que Willow le pregunte a Markie si se quiere sentar con ellos.
—Yo tengo que volver enseguida —dice Markie. Las palabras le salen a trompicones.
Es obvio que no quiere darle a Willow la oportunidad de que le vuelva a rechazar. Pero en cuanto Guy se va, ella se sienta en el banco. Mira a Willow fijamente, pero ninguna de las dos dice una palabra y el silencio que se crea no es el agradable silencio compartido por dos amigas.
—Me gusta cómo te queda el pelo —dice Willow finalmente.
—Gracias. —No parece que Markie se sienta especialmente halagada. Mira a Willow con atención—. Yo no te había visto llevar trenza desde que tenías seis años. Me acuerdo de que tu madre siempre te la hacía.
¿De verdad?
Parpadea intentando apartar esa visión, volver a concentrar-se en el momento presente.
Willow lo había olvidado completamente, pero ahora le viene la imagen a la cabeza. Recuerda revolverse en un taburete, desesperada por liberarse y poder ir a jugar con Markie mientras su madre estaba detrás suyo con un cepillo en la mano.
—¿Y te cuesta menos arreglarte el pelo ahora que lo llevas mucho más corto? Es que tardabas siglos en secártelo… —Willow no se puede creer que eso sea todo lo que se le ocurre decir a su amiga después de tantos meses, que su relación se haya visto reducida a esta charla superficial, y sabe que es todo por su culpa.
Pero Markie no quiere tomar parte en el asunto. Ahora que las dos están solas, decide ir al grano.
—Mi madre me dijo que tú no me llamabas ni me contestabas a los correos electrónicos ni nada porque las cosas para ti simplemente eran demasiado duras en este momento…
—Tiene razón —empieza Willow con avidez, contenta de poder tener la oportunidad de explicarse. Se inclina sobre la mesa—. Sabes…
—Pero yo le dije que no era posible —le corta Markie—. Porque yo le dije que si este fuera el caso tú me dirías algo tipo «¡Eh, Markie! Ahora mismo no puedo estar por ti, en cuanto esté preparada, tú eres la primera…». Le dije que tú no ibas a ignorarme sin más, que tú no eras así. Tú no podías ser tan… falsa. Emocionalmente falsa, quiero decir.
Willow se incorpora de la sorpresa.
—Lo… lo siento muchísimo —dice entre balbuceos. Siente como si le hubieran dado una bofetada pero no puede enfadarse con Markie porque sabe que su amiga tiene razón—. No tendría que haber…
—¡Odio decirte cosas así! —explota Markie—. ¡No quiero hablarte de esta manera! ¡Me siento como si fueras mi ex o algo así y te estoy suplicando que me llames! ¡Y, además, me siento tan egoísta! Debería estarte preguntando cómo lo has llevado estos meses, no enfadándome contigo. —Hace una pausa—. Bueno y, ¿qué tal te han ido estos meses? —dice después de un momento.
—No demasiado bien.
¡A eso le llamo yo quedarse corta!
Willow se pregunta qué ocurriría si le enseñara los brazos a Markie. ¿Le perdonaría por no haber llamado? ¿Comprendería entonces en qué se ha convertido su vida?
¿Se lo diría a su madre? Pues claro que lo haría. Ni siquiera lo pensaría dos veces. No sería como Guy. Markie conoce a toda su familia desde que las dos tenían cinco años. No se pararía a escuchar las protestas de Willow. Se lo diría a su madre. Y su madre se lo diría a David. Le quitarían las cuchillas. Harían algo al respecto. Esta parte de su vida se habría acabado.
Willow no está aún preparada para que esto ocurra, pero por un breve instante le invade una necesidad tan grande que, literalmente, tiene que reprimirse el impulso de mostrarle los brazos a Markie. Solamente tiene que subirse las mangas y todo se pondrá en marcha.
Pero, en lugar de eso, esconde las manos bajo la mesa. Las apoya en su regazo. Se pone a retorcer una servilleta. Hace cualquier cosa para mantenerlas ocupadas.
—Te… Te echo de menos —dice finalmente Willow sin poder apartar los ojos de la servilleta—. Te echo de menos y echo de menos cómo eran las cosas entre nosotras antes. Y, aunque tu madre tenía razón… tú también la tenías. —Willow mira a Markie—. Debería haberte dicho que no podía hablar contigo. —De nuevo, y para su sorpresa, siente que se le rompe la voz. Pero, al igual que antes, es solo un instante.
—¿Y ahora? —pregunta Markie.
—Te… te llamaré —dice Willow—. Me gustaría quedar contigo.
—¿De verdad? —Markie la mira con escepticismo.
—De verdad —le asegura Willow—. Pero, oye… —se sonroja al pensar en los reproches que le ha hecho antes Markie—. No creo que vaya a ser dentro de poco.
—Oh —dice Markie lentamente—. Bueno, supongo que, en ese caso, me tendré que esperar. Espero… bueno, espero que esta vez no vayan a ser ocho meses más. Y Willow… —Markie sonríe tímidamente—, de algún modo sí que me llegué a creer lo que mi madre me decía. Si no, no hubiera seguido llamándote todos estos meses.
Se miran a través de la mesa sin decir una palabra. La diferencia es que, esta vez, el silencio no es incómodo.
—Bueno. —Markie se inclina hacia delante con algo de la chispa que solía tener—. ¿Tiene él algo que ver con que no me llamaras? —pregunta señalando a Guy que está de pie junto a la barra dándoles la espalda—. Porque en ese caso podría perdonarte.
—No, pero me preguntaba qué pensarías de él —le confía Willow inclinándose también ella sobre la mesa. Sus codos se encuentran y, por un momento, es como si no se hubieran separado nunca.
—Es supermono. —Markie lo mira fugazmente—. ¿Es tu novio o algo así, o es solo un amigo? O sea, ¿quién es?
—Bueno… —Willow mira en la misma dirección que Markie. ¿Cómo podría explicar lo que Guy significa para ella? El es mucho más que un amigo. Algo diferente a un novio, tal vez un amante, en todo excepto en el sentido técnico de la palabra…
Y, entonces, vuelve a mirar a Markie y le dice las palabras más ciertas y honestas que nunca le ha dicho a nadie:
—El es alguien que me conoce, y alguien a quien yo conozco.
—Oh. —Markie asiente pensativa mientras piensa en esto—. Mmm, tal vez deberíamos cambiar de tema —murmura—, porque viene hacia aquí. ¿Sabes qué? —continúa con voz normal cuando Guy llega a la mesa—, debería ir tirando. O sea, no me apetece nada. Ojalá me pudiera quedar, pero mi madre me espera y supongo que tú preferirías que no supiera que te he visto…
—Sí, por favor, no se lo digas.
—Vale, así que parece que no puedo usar la excusa de que me he encontrado contigo para llegar tarde. —Markie se levanta—. En fin, supongo que me tendré que reservar todo lo que quería hablar contigo hasta que vuelva a tener noticias tuyas… —dice con torpeza, aunque sin la hostilidad de antes.
Willow también se levanta.
—Espero que… —empieza, pero las palabras le fallan. Se acercaría su amiga, con cuidado, le da miedo abrazarla estando ella tan mojada. Pero Markie no lo duda ni un momento y le da a Willow un fuerte abrazo.
—Hasta pronto. —Markie la deja ir después de un momento. Mira a Guy, sonríe un poco y se va.
—Adiós. —Guy le devuelve la sonrisa. Se sienta en el lugar que acaba de quedar libre—. Nos traerán lo nuestro en un par de minutos —le dice a Willow.
—Oh… vale. —Willow tiene la mirada perdida. Está demasiado concentrada en lo que acaba de pasar con Markie para poder captar lo que él le está diciendo.
—¿Va todo bien? —le pregunta él—. Quiero decir, ¿te ha gustado volver a verla?
—Sí, estoy contenta, pero… Oye, ¿te importa si cogemos las cosas para llevar?
Guy se la queda mirando.
—Lo sé, soy difícil y complicada. Pero mira, tú me has dicho que todo dependía de mí.
Y ahora mismo tengo ganas de ir a casa. Lo siento.
—No, no… O sea, que no me cuesta nada pedir las cosas para llevar y, tampoco es que me haga ilusión estar sentado en un local de chicas, pero ¿estás segura de que esta vez estás preparada?
—¿Te parece un local para chicas? ¡A todos los chicos de mi instituto les encantaba! —¿Ah, sí? ¿Qué tipo de chicos iban a tu instituto? Pero, da igual, ¿estás segura de que esta vez sí?
—Sí, estoy segura.
—Perdona, podrías envolver nuestras cosas —le dice Guy a la chica que está tras el mostrador.
—Vale, pero espera un segundo. —Willow le tira de la manga—. ¿Qué es lo que te parece tan femenino de este sitio?
—Descríbeme la servilleta.
—De tela rosa y con violetas bordadas —contesta Willow encogiéndose de hombros. —Correcto. Venga, vámonos.
El camino de regreso a casa pasa sin ninguna novedad aparte del hecho que la lluvia cae con más fuerza que nunca y que la ropa se les empapa aún más al entrar y salir del coche.
—¿Te puedes dar un poco de prisa y abrir la puerta? —dice Guy. Le castañetean los dientes.
—Perdona. —Willow busca la llave en el bolsillo—. La tengo.
Abre la puerta y los dos entran. La casa huele a cerrado, es obvio que está deshabitada, vacía.
—Bueno —dice Willow mientras los dos están en la entrada temblando con la ropa mojada—. Aquí estamos. —Deja en el suelo la bolsa y el vaso de chocolate que aún ni ha probado.
—Vale —dice Guy lentamente—. ¿Qué quieres hacer ahora?
Willow no tiene ni idea de qué quiere hacer. Todavía no ha logrado entender por qué quería volver. Esperaba que, en el momento en que entrara en la casa, lo sabría, que abriría la puerta y todo estaría claro.
Pero nada lo está. No ha ocurrido ninguna gran epifanía. El momento resulta tan falto de interés y de significado como antes, cuando se ha parado en la carretera en el lugar donde acabó la vida de sus padres.
Willow no tiene palabras. Guy está nervioso por ella, curioso por ver cuál será su próximo movimiento.
—¿Quieres ver mi habitación? —le pregunta de repente.
Guy la mira sorprendido. Es evidente que esto no es lo que él esperaba.
—Perdona. —Willow sacude la cabeza al pensar en lo estúpida que debe haber sonado la pregunta. No es que estén en primero y ella quiera enseñarle su colección de muñecas—. No ha sonado muy bien. Lo que quería decir es que tengo cosas allí y podernos cambiarnos y ponernos algo seco.
—Ah, genial —asiente Guy—. Aunque no estoy muy seguro de que gastemos la misma talla.
—Espera —le contesta jovial Willow—. Mi hermano aún tiene cosas aquí. Vamos. —Lo coge de la mano y suben la escalera.
—Tienes un montón de libros —le dice él al entrar en la habitación—. Aunque tengo que decirte que nunca me imaginé que tuvieras una habitación con paredes negras. —Camina sin rumbo fijo por la habitación con Willow cogida de la mano, y observa los diferentes títulos.
—Oh, es que esta era antes la habitación de David, él la pintó de negro —explica Willow—. Cuando se marchó a la universidad yo la heredé. Ahora él usa mi cuarto cuando viene de visita. —Hace una pausa al darse cuenta de que acaba de hablar en presente.
—Vamos a mi antigua habitación —dice, llevándolo por el pasillo—. Mi hermano guarda sus cosas aquí. —Abre una puerta que hay a la derecha—. Seguro que algo de esto te va. —Willow frunce el ceño mientras rebusca en el interior de los cajones de la cómoda—. Sois igual de altos… Toma. —Le lanza una sudadera y unos vaqueros desgastados—. Nos vemos en unos minutos. Mmm… Voy a cambiarme a mi habitación. —Willow se apresura a cerrar la puerta cuando Guy empieza a desabrocharse la camisa.
Willow se deshace la trenza y se pasa los dedos por el pelo. Después del comentario de Markie se siente incómoda con ella. En cualquier caso, se secará mucho más rápido ahora que lo lleva suelto. Va a su armario en busca de algo que ponerse. Le sorprende las cosas que tiene, ropa que había olvidado totalmente, y se pregunta si David o Cathy se darían cuenta y le harían preguntas si cogiera algo de aquí para llevarse.
Tal vez me podría poner un vestido.
Pasa las manos por los pliegues del montón de faldas que tiene en el armario. Guy nunca la ha visto llevando nada de esto…
Willow sacude la cabeza al darse cuenta de lo frívola que está siendo. No ha venido aquí para hacer un pase de modelos…
Aunque ella misma no sabe muy bien para qué ha venido aquí…
—¡Eo! ¿Estás lista? —Guy llama a la puerta.
—Eh… Un segundo. —Willow se pone unos vaqueros secos y una camisa—. Entra —le dice.
—¿Qué hago con todo esto? —le pregunta entrando en la habitación con la ropa mojada en una mano—. Oye, llevas el pelo diferente.
—Así se seca más rápido —dice Willow encogiéndose de hombros.
—No te lo había visto así. Es precioso.
—Gracias. —Willow se sonroja. Luego le mira y se echa a reír—. David y tú seréis igual de altos pero, por lo demás…
—¿Qué problema hay con lo que me he puesto?
—Nada, no pasa nada. Es solamente que, bueno, la sudadera te va un poco pequeña.
—Oye, tú eres la que me ha dado esto…
—No, no, es genial. —Willow no puede parar de reír—. Oye, prométeme que no dejarás el remo. Lo digo en serio. Incluso si acabas dedicándote al trabajo de campo, mete un par de remos en la maleta.
—Lo que tú digas. —Se encoge de hombros pero Willow se da cuenta de que se ha sentido halagado.
—Mmm… ¿Sabes qué? —Mira hacia el montón de ropa mojada que sostiene Guy—. Supongo que podríamos hacer una colada. —Recoge su propio montón de ropa mojada—. Ven, la lavadora está en el sótano.
Al pasar junto a las habitaciones vacías, Willow no puede evitar pensar en lo extraña, lo muerta que está la casa. Nadie que entrara aquí por primera vez podría pensar que es la casa de una familia que se ha ido de vacaciones. Hay algo en el aire que no permite esa posibilidad. Es como si la casa sintiera que sus habitantes se han ido, han muerto, se han desperdigado, y actuara en consonancia. Willow se detiene en la mitad de la escalera que va hacia al sótano. ¿Cómo se podía haber olvidado de lo que hay allí? Se desploma en un escalón y observa las estanterías a medio desmontar. El destornillador, su primer cómplice, yace en el suelo a un lado.
—¿Qué te pasa? —Guy se sienta junto a ella.
Willow sacude la cabeza. Una vez más tiene la sensación de que esta situación debería ser superior a ella, que debería dejarla derrotada. Se pregunta por qué no sentirá la desesperada necesidad de recurrir a la cuchilla, por qué todo la deja fría. Se gira para mirar a Guy y le sorprende ver lo mucho que le está afectando a él esta escena. Está pálido, casi parece un fantasma, y no le quita los ojos de encima al destornillador. El es el que necesita hablar de esto.
—¿Estás bien? —le pregunta Willow preocupada—. Guy, ¿estás bien?
—No lo sé. —Aparta la vista del destornillador y la mira a ella—. Solamente sé que esta debe ser la cosa más horrible que he visto en toda mi vida.
Guy le rodea los hombros con un brazo pero no dice nada.
—Tal vez simplemente tenía que volver a encontrarme con Markie —dice Willow. Levanta la cabeza y le mira—. Tal vez por eso vinimos aquí. —Se encoge de hombros—. O sea, no es que yo supiera que iba a ocurrir pero… da igual… Mira, a lo mejor debería poner la lavadora y, tal vez, coger el Bulfinch y después… no sé, ¿quieres que esperemos aquí hasta que pare de llover antes de que volvamos?
—Lo siento, no sé por qué te he traído hasta aquí. —Willow le aparta el pelo de la cara—. Mejor dicho, porque te he obligado a que me trajeras hasta aquí. Pensaba… No sé qué pensaba. —Niega con la cabeza—. Creí que había encontrado una conexión entre cómo estaba David la vez que vinimos aquí y el modo en el que llora… Pero no sé, la verdad es que no tiene sentido. Y aunque lo tuviera, he pasado tanto tiempo sin llorar, sin sentir, diciéndome a mí misma que no puedo llorar que… ¿a qué estoy jugando ahora? —Entierra la cara entre sus manos.
Guy la rodea con el brazo pero no dice nada.
—Tal vez el destino quería que me encontrara con Markie —dice Willow. Levanta la cabeza y lo mira—. A lo mejor por eso hemos venido hasta aquí. —Se encoge de hombros—. O sea, no es que yo supiera que iba a ocurrir pero… En fin… Mira, creo que pondré la lavadora, y también cogeré el Bulfinch, y después, no sé, ¿quieres que esperemos aquí hasta que pare de llover antes de regresar?
—Vale. Bueno, al menos hasta que acabemos con la colada. Pero ¿estás segura de que has acabado aquí?
—Ni siquiera sé qué he venido a hacer —dice Willow mientras se levanta de la escalera y mete la ropa en la lavadora—. Tardará un rato. —Echa el detergente y aprieta el botón—. Mejor volvemos arriba y, no sé, cogeré el libro…
Sube la escalera abatida.
—¿Quieres esperarte aquí? —Señala la sala de estar—. Solo subo un momento a buscar el Bulfinch… —Willow no quiere que Guy la acompañe porque hay una cosa que quiere darle, algo que está en el estudio de su padre, igual que el Bulfinch, y quiere que sea una sorpresa.
—¿Estás segura de que quieres estar sola?
—Estoy bien… Solo… Mira. —Willow le acompaña a la sala de estar—. Este era mi lugar favorito en el mundo entero para leer. —Se sube al alféizar de la ventana, que está habilitado como si fuera un sofá—. Ven. —Sonríe cuando Guy se sienta a su lado—. Solo será un segundo, ¿vale?
—Tómate tu tiempo.
Willow recorre el pasillo que lleva al estudio preguntándose si la habitación donde sus padres pasaban la mayoría del tiempo, donde trabajaban, la dejará tan indiferente como todo lo demás. Pero, al abrir la puerta y observar las estanterías llenas de libros que van desde el suelo hasta el techo, y los dos escritorios inmensos con sus vades de sobremesa de piel, se da cuenta, una vez más, de que no siente nada.
Cruza la habitación hasta las estanterías y coge el Bulfinch. Luego, busca un par de segundos hasta dar con Tristes trópicos. Sabe que si David se llega a enterar de que ha regalado la copia de su padre, una primera edición en perfecto estado, la matará. Pero no cree que vaya a ser dentro de poco y, de todos modos, sabe que significará mucho para Guy. Desea con todas sus fuerzas regalarle algo especial.
Willow camina por el estudio un rato, mirando algunos libros con desgana. Hay una fina capa de polvo que lo cubre todo como si fuera arena. Piensa en lo curioso que resulta que ahora la casa parezca una excavación arqueológica. Se sienta en el escritorio y mira entre los papeles que hay sobre el vade, con una especie de curiosidad morbosa por ver qué estaban haciendo sus padres el último día de sus vidas.
No hay nada especial, solamente algunas notas escritas en la letra casi ilegible de su padre, unas cuantas facturas y una nota a la asistenta en la enérgica caligrafía de su madre:
Hannah,
Muchas gracias por quedarte hasta tarde y ayudarme con la fiesta. No habría podido con todo sin tu ayuda. No te molestes en pasar la aspiradora hoy, pero cuando vayas a la tienda, ¿puedes asegurarte de comprar el zumo de naranja con calcio para Willow! ¡Calcio, muy, muy importante para Willow!
Willow coge la nota, piensa que quizá le gustaría tenerla en su escritorio, en casa de David. No tiene ningún recuerdo. No puede coger una foto, David se daría cuenta de algo así. No parece haber ningún otro escrito a mano que pueda ser más interesante, cualquier cosa así estaría en el ordenador de todos modos. Es un pequeño detalle, bastante falto de sentido, la verdad, pero le gustaría poder conservar ese trozo de papel con la letra de su madre.
Coge los libros y el papel y se va del estudio, parándose de camino al comedor para meterse la copia de Tristes trópicos en la bolsa.
—Oye, ¿qué estás leyendo? —le pregunta Willow a Guy que está sentado junto a la ventana pasando las páginas de un libro.
—Hablabas en serio cuando decías que tus padres tenían miles y miles de libros —dice señalando las estanterías del salón.
—Oscar Wilde. —Willow se sienta junto a él y mira el libro que tiene en la mano—. Es bastante divertido. Seguro que aquel profesor tuyo debió darte un montón de cosas de estas para leer.
—¿Y tú qué llevas ahí, aparte del Bulfinch? —le pregunta Guy mirando el trozo de papel que lleva Willow en la mano.
—Oh, no es más que una nota que escribió mi madre… Nada importante. —Willow se encoge de hombros—. Siento haberte hecho venir hasta aquí, era pedirte demasiado y no sé si te importaba mucho saltarte las clases y… bueno, tampoco he sacado nada en claro. Gracias por hacerlo de todos modos.
—No tienes que darme las gracias. —Guy le coge el papel de la mano—. Calcio, muy, muy importante para Willow —lee.
Willow no se da cuenta de que está llorando hasta que Guy le limpia las lágrimas con la mano. Sabe que tenía razón sobre SU hermano, que se necesita una fuerza increíble para afrontar este dolor tan terrible, y no sabe cómo puede soportarlo porque duele mucho, mucho más que la cuchilla. Y no sabe por qué, después de haber estado en el lugar donde sus padres perdieron la vida, después de volver a ver el lugar donde inició su ilícita relación con el destornillador, algo tan simple, tan trivial, pueda finalmente afectarla tanto.
Tal vez sea porque, al oír a Guy leer la nota, se ha dado cuenta, al igual que le ocurrió al ver a David con Isabelle, que ella ya nunca será la hija de nadie. Nadie volverá a preocuparse por ella del modo que lo hacían sus padres, nadie la cuidará igual que ellos. La única vez en la que Willow va a poder experimentar un lazo así será cuando ella misma sea madre. E incluso en ese momento necesitará a su propia madre y ella no estará allí. Ella no estará allí porque ha muerto. Muerto. Con décadas de antelación.
Y a Willow la sorprende, la sorprende muchísimo, que la cuchilla haya conseguido anestesiarla durante tanto tiempo, porque el sentimiento que la invade ahora es tan abrumador, tan apabullante, que necesitaría más que un par de cortes para transformar su angustia.
Se lleva la mano al estómago por miedo a partirse en dos del dolor. Guy no le dice nada, simplemente le separa el pelo de la cara y de vez en cuando le limpia las lágrimas.
—No… No… No… —Se le cortan las palabras—. ¡No soy la hija de nadie! —dice Willow como si fuera algo que acabara de descubrir—. Y ya sé… ya sé que debería sentirme mal por mi hermano, que… que… —Para un segundo. Jadea y aspira aire con tanta fuerza que tiene miedo de estar hiperventilando.
—¿Puedes respirar? —le pregunta Guy.
—Sí, o sea no. Dame un segundo. —Willow se seca la nariz con la mano—. Eso no ha sido muy educado, perdona. —Le sale una risa un poco histérica—. No puedo respirar cuando lloro tanto… Y no recuerdo… la última vez que lloré así.
—Debería… Debería sentirme mal por David porque él tampoco tiene padres. Y ya sé… ya sé que debería también sentirme mal por mis padres porque ellos no sabían, al despertarse, que ese iba a ser el último día de su vida… —Le aprieta las manos con tanta fuerza que no entiende cómo es que no grita de dolor—. Pero solamente puedo pensar en que yo ya no soy la hija de nadie…
Durante unos segundos para de hablar e intenta secarse los ojos. Pero es inútil, como intentar contener un maremoto. Sus manos se entrelazan con las de Guy y le coge de las muñecas y se vuelve para mirarle a la cara mientras los dos siguen sentados junto a la ventana.
Se para con un nuevo ataque de llanto y se queda sin aire.
—¿Quieres una bolsa de papel o algo? —Guy parece asustado.
—No, no… Es solo que… yo nunca volveré a ser la hija de nadie. —Willow continúa después de unos minutos—. Y tenía razón cuando empecé… cuando empecé a cortarme, porque tú debes pensar que esto no es tan horrible, que las chicas lloran, que la gente llora, pero te equivocas, te equivocas porque cualquier cosa… cualquier cosa… sería mejor que esto. Lo… lo siento. —intenta respirar—. Siento haberte puesto en esta situación. —Willow vuelve a secarse las lágrimas. Aún tienen las manos cogidas y Willow puede sentir el dorso de la mano de Guy en su frente—. Cuando te pedí que me trajeras aquí no estaba pensando en esto… No esperaba esto… O tal vez sí… Yo… Ni siquiera lo sé.
—Willow, no me has puesto en ninguna situación.
—Necesito un Kleenex —dice sorbiéndose la nariz.
Guy libera sus manos de las de Willow, coge el puño de la sudadera y le limpia la nariz con él.
—Qué romántico —le dice con vergüenza.
—Bueno, pues no te creas. No haría esto por nadie más en el mundo.
—Yo… Bueno… Eso es lo más… Yo… —Willow empieza a hipar—. Perdona. Es que me entra un hipo tremendo cuando lloro. —Le coge la sudadera y vuelve a secarse la nariz con ella—. Soy un desastre. —Se le escapa una risa temblorosa—. Pero ¿sabes qué? Yo tampoco me limpiaría la nariz en la sudadera de otra persona. —Vuelve a hipar. —¿Quieres un vaso de agua para el hipo?
—No. —Willow niega con la cabeza—. No, gracias. Pero ¿sabes qué me apetece? ¿Me puedes traer mi chocolate caliente? Lo dejé junto a la puerta.
—Vale. —Guy se encoge de hombros. Al cabo de unos segundos regresa—. Toma. —Le mira dubitativo cuando ella le da el primer sorbo—. ¿Está bueno, eso?
—Bueno. —Willow hace una mueca—. Depende de lo que entiendas por bueno. A estas alturas parece más bien agua encharcada.
—¿La has probado alguna vez o qué? —le pregunta Guy mientras se vuelve a sentar a su lado.
—Supongo. —Willow deja el vaso en el suelo. Se reclina sobre los cojines con un suspiro—. Gracias —dice de repente.
—¿Por qué?
—Gracias por haberme traído aquí. Y gracias por no decirle nada a mi hermano.
Gracias por ser tan…
—Estás llorando otra vez. —Guy se cambia de postura para poder tenerla entre sus brazos.
—Ya lo sé, pásame tu sudadera.
—Vale, espera. —Le limpia las lágrimas—. ¿Te va a volver a dar el hipo?
—No. —Willow niega con la cabeza.
—¿Quieres que nos quedemos aquí, no sé, a dormir un poco o algo así? ¿O quieres volver a casa de tu hermano? —dice Guy después de unos minutos.
Pero Willow no quiere hacer ninguna de las dos cosas. Y está totalmente sorprendida al sentir qué es lo que realmente quiere. La última media hora no es que haya sido muy propicia para la pasión. Y sin embargo, allí sentada con él junto a la ventana, rodeada por sus fuertes brazos, sabe que si puede sobrevivir al llanto hay muchas otras cosas a las que puede sobrevivir. Y que si hay algunas cosas que ella ya ha perdido para siempre, hay otras que aún no ha empezado a experimentar. Y también sabe que lo que desea no viene dado porque la pasión sea el antídoto contra el dolor, sino porque es la más natural, más perfecta y más completa expresión de lo que siente por él.
—¿Recuerdas cuando… cuando descubriste que me cortaba?
—No lo olvidaré nunca.
—Pero ¿te acuerdas de… bueno, te acuerdas de cómo intenté chantajearte?
—Tampoco lo olvidaré.
—Bueno. —Traga saliva—. Yo… bueno… Espero que ahora, tal vez, tú… O sea, yo quiero… podríamos… —Se atranca con las palabras, pero mira a Guy expectante esperando que, ya que a veces parece conocerla mejor que ella a sí misma, entenderá lo que intenta decir.
Por desgracia, él parece estar totalmente desconcertado.
—¡Oh, esto no está saliendo bien! —exclama Willow. Se pregunta si tal vez no es tan buena idea al fin y al cabo, si le chocará demasiado, después de la crisis que acaba de tener ella. Pero Willow no puede pensar en nada que haya deseado más—. No importa —dice ella, decepcionada—. Tampoco me lo hubiera imaginado nunca así, con la nariz llena de mocos.
—¿Imaginarte el qué? —pregunta Guy lentamente.
Willow se acerca a él.
—¿Tú qué crees? —le dice finalmente.
—Yo… bueno… no estoy muy seguro de lo que pienso. —Guy se aparta un poco de ella hasta que está al alcance de sus brazos y la mira con detenimiento—. No me gustaría nada cometer un error porque, bueno… me parece entender que tú quieres… bueno, que quieres…
—Nunca te había visto ponerte tan nervioso —dice Willow entre risas. Se seca los últimos vestigios de sus lágrimas. No puede creerse que Guy no esté pillando lo que le está diciendo, y no se puede creer que ella se esté riendo de eso.
—Te, te… o sea, te refieres a cuando…
Willow decide ponerle las cosas más fáciles.
—Ven. —Le coge de los hombros y le acerca a ella. Ya le ha besado dos veces antes. La primera con resultados desastrosos, la segunda no fue tan catastrófica, pero en ninguna ocasión lo ha hecho poniendo en juego todos los sentimientos que lleva dentro. Desea y cree que ahora, finalmente, le puede mostrar lo mucho que le importa pero, aun así, no puede parar de temblar mientras avanza lentamente, cubriendo el espacio que les separa.
—¿Estás segura de que esto está bien? —susurra Guy junto a su boca.
—Está bien —le contesta Willow mientras le ayuda a encontrar los botones de la camisa—. Está más que bien. —Repite, sorprendida y estremecida de que sea así. Le quita la sudadera manchada de lágrimas.
—Pero tú eres tan tímida. —El suave aliento de Guy acaricia su cuello mientras él le baja los tirantes del sujetador por los hombros—. Pero tú eres tan vulnerable. Por favor, dime que estás segura.
—Estoy segura. —Willow empieza a desabrocharle los botones del pantalón—. Estoy segura, pero…
—¿Pero qué? ¿Cuál es el pero? ¿Cuál es el pero? ¿Por qué… por qué dices pero así, de repente? —Guy tartamudea al hablar mientras le ayuda a quitarse el resto de la ropa.
—Pero… bueno, ¿lo has hecho antes con alguien?
—No. —El la estira en el sofá.
—Bien. —Willow se sorprende de que, con lo tímida que es, no le dé vergüenza estar desnuda frente a él. Tal vez sea porque, poco a poco, en todos los demás aspectos, ya lo ha hecho.
—¿Y tú? —Guy se estira junto a ella.
—¡No!
—Bien. —Le besa el pelo, la cara, el cuello.
—Espera, espera un momento. —Willow le empuja un poco poniéndole la mano en el pecho—. Tengo otra pregunta. ¿Tienes… tienes… Mmm… tienes… algo?
—¿Qué? —pregunta Guy frunciendo el ceño—. ¡Oh! Mmm… llevo… llevo algo en la cartera.
—Bien.
—¿Puedo… puedo… ?
—Puedes hacer lo que quieras. —Willow se estremece al sentir las manos de Guy recorrer su cuerpo, pero esta vez no hay miedo, no se puede creer lo maravillosamente bien que se siente.
—Un segundo… —Willow se incorpora repentinamente—. Seguro, ¿no? O sea, estás seguro de que llevas algo.
—Bueno, ¿no te parece bien?
Guy también se sienta y la mira.
—Un segundo…
—¿Otro segundo?
—Si yo llevara algo en mi bolso tú querrías saber por qué… Quiero decir, ¿cuánto hace que llevas eso en la cartera?
—Desde que tenía doce años.
—¡No! —Le pega con la palma de la mano.
—Claro que no. —Guy se mueve para volver a besarla.
—Va, dímelo.
—¿No quieres parar de hablar? —le dice junto a su boca mientras vuelve a estirarla sobre los cojines del sofá.
—No.
—Pero si sigues hablando no puedo besarte y no podemos pasar a lo que viene después de eso…
—Pero quiero hablar contigo. Porque te puedo preguntar lo que sea, contarte lo que sea, y no importa lo que te diga, siempre está bien.
—Eso no ha sido justo —suspira Guy junto a su mejilla—. Ahora tengo que contestarte. —Se apoya sobre uno de sus codos—. Llevo… llevo eso en la cartera desde que supe… bueno, desde que empecé a tener esperanzas de que llegara el momento en el que necesitaría… protegerte de este modo.
—¿Y cuándo fue eso?
—Si te contesto, entonces, ¿pararás de hablar?
—Sí. —Willow se muerde el labio y le pasa las manos por los hombros—. Me callaré, porque tus respuestas son siempre perfectas.
—Oh. —Baja la mirada y la mira—. Entonces, ¿me crees si te digo que lo empecé a llevar el día que nos vimos por primera vez?
—No.
—Vale. —Hace una pausa y Willow se da cuenta de que va a decirle la verdad.
—Yo… Bueno… —Le pasa la mano por el pelo y observa cómo vuelve a caer sobre sus hombros—. Después de verte en el laboratorio de física.
—No… no lo entiendo.
—Ya habíamos hablado en el depósito de la biblioteca y yo ya sabía que eras diferente a todas las otras chicas que conozco. Luego me dijiste que tus padres estaban muertos y pensé que estabas tan… que estabas muy perdida y eras demasiado vulnerable. Entonces fue cuando te vi en el laboratorio de física… y te vi preocupándote por una persona que considerabas más débil que tú, y no podía creer que alguien que ha pasado por lo que tú has pasado pudiera ser tan… bueno, tan generosa y considerada.
—Pero apenas me conocías.
—Ya lo sé. Y no quiero que pienses que salí corriendo hacia la farmacia ni nada de esto. Ni siquiera sabía si íbamos a volver a hablar, y si era así, no sabía si nos íbamos a llevar bien, o tal vez tú ya estabas con alguien… Pero supe que el modo en el que intentaste proteger a alguien así, sobre todo dada tu situación… yo… pensé que debías ser la chica más especial que he conocido jamás…
—Ahora ya puedo parar de hablar.
Willow le rodea el cuello con los brazos.
—¡Que interesante!
—¿Eh?
—Cuando te sonrojas, no solo se te pone la cara roja.
—Oh.
—Te diré otra cosa.
—¿Qué?
—Acabo de comprender por qué alguien quiso hacer el primer espejo.
Willow parpadea sorprendida. Eso no era en absoluto lo que estaba esperando.
—¿Por qué?
—Imagino que un hombre enamorado deseaba que su amada supiera cómo era ella para él. Quería que ella fuera capaz de verse tal y como él la veía.
Willow no tiene nada más que decir. Mira cómo él besa sus heridas y desea que su inexperta manera de explorar el cuerpo de él tenga el poder de afectarle del mismo modo en que lo que él hace le afecta a ella.
—¡Ay! —Willow hace una mueca de dolor cuando él, sin querer, le estira del pelo. —Perdona, yo…—. Guy en el intento de alcanzar algo del suelo, no puede evitar chafarla—. Yo… mmm… es que… necesito la cartera que está en el bolsillo… —Busca en los téjanos prestados.
—¿Estás nerviosa? —le pregunta al encontrar los pantalones y coger la cartera.
—Ahá —asiente Willow—. ¿Y tú?
—Mucho.
—Oh, bueno, pues no lo estés tanto porque yo tengo nervios suficientes para los dos. —Willow se pregunta si lo que va a ocurrir le va a doler y piensa en lo irónico que resulta que ella, de entre toda la gente, pueda preocuparse por eso.
Sí que duele. Willow se estremece de dolor pero es Guy el que grita:
—¡Lo siento! ¿Te he hecho daño? ¡Yo no quería, pero…!
Willow le tapa la boca con la mano.
—Solo un segundo —le asegura—, solamente ha sido un segundo.
Y se da cuenta de que eso es verdad. De algún modo, el dolor se ha convertido en placer, y ese placer es mejor que cualquier dolor.